Las hijas del consejero civil activo Brindin, Kitty y Zina, paseaban por la Nievskii en un landó1.
Con ellas paseaba su prima Marfusha, una pequeña provinciana-hacendada
de dieciséis años, que había venido en esos días a Peter, a visitar a la
parentela ilustre y echar un vistazo a las "curiosidades". Junto a ella
estaba sentado el barón Drunkel, un hombrecito recién aseado y
visiblemente cepillado, con un paletó azul y un sombrero azul. Las
hermanas paseaban y miraban de soslayo a su prima. La prima las divertía
y las comprometía. La inocente muchachita, que desde su nacimiento
nunca había ido en landó, ni oído el ruido capitalino, examinaba con
curiosidad la tapicería del carruaje, el sombrero con galones del
lacayo, gritaba a cada encuentro con el vagón ferroviario de caballos...
Y sus preguntas eran aún más inocentes y ridículas...
—¿Cuánto recibe de salario vuestro Porfirii? —preguntó ella entre tanto, señalando con la cabeza al lacayo.
—Al parecer, cuarenta al mes...
—¡¿Es
po-si-ble?! ¡Mi hermano Seriozha, el maestro, recibe sólo treinta! ¿Es
posible que aquí en Petersburgo se valora tanto el trabajo?
—No
haga, Marfusha, esas preguntas —dijo Zina—, y no mire a los lados. Eso
es indecente. Y mire allá, mire de soslayo, si no es indecente, ¡qué
oficial tan ridículo! ¡Ja—ja! ¡Como si hubiera tomado vinagre! Usted,
barón, se pone así cuando corteja a Amfiladova.
—A ustedes,
mesdames, le es ridículo y divertido, pero a mí me remuerde la
conciencia —dijo el barón—. Hoy, nuestros empleados tienen una misa de
réquiem a Turguéniev, y yo por vuestra gracia no fui. Es incómodo,
saben... Una comedia, pero de todas formas convenía haber ido, mostrar
mi simpatía... por las ideas... Mesdames, díganme con franqueza, con la
mano puesta en el corazón, ¿a ustedes les gusta Turguéniev?
—¡Oh sí... se entiende! Turguéniev pues...
Información texto 'En el Landó'