Textos mejor valorados de Antonio de Hoyos y Vinent disponibles | pág. 2

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autor: Antonio de Hoyos y Vinent textos disponibles


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Los Héroes de la Visera

Antonio de Hoyos y Vinent


Cuento


Parte 1

Capítulo 1

Cayetano hizo su aparición en la taberna y, encarándose con el «Carreterito», avisó:

—La «Rubia», que te espera ahí fuera.

Alzó la cabeza el torero con un gesto brusco, que echó hacia atrás la dorada onda dormida sobre la frente, y separando los ojos de las cartas formuló con impaciencia:

—La dices que se «ahueque», ¿estás tú? Y que haga el pijotero favor de dejarme en paz… ¡Ah! —añadió al ver que el otro se disponía a retirarse—, y tú que no me vengas con «embajás».

Salió el maletilla con jacarandosos andares toreros, orgulloso de su terno perla, de su cordobés flamante, de la jarifa corbata roja rayada de verde y, sobre todo, de su belleza de niño gitano, que le ayudaba a vivir en los años juveniles al amparo de las hembras de trapío con la misma alegre inconsciencia con que viven los pájaros en los días primaverales al amparo de los árboles vestidos de follaje; cayó nuevamente la cortina de rayado percal sobre el luminoso cuadro de la puerta, y el santuario de Baco quedó sumido en la semipenumbra, que hacía de él un oasis en el bochorno de la tarde estival.


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Dominio público
47 págs. / 1 hora, 22 minutos / 148 visitas.

Publicado el 18 de junio de 2018 por Edu Robsy.

La Zarpa de la Esfinge

Antonio de Hoyos y Vinent


Cuento


La ofrenda

Tórtola:

tú eres el símbolo de la belleza única. Antes de conocerte yo te había visto danzar ante Herodes como Salomé, bailar en el desierto entre los tigres como Cleopatra… Eres el ensueño hecho carne. Estás más allá de la vida, del tiempo y del espacio. Deja que te ofrezca en homenaje la historia trágica de una pobre danzarina que fue hermética y hierática y tuvo zarpa de piedra como la Esfinge y corazón de carne como hija de Eva. Déjame depositar a tus pies, ¡divinos pies enjoyados de Icono!, la ofrenda.

«A la gloria de Tórtola Valencia: Oro, Incienso, Mirra».

Parte 1

1. El cortejo de Terpsícore

La presencia de la marquesa Elvira en el baile de La Dalia fue un escándalo. Toda la concurrencia (y el hecho de ser Martes de Carnaval, agravado por el de celebrar el Niño del Piano, que tantismas—frase estampada en las invitaciones en que se ofrecía la fiesta a dos docenas de jóvenes y señoritas, distinción tan propia como digna de encomio, así como a unos cuantos astros coletudos entre los que brillaba con luz propia el Cautivito, más conocido en los colmados que en las plazas, y más que por los públicos, por las damas que celebran mercado de sus encantos, y que en el caso de Cipriano hacíanse una dulce carga de atender a la satisfacción de sus necesidades y boato, con largueza digna de encomio—, simpatías contaba en el barrio, hacíale imponente) había desfilado ante el grupo formado por la marquesa Elvira de Moncada, Judith Israel, la admirable danzarina, Julito Calabrés, Gregorito Alsina, Wifredo Silvano, el compositor de La Danza de Walpurgis, Fabricio Remanso, el poeta evocador de El Amor de Antinous, y Miguel Ángel Estrada, escultor vidente e iluminado que creara las alucinantes figuras de «La Lujuria» y «La Muerte», el inquietante grupo que en la última Exposición provocó un conflicto de orden público.


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Dominio público
39 págs. / 1 hora, 9 minutos / 190 visitas.

Publicado el 17 de junio de 2018 por Edu Robsy.

El Oscuro Dominio

Antonio de Hoyos y Vinent


Novela corta


He aquí un libro amargo como la hiel, ácido como el zumo de limón. Es un libro abominable y triste. No es inmoral, porque el dolor no es inmoral nunca. Inmorales pueden ser las lecturas livianas que loan el amor y la voluptuosidad, pero jamás los horrendos calvarios de la pasión y el vicio. Este libro es casi tina obra de penitencia y de espiritual maceración; es como esas Santas de la vieja leyenda, todas perfumadas de amor, que para convertir a los pecadores salaces, rasgaban sus vestiduras y mostraban el pecho roído de lepra.

Es el libro del vicio, del pecado y del dolor.

Recemos un Padre Nuestro para que Dios nos libre de caer en la tentación:

«Padre Nuestro que estás en los Cielos...»

I. El puerto de paz

Esas mujeres son como esas últimas rosas del verano, cuya vista causa placer, pero cuyos pétalos están marchitos y cuyo perfume se ha perdido.

Balzac.


—... «Magdalena echó un frasco de bálsamo en la llaga del costado, y las piadosas mujeres pusieron también yerbas en las llagas de las manos y los pies...»—Leía lentamente, puntuando con claridad y marcando los períodos; la voz era grave, cálida, matizada de contenida pasión, y manejada en sordina, era una voz que decía demasiado, que ponía excesivo dolor en las cosas dolorosas y recreábase con ampulosa voluptuosidad en las imágenes brillantes, una voz que, rompiendo el imperativo categórico de la conciencia, obedecía involuntariamente a ignorados resortes.


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Dominio público
45 págs. / 1 hora, 19 minutos / 11 visitas.

Publicado el 21 de noviembre de 2024 por Edu Robsy.

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