Textos por orden alfabético de Antón Chéjov etiquetados como Cuento | pág. 3

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autor: Antón Chéjov etiqueta: Cuento


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En el Barranco

Antón Chéjov


Cuento


I

La aldea de Ukléievo se asentaba en un barranco, por lo que desde la carretera y la estación de ferrocarril sólo se divisaban el campanario y las chimeneas de las fábricas textiles. Cuando algún viajero preguntaba qué aldea era esa, se le respondía:

—Aquella en la que el sacristán se comió todo el caviar en un entierro. Pues en cierta ocasión, en el funeral del fabricante Kostiukov, el viejo sacristán, tras ver entre los entremeses una fuente de caviar, se lo comió todo con avidez; trataron de hablarle, de cogerle por la manga, pero parecía fuera de sí a causa del arrobamiento: no se enteraba de nada y se limitaba a comer. Se comió todo el caviar, y eso que había unas cuatro libras.

Había pasado mucho tiempo desde entonces y el sacristán había muerto tiempo atrás, pero aún se seguía recordando el suceso del caviar. Debía de ser que la vida local era en extremo pobre o que la gente sólo había reparado en ese suceso insustancial, que había acontecido diez años antes, pues era lo único que se comentaba a propósito de Ukléievo.


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51 págs. / 1 hora, 29 minutos / 396 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

En el Campo

Antón Chéjov


Cuento




A tres kilómetros de la aldea de Obruchanovo se construía un puente sobre el río.

Desde la aldea, situada en lo más eminente de la ribera alta, divisábanse las obras. En los días de invierno, el aspecto del fino armazón metálico del puente y del andamiaje, albos de nieve, era casi fantástico.

A veces, pasaba a través de la aldea, en un cochecillo, el ingeniero Kucherov, encargado de la construcción del puente. Era un hombre fuerte, ancho de hombros, con una gran barba, y tocado con una gorra, como un simple obrero.

De cuando en cuando aparecían en Obruchanovo algunos descamisados que trabajaban a las órdenes del ingeniero. Mendigaban, hacían rabiar a las mujeres y a veces robaban.

Pero, en general, los días se deslizaban en la aldea apacibles, tranquilos, y la construcción del puente no turbaba en lo más mínimo la vida de los aldeanos. Por la noche encendíanse hogueras alrededor del puente, y llegaban, en alas del viento, a Obruchanovo las canciones de los obreros. En los días de calma se oía, apagado por la distancia, el ruido de los trabajos.

Un día, el ingeniero Kucherov recibió la visita de su mujer.

Le encantaron las orillas del río y el bello panorama de la llanura verde salpicada de aldeas, de iglesias, de rebaños, y le suplicó a su marido que comprase allí un trocito de tierra para edificar una casa de campo. El ingeniero consintió. Compró veinte hectáreas de terreno y empezó a edificar la casa. No tardó en alzarse, en la misma costa fluvial en que se asentaba la aldea, y en un paraje hasta entonces sólo frecuentado por las vacas, un hermoso edificio de dos pisos, con una terraza, balcones y una torre que coronaba un mástil metálico, al que se prendía los domingos una bandera.


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Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

En el Landó

Antón Chéjov


Cuento


Las hijas del consejero civil activo Brindin, Kitty y Zina, paseaban por la Nievskii en un landó1. Con ellas paseaba su prima Marfusha, una pequeña provinciana-hacendada de dieciséis años, que había venido en esos días a Peter, a visitar a la parentela ilustre y echar un vistazo a las "curiosidades". Junto a ella estaba sentado el barón Drunkel, un hombrecito recién aseado y visiblemente cepillado, con un paletó azul y un sombrero azul. Las hermanas paseaban y miraban de soslayo a su prima. La prima las divertía y las comprometía. La inocente muchachita, que desde su nacimiento nunca había ido en landó, ni oído el ruido capitalino, examinaba con curiosidad la tapicería del carruaje, el sombrero con galones del lacayo, gritaba a cada encuentro con el vagón ferroviario de caballos... Y sus preguntas eran aún más inocentes y ridículas...

—¿Cuánto recibe de salario vuestro Porfirii? —preguntó ella entre tanto, señalando con la cabeza al lacayo.

—Al parecer, cuarenta al mes...

—¡¿Es po-si-ble?! ¡Mi hermano Seriozha, el maestro, recibe sólo treinta! ¿Es posible que aquí en Petersburgo se valora tanto el trabajo?

