Textos más populares esta semana de Antón Chéjov | pág. 4

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autor: Antón Chéjov


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La Estepa

Antón Chéjov


Novela corta


I

Una mañana de julio, a primera hora, una calesa destartalada sin resortes dejó la ciudad de N., cabeza de distrito de la provincia de Z., y avanzó con gran ruido por la carretera de postas. Era una de esas calesas antediluvianas que sólo utilizan en Rusia los viajantes de comercio, los tratantes de ganado y los curas pobres. Traqueteaba y crujía al menor movimiento, y un cubo suspendido de la parte posterior le hacía tristemente eco. Bastaban esos ruidos, unidos a los lamentables jirones de cuero que pendían de su desgastada caja, para apreciar su vejez y juzgar cuán próximo estaba el momento de su desguace.

En la calesa viajaban dos vecinos de la ciudad de N.: el comerciante Iván Ivánich Kuzmichov, afeitado, con gafas y un sombrero de paja, más parecido a un funcionario que a un comerciante, y el padre Jristofor Siriski, párroco de la iglesia de San Nicolás, un viejo pequeño y con cabellos largos, vestido con un caftán de lona de color gris, un sombrero de copa de ala ancha y un cinturón bordado y pintado. El primero parecía concentrado en algún asunto y sacudía la cabeza para ahuyentar el sueño; en su rostro la sequedad habitual del hombre de negocios se entreveraba con la bondad de la persona que acaba de despedirse de su familia y de tomar un trago; el segundo contemplaba con asombro y ojos húmedos este mundo de Dios y esbozaba una sonrisa tan amplia que parecía extenderse hasta el ala de su sombrero de copa; tenía la cara roja, como aterida de frío. Tanto Kuzmichov como el padre Jristofor iban a vender lana. Al despedirse de sus allegados habían comido una buena cantidad de panecillos con nata agria y, a pesar de lo temprano de la hora, habían tomado una copa… Ambos estaban de un excelente humor.


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120 págs. / 3 horas, 30 minutos / 491 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

El Enemigo

Antón Chéjov


Cuento


Es de noche. La criadita Varka, una chiquilla de trece años, mece en la cuna al niño y le canturrea:

Duerme, duerme, niño lindo, que viene el coco...

Una lamparilla verde encendida ante el icono alumbra con luz débil e incierta. Colgados a una cuerda que atraviesa la habitación se ven unos pañales y un pantalón negro. La lamparilla proyecta en el techo un gran círculo verde; las sombras de los pañales y el pantalón se agitan, como sacudidas por el viento, sobre la estufa, sobre la cuna y sobre Varka.

La atmósfera es densa. Huele a piel y a sopa de col.

El niño llora. Está afónico hace tiempo de tanto llorar, pero sigue gritando cuanto le permiten sus fuerzas. Diríase que su llanto no va a acabar nunca.

Varka está muerta de sueño. A pesar de todos sus esfuerzos, sus ojitos se cierran y, por más que intente evitarlo, da cabezadas. Apenas puede mover los labios; siente su cara como de madera y su cabeza pequeñita como la de un alfiler.

Duerme, duerme, niño lindo...

balbucea.

Se oye el canto monótono de un grillo escondido en una grieta de la estufa. En el cuarto inmediato roncan el maestro y el aprendiz Afanasy. La cuna, al mecerse, gime quejumbrosamente. Todos estos ruidos se mezclan con el canturreo de Varka en una música adormecedora, que es grato oír desde la cama. Pero Varka no puede acostarse, y la musiquilla la exaspera, pues le da sueño y ella no puede dormir; si se durmiese, los amos le pegarían.

La lamparilla verde está a punto de apagarse. El círculo verde del techo y las sombras se agitan ante los ojos entrecerrados de Varka, en cuyo cerebro medio dormido nacen vagos recuerdos.


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6 págs. / 10 minutos / 426 visitas.

