Textos más populares esta semana de Ambrose Bierce | pág. 5

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autor: Ambrose Bierce


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El Pastor Haíta

Ambrose Bierce


Cuento


A pesar de los años y la experiencia, Haíta conservaba las ilusiones de la juventud. Sus pensamientos eran puros y amables porque su vida era sencilla y en su alma no cabía la ambición. Se levantaba al amanecer e iba a rezar al santuario de Hastur, el dios de los pastores, que lo escuchaba complacido. Después de cumplir este rito piadoso, Haíta abría la puerta del corral y con el corazón alegre sacaba a pacer a su rebaño, mientras comía una ración de queso y de torta de avena, deteniéndose, a veces, para recoger algunas fresas húmedas de rocío, o para abrevar su sed en el agua de los manantiales que bajaban de las colinas, engrosaban el arroyo que atravesaba el valle e iban a perderse quién sabe dónde.

Durante el largo día de verano, mientras sus ovejas arrancaban el buen pasto que los dioses hicieron crecer para ellas, o yacían con las patas delanteras debajo del pecho, rumiando indolentemente, Haíta, recostado a la sombra de un árbol o sentado en una roca, tocaba en su flauta de cañas una música tan dulce que en ocasiones vislumbraba con el rabillo del ojo a las deidades menores del bosque que se incorporaban de entre los matorrales para oírlo, y se desvanecían en cuanto quería volverse para mirarlas. De esto —porque acaso pensaba si no llegaría a convertirse en una de sus propias ovejas— dedujo solemnemente que la felicidad viene cuando no se la busca, pero que jamás la vemos si andamos tras ella. Porque después de Hastur, que nunca le concedió la merced de mostrarse a sus ojos, lo que Haíta más valoraba era el amistoso interés de sus vecinos, los tímidos inmortales del bosque y del arroyo. Al anochecer, llevaba de vuelta su rebaño al corral, se aseguraba de que la tranquera estuviese bien cerrada y se retiraba a su gruta para descansar y soñar.


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Golpe de Gracia

Ambrose Bierce


Cuento


La lucha había sido dura e incesante. Todos los sentidos lo atestiguaban: hasta el gusto de la batalla flotaba en el aire. Pero ya había terminado; sólo quedaba auxiliar a los heridos y enterrar a los muertos...; "limpiar un poco", como decía el humorista del pelotón de sepultureros. Era bastante lo que había que limpiar. Hasta donde abarcaba la vista dentro del bosque, entre los árboles descuajados, veíanse restos de hombres y caballos, entre los que se movían los camilleros recogiendo y transportando a los pocos que daban señales de vida. La mayor parte de los heridos habían muerto desangrados, cuando hasta el derecho de atenderlos se hallaba en disputa. Los heridos tenían que esperar, reglamentaban las ordenanzas del ejército. La mejor manera de cuidarlos es ganar la batalla. Debe admitirse que la victoria es una indudable ventaja para un hombre que necesita atención médica, pero muchos no viven para sacarle partido.

Los muertos eran puestos en hilera, en grupos de quince o veinte, mientras se cavaban las fosas que habían de recibirlos. A algunos, que estaban demasiado lejos, se les enterraba donde habían caído. Nadie se esforzaba demasiado por identificarlos, aunque en la mayoría de los casos los pelotones de enterradores que espigaban en el mismo terreno que contribuyeran a segar anotaban los nombres de los muertos victoriosos. A las bajas enemigas, ya era bastante que las contaran. Aunque esto tenía su compensación, porque a muchos los contaban varias veces; de ahí que el total que aparecía en el comunicado del comandante vencedor denotaba más bien una esperanza que un resultado.


