I. Puntos de vista
Voy a hablar de Granada, o mejor dicho, voy a escribir sobre Granada
unos cuantos artículos para exponer ideas viejas con espíritu nuevo, y
acaso ideas nuevas con viejo espíritu; pero desde el comienzo dése por
sentado que mi intención no es cantar bellezas reales, sino bellezas
ideales, imaginarias. Mi Granada no es la de hoy: es la que pudiera y
debiera ser, la que ignoro si algún día será. Que por grandes que sean
nuestras esperanzas, nuestra fe en la fuerza inconsciente de las cosas,
por tan torcidos caminos marchamos las personas, que cuanto atañe al
porvenir se presta ahora menos que nunca a los arranques proféticos.
Esas ideas que, sin orden preconcebido, y pudiera decir con desorden
sistemático, irán saliendo como buenamente puedan, tienen el mérito, que
sospecho es el único, de no pertenecer a ninguna de las ciencias o
artes conocidas hasta el día y clasificadas con mejor o peor acierto por
los sabios de oficio; son, como si dijéramos, ideas sueltas, que están
esperando su genio correspondiente que las ate o las líe con los lazos
de la Lógica; las bautice con un nombre raro, extraído de algún lexicón
latino o griego, y las lance a la publicidad con toques previos de bombo
y platillo, según es de ritual en estos tiempos fatigados en que la
gente no sabe ya lo que las cosas son mientras los interesados no se
toman la molestia de colocarles un gran rótulo que lo declare. Para
entendernos, diré sólo que este arte nonnato puede ser definido
provisionalmente como un arte que se propone el embellecimiento de las
ciudades por medio de la vida bella, culta y noble de los seres que las
habitan.
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