Publicado el 6 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Relato de un Desconocido

Antón Chéjov


Novela corta


I

Por razones que no vienen al caso explicar ahora con detalle, tuve que emplearme de criado en casa de un funcionario petersburgués de treinta y cinco años llamado Gueorgui Ivánich Orlov.

Había entrado al servicio de ese Orlov para recabar informaciones sobre su padre, famoso hombre de Estado a quien consideraba un importante enemigo de mi causa. Consideraba que, al vivir en casa de su hijo, podría conocer en profundidad los planes e intenciones del padre, gracias a las conversaciones que escuchase y los papeles y notas que encontrase sobre la mesa.

Por lo común, a eso de las once de la mañana sonaba la campanilla eléctrica en mi cuarto, anunciándome que el señor se había despertado. Cuando entraba en su dormitorio, con el traje cepillado y las botas limpias, Gueorgui Ivánich estaba sentado en la cama, sin moverse, no adormilado, sino más bien extenuado por el sueño, con la mirada fija en un punto, sin manifestar ninguna satisfacción por el hecho de haberse despertado. Lo ayudaba a vestirse y él se sometía de mala gana y en silencio a mis cuidados, como si no reparase en mi presencia; luego, con la cabeza mojada y oliendo a agua de colonia, se dirigía al comedor para desayunar. Se sentaba a la mesa, bebía el café y hojeaba el periódico, mientras la doncella Polia y yo nos quedábamos respetuosamente junto a la puerta y lo mirábamos. Dos adultos debían contemplar con la mayor atención cómo un tercero bebía una taza de café y mordisqueaba una tostada. Una situación probablemente ridícula y absurda, pero yo no consideraba humillante quedarme junto a la puerta, aunque era un hombre tan noble e instruido como Orlov.


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96 págs. / 2 horas, 48 minutos / 421 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Mala Suerte

Antón Chéjov


Cuento


Ilia Sergeich Peplov y su mujer, Cleopatra Petrovna, escuchaban junto a la puerta con gran ansiedad. Al otro lado, en la pequeña sala, se desarrollaba, al parecer, una escena de declaración amorosa. Su hija Nataschenka se prometía en aquel momento con el profesor de la Escuela Provincial, Schupkin.

—Parece que pica —murmuraba Peplov, temblando de impaciencia y frotándose las manos—. Mira, Petrovna... Tan pronto como empiecen a hablar de sentimientos, descuelgas la imagen de la pared y entramos a bendecirlos... Quedarán cogidos. La bendición con la imagen es sagrada e irrevocable... Ni aunque acuda al juzgado podrá ya volverse atrás.

Al otro lado de la puerta estaba entablado el siguiente diálogo:

—¡Nada de su carácter!... —decía Schupkin, frotando una cerilla en sus pantalones a cuadros para encenderla—. Le aseguro que yo no fui quien escribió las cartas.

—¡Vamos no diga!... ¡Como si no conociera yo su letra! —reía la damisela lanzando grititos amanerados y mirándose al espejo a cada momento—. La reconocí en seguida. ¡Y qué cosa tan rara!... ¡Usted, profesor de caligrafía y haciendo esos garrapatos!... ¿Cómo va usted a enseñar a escribir a otros si escribe usted tan mal?...

—¡Hum!... Eso no significa nada, señorita. En el estudio de la caligrafía lo principal no es la clase de letra..., lo principal es mantener sujetos a los alumnos. A uno se le pega con la regla en la cabeza..., a otro se le pone de rodillas... ¡Pero la escritura! ¡Pchs!... ¡Eso es lo de menos!... Nekrasov era un escritor y daba vergüenza ver cómo escribía. En sus obras completas viene una muestra, ¡qué muestra!, de su caligrafía.

—Sí..., pero aquel era Nekrasov, y usted es usted... —un suspiro—. ¡A mí me hubiera encantado casarme con un escritor! ¡Se hubiera pasado el tiempo haciéndome versos!