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Uno de los Desaparecidos

Ambrose Bierce


Cuento


Jerome Searing, soldado raso del ejército del general Sherman, que entonces combatía al enemigo en Kermesaw Mountain, Georgia, dio la espalda al pequeño grupo de oficiales con los que había estado conversando en voz baja, atravesó una estrecha franja de trincheras y desapareció en el bosque. Ninguno de los hombres alineados tras las trincheras le dijo una palabra, y apenas él les dirigió un movimiento de cabeza al pasar, pero todos los que lo vieron comprendieron que a aquel valiente acababan de confiarle una misión peligrosa. Jerome Searing, aunque era soldado raso, no servía en las filas; por razones de servicio estaba destacado en el cuartel general de la división, y en las listas figuraba como asistente. «Asistente» es una palabra que comprende multitud de obligaciones. Un asistente puede ser un mensajero, un oficinista, el criado de un oficial... cualquier cosa. Puede realizar servicios que no están previstos en las instrucciones y reglamentaciones militares. Su naturaleza puede depender de las aptitudes del asistente, del favor de otros o de la mera casualidad. El soldado Searing, un incomparable tirador, joven, fuerte, inteligente e insensible al miedo, era explorador. Al general que comandaba su división no le satisfacía obedecer ciegamente las órdenes, sin saber qué era lo que había frente a sus tropas, incluso cuando éstas no se hallaban destacadas en servicio y sólo formaban una fracción del ejército en línea; ni le agradaba recibir la información por sus vis—á—vis a través de los canales acostumbrados, Quería saber más de lo que le informaban los mandos del ejército y los choques entre los destacamentos y los tiradores. Para ello estaba Jerome Searing, con su audacia extraordinaria, su conocimiento del bosque, sus observadores ojos y su veracidad en el relato.


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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Muerte de Halpin Frayser

Ambrose Bierce


Cuento


I

Porque la muerte provoca cambios más importantes de lo que comúnmente se cree. Aunque, en general, es el espíritu el que, tras desaparecer, suele volver y es en ocasiones contemplado por los vivos (encarnado en el mismo cuerpo que poseía en vida), también ha ocurrido que el cuerpo haya andado errante sin el espíritu. Quienes han sobrevivido a tales encuentros manifiestan que esas macabras criaturas carecen de todo sentimiento natural, y de su recuerdo, a excepción del odio. Asimismo, se sabe de algunos espíritus que, habiendo sido benignos en vida, se transforman en malignos después de la muerte.

Hali.

Una oscura noche de verano, un hombre que dormía en un bosque despertó de un sueño del que no recordaba nada. Levantó la cabeza y, después de fijar la mirada durante un rato en la oscuridad que le rodeaba, dijo: «Catherine Larue». No agregó nada más; ni siquiera sabía por qué había dicho eso.

El hombre se llamaba Halpin Frayser. Vivía en Santa Helena, pero su paradero actual es desconocido, pues ha muerto. Quien tiene el hábito de dormir en los bosques sin otra cosa bajo su cuerpo que hojarasca y tierra húmeda, arropado únicamente por las ramas de las que han caído las hojas y el cielo del que la tierra procede, no puede esperar vivir muchos años, y Frayser ya había cumplido los treinta y dos. Hay personas en este mundo, millones, y con mucho las mejores, que consideran tal edad como avanzada: son los niños. Para quienes contemplan el periplo vital desde el puerto de partida, la nave que ha recorrido una distancia considerable parece muy próxima a la otra orilla. Con todo, no está claro que Halpin Frayser muriera por estar a la intemperie.


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Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Mi Crimen Favorito

Ambrose Bierce


Cuento


Después de haber asesinado a mi padre en circunstancias singularmente atroces, fui arrestado y enjuiciado en un proceso que duró siete años. Al exhortar al jurado, el juez de la Corte de Absoluciones señaló que el mío era uno de los más espantosos crímenes que había tenido que juzgar.

A lo que mi abogado se levantó y dijo:

—Si Vuestra Señoría me permite, los crímenes son horribles o agradables sólo por comparación. Si conociera usted los detalles del asesinato previo de su tío que cometió mi cliente, advertiría en su último delito (si es que delito puede llamarse) una cierta indulgencia y una filial consideración por los sentimientos de la víctima. La aterradora ferocidad del anterior asesinato era verdaderamente incompatible con cualquier hipótesis que no fuera la de culpabilidad, y de no haber sido por el hecho de que el honorable juez que presidió el juicio era el presidente de la compañía de seguros en la que mi cliente tenía una póliza contra riesgos de ahorcamiento, es difícil estimar cómo podría haber sido decentemente absuelto. Si Su Señoría desea oírlo, para instrucción y guía de la mente de Su Señoría, este infeliz hombre, mi cliente, consentirá en tomarse el trabajo de relatarlo bajo juramento.

El Fiscal del Distrito dijo:

—Me opongo, Su Señoría. Tal declaración podría ser considerada una prueba, y los testimonios del caso han sido cerrados. La declaración del prisionero debió presentarse hace tres años, en la primavera de 1881.

