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La Estepa

Antón Chéjov


Novela corta


I

Una mañana de julio, a primera hora, una calesa destartalada sin resortes dejó la ciudad de N., cabeza de distrito de la provincia de Z., y avanzó con gran ruido por la carretera de postas. Era una de esas calesas antediluvianas que sólo utilizan en Rusia los viajantes de comercio, los tratantes de ganado y los curas pobres. Traqueteaba y crujía al menor movimiento, y un cubo suspendido de la parte posterior le hacía tristemente eco. Bastaban esos ruidos, unidos a los lamentables jirones de cuero que pendían de su desgastada caja, para apreciar su vejez y juzgar cuán próximo estaba el momento de su desguace.

En la calesa viajaban dos vecinos de la ciudad de N.: el comerciante Iván Ivánich Kuzmichov, afeitado, con gafas y un sombrero de paja, más parecido a un funcionario que a un comerciante, y el padre Jristofor Siriski, párroco de la iglesia de San Nicolás, un viejo pequeño y con cabellos largos, vestido con un caftán de lona de color gris, un sombrero de copa de ala ancha y un cinturón bordado y pintado. El primero parecía concentrado en algún asunto y sacudía la cabeza para ahuyentar el sueño; en su rostro la sequedad habitual del hombre de negocios se entreveraba con la bondad de la persona que acaba de despedirse de su familia y de tomar un trago; el segundo contemplaba con asombro y ojos húmedos este mundo de Dios y esbozaba una sonrisa tan amplia que parecía extenderse hasta el ala de su sombrero de copa; tenía la cara roja, como aterida de frío. Tanto Kuzmichov como el padre Jristofor iban a vender lana. Al despedirse de sus allegados habían comido una buena cantidad de panecillos con nata agria y, a pesar de lo temprano de la hora, habían tomado una copa… Ambos estaban de un excelente humor.


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120 págs. / 3 horas, 30 minutos / 575 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

La Isla de Sajalín

Antón Chéjov


Viajes, crónica


I

NIKOLÁIEVSK-EN-EL-AMUR – EL VAPOR BAIKAL – EL CABO DE PRONGUE Y LA ENTRADA AL ESTUARIO – LA PENÍNSULA DE SAJALÍN – LA PÉROUSE, BROUGHTON, KRUZENSHTERN Y NEVELSKÓI – LOS EXPLORADORES JAPONESES – EL CABO DE DZHAORE – LA COSTA DE TARTARIA – DE CASTRIES

El 5 de julio de 1890 llegué en barco a la ciudad de Nikoláievsk, uno de los puntos más orientales de nuestra patria. El río Amur es aquí muy ancho y el mar se encuentra solo a veintisiete verstas. El lugar es majestuoso y hermoso, pero los recuerdos del pasado de esta región, las historias que contaban mis compañeros de viaje sobre el feroz invierno y las no menos feroces costumbres locales, la cercanía del penal y el propio aspecto de la ciudad, abandonada y moribunda, quitaban cualquier deseo de solazarse con el paisaje.


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350 págs. / 10 horas, 13 minutos / 651 visitas.

Publicado el 10 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

La Colección

Antón Chéjov


Cuento


Hace días pasé a ver a mi amigo, el periodista Misha Kovrov. Estaba sentado en su diván, se limpiaba las uñas y tomaba té. Me ofreció un vaso.

—Yo sin pan no tomo —dije—. ¡Vamos por el pan!

—¡Por nada! A un enemigo, dígnate, lo convido con pan, pero a un amigo nunca.

—Es extraño... ¿Por qué, pues?

—Y mira por qué... ¡Ven acá!

Misha me llevó a la mesa y extrajo una gaveta:

—¡Mira!

Yo miré en la gaveta y no vi definitivamente nada.

—No veo nada... Unos trastos... Unos clavos, trapitos, colitas...

—¡Y precisamente eso, pues y mira! ¡Diez años hace que reúno estos trapitos, cuerditas y clavitos! Una colección memorable.

Y Misha apiló en sus manos todos los trastes y los vertió sobre una hoja de periódico.


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1 pág. / 2 minutos / 1.043 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Lo Timó

Antón Chéjov


Cuento


En tiempos de antaño, en Inglaterra, los delincuentes condenados a la pena de muerte gozaban del derecho a vender en vida sus cadáveres a los anatomistas y los fisiólogos. El dinero obtenido de esta forma, aquellos se lo daban a sus familias o se lo bebían. Uno de ellos, pescado en un crimen horrible, llamó a su lugar a un científico médico y, tras negociar con él hasta el hartazgo, le vendió su propia persona por dos guineas. Pero al recibir el dinero él, de pronto, se empezó a carcajear...

