Textos más vistos de Anatole France no disponibles

Mostrando 1 a 10 de 15 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Anatole France textos no disponibles


12

El Cristo del Océano

Anatole France


Cuento


Aquel año, muchos de los habitantes de Saint—Valery que habían salido a pescar, murieron ahogados en el mar. Se hallaron sus cuerpos arrojados por las olas a la playa junto a los despojos de sus barcas y, durante nueve días, por la ruta empinada que conduce a la iglesia, se vieron pasar los ataúdes transportados por los suyos y seguidos por las viudas llorosas, cubiertas con manto negro, como las mujeres de la Biblia. El patrón Jean Lenoël y su hijo Désiré fueron así colocados en la nave central, bajo la bóveda en la que ellos mismos habían colgado tiempo atrás, como ofrenda a Nuestra Señora, un barco con todos sus aparejos. Eran hombres justos y que temían a Dios. Y el señor Guillaume Truphème, párroco de Saint—Valery, después de haberles dado la absolución, dijo con una voz regada por las lágrimas:

—Jamás fueron sepultados en tierra sagrada, para esperar ahí el juicio de Dios, personas más honestas y mejores cristianos que Jean Lenoël y su hijo Désiré.

Y mientras las barcas con sus patrones perecían cerca de la costa, los grandes navíos naufragaban en alta mar, y no había día que el océano no devolviera algún despojo. Y sucedió que una mañana, unos chicos que trasladaban una barca vieron una figura flotando sobre el mar. Era la de Jesucristo, a tamaño natural, esculpida en madera resistente y si barnizar, que parecía una obra antigua. El buen Dios flotaba sobre el agua con los brazos extendidos. Los chicos lo sacaron a la orilla y lo llevaron a Saint—Valery. Tenía la frente ceñida por una corona de espinas; sus pies y sus manos estaban taladrados. Pero faltaban los clavos lo mismo que la cruz. Con los brazos aún abiertos para ofrecerse y bendecir, aparecía tal como lo habían visto José de Aritmatea y las santas mujeres en el momento de darle sepultura. Los chicos se lo entregaron al párroco Truphème que les dijo:


Información texto

Protegido por copyright
4 págs. / 7 minutos / 370 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Rebelión de los Ángeles

Anatole France


Novela


Capítulo I

Que contiene en pocas líneas la historia de una familia francesa, desde 1879 hasta nuestros días.

El hotel D’Esparvieu yergue sus tres pisos austeros a la sombra de San Sulpicio, entre un patio verde y musgoso y un jardín de vez en cuando estrechado por las edificaciones cada vez más elevadas y más próximas, en el cual dos añosos castaños alzan aún sus copas marchitas. Allí vivió, desde 1825 a 1857, Alejandro Bussart D’Esparvieu, que dio lustre a su familia y fue vicepresidente del Consejo de Estado con el Gobierno de julio, miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas, y autor del Estudio acerca de las instituciones civiles y religiosas de los pueblos, en tres volúmenes en octavo; obra que, por desgracia, quedó sin terminar.

Este eminente teórico de la monarquía liberal dejó por heredero de su sangre, de su fortuna y de su gloria, a Fulgencio Adolfo Bussart D’Esparvieu, senador bajo el segundo Imperio quien acrecentó considerablemente su patrimonio con la compra de terrenos que más adelante serían cruzados por la avenida de la Emperatriz, y pronunció un discurso notable en defensa del poder temporal de los Papas.

Fulgencio tuvo tres hijos: el mayor, Marcos Alejandro, que ingresó en el Ejército y llegó a general, hablaba bien; segundo, Cayetano que no reveló ninguna especial aptitud, solía vivir en el campo, domaba potros, iba de caza o se entretenía con los pinceles y con la música; el último, Renato que desde su infancia fue inducido a seguir la carrera de la Magistratura presentó la dimisión de su cargo para librarse de aplicar los decretos de Ferry acerca de las Congregaciones y cuando más adelante vio renacer bajo la presidencia de Falliéres los tiempos de Decio y de Diocleciano, puso toda su ciencia y su actividad al servicio de la Iglesia perseguida.


Información texto

Protegido por copyright
218 págs. / 6 horas, 21 minutos / 396 visitas.

