Gusev
Antón Chéjov
Cuento
I
Las tinieblas se hacen mas espesas. Llega la noche.
Gusev, un soldado con la licencia absoluta, se incorpora en su litera y dice a media voz:
—Escucha, Pavel Ivanich; me ha contado un soldado que su barco se estrelló en aguas de la China, contra un pez tan grande como una montaña. ¿Es posible? Pavel Ivanich no contesta, como si no le hubiera oído.
El silencio reina de nuevo. El viento se pasea por entre los mástiles. La máquina las olas y las hamacas producen un ruido monótono; pero, habituado a él el oido desde hace mucho tiempo, casi no lo percibe, y diríase que todo, en torno, está, sumido en un sueño profundo.
El tedio gravita sobre los viajeros de la cámara hospital. Dos soldados y un marinero tornan enfermos de la guerra; se han pasado el día jugando a las cartas; pero, cansados de jugar, se han acostado, y duermen.
El mar parece algo picado. La litera en que está acostado Gusev, ora sube, ora baja, con lentitud, como un pecho anhelante. Algo ha sonado al caer al suelo, acaso una taza metálica.
— El viento ha roto sus cadenas y se pasea por el mar a su gusto — dice Gusev, el oído atento.
Ahora Pavel Ivanich no se calla, sino que tose y dice con voz irritada:
— ¡Dios mío, que bestia eres! Cuando no se te ocurre contar que un barco se estrelló contra un pez, dices que el viento ha roto sus cadenas, como si fuera un ser viviente...
— No lo digo yo, lo aseguran los buenos cristianos.
— Son tan ignorantes como tú. Hay que tener la cabeza sobre los hombros y no creer todas las tonterías one se cuentan. Hay que reflexionar y no acogerlo todo sin crítica, a ciegas.
Dominio público
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Publicado el 2 de marzo de 2019 por Edu Robsy.