Textos más populares esta semana de Ambrose Bierce | pág. 4

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autor: Ambrose Bierce


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El Reino de lo Irreal

Ambrose Bierce


Cuento


I

En un tramo que hay entre Auburn y Newcastle, siguiendo en primer lugar la orilla de un arroyo y luego la otra, la carretera ocupa todo el fondo de un desfiladero que está en parte excavado en las pronunciadas laderas, y en parte levantado con las piedras sacadas del lecho del arroyo por los mineros. Las colinas están cubiertas de árboles y el curso del río es sinuoso.

En noches oscuras hay que conducir con cuidado para no salirse de la carretera e irse al agua. La noche de mi recuerdo había poca luz, y el riachuelo, crecido por una reciente tormenta, se había convertido en un torrente. Venía de Newcastle y me encontraba a una milla de Auburn, en la zona más oscura y estrecha del desfiladero, con la vista atenta a la carretera que se extendía por delante de mi caballo. De pronto, y casi debajo del hocico del animal, vi a un hombre; di un tirón tan fuerte a las riendas que poco faltó para que la criatura quedara sentada sobre sus ancas.

—Usted perdone —dije—, no le había visto.

—No se podía esperar que me viera —replicó con educación el individuo mientras se aproximaba al costado de la carreta—; y el ruido del desfiladero impidió que yo le oyera.

Aunque habían pasado cinco años, reconocí aquella voz enseguida. No me agradaba especialmente volver a oírla.

—Usted es el Dr. Dorrimore ¿verdad? —pregunté.

—Exacto; y usted es mi buen amigo Mr. Manrich. Me alegra muchísimo verle —añadió esbozando una sonrisa—, sobre todo porque vamos en la misma dirección y, como es natural, espero que me invite a ir con usted en la carreta.

—Cosa que yo le ofrezco de todo corazón.

Lo que no era verdad en absoluto.


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8 págs. / 14 minutos / 97 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Hipnotizador

Ambrose Bierce


Cuento


Algunos de mis amigos, que saben por casualidad que a veces me entretengo con el hipnotismo, la lectura de la mente y fenómenos similares, suelen preguntarme si tengo un concepto claro de la naturaleza de los principios, cualesquiera que sean, que los sustentan. A esta pregunta respondo siempre que no los tengo, ni deseo tenerlos. No soy un investigador con la oreja pegada al ojo de la cerradura del taller de la Naturaleza, que trata con vulgar curiosidad de robarle los secretos del oficio. Los intereses de la ciencia tienen tan poca importancia para mí, como parece que los míos han tenido para la ciencia.

No hay duda de que los fenómenos en cuestión son bastante simples, y de ninguna manera trascienden nuestros poderes de comprensión si sabemos hallar la clave; pero por mi parte prefiero no hacerlo, porque soy de naturaleza singularmente romántica y obtengo más satisfacciones del misterio que del saber. Era corriente que se dijera de mí, cuando era un niño, que mis grandes ojos azules parecían haber sido hechos más para ser mirados que para mirar... tal era su ensoñadora belleza y, en mis frecuentes períodos de abstracción, su indiferencia por lo que sucedía. En esas circunstancias, el alma que yace tras ellos parecía —me aventuro a creerlo—, siempre más dedicada a alguna bella concepción que ha creado a su imagen, que preocupada por las leyes de la naturaleza y la estructura material de las cosas. Todo esto, por irrelevante y egoísta que parezca, está relacionado con la explicación de la escasa luz que soy capaz de arrojar sobre un tema que tanto ha ocupado mi atención y por el que existe una viva y general curiosidad. Sin duda otra persona, con mis poderes y oportunidades, ofrecería una explicación mucho mejor de la que presento simplemente como relato.


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4 págs. / 8 minutos / 93 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Chickamauga

Ambrose Bierce


Cuento


En una tarde soleada de otoño, un niño perdido en el campo, lejos de su rústica vivienda, entró en un bosque sin ser visto. Sentía la nueva felicidad de escapar a toda vigilancia, de andar y explorar a la ventura, porque su espíritu, en el cuerpo de sus antepasados, y durante miles y miles de años, estaba habituado a cumplir hazañas memorables en descubrimientos y conquistas: victorias en batallas cuyos momentos críticos eran centurias, cuyos campamentos triunfales eran ciudades talladas en peñascos. Desde la cuna de su raza, ese espíritu había logrado abrirse camino a través de dos continentes y después, franqueando el ancho mar, había penetrado en un terreno donde recibió como herencia la guerra y el poder.