—En sentido estatutario —dijo el juez— tiene razón, y en la Corte de Objeciones y Tecnicismos obtendría un fallo a su favor. Pero no en una Corte de Absoluciones. Objeción denegada.

—Recuso —dijo el Fiscal de distrito.


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9 págs. / 17 minutos / 71 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Una Tumba Sin Fondo

Ambrose Bierce


Cuento


Me llamo John Brenwalter. Mi padre, un borracho, logró patentar un invento para fabricar granos de café con arcilla; pero era un hombre honrado y no quiso involucrarse en la fabricación. Por esta razón era sólo moderadamente rico, pues las regalías de su muy valioso invento apenas le dejaban lo suficiente para pagar los gastos de los pleitos contra los bribones culpables de infracción.

Fue así que yo carecí de muchas de las ventajas que gozan los hijos de padres deshonestos e inescrupulosos, y de no haber sido por una madre noble y devota (quien descuidó a mis hermanos y a mis hermanas y vigiló personalmente mi educación), habría crecido en la ignorancia y habría sido obligado a asistir a la escuela. Ser el hijo favorito de una mujer bondadosa es mejor que el oro.

Cuando yo tenía diecinueve años, mi padre tuvo la desgracia de morir. Había tenido siempre una salud perfecta, y su muerte, ocurrida a la hora de cenar y sin previo aviso, a nadie sorprendió tanto como a él mismo. Esa misma mañana le habían notificado la adjudicación de la patente de su invento para forzar cajas de caudales por presión hidráulica y sin hacer ruido. El Jefe de Patentes había declarado que era la más ingeniosa, efectiva y benemérita invención que él hubiera aprobado jamás. Naturalmente, mi padre previó una honrosa, próspera vejez. Es por eso que su repentina muerte fue para él una profunda decepción. Mi madre, en cambio, cuyas piedad y resignación ante los designios del Cielo eran virtudes conspicuas de su carácter, estaba aparentemente menos conmovida. Hacia el final de la comida, una vez que el cuerpo de mi pobre padre fue alzado del suelo, nos reunió a todos en el cuarto contiguo y nos habló de esta manera:


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8 págs. / 15 minutos / 70 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Un Vagabundo Infantil

Ambrose Bierce


Cuento


Difícilmente habría admirado usted al pequeño Jo si lo hubiera visto de pie en la esquina de una calle bajo la lluvia. Aparentemente se trataba de una tormenta otoñal ordinaria, pero el agua que caía sobre Jo (que no era lo bastante mayor para ser justo o injusto, por lo que quizás no entrara bajo la ley de la distribución imparcial) parecía tener una propiedad peculiar: uno diría que era oscura y adhesiva; pegajosa. Pero resulta difícil que fuera así, incluso en Blackburg, donde ocurrían algunas cosas que se salían bastante de lo común.

Por ejemplo, diez o doce años antes había caído una lluvia de ranas pequeñas, tal como atestiguó creíblemente una crónica contemporánea, que concluía con una afirmación, algo oscura, en el sentido de que el cronista consideraba que significaba un buen momento para el progreso de los franceses.

Años más tarde había caído sobre Blackburg una nevada carmesí; en Blackburg hace frío durante el invierno y las nevadas son frecuentes y copiosas. Mas no cabía ninguna duda al respecto: en aquel caso la nieve tenía el color de la sangre y al fundirse en agua seguía manteniendo esa tonalidad, aunque fuera agua y no sangre. El fenómeno había atraído una amplia atención y la ciencia había dado tantas explicaciones como científicos hubo que se preocuparon por ello, sin llegar a saber nada. Pero los hombres de Blackburg —hombres que durante muchos años habían vivido precisamente donde cayó la nieve roja, y podía suponerse que sabían mucho sobre el asunto— sacudieron la cabeza y dijeron que algo iba a pasar.


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Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Una Dama de Redhorse

Ambrose Bierce


Cuento


Coronado, 20 de junio.

