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autor: Ambrose Bierce


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Una Dama de Redhorse

Ambrose Bierce


Cuento


Coronado, 20 de junio.

Cada vez estoy más interesada en él. No es, estoy segura, su... ¿Conoces algún buen sustantivo que corresponda al epíteto «guapo»? No me gusta decir «belleza» cuando hablo de un hombre. Es harto guapo, Dios lo sabe. Cuando está en sus mejores momentos, que siempre lo son, ni siquiera confiaría en ti... la más fiel de las esposas. No creo que la fascinación de su trato tenga mucho que ver con ello. Bien sabes que el encanto del arte reside en algo indefinible, e imagino que para nosotras, mi querida Irene, el arte que estamos considerando es menos indefinible que para dos muchachas recién presentadas en sociedad. Sé de qué manera mi apuesto caballero obtiene muchos de sus efectos y hasta podría darle algunos consejos para que los realzara. Sea como fuere, sus modales son deliciosos. En este hombre, sospecho, lo que más me atrae es la inteligencia. Su conversación es la más seductora que he oído y no puede compararse con la de ningún otro. Parece conocerlo todo, y tiene que ser así porque lo ha leído todo, ha estado en todas partes, ha visto cuanto había que ver —a veces, creo, más de lo que conviene— y está relacionado con la gente más rara. Y su voz, Irene... Cuando la oigo, siento que debería pagar para oírla, aunque soy dueña de ella, claro está, cuando se dirige a mí.

3 de julio.


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7 págs. / 12 minutos / 63 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Una Conflagración Imperfecta

Ambrose Bierce


Cuento


Una mañana de junio de 1872, temprano, asesiné a mi padre, acto que me impresionó vivamente en esa época. Esto ocurrió antes de mi casamiento, cuando vivía con mis padres en Wisconsin. Mi padre y yo estábamos en la biblioteca de nuestra casa, dividiendo el producto de un robo que habíamos cometido esa noche. Consistía, en su mayor parte, en enseres domésticos, y la tarea de una división equitativa era dificultosa. Nos pusimos de acuerdo sobre las servilletas, toallas y cosas parecidas, y la platería se repartió casi perfectamente, pero ustedes pueden imaginar que cuando se trata de dividir una única caja de música en dos, sin que sobre nada, comienzan las dificultades. Fue esa caja musical la que trajo el desastre y la desgracia a nuestra familia. Si la hubiéramos dejado, mi padre podría estar vivo ahora.

Era una exquisita y hermosa obra de artesanía, incrustada de costosas maderas, curiosamente tallada. No sólo podía tocar gran variedad de temas, sino que también silbaba como una codorniz, ladraba como un perro, cantaba como el gallo todas las mañanas —se le diera cuerda o no— y recitaba los Diez Mandamientos. Fue esta última maravilla la que ganó el corazón de mi padre y lo llevó a cometer el único acto deshonroso de su vida, aunque posiblemente hubiera cometido otros si le hubiera perdonado ese: trató de ocultarme la caja aunque yo sabía muy bien que, en lo que le concernía, el robo había sido llevado a cabo principalmente para conseguirla.


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Una Carretera Iluminada por la Luna

Ambrose Bierce


Cuento


TESTIMONIO DE JOEL HETMAN, JR.

Soy un hombre de lo más desafortunado. Rico, respetado, bastante bien educado y de buena salud (aparte de otras muchas ventajas generalmente valoradas por quienes las disfrutan y codiciadas por los que las desean). A veces pienso que sería menos infeliz si tales cualidades me hubieran sido negadas, porque entonces el contraste entre mi vida exterior e interior no exigiría continuamente una atención ingrata. Bajo la tensión de la privación y la necesidad del esfuerzo, podría olvidar en ocasiones el oscuro secreto, cuya explicación —siempre misteriosa— el mismo hace inevitable.

Soy hijo único de Joel y Julia Hetman. El primero fue un rico hacendado, la segunda una mujer bella y bien dotada, a la que estaba apasionadamente ligado por lo que ahora sé que fue una devoción celosa y exigente. El hogar familiar se encontraba a unas cuantas millas de Nashville, en Tennessee, en una vivienda amplia, irregularmente construida, sin ningún orden arquitectónico definido, y algo apartada de la carretera, con un parque de árboles y arbustos.

