La Máscara
Ángel de Estrada
Cuento
Aparto el libro. Desde la mesa de trabajo contemplo, entre el humo del cigarro, una estatuita de Minerva.
El casco de bronce cubre su helénica cabeza varonil, y su recio pelo de bronce se escurre por el casco sobre sus hombros admirables. Con una mano embraza el escudo, y con la otra sostiene una Victoria que ofrece un gajo de laurel. En el pedestal, un bajo-relieve evoca las Panateneas, con sus teorías de ancianos y de vírgenes, sus ofrendas, sus misterios y sus símbolos.
Sobre su rostro han puesto un antifaz de Carnaval, y así veo sus ojos á través de los ojos de terciopelo negro.
Canta el bronce:
— Salí con mis armas de la cabeza de Júpiter, al golpe del hacha de Vulcano. Fuí griega de corazón, y en Atenas me hice diosa. Amé á sus labradores, les dí castas mujeres y bendije el surco con el germen del olivo. Enseñé á sus navegantes á tender la vela al viento, y al viento á respetar sus naves. De sus doncellas tomé los dedos y les dí el rítmico impulso elaborante de las túnicas que caen como armonía de líneas, sobre el nativo encanto de los cuerpos. Fuí huésped de pórticos y templos, de plazas y palacios, y no hay bajo-relieve, ni capitel, ni estatua, donde mis dedos no hayan suavizado un rasgo, inspirado la ley de la perenne gracia. Los filósofos me amaron, pues se irguió en mi casco la celeste Esfinge, y fuí la sabiduría; y dije en el estadio á los corceles, voláis al correr, como el divino pensamiento cuando crea. Fuí inmaculada virgen y guerrera varonil. Los dardos de Amor cayeron sin impulso bajo la frialdad de mis ojos, y con la Sicilia aplasté al gigante, asegurando el imperio de los dioses.
Dominio público
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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.