Textos más populares este mes de Antonio de Hoyos y Vinent disponibles | pág. 2

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autor: Antonio de Hoyos y Vinent textos disponibles


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La Torería

Antonio de Hoyos y Vinent


Cuento


Capítulo 1

En la «visera» hubo un movimiento de expectación. Por la carrera de San Jerónimo desembocaba en la Puerta del Sol, al trote de dos soberbias jacas andaluzas, la victoria, yantada de goma, de Tina Rosalba.

Los émulos de «Costillares» y Pedro Romero, que discutían, formando pintorescos corrillos, transcendentales cuestiones de tauromaquia; los traspillados hampones y las billeteras, en funciones a las altas horas de la noche de sacerdotisas de la señora Venus, agolpáronse en la acera contigua a la Carrera para ver pasar el joyante tren. Entre todos destacose con gran algazara el grupo formado por tres o cuatro admiradores (con más hambre que vergüenza) del «Lucero», el futuro astro, el que, según los vaticinios de algunos aficionados que se jactaban de no haberse equivocado nunca, había de emular las glorias de «Pepe Hillo» y de «Frascuelo», el que empezaba a ser ídolo de bellezas fáciles y envidia de las taurinas estrellas de Getafe y Tetuán.


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Dominio público
51 págs. / 1 hora, 30 minutos / 155 visitas.

Publicado el 18 de junio de 2018 por Edu Robsy.

La Estocada de la Tarde

Antonio de Hoyos y Vinent


Novela corta


I

El banquero abatió con nueve. María Montaraz se impacientó. ¡Qué animal! ¡La suerte que tenía el tío aquel! Su mano menuda y ágil, libre de la prisión del guante, buceó en el bolsillo de áureas mallas que descansaba sobre su falda. Uno, dos, tres, cinco... ¡Aquí paz, y después, gloria! De las trescientas pesetas que había llevado le quedaban en total cinco duros. ¡Qué nochecita! No acertaba ni una. Además, se le había metido en la cabeza que aquella francesona, con tipo de carabinero, que se le sentó al lado, le traía pato; y para colmo, su otro vecino, un vejete pulcro y atildado que lucía sobre la albura de la pechera impecable una perla tamaña como un garbanzo, no cesaba de darle rodillazos insinuantes, y tenía ya media pierna deshecha.

Vaya, ¡la última jugada! Puso dos duros sobre la mesa y cogió las cartas prestamente antes de que la franchuta, que ya echaba la garra, las trincase.

—¡Ocho!

El banquero volvió a abatir con nueve.

La Montaraz se puso en pie. En un momento en que nadie le veía sacó la lengua al banquero, echó una mirada anonadante a su adorador, y, alejándose de la mesa, dio algunos pasos a la ventura para tornar a detenerse perpleja. Miró en derredor. ¡Nadie! ¿Dónde se habría metido Julito? ¿Y la necia de la Barbanzón?


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Dominio público
44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 161 visitas.

Publicado el 27 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Oro, Seda, Sangre y Sol

Antonio de Hoyos y Vinent


Novela


Brindis

A Mariano Benlliure, el maestro admirable, el autor de La Estocada de la Tarde y El Coleo, brindo estas páginas de sangre, de oro, de seda y de sol.

Preludio

Una nota de clarín
desgarrada,
penetrante,
rompe el aire con vibrante
puñalada...
Ronco toque de timbal.

Salta el toro
en la arena.
Bufa, ruje...
Roto cruje
un capote de percal.

Acomete
rebramando, arrollando
a caballo y caballero...
Da principio
el primero
espectáculo español...

La hermosa fiesta bravía
de terror y de alegría
de este viejo pueblo fiero...
¡Oro, seda, sangre y sol!


Manuel Machado

La estocada de la tarde

I

El banquero abatió con nueve. María Montaraz se impacientó. ¡Qué animal! ¡La suerte que tenía el tío aquel! Su mano menuda y ágil, libre de la prisión del guante, buceó en el bolsillo de áureas mallas que descansaba sobre su falda. Uno, dos, tres, cinco... ¡Aquí paz, y después, gloria! De las trescientas pesetas que había llevado le quedaban en total cinco duros. ¡Qué nochecita! No acertaba ni una. Además, se le había metido en la cabeza que aquella francesona, con tipo de carabinero, que se le sentó al lado, le traía pato; y para colmo, su otro vecino, un vejete pulcro y atildado que lucía sobre la albura de la pechera impecable una perla tamaña como un garbanzo, no cesaba de darle rodillazos insinuantes, y tenía ya media pierna deshecha.

Vaya, ¡la última jugada! Puso dos duros sobre la mesa y cogió las cartas prestamente antes de que la franchuta, que ya echaba la garra, las trincase.

—¡Ocho!

El banquero volvió a abatir con nueve.


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Dominio público
182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 228 visitas.

Publicado el 28 de abril de 2019 por Edu Robsy.

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