Textos más antiguos de Antón Chéjov | pág. 12

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autor: Antón Chéjov


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El Vengador

Antón Chéjov


Cuento


Fedor Fedorovitch Sigaef hállase convencido de la infidelidad de su esposa. Lleno de ira y de aflicción se dirige al almacén de armas Schmuts para comprar un revólver. Su semblante expresa una decisión irrevocable.

«¡Sé lo que tengo que hacer!... El hogar está destruido; el honor, burlado; el vicio triunfa, y yo, como hombre y como ciudadano, tengo que ser el vengador. ¡La mataré a ella, a su amante, y luego me suicidaré!...»

No ha matado aún a nadie, y ni siquiera ha tenido un revólver en la mano; pero su imaginación le pinta el cuadro horroroso de tres cadáveres ensangrentados, cráneos rotos, sesos esparcidos, aglomeración de curiosos, la autopsia. Se representa, con malevolencia de hombre ultrajado, la agonía de la traidora, el horror de los parientes, y lee en su imaginación los artículos periodísticos comentando la descomposición de la vida familiar.

El dependiente de la tienda, un francés algo obeso, pone delante de él los revólveres, sonríe respetuosamente y dice:

—Le aconsejo que elija este magnífico revólver sistema Smitch y Wessor, el último adelanto de la ciencia. Es de triple acción, sistema central con extractor; alcanza hasta seiscientos pasos. Un revólver de moda... El de más venta; diariamente vendemos docenas, que se emplean contra bandidos, lobos y amantes. El disparo es muy justo y fuerte; atraviesa a gran distancia a la mujer y al amante... En cuanto a especialidad para suicidios, no conozco mejor sistema...

El dependiente levanta y baja el gatillo, sopla encima de los cañones, apunta y hierve de entusiasmo. Diríase que él mismo se hubiera gustosamente pegado un tiro si fuese poseedor de aquel arma maravillosa.

—¿Cuál es su precio?—pregunta Sigaef.

—Cuarenta y cinco rublos.

—¡Hum!... Es demasiado caro para mí.


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Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Dos Valientes

Antón Chéjov


Cuento


El agrimensor Gleb Gavrilovitch Smirnof llega a la estación de Gniluchki. Unos trece kilómetros le separan de la hacienda adonde se dirige; esto admitiendo que el cochero no esté borracho y que los caballos no sean unos rocines, en cuyo caso el trayecto equivaldrá a 50 kilómetros.

—Hágame el favor de indicarme dónde podría alquilar un coche—le dijo el agrimensor a un guardia de Seguridad.

—¿Un coche? En cien leguas a la redonda no hallará usted nada que parezca un coche... Pero ¿adonde va usted?

—A Defkino, la finca del general Jojotof.

—Le aconsejo que vaya a la posada que hay detrás de la estación, en la cual paran a veces los lugareños con sus carros. Trate usted de que alguno de ellos le conduzca—le dice bostezando el guardia.

El agrimensor suspira y se dirige lentamente a la posada. Después de muchas averiguaciones, dudas y coloquios, logra ponerse de acuerdo con un carretero enorme, mohino y picado de viruelas que viste un andrajoso capote.

—¡Valiente carro el tuyo! El diablo en persona no alcanzaría a decir cuál es su parte trasera y la delantera—exclama el agrimensor encaramándose en el vehículo.

—Ello no es muy difícil de saber. Donde está la cola del caballo es la parte de delante, y donde se sienta vuestra señoría es la parte de detrás.

El caballo es joven, pero flaco, con piernas torcidas y orejas desmesuradas. Al primer latigazo el rocín menea la cabeza sin moverse del sitio; al segundo pega un tirón al carro; al tercero da una sacudida, y solamente al cuarto se pone en marcha.

—¿Vamos a ir a este paso todo el camino?—pregunta el agrimensor, aturdido por el traqueteo y asombrado de ver cómo se armonizaba el paso de tortuga del animal con aquel vaivén tan atroz.


