Bécquer
Ángel de Estrada
Cuento
Yo he asistido á una evocación que se hizo en mi espíritu casi carne y alma, en una antigua posesión jesuítica.
Acabábamos de cruzar la única nave de la iglesia para ver su atrio. Los viejos ladrillos agrietados, se erizaban de musgos, dentro de un parapeto en semi-círculo. A veinte metros, una ranchería ruinosa, vivienda de antiguos esclavos, envejecía á la sombra de algarrobos seculares. Nos detuvimos al pie del templo. Los techos de teja remedaban calados góticos de firme y burdo dibujo, en el aire sutilizado de la tarde.
Las ojivas con láminas de cera, cubiertas del polvo empedernido de los años; las torres unidas por anguloso puente descascarado; los esquilones sin lengua, rotos y verdeantes, acrecían la soledad desamparada del paisaje. Desde el atrio se veía el valle, cerrado por sierras de violento perfil al oeste, y al este empenachadas de fraguas de oro, con humos, chispas y rayos que se perdían en las sombras arboladas de las bases. El espíritu, angustiado por la tristeza llena de pensamientos que exhalaba el templo meditabundo, quería fundirse como una nube en la sublime serenidad del ambiente.
Una acequia de diáfano raudal, con voz acariciadora, corría serpeante, y como voz de la tarde evocaba el Angelus de los antiguos indígenas.
Nos deslizamos después al cementerio, que tenía uno de sus lados en la pared del templo.
Dos ángeles de tosca madera presidían la vegetación espontánea del recinto, y varias tumbas, como cilindros truncos, asomaban á flor de tierra.
El aire parecía inmovilizado en el misterio del silencio, y la paz descendía del color del cielo, resbalando sobre los árboles que asomaban por las tapias.
Dominio público
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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.