El Señor Bergeret en París
Anatole France
Novela
I
Mientras el señor Bergeret tomaba su frugal cena, tenía a sus pies a Riquet echado sobre un almohadón. El alma de Riquet era religiosa; tributaba al hombre honores divinos y juzgaba magnánimo y poderoso a su dueño; pero, sobre todo al verle sentado a la mesa, reconocía la magnanimidad y el poder soberanos del señor Bergeret, porque si bien todos los alimentos eran para él agradables y preciosos, en particular el alimento humano parecíale augusto. Veneraba el comedor como si fuera un templo, y la mesa del comedor, como un altar. Mientras comía su dueño, Riquet aguardaba inmóvil y silencioso a sus pies.
—¡Mire qué pollito tan bien cebado! —advirtió la anciana Angélica al dejar la fuente sobre la mesa.
—Hágame el favor de trincharlo —dijo el señor Bergeret, poco diestro en el manejo de las armas e incapaz de hacer las veces de escudero trinchante.
—Con mucho gusto —afirmó Angélica—; pero no es a las mujeres, sino a los hombres, a quienes corresponde trinchar las aves.
—Yo no sé trinchar.
—El señor debiera saber.
Dominio público
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Publicado el 23 de febrero de 2019 por Edu Robsy.