—No haga, Marfusha, esas preguntas —dijo Zina—, y no mire a los lados. Eso es indecente. Y mire allá, mire de soslayo, si no es indecente, ¡qué oficial tan ridículo! ¡Ja—ja! ¡Como si hubiera tomado vinagre! Usted, barón, se pone así cuando corteja a Amfiladova.

—A ustedes, mesdames, le es ridículo y divertido, pero a mí me remuerde la conciencia —dijo el barón—. Hoy, nuestros empleados tienen una misa de réquiem a Turguéniev, y yo por vuestra gracia no fui. Es incómodo, saben... Una comedia, pero de todas formas convenía haber ido, mostrar mi simpatía... por las ideas... Mesdames, díganme con franqueza, con la mano puesta en el corazón, ¿a ustedes les gusta Turguéniev?

—¡Oh sí... se entiende! Turguéniev pues...


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Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

En el paseo de Sokólniki

Antón Chéjov


Cuento


El día 1 de mayo se inclinaba al anochecer. El susurro de los pinos de Sokólniki y el canto de los pájaros son ahogados por el ruido de los carruajes, el vocerío y la música. El paseo está en pleno. En una de las mesas de té del Viejo Paseo está sentada una parejita: el hombre con un cilindro grasoso y la dama con un sombrerito azul claro. Ante ellos, en la mesa, hay un samovar hirviendo, una botella de vodka vacía, tacitas, copitas, un salchichón cortado, cáscaras de naranja y demás. El hombre está brutalmente borracho... Mira absorto la cáscara de naranja y sonríe sin sentido.

—¡Te hartaste, ídolo! —balbucea la dama enojada, mirando confundida alrededor—. Si tú, antes de beber, lo pensaras, tus ojos son impúdicos. Es poco lo que a la gente le repugna verte, te arruinaste a ti mismo todo el placer. Tomas por ejemplo té, ¿y a qué te sabe ahora? Para ti ahora la mermelada, el salchichón es lo mismo... Y yo me esforcé pues, tomé lo mejor que había...

La sonrisa sin sentido en el rostro del hombre se convierte en una expresión de agudo pesar.

—M—masha, ¿a dónde llevan a la gente?

—No la llevan a ningún lugar, sino pasea por su cuenta.

—¿Y para qué va el alguacil?

—¿El alguacil? Para el orden, y acaso y pasea... ¡Epa, hasta donde bebió, ya no entiende nada!

—Yo... no estoy mal... Yo soy un pintor... de género...

—¡Cállate! Te hartaste, bueno y cállate... Tú, en lugar de balbucear, piensa mejor... Alrededor hay árboles verdes, hierbita, pajaritos de voces diversas... Y tú sin atención, como si no estuvieras ahí... Miras, y como en la niebla... Los pintores se empeñan ahora en reparar en la naturaleza, y tú como un curda...

—La naturaleza... —dice el hombre y mueve la cabeza—. La na—naturaleza... Los pajaritos cantan... los cocodrilos se arrastran... los leones... los tigres...


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2 págs. / 4 minutos / 114 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

En la Administración de Correos

Antón Chéjov


Cuento




La joven esposa del viejo administrador de Correos Hattopiertzof acababa de ser inhumada. Después del entierro fuimos, según la antigua costumbre, a celebrar el banquete funerario. Al servirse los buñuelos, el anciano viudo rompió a llorar, y dijo:

—Estos buñuelos son tan hermosos y rollizos como ella.

Todos los comensales estuvieron de acuerdo con esta observación. En realidad era una mujer que valía la pena.

—Sí; cuantos la veían quedaban admirados —accedió el administrador—. Pero yo, amigos míos, no la quería por su hermosura ni tampoco por su bondad; ambas cualidades corresponden a la naturaleza femenina, y son harto frecuentes en este mundo. Yo la quería por otro rasgo de su carácter: la quería —¡Dios la tenga en su gloria!— porque ella, con su carácter vivo y retozón, me guardaba fidelidad. Sí, señores; érame fiel, a pesar de que ella tenía veinte años y yo sesenta. Sí, señores; érame fiel, a mí, el viejo.

El diácono, que figuraba entre los convidados, hizo un gesto de incredulidad.

—¿No lo cree usted? —preguntóle el jefe de Correos.

—No es que no lo crea; pero las esposas jóvenes son ahora demasiado..., entendez vous...? sauce provenzale...