En la época a la que me refiero yo tenía diecinueve años y estudiaba en Yale. Un día recibí un telegrama de mi padre tan urgente que, obedeciendo a su inexplicada solicitud, partí inmediatamente con dirección a casa. En la estación de ferrocarril de Nashville, un pariente lejano me esperaba para poner en mi conocimiento la razón de la llamada: mi madre había sido bárbaramente asesinada; el móvil y el autor nadie los conocía, pero las circunstancias fueron las siguientes:


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11 págs. / 20 minutos / 116 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Un Vigilante Junto al Muerto

Ambrose Bierce


Cuento


I

En una habitación del piso superior de una vivienda desocupada situada en esa parte de San Francisco que se conoce con el nombre de North Beach, yacía bajo una sábana el cadáver de un hombre. La hora estaba próxima a las nueve de la noche; la habitación, apenas iluminada por una sola vela. Aunque el tiempo era bueno, las dos ventanas estaban cerradas con las persianas bajadas, contrariando la costumbre de dar mucho aire a los muertos. El mobiliario se componía tan sólo de tres piezas: un sillón, una pequeña mesita de lectura sobre la que estaba la vela y una mesa de cocina alargada sobre la cual estaba el cadáver del hombre. Los tres muebles, lo mismo que el cadáver, parecían haber sido llevados recientemente, pues un observador, de haber existido alguno, habría visto que no tenían polvo, mientras que el resto de la habitación tenía una capa espesa, e incluso había telarañas en los ángulos de las paredes.

Bajo la sábana podían perfilarse los rasgos del cuerpo, incluso los del rostro, pues tenían esa definición tan innaturalmente nítida que parece pertenecer a los rostros de los muertos, aunque en realidad es característica sólo de aquéllos que han sido desgastados por la enfermedad. Por el silencio de la habitación se podía deducir, correctamente, que no estaba situada en la parte delantera de la casa ni daba a una calle: en realidad sólo daba a un promontorio rocoso, pues la parte trasera del edificio se había asentado en una colina.


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13 págs. / 24 minutos / 78 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Un Vagabundo Infantil

Ambrose Bierce


Cuento


Difícilmente habría admirado usted al pequeño Jo si lo hubiera visto de pie en la esquina de una calle bajo la lluvia. Aparentemente se trataba de una tormenta otoñal ordinaria, pero el agua que caía sobre Jo (que no era lo bastante mayor para ser justo o injusto, por lo que quizás no entrara bajo la ley de la distribución imparcial) parecía tener una propiedad peculiar: uno diría que era oscura y adhesiva; pegajosa. Pero resulta difícil que fuera así, incluso en Blackburg, donde ocurrían algunas cosas que se salían bastante de lo común.

Por ejemplo, diez o doce años antes había caído una lluvia de ranas pequeñas, tal como atestiguó creíblemente una crónica contemporánea, que concluía con una afirmación, algo oscura, en el sentido de que el cronista consideraba que significaba un buen momento para el progreso de los franceses.

Años más tarde había caído sobre Blackburg una nevada carmesí; en Blackburg hace frío durante el invierno y las nevadas son frecuentes y copiosas. Mas no cabía ninguna duda al respecto: en aquel caso la nieve tenía el color de la sangre y al fundirse en agua seguía manteniendo esa tonalidad, aunque fuera agua y no sangre. El fenómeno había atraído una amplia atención y la ciencia había dado tantas explicaciones como científicos hubo que se preocuparon por ello, sin llegar a saber nada. Pero los hombres de Blackburg —hombres que durante muchos años habían vivido precisamente donde cayó la nieve roja, y podía suponerse que sabían mucho sobre el asunto— sacudieron la cabeza y dijeron que algo iba a pasar.


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5 págs. / 10 minutos / 64 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Un Naufragio Psicológico

Ambrose Bierce


Cuento


En el verano de 1874 me encontraba en Liverpool, donde había ido en viaje de negocios representando a la sociedad mercantil Bronson & Jarret de Nueva York. Mi nombre es William Jarret, y el de mi socio era Zenas Bronson. La compañía quebró el año pasado y Bronson, incapaz de soportar el salto de la opulencia a la pobreza, murió.