—También yo puedo hacerle versos si lo desea.


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2 págs. / 3 minutos / 411 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Historia de mi Vida

Antón Chéjov


Novela


I

El jefe de la oficina me dijo:

—A no ser por lo mucho que estimo a su honorable padre, le habría hecho a usted emprender el vuelo hace tiempo.

Y yo le contesté:

—Me lisonjea en extremo su excelencia al atribuirme la facultad de volar.

Su excelencia gritó, dirigiéndose al secretario:

—¡Llévese usted a ese señor, que me ataca los nervios!

A los dos días me pusieron de patitas en la calle.

Desde que era mozo había yo cambiado ocho veces de empleo. Mi padre, arquitecto del Ayuntamiento, estaba desolado. A pesar de que todas las veces que había yo servido al Estado lo había hecho en distintos ministerios, mis empleos se parecían unos a otros como gotas de agua: mi obligación era permanecer sentado horas y horas ante la mesa-escritorio, escribir, oír observaciones estúpidas o groseras y esperar la cesantía.

Con motivo de la pérdida de mi último destino tuve, como es natural, una explicación enojosa con el autor de mis días. Cuando entré en su despacho, estaba hundido en su profundo sillón y tenía los ojos cerrados.

En su rostro enjuto, de mejillas rasuradas y azules, parecido al de un viejo organista católico, se pintaba la sumisión al destino.

Sin contestar a mi saludo, me dijo:

—Si tu madre, mi querida esposa, viviera todavía, serías para ella origen constante de disgustos y de bochornos. Dios, en su infinita sabiduría, ha cortado el hilo de su existencia para evitarle terribles decepciones.

Calló un instante y añadió:

—Dime, desgraciado, ¿qué voy a hacer contigo?


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118 págs. / 3 horas, 27 minutos / 402 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Un Casamiento por Interés

Antón Chéjov


Cuento


Tomo primero

En la casa de la viuda de Musurin celébrase un banquete de boda.

Veintitrés comensales; ocho de ellos no comen nada, dormitan y aseguran que están «mareados». Las velas, el quinqué y el candelabro cojo, alquilado en la hospedería vecina, resplandecen tanto, que uno de los convidados—el telegrafista—guiña los ojos y habla melindrosamente de la electricidad, profetizando el dominio de este último sistema de alumbrado: «A la electricidad en general le está reservado un gran porvenir.» Pero los comensales le escuchan con cierto desdén.

—La electricidad... —murmura el padrino, fijando sus miradas aturdidas en su plato—la electricidad, o sea el alumbrado eléctrico, no es, a mi sentir, mas que una trampa. Meten allí un carboncillo y se creen que la gente es tonta. ¡No, amigo; dame lumbre que no sea un carboncillo, sino algo substancioso, ardiente, que arda! Dame fuego, ¿comprendes? ¡Fuego verdadero!, no imaginario.

—Si usted viera de qué está compuesta una batería eléctrica—contesta el telegrafista, dándose tono—hablaría usted de otro modo.

—No tengo ningún deseo de verla... ¡estafadores que sois!... ¡Engañáis a la gente sencilla! ¡Os conozco! Y usted, joven, señor don..., no tengo el honor de saber su nombre y apellido, en lugar de hablar en favor de esas engañifas, beba usted e invite a los demás a que beban...

—Soy completamente de su opinión, padrino—interviene con voz de falsete el novio, Aplombof, joven de cuello largo y cabellos en punta—. ¿Para qué entablar estas conversaciones científicas? No me disgusta a mí tampoco hablar de inventos nuevos; pero en otra ocasión y otro lugar. ¿Qué te parece, machère?—prosigue, volviéndose a la novia.

La novia, Dachenka, que tiene marcadas en sus facciones todas las cualidades menos una, la facultad de pensar, ruborízase y balbucea:


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4 págs. / 7 minutos / 400 visitas.

Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

La Casa del Sotabanco

Antón Chéjov


Cuento


I

Ello sucedió hace unos seis o siete años, cuando yo vivía en uno de los distritos de la gobernación T. en la propiedad del terrateniente Belokúrov, hombre joven que se levantaba muy temprano, andaba vestido con una podiovka por las noches tomaba cerveza y quejábase siempre de que en nadie ni en ninguna parte encontraba comprensión. Vivía en una casita en el jardín, mientras que yo me alojaba en la vieja casona señorial, en una enorme sala con columnas, en la cual no había ningún mueble, excepto un amplio diván, en el que yo dormía, y una mesa, en la cual yo hacía solitarios. Algo aullaba siempre allí en las viejas estufas, aun con tiempo apacible, mientras que durante las tormentas toda la casa se estremecía y hasta parecía que se resquebrajaba en pedazos, de modo que uno sentía un poco de miedo, especialmente de noche, cuando las diez ventanas se iluminaban de repente con los relámpagos.

Condenado por el destino a un ocio constante, yo no hacía absolutamente nada. Durante horas enteras miraba por las ventanas al cielo, los pájaros, las alamedas, leía todo lo que me traían del correo, dormía. De vez en cuando, salía de la casa y vagaba hasta el anochecer.


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22 págs. / 38 minutos / 396 visitas.

Publicado el 13 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

El Álbum

Antón Chéjov


Cuento


El consejero titular Craterof, hombre delgado como la flecha de un campanario, se adelanta, y volviéndose a Imikof le dijo:

—¡Excelencia! Conmovidos por la bondad que nos demostró usted durante los años que fué nuestro jefe...

—Más de diez años—interrumpe Zakusin.

—Más de diez años hemos tenido el honor de ser presididos por vuecencia, y hoy, en celebración del aniversario de su carrera, le ofrecemos este álbum con nuestros retratos y le rogamos que lo acepte como prueba de nuestro profundo respeto y gratitud, deseando que por muchos años no nos abandone...

—Ni nos prive de sus consejos paternales en el camino del progreso—intercala Zakusin, enjugándose la frente. Por lo visto él tenía un discurso preparado y experimentaba un gran deseo de hablar—. Que su bandera ondee siempre en las sendas del talento, trabajo y genio...

Por la mejilla izquierda de Imikof desciende lentamente una lágrima.

—¡Señores!—dice con voz temblorosa—. No esperaba que celebraran ustedes mi modesto aniversario... Estoy conmovido... y... hasta... hasta... la muerte me acordaré de estas atenciones. Créanme, amigos míos; nadie les desea más felicidad que yo... y si hubo alguna vez cualquier incidente desagradable, fué únicamente por el bien de ustedes...

Con estas palabras, el consejero de Estado abraza al consejero titular Craterof, el cual no contaba con un honor semejante y hasta se pone pálido de satisfacción. Luego el jefe hace un gesto con la mano, mostrando que la emoción le impide hablar, y prorrumpe en llanto, como si en vez de regalarle un hermoso álbum se lo quitaran. Recobrada la tranquilidad, pronuncia algunas palabras conmovidas, tiende a todos la mano, baja la escalera acompañado de bendiciones y alegres vivas y toma asiento en su coche. Por el camino experimenta nuevamente la sensación de ese acontecimiento feliz e imprevisto, y otra vez prorrumpe en llanto.


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1 pág. / 3 minutos / 384 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Gordo y el Flaco

Antón Chéjov


Cuento


En una estación de ferrocarril de la línea Nikoláiev se encontraron dos amigos: uno, gordo; el otro, flaco.

El gordo, que acababa de comer en la estación, tenía los labios untados de mantequilla y le lucían como guindas maduras. Olía a Jere y a Fleure d'orange. El flaco acababa de bajar del tren e iba cargado de maletas, bultos y cajitas de cartón. Olía a jamón y a posos de café. Tras él asomaba una mujer delgaducha, de mentón alargado —su esposa—, y un colegial espigado que guiñaba un ojo —su hijo.