—¿De qué se ríe? —se asombró el médico.

—¡Usted me compró a mí, como un hombre que debe ser colgado —dijo el delincuente carcajeándose—, pero yo lo timé a usted! ¡Yo voy a ser quemado! ¡Ja-já!


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1 pág. / 1 minuto / 1.526 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Una Apuesta

Antón Chéjov


Cuento


I

Era una oscura noche de otoño. El viejo banquero caminaba en su despacho, de un rincón a otro, recordando una recepción que había dado quince años antes, en otoño. Asistieron a esta velada muchas personas inteligentes y se oyeron conversaciones interesantes. Entre otros temas se habló de la pena de muerte. La mayoría de los visitantes, entre los cuales hubo no pocos hombres de ciencia y periodistas, tenían al respecto una opinión negativa. Encontraban ese modo de castigo como anticuado, inservible para los estados cristianos e inmoral. Algunos opinaban que la pena de muerte debería reemplazarse en todas partes por la reclusión perpetua.

—No estoy de acuerdo —dijo el dueño de la casa—. No he probado la ejecución ni la reclusión perpetua, pero si se puede juzgar a priori, la pena de muerte, a mi juicio, es más moral y humana que la reclusión. La ejecución mata de golpe, mientras que la reclusión vitalicia lo hace lentamente. ¿Cuál de los verdugos es más humano? ¿El que lo mata a usted en pocos minutos o el que le quita la vida durante muchos años?

—Uno y otro son igualmente inmorales —observó alguien— porque persiguen el mismo propósito: quitar la vida. El Estado no es Dios. No tiene derecho a quitar algo que no podría devolver si quisiera hacerlo.

Entre los invitados se encontraba un joven jurista, de unos veinticinco años. Al preguntársele su opinión, contestó:

—Tanto la pena de muerte como la reclusión perpetua son igualmente inmorales, pero si me ofrecieran elegir entre la ejecución y la prisión, yo, naturalmente, optaría por la segunda. Vivir de alguna manera es mejor que de ninguna.

Se suscitó una animada discusión. El banquero, por aquel entonces más joven y más nervioso, de repente dio un puñetazo en la mesa y le gritó al joven jurista:


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8 págs. / 14 minutos / 171 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Beso

Antón Chéjov


Cuento




El veinte de mayo a las ocho de la tarde las seis baterías de la brigada de artillería de la reserva de N, que se dirigían al campamento, se detuvieron a pernoctar en la aldea de Mestechki. En el momento de mayor confusión, cuando unos oficiales se ocupaban de los cañones y otros, reunidos en la plaza junto a la verja de la iglesia, escuchaban a los aposentadores, por detrás del templo apareció un jinete en traje civil montando una extraña cabalgadura. El animal, un caballo bayo, pequeño, de hermoso cuello y cola corta, no caminaba de frente sino un poco al sesgo, ejecutando con las patas pequeños movimientos de danza, como si se las azotaran con el látigo. Llegado ante los oficiales, el jinete alzó levemente el sombrero y dijo:

—Su Excelencia el teniente general Von Rabbek, propietario del lugar, invita a los señores oficiales a que vengan sin dilación a tomar el té en su casa...

El caballo se inclinó, se puso a danzar y retrocedió de flanco; el jinete volvió a alzar levemente el sombrero, y un instante después desapareció con su extraña montura tras la iglesia.

—¡Maldita sea! —rezongaban algunos oficiales al dirigirse a sus alojamientos—. ¡Con las ganas que uno tiene de dormir y el Von Rabbek ese nos viene ahora con su té! ¡Ya sabemos lo que eso significa!


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23 págs. / 41 minutos / 247 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La Casa del Sotabanco

Antón Chéjov


Cuento


I

Ello sucedió hace unos seis o siete años, cuando yo vivía en uno de los distritos de la gobernación T. en la propiedad del terrateniente Belokúrov, hombre joven que se levantaba muy temprano, andaba vestido con una podiovka por las noches tomaba cerveza y quejábase siempre de que en nadie ni en ninguna parte encontraba comprensión. Vivía en una casita en el jardín, mientras que yo me alojaba en la vieja casona señorial, en una enorme sala con columnas, en la cual no había ningún mueble, excepto un amplio diván, en el que yo dormía, y una mesa, en la cual yo hacía solitarios. Algo aullaba siempre allí en las viejas estufas, aun con tiempo apacible, mientras que durante las tormentas toda la casa se estremecía y hasta parecía que se resquebrajaba en pedazos, de modo que uno sentía un poco de miedo, especialmente de noche, cuando las diez ventanas se iluminaban de repente con los relámpagos.