Una vez concluidos mis asuntos financieros y viendo cercana una crisis de agotamiento y desaliento, decidí que una larga travesía marítima podría resultar al mismo tiempo agradable y beneficiosa para mí; por ello, en vez de embarcarme a la vuelta en uno de aquellos excelentes buques de pasajeros, hice una reserva para Nueva York en el velero Morrow, donde había hecho cargar una abundante y valiosa remesa de los artículos que había comprado. El Morrow era un barco inglés dotado con pocos camarotes para pasajeros, entre los que sólo nos contábamos yo y una joven con su doncella, una mujer negra de mediana edad. Me pareció extraño que una joven inglesa viajara tan bien atendida, pero ella me explicó más tarde que la doncella había estado al servicio de un matrimonio de Carolina del Sur, y que fue recogida por su familia al morir ambos cónyuges el mismo día en casa de su padre, en Devonshire. Dicha circunstancia, por su rareza, permanecería en mi memoria con bastante claridad, incluso aunque no hubiera salido a relucir en una posterior conversación con la joven dama que el marido se llamaba William Jarret, igual que yo. Sabía que una rama de mi familia se había establecido en Carolina del Sur, pero desconocía completamente su historia y lo que había sido de ellos.


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Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Un Hijo de los Dioses

Ambrose Bierce


Cuento


Día de brisa en un paisaje soleado. Campo abierto a derecha, a izquierda, hacia adelante; detrás, un bosque. En el linde del bosque, frente al campo abierto pero temiendo aventurarse en él, largas líneas de soldados que conversan; crujido de innumerables pasos sobre las hojas secas que tapizan el suelo entre los árboles; voces roncas de los oficiales que dan órdenes. Al frente de las tropas —pero no demasiado expuestos— apartados grupos de soldados de caballería; muchos miran atentamente la cumbre de una colina situada a una milla de distancia en la dirección del avance interrumpido. Porque ese ejército poderoso, que se desplaza en orden de batalla a través de un bosque, acaba de encontrar un obstáculo formidable: el campo abierto. La cumbre de la suave colina a una milla de distancia tiene un aspecto siniestro. Dice: ¡Cuidado! Está coronada por un largo muro de piedra que se extiende a derecha e izquierda. Detrás del muro hay un cerco. Detrás del cerco se ven las copas de algunos árboles dispuestos muy irregularmente. Entre los árboles, ¿qué? Es necesario saberlo.

Ayer, y muchos días y noches antes, combatíamos en alguna parte; había un incesante cañoneo y de tiempo en tiempo el redoble del vivo fuego de los fusiles al que se mezclaban vítores —nuestros o de nuestro enemigo: rara vez lo sabíamos— atestiguando una ventaja transitoria. Esta mañana, al romper el día, el enemigo había desaparecido. Avanzamos cruzando sus fortalezas y terraplenes —¡tan a menudo lo habíamos intentado vanamente!— a través de los desechos de sus campamentos abandonados, en medio de las tumbas de sus caídos en el bosque.


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Un Habitante de Carcosa

Ambrose Bierce


Cuento


Existen diversas clases de muerte. En algunas, el cuerpo perdura, en otras se desvanece por completo con el espíritu. Esto solamente sucede, por lo general, en la soledad (tal es la voluntad de Dios), y, no habiendo visto nadie ese final, decimos que el hombre se ha perdido para siempre o que ha partido para un largo viaje, lo que es de hecho verdad. Pero, a veces, este hecho se produce en presencia de muchos, cuyo testimonio es la prueba. En una clase de muerte el espíritu muere también, y se ha comprobado que puede suceder que el cuerpo continúe vigoroso durante muchos años. Y a veces, como se ha testificado de forma irrefutable, el espíritu muere al mismo tiempo que el cuerpo, pero, según algunos, resucita en el mismo lugar en que el cuerpo se corrompió.