—¡Porfiri! —exclamó el gordo, al ver al flaco—. ¿Eres tú? ¡Mi querido amigo! ¡Cuánto tiempo sin verte!

—¡Madre mía! —soltó el flaco, asombrado—. ¡Misha! ¡Mi amigo de la infancia! ¿De dónde sales?

Los amigos se besaron tres veces y se quedaron mirándose el uno al otro con los ojos llenos de lágrimas. Los dos estaban agradablemente asombrados.

—¡Amigo mío! —comenzó a decir el flaco después de haberse besado—. ¡Esto no me lo esperaba! ¡Vaya sorpresa! ¡A ver, deja que te mire bien! ¡Siempre tan buen mozo! ¡Siempre tan perfumado y elegante! ¡Ah, Señor! ¿Y qué ha sido de ti? ¿Eres rico? ¿Casado? Yo ya estoy casado, como ves... Ésta es mi mujer, Luisa, nacida Vanzenbach... luterana... Y éste es mi hijo, Nafanail, alumno de la tercera clase. ¡Nafania, este amigo mío es amigo de la infancia! ¡Estudiamos juntos en el gimnasio!

Nafanail reflexionó un poco y se quitó el gorro.

—¡Estudiamos juntos en el gimnasio! —prosiguió el flaco—. ¿Recuerdas el apodo que te pusieron? Te llamaban Eróstrato porque pegaste fuego a un libro de la escuela con un pitillo; a mí me llamaban Efial, porque me gustaba hacer de espía... Ja, ja... ¡Qué niños éramos! ¡No temas, Nafania! Acércate más ... Y ésta es mi mujer, nacida Vanzenbach... luterana.

Nafanail lo pensó un poco y se escondió tras la espalda de su padre.


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2 págs. / 4 minutos / 381 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Aniuta

Antón Chéjov


Cuento


Por la peor habitación del detestable Hotel Lisboa paseábase infatigablemente el estudiante de tercer año de Medicina Stepan Klochkov. Al par que paseaba, estudiaba en voz alta. Como llevaba largas horas entregado al doble ejercicio, tenía la garganta seca y la frente cubierta de sudor.

Junto a la ventana, cuyos cristales empañaba la nieve congelada, estaba sentada en una silla, cosiendo una camisa de hombre, Aniuta, morenilla de unos veinticinco años, muy delgada, muy pálida, de dulces ojos grises.

En el reloj del corredor sonaron, catarrosas, las dos de la tarde; pero la habitación no estaba aún arreglada. La cama hallábase deshecha, y se veían, esparcidos por el aposento, libros y ropas. En un rincón había un lavabo nada limpio, lleno de agua enjabonada.

—El pulmón se divide en tres partes —recitaba Klochkov—. La parte superior llega hasta cuarta o quinta costilla...

Para formarse idea de lo que acababa de decir, se palpó el pecho.

—Las costillas están dispuestas paralelamente unas a otras, como las teclas de un piano —continuó— Para no errar en los cálculos, conviene orientarse sobre un esqueleto o sobre un ser humano vivo... Ven, Aniuta, voy a orientarme un poco...

Aniuta interrumpió la costura, se quitó el corpiño y se acercó. Klochkov se sentó ante ella, frunció las cejas y empezó a palpar las costillas de la muchacha.

—La primera costilla —observó— es difícil de tocar. Está detrás de la clavícula... Esta es la segunda, esta es la tercera, esta es la cuarta... Es raro; estás delgada, y, sin embargo, no es fácil orientarse sobre tu tórax... ¿Qué te pasa?

—¡Tiene usted los dedos tan fríos!...

—¡Bah! No te morirás... Bueno; esta es la tercera, esta es la cuarta... No, así las confundiré... Voy a dibujarlas...


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Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

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