Publicado el 3 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Los Dioses tienen Sed

Anatole France


Novela


I

Évariste Gamelin, pintor, discípulo de David, miembro de la Sección de Pont Neuf hasta entonces llamada «de Henri IV», fue muy de mañana a la antigua iglesia de los Barnabitas, que servía desde el 21 de mayo de 1790 —tres años atrás— de residencia a la Asamblea general de la Sección. La iglesia se alzaba en una plaza sombría y angosta, junto a la verja de la Audiencia; en su fachada, compuesta de dos órdenes clásicos, entristecida por la pesadumbre del tiempo y por las injurias de los hombres, habían sido mutilados los emblemas religiosos, y sobre la puerta estaba escrita con letras negruzcas la divisa republicana: LIBERTAD - IGUALDAD - FRATERNIDAD - O LA MUERTE. Évariste Gamelin entró en la nave; las bóvedas en donde habían resonado las voces de los clérigos de la Congregación de San Pablo, revestidos con los roquetes para loar al Señor, cobijaban a los patriotas con gorro frigio convocados para elegir a los magistrados municipales y deliberar acerca de los asuntos de la Sección. Las imágenes de los santos habían sido arrojadas de sus hornacinas, donde las reemplazaron los bustos de Bruto, de Jean-Jacques Rousseau y de Le Pelletier. La mesa de los Derechos del Hombre ocupaba el sitio del altar desmantelado.


Información texto

Protegido por copyright
213 págs. / 6 horas, 13 minutos / 537 visitas.

Publicado el 26 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Bonaparte en San Miniato

Anatole France


Cuento


Tras haber ocupado Livorno y haber cerrado su puerto a los navíos ingleses, el general Bonaparte se dirigió a Florencia para visitar a Fernando III, gran duque de Toscana que, entre todos los príncipes de Europa era el único que había mantenido de buena fe sus compromisos para con la República. Como prueba de estima y confianza, fue sin escolta, con su Estado Mayor. Se le mostró el escudo de armas de los Buonaparte esculpido sobre el dintel de una antigua casa. Él sabía que una rama de su familia había vivido antaño en Florencia y que aún existía un último vástago. Era un canónigo de San Miniato, de ochenta años. Pese a los asuntos urgentes, deseaba hacerle una visita. Los sentimientos naturales eran muy fuertes en Napoleón Bonaparte.

La víspera de su partida, por la tarde, fue con algunos de sus oficiales a San Miniato, cuya colina coronada por torres y murallas se yergue a una media legua al sur de Florencia.

El anciano canónigo Bonaparte acogió con noble amenidad a su joven pariente y a los franceses que le acompañaban. Eran Berthier, Junot, el oficial de pagos Chauvet y el teniente Thézard. Les ofreció una cena a la italiana en la que no faltaron ni las grullas de Peretola, ni el lechón a las hierbas aromáticas, ni los mejores vinos de Toscana, de Nápoles y de Sicilia. Él mismo brindó por el éxito de sus ejércitos. Republicanos como Bruto, bebieron por la patria y por la libertad. Su anfitrión les dejó hacer puesto que no podía impedirlo. Luego, volviéndose hacia el general que había colocado a su derecha:


Información texto

Protegido por copyright
7 págs. / 12 minutos / 162 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Los Panes de Centeno

Anatole France


Cuento


En aquel tiempo, Nicolas Nerli era banquero en la noble ciudad de Florencia. A la hora de tercia se encontraba ya sentado ante su pupitre, y a la hora de nona aún estaba allí sentado, haciendo cuentas todo el día en sus tablillas. Nicolas Nerli prestaba dinero al Emperador y al Papa. Era audaz y desconfiado. Había adquirido grandes riquezas y despojado a mucha gente. Por ello era respetado en la ciudad de Florencia. Vivía en un palacio en el que la luz que Dios creó no entraba sino por estrechas ventanas; eso era por prudencia, pues la mansión de un rico debe ser como una ciudadela y los que poseen grandes bienes hacen bien en defender por la fuerza lo que han adquirido por la astucia.

El palacio de Nicolas Nerli se encontraba pues provisto de rejas y cadenas. En su interior, los muros estaban decorados con pinturas de expertos maestros que habían representado en ellas las Virtudes, los patriarcas, los profetas y los reyes de Israel. Los tapices expuestos en las habitaciones ofrecían a la vista las historias de Alejandro y de César. Nicolas Nerli hacía brillar su riqueza por toda la ciudad por medio de fundaciones piadosas.