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8 págs. / 14 minutos / 86 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Guardián del Muerto

Ambrose Bierce


Cuento


I

En la llamada Costa Norte de San Francisco, en un cuarto de una casa desocupada, un cuarto de piso alto, yacía el cuerpo de un hombre tapado por una sábana. Serían las nueve de la noche. Una vela iluminaba el cuarto débilmente y las dos ventanas estaban cerradas, con las persianas bajas, a pesar del calor y de la costumbre de airear las habitaciones donde hay difuntos. Los únicos muebles eran un sillón, una mesita para leer que sostenía el candelero, y una larga mesa de cocina donde yacía el cuerpo del hombre. Poco antes, quizá, introdujeron los muebles y el cadáver. Un espectador habría observado que estaban libres de polvo, no así el piso del cuarto. Había telarañas en los ángulos de las paredes. Se delineaba el contorno del cuerpo bajo la sábana, hasta se insinuaban las facciones con esa extraña rigidez que suele atribuirse a las caras de los muertos, pero que en realidad es propia de todos aquellos consumidos por una enfermedad. Por el silencio que reinaba en el cuarto podía intuirse que no daba a la calle. Era un cuarto interior, sin más perspectiva que un alto peñasco. El edificio, en su parte de atrás, estaba construido sobre la pendiente de una colina. Cuando sonaron las nueve campanadas en el reloj de la iglesia —con tanto desgano, con tanta indiferencia al paso del tiempo que apenas podía uno comprender por qué se molestaban en marcar la hora— se abrió la única puerta del cuarto, entró un hombre y se acercó al cadáver. La puerta, como obedeciendo a un movimiento espontáneo, volvió a cerrarse tras él. Se oyó el chirrido de una llave que giraba con dificultad, se oyó el chasquido del cerrojo, se oyeron unos pasos que se alejaban por el corredor. Todo inducía a pensar que el hombre que había entrado en el cuarto era ya un prisionero. El hombre caminó hasta la mesa, se detuvo unos instantes mirando el cadáver; luego, encogiéndose levemente de hombros, fue hasta una de las ventanas y levantó la persiana.


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12 págs. / 21 minutos / 83 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Los Sucesos Nocturnos en el Barranco del Muerto

Ambrose Bierce


Cuento


Un relato que es falso

Hacía una noche especialmente fría y clara, como el corazón de un diamante. Las noches claras tienen la peculiaridad de ser perspicaces. En la oscuridad puedes tener frío y no darte cuenta; sin embargo, cuando ves, sufres. Esa noche era suficientemente sagaz para morder como una serpiente. La luna se movía de modo misterioso tras los pinos gigantes que coronaban la Montaña del Sur, haciendo que la dura corteza de la nieve produjera destellos y subrayando contra el negro Oeste los contornos fantasmales de la Cordillera de la Costa, más allá de la cual se extendía el Pacífico invisible. La nieve se amontonaba en los claros del fondo del barranco, en las extensas sierras que subían y bajaban, y en las colinas, donde parecía que el rocío manaba y se desbordaba. Rocío que en realidad era la luz del sol, reflejada dos veces: una desde la luna, y otra desde la nieve.

Sobre ésta, muchas de las barracas del abandonado campamento minero aparecían destruidas (un marinero podría haber dicho que se habían ido a pique). La nieve cubría a intervalos irregulares los altos caballetes que una vez habían soportado el peso de un arroyo al que llamaban «flume»; porque «flume», claro está, viene de flumen. El privilegio de hablar Latín se cuenta entre las ventajas de las que las montañas no pueden privar al buscador de oro. Éste, al referirse a un compañero muerto dice: «Se ha ido “flume” arriba», que es una bonita forma de decir: «Su vida ha retornado a la Fuente de la Vida».


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10 págs. / 17 minutos / 83 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Caso del Desfiladero de Coulter

Ambrose Bierce


Cuento


—¿Cree usted, coronel, que a su valiente Coulter le agradaría emplazar uno de sus cañones aquí? —preguntó el general.

No parecía que pudiera hablar en serio: aquél, verdaderamente, no parecía un lugar donde a ningún artillero, por valiente que fuera, le gustase colocar un cañón. El coronel pensó que posiblemente su jefe de división quería darle a entender, en tono de broma, que en una reciente conversación entre ellos se había exaltado demasiado el valor del capitán Coulter.

—Mi general —replicó, con entusiasmo—, a Coulter le gustaría emplazar un cañón en cualquier parte desde la que alcanzara a esa gente —con un gesto de la mano señaló en dirección al enemigo.

—Es el único lugar posible —afirmó el general.

Hablaba en serio, entonces.


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11 págs. / 19 minutos / 79 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Un Hijo de los Dioses

Ambrose Bierce


Cuento


Día de brisa en un paisaje soleado. Campo abierto a derecha, a izquierda, hacia adelante; detrás, un bosque. En el linde del bosque, frente al campo abierto pero temiendo aventurarse en él, largas líneas de soldados que conversan; crujido de innumerables pasos sobre las hojas secas que tapizan el suelo entre los árboles; voces roncas de los oficiales que dan órdenes. Al frente de las tropas —pero no demasiado expuestos— apartados grupos de soldados de caballería; muchos miran atentamente la cumbre de una colina situada a una milla de distancia en la dirección del avance interrumpido. Porque ese ejército poderoso, que se desplaza en orden de batalla a través de un bosque, acaba de encontrar un obstáculo formidable: el campo abierto. La cumbre de la suave colina a una milla de distancia tiene un aspecto siniestro. Dice: ¡Cuidado! Está coronada por un largo muro de piedra que se extiende a derecha e izquierda. Detrás del muro hay un cerco. Detrás del cerco se ven las copas de algunos árboles dispuestos muy irregularmente. Entre los árboles, ¿qué? Es necesario saberlo.

