Las Señoras
Antón Chéjov
Cuento
Fedor Petrovich, director de las escuelas primarias del distrito, recibió, en su despacho, la visita del maestro Vermensky.
—No, señor Vermensky— le dijo—. Su dimisión de usted es indispensable. No puede usted seguir siendo maestro con esa voz. ¿Cómo la ha perdido usted?
—Creo que a causa de la cerveza fría que bebí, hallándome cubierto de sudor.
—¡Qué desgracia! ¡Por una bagatela semejante toda una carrera perdida! Lleva usted catorce años de servicio, ¿verdad?
—Si, catorce años.
—¿Y qué va usted a hacer ahora?
Vermensky guardó silencio.
—¿Tiene usted familia?
—Sí, excelencia, tengo mujer y dos hijos.
El director, conmovido, empezó a pasearse nerviosamente de extremo a extremo de la estancia.
—Verdaderamente, no sé qué voy a hacer con usted. No puede usted seguir siendo maestro. No tiene todavía derecho a la pensión... Por otra parte, no podemos dejarle a usted en la calle. Usted ha trabajado durante catorce años, y nuestro deber es ayudarle. Pero, ¿cómo? ¡No se me ocurre absolutamente nada! ¡Ni la menor idea!
Y continuó andando. Vermensky, abrumado por su desgracia, estaba sentado en el filo de la silla, sumido en sus reflexiones.
De pronto, la faz del director se tornó radíente, y, el funcionario se detuvo ante Vermensky.
—¡Tengo una idea!— exclamó—. La semana próxima dimite el secretario de nuestro asilo de niños pobres; si usted quiere esa plaza, yo puedo ofrecérsela.
El maestro se llena también de alegría.
—¡Vaya si la quiero, excelencia!
—Entonces, la cosa se arregla maravillosamente. Diríjame usted hoy mismo una solicitud.
Vermensky se fué. El director estaba contentísimo de sí mismo; el pobre maestro tendría una buena, colocación, y no perecería de hambre con su familia. Pero su buen humor no duró mucho.
Dominio público
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Publicado el 2 de marzo de 2019 por Edu Robsy.