Condenado por el destino a un ocio constante, yo no hacía absolutamente nada. Durante horas enteras miraba por las ventanas al cielo, los pájaros, las alamedas, leía todo lo que me traían del correo, dormía. De vez en cuando, salía de la casa y vagaba hasta el anochecer.


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22 págs. / 38 minutos / 410 visitas.

Publicado el 13 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

En el Barranco

Antón Chéjov


Cuento


I

La aldea de Ukléievo se asentaba en un barranco, por lo que desde la carretera y la estación de ferrocarril sólo se divisaban el campanario y las chimeneas de las fábricas textiles. Cuando algún viajero preguntaba qué aldea era esa, se le respondía:

—Aquella en la que el sacristán se comió todo el caviar en un entierro. Pues en cierta ocasión, en el funeral del fabricante Kostiukov, el viejo sacristán, tras ver entre los entremeses una fuente de caviar, se lo comió todo con avidez; trataron de hablarle, de cogerle por la manga, pero parecía fuera de sí a causa del arrobamiento: no se enteraba de nada y se limitaba a comer. Se comió todo el caviar, y eso que había unas cuatro libras.

Había pasado mucho tiempo desde entonces y el sacristán había muerto tiempo atrás, pero aún se seguía recordando el suceso del caviar. Debía de ser que la vida local era en extremo pobre o que la gente sólo había reparado en ese suceso insustancial, que había acontecido diez años antes, pues era lo único que se comentaba a propósito de Ukléievo.


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51 págs. / 1 hora, 29 minutos / 404 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Poquita Cosa

Antón Chéjov


Cuento


Hace unos día invité a Yulia Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas.

Siéntese, Yulia Vasilievna —le dije—. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará falta dinero, pero es usted tan ceremoniosa que no lo pedirá por sí misma... Veamos... Nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos por mes...

En cuarenta...

No. En treinta... Lo tengo apuntado. Siempre le he pagado a las institutrices treinta rublos... Veamos... Ha estado usted con nosotros dos meses...

Dos meses y cinco días...

Dos meses redondos. Lo tengo apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos... Pero hay que descontarle nueve domingos... pues los domingos usted no le ha dado clase a Kolia, sólo ha paseado... más tres días de fiesta...

A Yulia Vasilievna se le encendió el rostro y se puso a tironear el volante de su vestido, pero... ¡ni palabra!

Tres días de fiesta... Por consiguiente descontamos doce rublos... Durante cuatro días Kolia estuvo enfermo y no tuvo clases... usted se las dio sólo a Varia... Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y mi esposa le permitió descansar después de la comida... Doce y siete suman diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de... hum... de cuarenta y un rublos... ¿no es cierto?

El ojo izquierdo de Yulia Vasilievna enrojeció y lo ví empañado de humedad. Su mentón se estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero... ¡ni palabra!


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1 pág. / 3 minutos / 604 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Historia de un Contrabajo

Antón Chéjov


Cuento


Procedente de la ciudad, el músico Smichkov se dirigía a la casa de campo del príncipe Bibulov, en la que, con motivo de una petición de mano, había de tener lugar una fiesta con música y baile. Sobre su espalda descansaba un enorme contrabajo metido en una funda de cuero. Smichkov caminaba por la orilla del río, que dejaba fluir sus frescas aguas, si no majestuosamente, al menos de un modo suficientemente poético.

"¿Y si me bañara?", pensó.

Sin detenerse a considerarlo mucho, se desnudó y sumergió su cuerpo en la fresca corriente. La tarde era espléndida, y el alma poética de Smichkov comenzó a sentirse en consonancia con la armonía que lo rodeaba. ¡Qué dulce sentimiento no invadiría, por tanto, su alma al descubrir (después de dar unas cuantas brazadas hacia un lado) a una linda muchacha que pescaba sentada en la orilla cortada a pico! El músico se sintió de pronto asaltado por un cúmulo de sentimientos diversos... Recuerdos de la niñez... tristezas del pasado... y amor naciente... ¡Dios mío!... ¡Y pensar que ya no se creía capaz de amar!...

Habiendo perdido la fe en la humanidad (su amada mujer se había fugado con su amigo el fagot Sobakin), en su pecho había quedado un vacío que lo había convertido en un misántropo.

"¿Qué es la vida? —se preguntaba con frecuencia—. ¿Para qué vivimos?... ¡La vida es un mito, un sueño, una prestidigitación...!" Detenido ante la dormida beldad (no era difícil ver que estaba dormida), de pronto e involuntariamente sintió en su pecho algo semejante al amor. Largo rato permaneció ante ella devorándola con los ojos.


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6 págs. / 11 minutos / 122 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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