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4 págs. / 7 minutos / 117 visitas.

Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

La Venganza

Antón Chéjov


Cuento


León Savitch Turmanof, uno de tantos individuos con pequeño capital, joven esposa y calvicie inveterada, está jugando al bridge en casa de uno de sus compañeros. Después de perder una fuerte suma experimenta un calor desusado y acuérdase que aun no ha tomado una copita de vodka. Levántase, pasa por entre las mesas, atraviesa el salón, en el que la juventud habla, y se detiene allí un instante, mirando en derredor suyo con sonrisa indulgente; en fin, métese por una puertecita que comunica con el comedor, donde en una mesa circular figura toda una batería de botellas y garrafas con varias clases de aguardientes y licores. En otro lado de la mesa están los entremeses, sin olvidar los arenques en su lecho de cebolla y perejil, que atraen todas las miradas. León Savitch se acerca, bebe una copita, hace una ligera mueca y prepárase a comerse un arenque, cuando una voz resuena detrás de la pared.

—Estoy de acuerdo—dice con desenvoltura una voz de mujer—; pero ¿cuándo va a ser ello?

—¡Es mi mujer! ¿Con quién diablos conversa?—piensa León Savitch.

—Cuando quieras, alma mía—replica una voz de bajo profundo—. Hoy, sin embargo, no es posible; mañana estaré ocupado todo el día.

—Es Degtiaref...

León Savitch lo reconoce por la voz. Degtiaref, uno de sus mejores camaradas.

—¿Tú también? ¡Ah! ¡Idiota!—murmura León Savitch—. Ella tendrá la culpa de seguro. ¡Qué mujer tan insaciable! Cada semana tiene una nueva aventura.

—Mañana—repite la voz de bajo—estaré sumamente ocupado, como te he dicho; escríbeme, si quieres, mañana; me causará gran satisfacción recibir una carta tuya. Habrá que organizar nuestra correspondencia. Habrá que inventar algo; hacer que el cartero no pueda enterarse de lo que yo te escriba, y arreglarnos de modo que mi cara mitad no se entere durante mi ausencia de lo que tú me escribas.

—¿Qué hacer, pues?


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3 págs. / 6 minutos / 284 visitas.

Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

La Joya Robada

Antón Chéjov


Cuento


Máchenka Pavlezkaya, jovencita recién salida de la pensión, torna del paseo y entra en la casa de Cuchin, donde sirve como institutriz. El portero Miguel que le abre la puerta está agitado y encarnado como un cangrejo.

—De arriba llega un ruido extraordinario. Seguramente al ama le ha dado un ataque...—piensa Máchenka—o bien se habrá peleado con su marido.

En la antesala y en el pasillo se cruza con las doncellas, una de las cuales llora.

Acercándose a su cuarto ve al dueño, Nicolás Serguievitch, que salía de él a toda prisa. No es un hombre viejo; sin embargo, tiene la cara arrugada y ostenta una gran calva. Su cuerpo se estremece... Pasa alzando los brazos y exclama sin advertir la presencia de la institutriz:

—¡Qué espanto! ¡Qué falta de delicadeza! ¡Tonto! ¡Abominable!

Máchenka entra en su cuarto y experimenta por primera vez en su vida el vivo sentimiento que sufren a menudo las personas condenadas a depender de gente rica. En su cuarto efectúase una pesquisa. El ama de la casa, Fedosia Vasilevna, gorda, de hombros anchos, bigotuda, con espesas cejas negras, de manos encarnadas y modales bruscos, más semejante a una verdulera que a una señora, está al lado de su mesa, recogiendo en el saquito de labores los ovillos de lana, los trozos de telas, los papelitos... Evidentemente no cuenta con ver a la institutriz, porque al volver la cabeza y al advertir su presencia su rostro pálido y asombrado turbóse ligeramente y balbucea:

—Dispénseme... he... he derramado esto sin querer... lo enganché con la manga...


