En cierta ocasión, cuando era más joven y hermosa y
tenía mejor voz, se encontraba en la planta baja de su casa de campo con Nikolai
Petróvich Kolpakov, su amante. Hacía un calor insufrible, no se podía respirar.
Kolpakov acababa de comer, había tomado una botella de mal vino del Rin y se
sentía de mal humor y destemplado. Estaban aburridos y esperaban que el calor
cediese para ir a dar un paseo.
De pronto, inesperadamente, llamaron a la puerta.
Kolpakov, que estaba sin levita y en zapatillas, se puso en pie y miró
interrogativamente a Pasha.
—Será el cartero, o una amiga —dijo la cantante.
Kolpakov no sentía reparo alguno en que le viesen las
amigas de Pasha o el cartero, pero, por si acaso, cogió su ropa y se retiró a la
habitación vecina. Pasha fue a abrir. Con gran asombro suyo, no era el cartero
ni una amiga, sino una mujer desconocida, joven, hermosa, bien vestida y que, a
juzgar por las apariencias, pertenecía a la clase de las decentes.
La desconocida estaba pálida y respiraba fatigosamente,
como si acabase de subir una alta escalera.
—¿Qué desea? —preguntó Pasha.
La señora no contestó. Dio un paso adelante, miró
alrededor y se sentó como si se sintiera cansada o indispuesta. Luego movió un
largo rato sus pálidos labios, tratando de decir algo.
—¿Está aquí mi marido? —preguntó por fin, levantando
hacia Pasha sus grandes ojos, con los párpados enrojecidos por el llanto.
—¿Qué marido? —murmuró Pasha, sintiendo que del susto
se le enfriaban los pies y las manos—. ¿Qué marido? — repitió, empezando a
temblar.
—Mi marido... Nikolai Petróvich Kolpakov.
—No... no, señora... Yo... no sé de quién me habla.
Información texto 'La Corista'