Información texto

Protegido por copyright
3 págs. / 6 minutos / 137 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Adrienne Buquet

Anatole France


Cuento


Cuando estábamos terminando de cenar en el restaurante Laboullée me dijo:

—Lo admito, todos esos hechos relacionados con un estado aún mal definido del organismo como doble visión, sugestión a distancia o presentimientos verídicos, la mayor parte del tiempo no son constatados de una manera suficientemente rigurosa como para satisfacer todas las exigencias de la crítica científica. Casi todos se basan en testimonios que, aunque sinceros, dejan subsistir algo de incertidumbre acerca de la naturaleza del fenómeno. Esos hechos están aún mal definidos, lo admito. Pero su posibilidad ya no plantea dudas para mí desde el momento en que yo mismo he constatado uno. Por pura casualidad, pude reunir todos los elementos de observación. Puedes creerme cuando te digo que he procedido metódicamente y he puesto cuidado en evitar cualquier causa de error. —Mientras articulaba estas frases, el joven doctor Laboullée golpeaba con las dos manos su pecho hundido, atiborrado de folletos y, por encima de la mesa, acercaba hacia mí su cráneo agresivo y calvo—. Sí, querido amigo, —añadió— por una suerte única, uno de esos fenómenos clasificados por Myers y Podmore bajo la denominación de «fantasmas de vivos», se desarrolló en todas sus fases ante los ojos de un hombre de ciencia. Lo constaté todo, lo anoté todo.

—Te escucho.

—Los hechos —continuó Laboullée— se remontan al verano de 1891. Mi amigo Paul Buquet, del que te he hablado con frecuencia, vivía entonces con su esposa en un pequeño apartamento de la calle de Grenelle, frente a la fuente. ¿Conoces a Buquet?

—Lo he visto dos o tres veces. Es un chico grueso, con una barba hasta los ojos. Su mujer es morena, pálida, de grandes facciones y grandes ojos grises.


Información texto

Protegido por copyright
7 págs. / 12 minutos / 170 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Huevo Rojo

Anatole France


Cuento


El doctor N. depositó su taza de café sobre la chimenea, arrojó su cigarro al fuego y me dijo:

—Querido amigo, hace tiempo contó usted el extraño suicidio de una mujer atormentada por el terror y los remordimientos. Su naturaleza era fina y su cultura exquisita. Sospechosa de complicidad en un crimen del que había sido testigo mudo, desesperada por su irreparable cobardía, agitada por continuas pesadillas en las que veía a su marido muerto y descompuesto señalándola con el dedo a los curiosos magistrados, era la víctima inerte de su exacerbada sensibilidad. En este estado, una circunstancia insignificante y fortuita decidió su suerte. Su sobrino pequeño vivía con ella. Una mañana, como de costumbre, estaba haciendo sus deberes en el comedor. Ella estaba presente. El chiquillo se puso a traducir palabra por palabra unos versos de Sófocles. Iba pronunciando en voz alta los términos griegos y franceses a medida que los iba escribiendo: «La cabeza divina de Yocasta está muerta… arrancándose la cabellera, llama a Laïs muerto… vimos a la mujer ahorcada». Hizo una rúbrica con tal fuerza que agujereó el papel, sacó la lengua manchada de tinta y luego cantó: «Ahorcada, ahorcada, ahorcada». La desgraciada, cuya voluntad estaba destruida, obedeció sin defensa a la sugestión de la palabra que había escuchado por tres veces. Se levantó, sin voz, sin mirada, y entró en su habitación. Varias horas después, el comisario de policía requerido para constatar la muerte violenta, hizo esta reflexión: «He visto a bastantes mujeres suicidadas, pero es la primera vez que veo a una ahorcada».


Información texto

Protegido por copyright
9 págs. / 16 minutos / 76 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Pozo de Santa Clara

Anatole France


Cuento


Prólogo. El R. P. Adone Doni


Τὰ γὰρ φυσιχὰ, χαὶ τὰ ἠθιχὰ, ὰλλὰ χαὶ τὰ, μαθημτιχὰ, χαὶ τοὺς ἐγχυχλίουϛ λόγος, χαὶ περὶ, τεχνὦν πἆσαν εἶχεν ἐμπειρίαν.

(Laert. IX, 37).
 