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6 págs. / 12 minutos / 278 visitas.

Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

El Miedo

Antón Chéjov


Cuento


Tres veces en mi vida he tenido miedo.

El primer miedo que me hizo estremecer y me puso los pelos de punta obedeció a una causa insignificante, pero extraordinaria.

Para pasar el rato fuí un día a la estación a recoger los periódicos.

Era una tarde caliente del mes de julio, silenciosa y calma como las hay en medio del verano; a veces se suceden así sin interrupción una y dos semanas, y acaban repentinamente con una tormenta y un soberbio chaparrón.

El sol había desaparecido y todo estaba envuelto en una sombra gris. El aire, inmóvil, hallábase impregnado del perfume penetrante de las flores y de las hierbas campestres.

Yo iba en un carro ordinario. Detrás, colocada la cabeza en un saco de avena, dormía dulcemente el hijo del jardinero Pachka, niño de ocho años, que venía conmigo por si fuera necesario cuidar del caballo.

Ibamos por el estrecho camino vecinal que se escondía como una serpiente en medio del trigo. Iniciábase el crepúsculo. La raya luminosa del poniente era velada por una nube estrecha, que semejaba un hombre envuelto en una manta... Anduve uno, dos, tres kilómetros, y en el fondo claro del crepúsculo destacáronse unos tilos altos y delgados; detrás de ellos se veía el río, y como por encantamiento apareció delante de mí un hermoso cuadro. Hube de parar el caballo, porque la vertiente era escarpada. Estábamos en la cúspide del monte. Abajo, en el espacio lleno de crepúsculo, se encontraba el pueblo, guardado por hileras de tilos y cercado por el río... Sus casas, la torre de la iglesia, los árboles, se reflejaban en la superficie del agua, lo cual aumentaba el aspecto fantástico del paisaje. Todo dormía.

Desperté a Pachka, a fin de impedirle que se cayera del carro, y empecé a bajar lentamente.

—¿Hemos llegado a Lucovo?—preguntó Pachka, incorporándose perezosamente.

—Sí; ten las riendas.


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Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

La Lengua Larga

Antón Chéjov


Cuento


Natalia Mihailovna, señora muy joven y muy guapa, acaba de llegar en el tren de Jalta, donde ha pasado el verano, y mientras come charla sin cesar, refiriendo los encantos de aquel país. El marido, alegre y satisfecho de su llegada, mira su cara entusiasmada con ojos enternecidos y de vez en cuando le dirige alguna pregunta.

—Dicen que la vida es allí muy cara—le preguntó, entre otras cosas.

—¿Cómo decirte? Creo que la carestía no es tan grande como la suelen pintar. Temamos con Julia Petrovna una habitación bastante confortable por veinte rublos al día. Todo depende de saber arreglarse. Naturalmente, si va uno en excursión a los montes, por ejemplo Al Ai-Patri... el caballo... el guía... resulta caro... ¡carísimo!... Pero, chico, ¡qué montes aquellos! Imagínate unos montes altísimos... mil veces más altos que la iglesia... Arriba, niebla... nada más que niebla... Abajo, piedras, nada más que piedras... ¡Ah! ¡Cuánto lo recuerdo!

—A propósito. Durante tu ausencia leí no pocas atrocidades sobre aquellos guías... ¿Es cierto que son tan perversos?

Natalia Mihailovna hace una mueca y mueve la cabeza negativamente.

—Son tártaros como todos los demás tártaros—contesta—. Pero, después de todo, yo no los vi mas que de lejos una o dos veces... Me los indicaron, pero no les hice caso... Sentía siempre aversión hacia toda clase de circasianos, griegos, moros...

—Parece que son unos tenorios.