Meditando estas palabras de Hali (Dios le conceda la paz eterna), y preguntándome cuál sería su sentido pleno, como aquel que posee ciertos indicios, pero duda si no habrá algo más detrás de lo que él ha discernido, no presté atención al lugar donde me había extraviado, hasta que sentí en la cara un viento helado que revivió en mí la conciencia del paraje en que me hallaba. Observé con asombro que todo me resultaba ajeno. A mi alrededor se extendía una desolada y yerma llanura, cubierta de yerbas altas y marchitas que se agitaban y silbaban bajo la brisa del otoño, portadora de Dios sabe qué misterios e inquietudes. A largos intervalos, se erigían unas rocas de formas extrañas y sombríos colores que parecían tener un mutuo entendimiento e intercambiar miradas significativas, como si hubieran asomado la cabeza para observar la realización de un acontecimiento previsto. Aquí y allá, algunos árboles secos parecían ser los jefes de esta malévola conspiración de silenciosa expectativa.


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4 págs. / 8 minutos / 105 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Un Diagnóstico de Muerte

Ambrose Bierce


Cuento


―No soy tan supersticioso como algunos de sus médicos (hombres de ciencia, como a ustedes les gusta ser llamados) ―dijo Hawver, respondiendo a una acusación que no había sido expresada―. Algunos de ustedes (solo unos pocos, lo confieso) creen en la inmortalidad del alma, y en apariciones que no tienen la honestidad de llamar fantasmas. Tengo apenas una convicción de que en ocasiones los vivos son vistos donde no están, sino donde han estado, donde han vivido tanto tiempo, quizá tan intensamente, como para haber dejado su impresión en todo lo que les rodea. Sé, de hecho, que el medio ambiente puede ser tan afectado por la personalidad de uno para mostrar, mucho después, una imagen de la propia persona a los ojos de otro. Sin duda la personalidad que crea la impresión tiene que ser el tipo de personalidad adecuada, así como los ojos que lo perciben deben ser el tipo correcto de ojos: los míos, por ejemplo.

―Sí, el tipo correcto de ojos, que transportarían sensaciones al tipo equivocado de cerebro ―dijo, sonriendo, el doctor Frayley.

―Gracias; es agradable que se cumplan las expectativas de uno; esa es la respuesta que esperaba de su amabilidad.

―Discúlpeme. Pero dice usted que lo sabe. ¿Eso no es demasiado decir? Quizá no le molestará contarme cómo es que lo aprendió.

―Usted lo llamará una alucinación ―dijo Hawver―, pero no importa.

Y contó la historia:


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Dominio público
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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Muerto en Resaca

Ambrose Bierce


Cuento


El mejor soldado de nuestro estado mayor era el teniente Herman Brayle, uno de los dos edecanes. No recuerdo de dónde lo sacó el general, creo que de algún regimiento de Ohio. Ninguno de nosotros lo conocía, pero eso no era extraño, pues no había ni dos de nosotros que hubiéramos venido del mismo estado, y ni siquiera de estados contiguos. El general parecía pensar que había que reflexionar muy cuidadosamente a la hora de conceder la distinción de un puesto en su estado mayor, para no ocasionar celos regionales que pusieran en peligro la integridad de aquella parte de la Nación que todavía seguía unida. No elegía oficiales de su propio mando y hacía malabarismos en los servicios del cuartel general para obtenerlos de otras brigadas. En estas circunstancias, los servicios de un hombre tenían que ser, en verdad, muy relevantes, para que se extendieran al ámbito de su familia y de sus amigos de juventud. De todos modos, la «voz de la trompeta de la fama» había enronquecido un poco por exceso de locuacidad.

El teniente Brayle medía más de metro noventa de altura y poseía una espléndida constitución. Tenía el cabello claro y los ojos azul grisáceos que en los hombres de su talla suelen asociarse a un valor y entereza de primera magnitud. Solía vestir el uniforme completo, especialmente en acción, mientras la mayoría de los oficiales se contentaba con lucir un atuendo menos rimbombante, por lo cual su figura resultaba llamativa e impresionante. Como todo el resto, tenía las maneras de un caballero, una mente cultivada y un corazón de león. Tenía alrededor de treinta años.


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8 págs. / 14 minutos / 50 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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