Cada vez estoy más interesada en él. No es, estoy segura, su... ¿Conoces algún buen sustantivo que corresponda al epíteto «guapo»? No me gusta decir «belleza» cuando hablo de un hombre. Es harto guapo, Dios lo sabe. Cuando está en sus mejores momentos, que siempre lo son, ni siquiera confiaría en ti... la más fiel de las esposas. No creo que la fascinación de su trato tenga mucho que ver con ello. Bien sabes que el encanto del arte reside en algo indefinible, e imagino que para nosotras, mi querida Irene, el arte que estamos considerando es menos indefinible que para dos muchachas recién presentadas en sociedad. Sé de qué manera mi apuesto caballero obtiene muchos de sus efectos y hasta podría darle algunos consejos para que los realzara. Sea como fuere, sus modales son deliciosos. En este hombre, sospecho, lo que más me atrae es la inteligencia. Su conversación es la más seductora que he oído y no puede compararse con la de ningún otro. Parece conocerlo todo, y tiene que ser así porque lo ha leído todo, ha estado en todas partes, ha visto cuanto había que ver —a veces, creo, más de lo que conviene— y está relacionado con la gente más rara. Y su voz, Irene... Cuando la oigo, siento que debería pagar para oírla, aunque soy dueña de ella, claro está, cuando se dirige a mí.

3 de julio.


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7 págs. / 12 minutos / 63 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Jarra de Sirope

Ambrose Bierce


Cuento


Este relato comienza con la muerte de su protagonista. Silas Deemer falleció el dieciséis de julio de 1863 y, dos días después, sus restos recibieron sepultura. Su entierro, según el periódico local, fue «muy concurrido», pues todos los hombres, mujeres y hasta los más jóvenes de su pueblo le habían conocido personalmente. De acuerdo con una costumbre de la época, el féretro fue abierto junto a la tumba para que los amigos y vecinos asistentes desfilaran ante él y pudieran contemplar, por última vez, el rostro del finado. Después, a la vista de todos, Silas Deemer fue inhumado. Se puede afirmar que, aunque no todos los presentes estuvieran muy atentos, el sepelio no pasó inadvertido y cumplió las formalidades exigidas: Silas estaba indudablemente muerto y nadie podría mencionar un solo fallo en la ceremonia que hubiera justificado su regreso desde la tumba. Sin embargo, y a pesar de que el testimonio humano tiene siempre una gran validez en cualquier situación (incluso una vez consiguió acabar con la brujería en Salem), Silas regresó.

Olvidé señalar que estos hechos tuvieron lugar en el pueblecito de Hillbrook, donde Silas había vivido durante treinta y un años. Su profesión fue la que en algunas partes de la Unión (país libre reconocido) se conoce como tendero; es decir, tenía un comercio en el que vendía las mercancías propias de este tipo de negocios. Nadie puso nunca su honradez, al menos por lo que sabemos, en tela de juicio, pues todo el mundo le tenía en gran estima. Los más exigentes hubieran podido reprocharle un celo riguroso en su actividad. No lo hicieron, aunque a otros que mostraban menos interés en su trabajo se les juzgaba con más severidad. El negocio de Silas era, en su mayor parte, de su propiedad, y eso, probablemente, pueda haber supuesto una diferencia.


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Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Solicitante

Ambrose Bierce


Cuento


Abriéndose paso entre la capa de nieve que había caído la noche anterior, que le llegaba hasta las espinillas, y estimulado por la alegría de su hermana pequeña que lo seguía por el camino que él iba abriendo, el hijo del ciudadano más distinguido de Grayville, un muchacho pequeño y robusto, chocó uno de sus pies con algo que no resultaba visible bajo la superficie de la nieve. El propósito de esta narración es explicar cómo llegó hasta allí.

Nadie que hubiera tenido la suerte de pasar por Grayville durante el día podía dejar de observar el gran edificio de piedra que coronaba la colina baja situada al norte de la estación del ferrocarril: es decir, hacia la derecha si uno se dirigía a Great Mowbray. Es un edificio de aspecto algo insípido, del estilo "comatoso temprano", que parecía haber sido construido por un arquitecto que huía de la publicidad, y aunque no pudo ocultar su obra —en este caso incluso se vio obligado a mostrarla, por tener que situarla a la vista de los hombres, sobre un promontorio—, hizo honestamente todo lo que pudo para asegurarse de que nadie le echara una segunda mirada. Por lo que concierne a su aspecto exterior y visible, el Hogar de Hombres Ancianos Abersush es incuestionablemente poco hospitalario por lo que se refiere a la atención humana.


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6 págs. / 11 minutos / 57 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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