Me encontraba en Siena, durante la primavera. Ocupado todo el día haciendo minuciosas investigaciones en los archivos de la ciudad, iba a pasearme por la tarde, después de comer, por el agreste camino del Monte Oliveto, donde a la hora del crepúsculo grandes bueyes blancos uncidos arrastraban, como en tiempos del viejo Evandro, un rústico carro de plenas ruedas. Las campanas de la ciudad plañían la muerte tranquila del día; y la púrpura de la tarde descendía con majestad melancólica sobre la baja cadena de las colinas. Cuando ya los negros escuadrones de las cornejas habían asaltado las murallas, un gavilán, solitario en el cielo de ópalo, giraba con las alas inmóviles sobre una encina aislada.

Y proseguía adelante, circundado del silencio, de la soledad y de los dulces terrores que se agigantaban ante mí. La marea de la noche envolvía insensiblemente el campo. La mirada infinita de las estrellas parpadeaba en el cielo. Y en las sombras, las moscas de luz hacían palpitar sobre los matorrales su luz amorosa.

Estas chispas animadas cubren por las noches de Mayo toda la campiña de Roma, de la Umbría y de la Toscana. Yo las había visto antaño sobre la vía Apia, en torno de la tumba de Cecilia Metela, donde hace dos mil años que vienen a danzar. Encontrábalas en la tierra de Santa Catalina y de la Pía, d’Tolomei, a las puertas de esta ciudad de Siena, dolorosa y amable. A todo lo largo de mi camino vibraban entre las hierbas y los arbustos, se rondaban, y en ocasiones, como respondiendo a la apelación del deseo, trazaban sobre el camino el arco inflamado de su vuelo.


Información texto

Protegido por copyright
152 págs. / 4 horas, 27 minutos / 111 visitas.

Publicado el 12 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Señor Thomas

Anatole France


Cuento


Conocí a un juez austero. Se llamaba Thomas de Maulan y pertenecía a la pequeña nobleza provinciana. Se había dedicado a la magistratura durante el septenio del mariscal Mac—Mahon, con la esperanza de impartir justicia un día en nombre del Rey. Tenía principios que él podía creer inamovibles, al no haberlos removido jamás. Tan pronto como se remueve un principio, se encuentra algo debajo y se comprueba que no era un principio. Thomas de Maulan mantenía cuidadosamente al abrigo de su curiosidad sus principios religiosos y sus principios sociales.


Información texto

Protegido por copyright
5 págs. / 10 minutos / 104 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Asador de la Reina Pie de Oca

Anatole France


Novela


I

Tengo intención de relatar los hechos más singulares de mi vida. Los hay hermosos y extraños. Rememorándolos, yo mismo dudo si no los habré soñado. Conocí a un caballero gascón del que no puedo decir que fuera prudente, pues murió de forma lamentable, pero que pronunció una noche, en la isla de los Cisnes, palabras sublimes que he tenido la suerte de recordar y el cuidado de poner por escrito. Esas palabras se referían a la magia y a las ciencias ocultas, que hoy en día gozan de gran predicamento. No se habla de otra cosa que de Rosacruz. Por lo demás, no me jacto de merecer gran honor por esas revelaciones. Algunos dirán que lo he inventado todo y que ésa no es la verdadera doctrina; otros, que sólo he dicho lo que todo el mundo sabía. Confieso que no estoy muy instruido en la Cabala, pues mi maestro pereció al comienzo de mi iniciación. Pero lo poco que aprendí de su arte me hace suponer vehementemente que todo es ilusión, error y vanidad. Basta, por otra parre, que la magia sea contraria a la religión para que yo la rechace con todas mis fuerzas. Sin embargo, creo que debo explicarme sobre un punto de esta falsa ciencia para que no se me juzgue aún más ignorante de lo que soy. Sé que los cabalistas piensan generalmente que los Silfos, las Salamandras, los Elfos, los Gnomos y los Gnómidas nacen con un alma tan perecedera como su cuerpo y que adquieren la inmortalidad por sus relaciones con los magos. Mi cabalista, por el contrario, enseñaba que la vida eterna no puede ser otorgada por ninguna criatura, sea terrestre o aérea. Yo he seguido su opinión, sin pretender juzgarla.


Información texto

Protegido por copyright
225 págs. / 6 horas, 34 minutos / 120 visitas.

Publicado el 13 de septiembre de 2017 por Edu Robsy.

12