—Puede ser... Hay algunas descaradas que... Natalia Mihailovna salta de su silla, y con ojos dilatados, como si viese algo terrorífico, le dice a su marido, recalcando las frases:


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Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Un Buen Fin

Antón Chéjov


Cuento


En casa del jefe de conductores Stichkin, en uno de sus días libres, está sentada Liubof Grigorievna, señora alta y gruesa, como de cuarenta años, que tiene varias ocupaciones y entre ellas la de arreglar casamientos. Stichkin, algo confuso, pero, a pesar de esto, serio y grave como siempre, pasea a lo largo de la habitación con un cigarro en la boca, diciendo:

—Me alegro mucho de conocerla. Un amigo me ha hablado de usted desde el punto de vista de la ayuda que puede usted prestarme en un asunto delicado, asunto del cual depende la felicidad de mi vida. Yo, señora mía, tengo cincuenta y dos años. Hay gentes que a esta edad son padres de hijos mayores. Ejerzo un buen empleo. No poseo gran fortuna, pero sí lo bastante para sostener una familia. Le confieso que, además de mi sueldo, tengo en el Banco dinero que ahorré gracias a mi vida morigerada y sobria. Soy un hombre tranquilo, serio; no soy bebedor; me gusta el orden, y mi vida puede servir de modelo a muchos. Lo único que me falta es un hogar y una compañera fiel. Llevo una vida de gitano, sin alegrías, sin tener nadie que me dé un consejo. Cuando estoy enfermo, no tengo quien me dé un vaso de agua... Le diré también que en sociedad un hombre casado tiene más importancia que un soltero... Soy hombre culto; pero, con todo, ¿qué represento? Nada. Por lo dicho notará usted que me animan deseos de contraer matrimonio con una persona digna.

—Esto es perfectamente natural—suspiró la casamentera.


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Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

La Celebridad

Antón Chéjov


Cuento


Son las doce de la noche. Mitiá Kuldarof, muy excitado, los cabellos en desorden, entra como un torbellino en casa de sus padres y empieza a correr por todas las estancias.

Sus padres están acostándose. La hermana, ya en el lecho, acaba de leer la última página de una novela. Los hermanos colegiales duermen.

—¿De dónde vienes?—le preguntan sus padres—. ¿Qué te ocurre?

—No me lo preguntéis. Yo no me lo esperaba, no; nunca me lo podía esperar. Es increíble.

Déjase caer en una butaca, riendo a carcajadas. La felicidad le impide tenerse en pie.

—Es increíble. No os lo hubierais imaginado nunca. Podéis mirar.

La hermana salta de la cama, se echa un manto sobre los hombros y se acerca a él. Los colegiales se despiertan.

—¿Qué te pasa? Diríase que te has vuelto loco.

—Es de alegría, mamá. Toda Rusia me conoce ahora, toda... Antes erais vosotros los únicos en saber que en este mundo existe Dimitri Kuldarof. En adelante toda Rusia lo sabrá. Madrecita. ¡Dios mío!

Mitiá salta, da algunos pasos y vuelve a arrellanarse en su sillón.

—Pero, ¿qué pasa, en fin? Cuéntalo razonadamente.

—Vosotros vivís sin vida, como unos salvajes. No leéis los periódicos. No hacéis caso alguno de la publicidad. Y la verdad es que los periódicos contienen cosas extraordinarias. Nada de lo que sucede puede mantenerse oculto. ¡Qué feliz soy, Dios mío! En los periódicos solamente se habla de gente célebre, y he aquí que ahora se han ocupado también de mí.

—¿Que hablan de ti? ¿Dónde?

El papá se pone pálido. La mamá mira los grabados y se santigua. Los colegiales saltan de sus camas, tapados apenas por sus camisas de dormir, muy cortas, y se acercan al hermano mayor.

—Sí, señor; se han ocupado de mí; toda Rusia me conoce. Vea usted este periódico, mamá; guárdele como recuerdo. De vez en cuando lo volveremos a leer. Míralo.


