Textos más largos de Antonio de Hoyos y Vinent disponibles | pág. 2

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autor: Antonio de Hoyos y Vinent textos disponibles


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El Gran Pecado: la Marquesa de Tardiente

Antonio de Hoyos y Vinent


Novela corta


Parte 1

Capítulo 1. La afirmación

Los pueblos felices y las mujeres honradas
no tienen ni historia ni novela.

S. J. PALADAN.

Como sintiera aún los ojos de Roberto fijos en ella, con aquella actitud suplicante de víctima en el ara, actitud plena de mudo reproche y silenciosa queja, afirmó rotunda, agresiva:

—Yo soy una mujer honrada…

Nadie lo había puesto en duda, y así hubo un movimiento de expectación en espera de las explicaciones que de seguro seguirían a tal afirmación de fe. Pero Candelaria callaba y no parecía dispuesta a proseguir, desde el momento en que Roberto, un tanto azorado, habíase apoyado en la chimenea fingiendo estudiar con atención profunda una miniatura de Isabey.

Entonces Piedad Gante, duquesa de Gante y de Malferida, con la autoridad que le daban su posición social, su virtud intachable, su ciencia del mundo y, sobre todo, un cierto parentesco con la procaz, corrigió, mitad en broma, mitad en serio.

—Mujer, Candelaria, cualquiera que te oyese creería que las demás éramos unas perdidas.

Julito Calabrés, defendido contra sus treinta y tantos años en el parapetado de una juventud desbordada en malignidad, murmuró al oído de Amalia Ramos, que fumaba dando chupaditas al Setos Amber y creía lo más prudente abstenerse, segura de que «aquello» de la honradez no iba por ella.

—¡Chúpate ésa! ¡Vaya una lección que se ha llevado la pedantona de Candelaria!

La interesada, mientras, había abierto su pelliza de renard argentée y se abanicaba, disimulando mal su despecho.


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37 págs. / 1 hora, 4 minutos / 236 visitas.

Publicado el 17 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Bohemia Londinense

Antonio de Hoyos y Vinent


Novela corta


I. Los prolegómenos de una novela de Conan Doyle en el Colonial

Julio Galán Barón estirose los puños, tal vez para resaltar aquella pulsera oriental (pacotilla de Tánger u Orán), recuerdo de su escapatoria al norte de África cuando se sintió —hijo único, rico y mimado— en el caso de olvidar los disgustos (que, afortunadamente para él, no tenía), y dar, de paso, uno a mamá (¡tan buena y abnegada la pobre!) y a papá (que, pese al aire feroz, le adoraba), al fin y al cabo decididos a perdonarle todo con tal de tener al hijo, que era la gran razón de su vida, y aseguró muy serio:

—De la semana que viene no pasa. Embarco en los primeros días, y dentro de un mes me tenéis en el Senegal con mi rifle cazando tigres.

Silvestre Fonseca, mientras se calaba el monóculo, afirmó con entusiasta fervor:

—¡Cuenta conmigo! Ya sabes que esta vez me voy contigo sin falta. Aunque para ello tenga que cargar con el medallón de brillantes de tía Casiana.

Dos o tres de los héroes de la pandilla, en ratos de jolgorio, de buen humor o de pedantesca fanfarronería, se ponían monóculo (que vaya usted a saber de dónde habían sacado), para parodiar al fantasmón del conde, que no era mala persona pero que sabía presumir tomando aires de superioridad impertinente.

Como la envidia le traía a maltraer, Campos de Maldonado, el pseudoliterato fracasado, que, a falta de triunfos propios, había quedado para papeles de Chiuti desempeñados sin la gracia, ligereza, desenfado ni buena voluntad propios del personaje de Zorrilla, sino con una acritud concentrada y agresiva de carabina, ironizó agrio, sin comprensión ni simpatía por las fanfarronadas pueriles:

—Me parece a mí que lo que es tú... Como hagas otro viaje que no sea el que te pague tu padre a Santa Rita, lo más que irás será al Tercio, y para eso te faltan arrestos...


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Dominio público
36 págs. / 1 hora, 3 minutos / 219 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Eucaristía

Antonio de Hoyos y Vinent


Cuento


Ah! le douceur de vivre indeciblement pur!

Edmond Harancourt (L’âme nue)


A don Carlos Octavio Bunge


Genuflexos, ante el altar del Santo Gonzaga, oraban en la gloria de la mañana de mayo, bañados en polícroma fanfarria de luz, con que el Sol, filtrándose al través de las historiadas vidrieras, inundaba la capilla. En la iglesia, de ese risueño gótico, todo blanco y oro, típico de las residencias de la orden, la Santa Virgen María fulguraba envuelta en un nimbo de llamas. La cabeza de la imagen se inclinaba ambigua, sin que pudiese saberse si era fatigada por el peso de la corona empedrada de diamantes y zafiros —los heráldicos gules símbolo del amor y de la alegría celestiales— o en un gesto amable de gran dama recibiendo un homenaje mientras con una mano sostenía un Jesús mofletudo, y recogía con la otra su manto de rara magnificencia zodiacal. A sus pies la imagen andrógina del franco príncipe Luis, el Santo, alzaba hacia la bóveda tachonada de luceros sus ojos pintados de azul. En búcaros de irisado vidrio, azucenas litúrgicas erguían sus tallos y abrían el virginal enigma de sus flores mientras a entrambos lados del altar descendían como por la escala de Jacob, angélica procesión de concertantes.

Arrodillados en sus reclinatorios, Juan y Jesús, oraban en espera de la reconciliación con que sus almas puras hallaríanse dignas de recibir la visita de Dios hecho hombre. Cruzados los bracitos lazados de blanco, sobre el pecho, alzadas hacia la imagen las cabezas donde aún no anidara el ave siniestra de un mal pensamiento, eras las preces en sus labios como cándidas palomas que dejando el nido volaban hacia el trono de Dios.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 171 visitas.

Publicado el 27 de abril de 2019 por Edu Robsy.

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