Ayer, y muchos días y noches antes, combatíamos en alguna parte; había un incesante cañoneo y de tiempo en tiempo el redoble del vivo fuego de los fusiles al que se mezclaban vítores —nuestros o de nuestro enemigo: rara vez lo sabíamos— atestiguando una ventaja transitoria. Esta mañana, al romper el día, el enemigo había desaparecido. Avanzamos cruzando sus fortalezas y terraplenes —¡tan a menudo lo habíamos intentado vanamente!— a través de los desechos de sus campamentos abandonados, en medio de las tumbas de sus caídos en el bosque.


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8 págs. / 14 minutos / 78 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Entorno Conveniente

Ambrose Bierce


Cuento


LA NOCHE

Una noche de mediados de verano, el hijo de un granjero que vivía a unos veinte kilómetros de la ciudad de Cincinnati, cruzaba un bosque denso y oscuro siguiendo un camino de herradura. Se había desorientado mientras buscaba unas vacas perdidas, y cerca ya de la medianoche se encontraba muy lejos de su casa, en una zona con la que no estaba familiarizado. Pero era un joven valiente y, como conocía la dirección aproximada en la que se hallaba su casa, se metió en el bosque sin vacilar, guiado por las estrellas. Al encontrarse, el camino de herradura y observar que iba en la dirección correcta, lo siguió.

La noche era clara, pero en el bosque estaba todo muy oscuro. El muchacho se mantenía en el camino más por el sentido del tacto que por el de la vista. La verdad es que no era fácil perderse, pues los matorrales de ambos lados eran tan espesos que resultaban casi impenetrables. Se había introducido ya en el bosque unos dos kilómetros cuando se sorprendió al ver un débil rayo de luz que brillaba a través del follaje que bordeaba el camino por el lado izquierdo. Ver aquello le sorprendió e hizo que su corazón empezara a latir poderosamente.

—La casa del viejo Breede debe estar por aquí —dijo para sí mismo—. Éste debe ser el otro lado del camino por el que llegamos a ella desde nuestra casa. ¿Pero qué será esa luz encendida?


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9 págs. / 16 minutos / 78 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Un Vigilante Junto al Muerto

Ambrose Bierce


Cuento


I

En una habitación del piso superior de una vivienda desocupada situada en esa parte de San Francisco que se conoce con el nombre de North Beach, yacía bajo una sábana el cadáver de un hombre. La hora estaba próxima a las nueve de la noche; la habitación, apenas iluminada por una sola vela. Aunque el tiempo era bueno, las dos ventanas estaban cerradas con las persianas bajadas, contrariando la costumbre de dar mucho aire a los muertos. El mobiliario se componía tan sólo de tres piezas: un sillón, una pequeña mesita de lectura sobre la que estaba la vela y una mesa de cocina alargada sobre la cual estaba el cadáver del hombre. Los tres muebles, lo mismo que el cadáver, parecían haber sido llevados recientemente, pues un observador, de haber existido alguno, habría visto que no tenían polvo, mientras que el resto de la habitación tenía una capa espesa, e incluso había telarañas en los ángulos de las paredes.

Bajo la sábana podían perfilarse los rasgos del cuerpo, incluso los del rostro, pues tenían esa definición tan innaturalmente nítida que parece pertenecer a los rostros de los muertos, aunque en realidad es característica sólo de aquéllos que han sido desgastados por la enfermedad. Por el silencio de la habitación se podía deducir, correctamente, que no estaba situada en la parte delantera de la casa ni daba a una calle: en realidad sólo daba a un promontorio rocoso, pues la parte trasera del edificio se había asentado en una colina.


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13 págs. / 24 minutos / 78 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Elocuencia de los Fantasmas

Ambrose Bierce


Cuento


Testigo de un ahorcamiento

Un anciano llamado Daniel Baker, que vivía cerca de Lebanon (Iowa), fue acusado por sus vecinos de asesinar a un vendedor ambulante al que había permitido pernoctar en su casa. Esto ocurrió en 1853, cuando la venta ambulante era mucho más usual que ahora en el Oeste y realizarla implicaba un peligro considerable. Los buhoneros, con sus fardos al hombro, recorrían el país por caminos desiertos y se veían obligados a buscar la hospitalidad de los granjeros. De esta forma entraban en contacto con extraños personajes, algunos de los cuales no tenían el menor escrúpulo a la hora de ganarse la vida por medios que consideraban aceptables, como por ejemplo el asesinato. De vez en cuando se oía contar que uno de esos vendedores había llegado a casa de un tipo violento con su hato vacío y su bolsa llena y nadie había vuelto a saber más de él. Eso fue lo que ocurrió en el caso del «viejo Baker», como todos le llamaban (en los poblados del Oeste sólo se da tal apelativo a los ancianos a los que, al ser rechazados socialmente, se les echa en cara la edad): un buhonero llegó a su casa y no volvió a salir.


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Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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