La Cirugía
Antón Chéjov
Cuento
Habiéndose marchado el doctor, recibe, en su lugar, a los enfermos del hospital el enfermero. Se llama Kuriatin. Es un buen hombre, gordo, de unos cuarenta años, con una americana blanca muy usada. Está muy penetrado de la gravedad de su misión y de su responsabilidad. Fuma un cigarro que despide un olor detestable.
La puerta se abre y entra el chantre Vonmiglasov, un viejo muy robusto, de elevada estatura, vestido con una sotana. Su ojo derecho está medio cerrado.
Busca un icono en el rincón, y no hallándole, se persigna con los ojos puestos en una gran botella de ácido fénico. Luego se saca del bolsillo un pequeño pan bendito; y, saludando al enfermero, se lo pone delante.
—¡Ah! ¡Buenos días!— dice el enfermero bostezando—. ¿En qué puedo servir a usted?
—Vengo a pedirle auxilio, Sergio Kusmich, que Dios le bendiga. Estoy padeciendo como el mismo Job no padecería.
—¿Qué le sucede a usted?
—¡Las muelas! Es para volverse loco, Dios me perdone. Imagínese usted que me siento a la mesa, en compañía de mi vieja, a tomar una taza de té, ¡y no puedo! ¡Ni una sola gota! Un dolor infernal; he estado a punto de caerme de la silla.
—¿Una muela nada más?
—Si, pero... aparte de esa muela, me duele todo este lado de la cara... Hasta la oreja me duele, como si tuviera dentro un clavo o cualquier otro objeto. ¡Es para morirse! El Señor me castiga por mis innumerables pecados. Ni siquiera puedo cantar durante la misa. No he pegado los ojos en toda la noche.
—Si, es desagradable— dice el enfermero—. Vamos en seguida a ver qué tiene usted. ¡Siéntese! ¡Abra la boca!
Vonmiglasov se sienta y abre la boca cuanto puede.
El enfermero pone una cara severa, se inclina sobre el enfermo y le mira la boca. Entre las muelas amarillas advierte una con una ancha carie.
Dominio público
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Publicado el 2 de marzo de 2019 por Edu Robsy.