—¿De modo que usted se muestra incrédulo? Ea, le voy a probar la certeza de mi aserto. Ella mantenía su fidelidad por medio de ciertas artes estratégicas o de fortificación, si se puede expresar así, que yo ponía en práctica. Gracias a mi sagacidad y a mi astucia, mi mujer no me podía ser infiel en manera alguna. Yo desplegaba mi astucia para vigilar la castidad de mi lecho matrimonial. Conozco unas frases que son como una hechicería. Con que las pronuncie, basta. Yo podía dormir tranquilo en lo que tocaba a la fidelidad de mi esposa.

—¿Cuáles son esas palabras mágicas?


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1 pág. / 2 minutos / 1.123 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

En la Casa de Huéspedes

Antón Chéjov


Cuento


—¡Oiga usted!—ruje encarándose con el dueño de la casa de huéspedes la inquilina del cuarto núm. 47, la coronela Machatirina, que está púrpura de coraje y echa espumarajos por la boca—. O me da otra habitación o me voy de esta maldita posada. ¡Esto es una guarida de golfos! ¡Tengo muchachas casaderas y aquí no se escuchan más que horrores! ¿Cómo puede uno soportarlo? ¡De día y de noche! Oyense a veces tales cosas, que no sabe uno ni dónde meterse. Gracias que mis niñas no comprenden aún nada; de otra suerte, tendría que escapar aunque me quedara sin albergue... Justamente ahora Carlaniza, mi vecino... Puede usted escucharle...

—Yo te contaré algo mejor—dice en la habitación contigua una voz de bajo profundo—. ¿Te acuerdas del teniente Drujkof? Pues bien; aquel Drujkof hizo una carambola y, según su costumbre, levantó la pierna en alto... De repente oyóse un trrrr... Pensamos que se había roto el paño del billar; pero pronto nos dimos cuenta de que «los estados unidos» habían estallado por todas las costuras. ¡El animal levantó la pierna tan en alto, que no quedó una costura sana! ¡Ja..., ja..., ja...! Y había señoras en la sala. Entre otras, la mujer de aquel papanatas de Okurin... Okurin se puso como loco, rabiando. ¿Cómo atreverse a tamaña indecencia delante de una señora? Cruzáronse de palabras... ya lo sabes. Acabó Okurin por mandar sus testigos a Drujkof, y Drujkof, que no tiene pelo de tonto, les respondió:

—¡Ja..., ja..., ja...! Que no me mande a mí sus testigos, sino a mi sastre, que me cosió mal estos pantalones. ¡Suya es la culpa! ¡Ja..., ja..., ja...!

Sila y Mila, las hijas de la coronela, que se hallan sentadas junto a la ventana, apoyando sus mejillas gordinflonas en sus puños, ruborízanse y bajan los ojitos.


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Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

En la Oscuridad

Antón Chéjov


Cuento


Una mosca le entra por la nariz al vicefiscal, el consejero Gáguim. Que entrara allí por curiosidad o por ligereza, a favor de la obscuridad, el caso es que la nariz no soporta la presencia de un cuerpo extraño, y Gáguim empieza a estornudar con tanto estrépito, que hasta la cama cruje.

La esposa de Gáguim, Marie Michailovna, una rubia gorda y robusta, se estremece y se despierta. Abre los ojos, observa la obscuridad, suspira y vuélvese del otro lado. Al poco rato, vuélvese de nuevo, aprieta los párpados, pero el sueño no vuelve. Después de varias vueltas y suspiros, se incorpora, salta por encima de su marido, se calza las zapatillas y se aproxima a la ventana. Fuera de la estancia, la obscuridad es completa. Vense únicamente las siluetas de los árboles y los tejados pardos de las granjas. En la atmósfera dormida reina un silencio absoluto. El guardián nocturno a quien se paga para que turbe esa tranquilidad cállase como un muerto. Marie Michailovna, al mirar hacia el patio, grita de repente. Parécele que una figura obscura se destaca sobre el parterre del jardín y se acerca a la casa... Al principio figúrase que se trataba de una vaca o de un caballo; pero no tarda en distinguir los contornos de un ser humano. Frótase los ojos, y nota que la silueta obscura se acerca a la ventana de la cocina, ante la que se detiene indecisa unos momentos, luego pone el pie en el alféizar de la ventana y desaparece en el interior.

«¡Un ladrón!», se dice Marie Michailovna.

Su cara cúbrese de intensa palidez. A renglón seguido, su imaginación la hace representarse el cuadro que tanto terror inspira a los veraneantes. El ladrón se encarama, salta a la cocina, de la cocina pasa al comedor; en el armario están los cubiertos de plata; más lejos se encuentra el dormitorio; las joyas corren peligro... Sus piernas flaquean y siente escalofríos en la espalda.