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Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Sensaciones Fuertes

Antón Chéjov


Cuento


Lo que voy a relatar ocurrió hace poco en el Tribunal de Moscú. Los miembros del Jurado, obligados a pasar la noche en el Tribunal, entablaron, antes de acostarse, una conversación acerca de las sensaciones fuertes, a propósito de un testigo que, según parece, quedóse tartamudo y con el cabello blanco a consecuencia de un instante de terror. Los jurados estuvieron de acuerdo en contar cada uno a su vez, antes de irse a acostar, alguna historia de sus vidas respectivas. La vida humana es corta, lo cual no impide que en ella ocurran multitud de peripecias.

Uno de los jurados refirió cómo él estuvo a punto de ahogarse; el otro relató cómo viviendo en el campo, en un sitio alejado de toda farmacia y de todo médico, envenenó a su propio hijo dándole por equivocación vitriolo en vez de bicarbonato de sosa. La criatura sucumbió, y el padre por poco se vuelve loco. El tercero, hombre joven, pero enfermizo, describió sus dos tentativas de suicidio: una vez se pegó un tiro, y la segunda se echó debajo de un tren. El cuarto, un hombrecito regordete y vestido a la última moda, nos contó lo siguiente:

«Tenía yo veintidós o veintitrés años cuando me enamoré locamente de mi actual esposa y pedí su mano... Ahora me pegaría gustoso una buena paliza por haberme casado demasiado joven; pero entonces no sé lo que habría sido de mí si Natacha me hubiera rechazado. Era éste un amor verdadero, tal como lo pintan en las novelas, un amor loco, apasionado, etcétera. Mi felicidad me ahogaba y, en verdad, fastidiaba a todos: a mi padre, a mis amigos, a los criados, pues yo no me cansaba de describirles lo ferviente de mi amor. La gente feliz es tonta y aburrida. Debía de estar insoportable; pero hacía como todo el mundo.


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Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Medidas Preventivas

Antón Chéjov


Cuento


Trátase de una pequeña capital de distrito, que, según la expresión del celador de la cárcel, no se encuentra ni con telescopio en los mapas. Todo está silencioso y tranquilo bajo el sol ardiente del mediodía.

Desde el Ayuntamiento, y hacia la fila de tiendas del mercado, se dirige lentamente la comisión sanitaria compuesta del médico, del inspector de Policía, de dos procuradores del Ayuntamiento y de un diputado comercial. Detrás de ellos caminan respetuosamente los municipales... La ruta de la comisión, como la del infierno, está sembrada de buenos propósitos; los señores sanitarios andan hablando de la sociedad, de los malos olores, de medidas preventivas y de otras materias semejantes, propias del tiempo del cólera. Las conversaciones son tan instructivas, que el inspector de Policía se entusiasma y, volviéndose hacia los otros, declara:

—Así es como tendríamos que reunirnos y discutir las cuestiones de interés público con más frecuencia. Además, da gusto; se siente uno en sociedad, en vez de dedicarnos al chismorreo y a las querellas. ¿No le parece justo lo que digo?

—¿Por quién vamos a empezar?—pregunta el diputado comercial volviéndose hacia el médico y hablando con un aire de verdugo escogiendo su víctima—. ¿No le parece conveniente ir primeramente a la tienda de Ocheinikef? Es un bribón..., y además es hora que le llamemos al orden. El otro día me trajeron de su tienda sémola que estaba llena de... ustedes dispensarán, de inmundicias de ratones... Mi esposa no se atrevió a comerla.

—¿Por qué no? Si quiere usted ir a la tienda de Ocheinikef, que sea así—replica el médico con indiferencia.

Los señores de la comisión entran en la tienda de «te, café, azúcar y otros comestibles, de A. M. Ocheinikef», y, sin gastar más palabras, empiezan la inspección.


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Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

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