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4 págs. / 8 minutos / 234 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

En los Baños Públicos

Antón Chéjov


Cuento


I

—¡Oye, tú..., quien seas! —gritó un señor gordo, de blancas carnes, al divisar entre la bruma a un hombre alto y escuálido, con una barbita delgada y una cruz de cobre sobre el pecho—. ¡Dame más vaho!

—Yo no soy bañero, señoría... Soy el barbero. La cuestión del vaho no es de mi incumbencia. ¿Desea, en cambio, que le ponga unas ventosas...?

El señor gordo acarició sus muslos amoratados y después de pensar un poco contestó:

—¿Ventosas?... Bueno, ¿por qué no?... Pónmelas. No tengo prisa.

El barbero corrió a la habitación de al lado en busca de los aparatos, y unos cinco minutos después, sobre el pecho y la espalda del señor gordo proyectaban su sombra diez ventosas.

—Lo he reconocido, señoría... —empezó a decir el barbero, mientras aplicaba la undécima ventosa—. El sábado pasado se sirvió usted venir a bañarse aquí y me acuerdo de que le corté los callos. Soy Mijailo, el barbero... ¿No lo recuerda?... Aquel día me preguntó usted algo sobre las novias...

—¡Ah, sí!... ¿Y qué hay?


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9 págs. / 16 minutos / 139 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Entre Chiquillos

Antón Chéjov


Cuento


Papá, mamá y la tía Nadia no están en casa. Están convidados a un bautizo en casa de aquel oficial anciano que tiene una jaquita gris.

Esperándolos, Gricha, Ania, Aliocha, Sonia y el hijo de la cocinera, Andrei, hállanse en el comedor, sentados alrededor de la mesa, jugando a la lotería. Es la hora de irse a acostar; pero ¿quién puede dormir sin saber por mamá qué hacía el niñito cuando lo bautizaron y qué cenaron? La mesa, alumbrada por una lámpara, está cubierta de papelitos cifras, cáscaras de avellanas y trocitos de cristal.

Delante de cada uno hay dos cartones de lotería y un montoncito de cristalitos para tapar las cifras. En medio de la mesa hay un platillo con cinco moneditas de a cinco copecs. Al lado del platillo se encuentran una manzana medio comida, unas tijeras y un plato donde echar las cáscaras.

Los niños juegan dinero: cada apuesta es de un copec. La condición: si uno hace trampa será expulsado inmediatamente. En el comedor no hay nadie mas que los jugadores. El aya, Agafia Ivanovna, está abajo en la cocina enseñando a la cocinera cómo se corta un vestido, y el hermano mayor, Vasia, alumno de la quinta clase del Gimnasio, hállase tendido en el sofá de la sala y se aburre por no tener nada que hacer.


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Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Exageró la Nota

Antón Chéjov


Cuento


La finca a la cual se dirigía para efectuar el deslinde distaba unos treinta o cuarenta kilómetros, que el agrimensor Gleb Smirnov Gravrilovich tenía que recorrer a caballo. Se había apeado en la estación de Gñilushki.

(Si el cochero está sobrio y los caballos son de buena pasta, pueden calcularse unos treinta kilómetros; pero si el cochero se ha tomado cuatro copas y los caballos están fatigados, ha que calcular unos cincuenta.)

—Oiga señor gendarme, ¿podría decirme dónde puedo encontrar caballos de posta? —le preguntó el agrimensor al gendarme de servicio en la estación.

—¿Cómo dice? ¿Caballos de posta? Aquí no hay un perro decente en cien kilómetros a la redonda. ¿Cómo quiere que haya caballos? ¿Tiene usted que ir muy lejos?

—A la finca del general Jojotov, en Devkino.

—Intente en el patio, al otro lado de la estación —dijo el gendarme, bostezando—. A veces hay campesinos que admiten pasajeros.

El agrimensor dio un suspiro y, malhumorado, pasó al otro lado de la estación. Tras muchas discusiones y regateos, se puso de acuerdo con un campesino alto y recio, de rostro sombrío, picado de viruelas, embutido en un chaquetón roto y calzado con unas botas de abedul.

—Vaya un carro —gruñó el agrimensor al subir al destartalado vehículo—. No se sabe dónde está la parte delantera ni la parte trasera...

—Nada más fácil —replicó el campesino—. Donde el caballo tiene la cola es la parte de adelante y donde está sentado su señoría es la parte de atrás.


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Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

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