Textos por orden alfabético inverso de Antonio de Trueba disponibles | pág. 5

Mostrando 41 a 50 de 89 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Antonio de Trueba textos disponibles


34567

La Guerra Civil

Antonio de Trueba


Cuento


I

Tenía yo de ocho a diez años y casi casi deseaba que hubiese siquiera un poquito de guerra, porque siempre estaba oyendo hablar de ella, y envidiaba a los que la habían conocido.

—¿Qué es guerra?— había preguntado a mi madre.

Y ésta me había contestado:

—Hijo, Dios nos libre de ella; porque la guerra es matarse los hombres unos a otros.

—Pues mi hermano y yo no nos matamos ni matamos a nadie, y siempre está usted diciendo que somos muy guerreros y que damos mucha guerra.

Mi madre se echó a reír al oír esta observación mía, y lejos de rechazarla, pareció confirmarla dándome un beso apretado y chillado, que es cosa rica.

Este proceder de mi madre, que al parecer no podía influir en mi criterio, influyó no poco, pues me hizo dudar más y más de que la guerra fuese matarse los hombres unos a otros y los guerreros fuesen una especie de fieras.

Los chicos de la aldea me acusaban de collón, viendo, por ejemplo, que cuando se mataba el cerdo en casa, en vez de hacer lo que en tal caso hacían ellos, que era ayudar a sujetar las patas del pobre animal sobre el banco en que se le tendía para meterle el cuchillo, o encargarse de la faena de revolver con un palo la sangre que iba cayendo en la caldera, yo me escapaba de casa al castañar inmediato y allí me estaba llorando y tapándome los oídos para no oír los dolorosos gruñidos del cerdo, y no volvía hasta que éste había dejado de padecer, fausta nueva que me daba el humo del helecho o de la paja con que se le chamuscaba en la portalada.


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 66 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Fuerza de Voluntad

Antonio de Trueba


Cuento


I

Una vez conversaba yo con un carranzano más listo que un demontre (pues los hay que ven crecer la yerba), y como la conversación recayese sobre lo que puede la imaginación en nuestros actos, el carranzano me contó lo siguiente, que no eché en saco roto, como no echo nada de lo que me pueda servir para estudiar el modo de sentir, pensar y proceder del pueblo a quien tengo mucha afición, aunque no tanta que me parezca un santo ni mucho menos, porque su señoría (y perdone si le niego el su magestad, pues creo que mienten bellacamente los que le llaman soberano) suele descolgarse con cada animalada que le parte a uno de medio a medio.

II

Era hacia los años de 1836 a 1838 en que la guerra civil entre isabelinos y carlistas hacía de las suyas a más y mejor, tanto que cuando las recordamos los que no tenemos nada de belicosos ni de pícaros, no podemos menos decir a los belicosos, pícaros o inocentes que se entusiasman con ella: ¡Ay, pedazos de bestias!

Los beligerantes ordinarios en la conjunción de los valles de Carranza y Soba, eran: en Carranza un destacamento de aduaneros carlistas mandados por un carranzano conocido por Josepin el de Aldacueva, y en Soba los urbanos o paisanos armados isabelinos de los lugares confinantes con Carranza, mandados por un sobano conocido con el apodo de Geringa.

Josepin era un mocetón corpulento, de buen humor y diestro en la estrategia guerrillera; y Geringa un delgaducho como un alambre, a cuya circunstancia debía el apodo de Geringa, preocupado y caviloso como él solo, tanto que su mujer temía no se le pusiese alguna vez en la cabeza que estaba en peligro de muerte, porque entonces ni todos los veterinarios del mundo le salvaban.

Josepin y Geringa se conocían desde antes que empezara la guerra, y por cierto que merece contarse en capítulo aparte cómo se conocieron.


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 81 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Fuente de la Sabiduría

Antonio de Trueba


Cuento


Cuento popular recogido en la merindad de Marquina (Vizcaya)

I

Sancho López de Urberuaga, no se había tenido nunca por tonto, ni por tal había tenido nadie, sino antes bien, por tan discreto como los viejos de la merindad de Marquina decían haberlo sido cuando mozo el caballero de Barroeta, cuya tontería había llegado á ser proverbial desde el Urola al Lea, y desde el mar al Urco y Oiz; pero empezaba á creerse tan falto de seso, como el caballero de Barroeta lo era desde que salió de la mocedad, y las gentes más discretas empezaban á participar de su opinión.

La razón que tenía el solariego de Urberuaga para sospechar que se había tornado tonto como el caballero de Barroeta, es lo que en breves cláusulas voy á explicar.

Dejóle su padre buena casa, buena ferrería. buen molino, buena heredad, labrantías, buenos bosques de carboneo, buenos ganados y buenos castañares y manzanares, y á pesar de no haber sido nunca holgazán, ni vicioso ni manirroto, de tal modo había menguado su herencia paterna, que quedaba reducida á la casa solar, ya tan desvencijada, que á no ser por la yedra, que la abrazaba y sostenía hubiera dado en el suelo; á unas tierrecillas labrantías, dilatadas á modo de estrechos listones, á ambas orillas del río, desde la revuelta que éste da pasado el solar de Ubilla, hasta Aspilza; el bosque costanero que dominaba el solar á la banda diestra del río; y hasta una veintena de cabezas de ganado mayor y menor, y no cuento entre los cortos bienes de Sancho, la ferrería y el molino de Aspilza, porque éstos, lejos de ser labrantes y molientes, como lo eran cuando de su padre los heredó, eran ya sendos montones de ruinas por haber carecido y carecer su señor de haberos monedados para conservarlos y repararlos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
11 págs. / 20 minutos / 45 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Felicidad Doméstica

Antonio de Trueba


Novela corta


I

Permítaseme empezar este cuento con algunos detalles topográficos, y en el hecho de pedir que se me permitan estos detalles, confieso que no están del todo en su lugar.

Donde los cuentos dan á su autor mucha gloria y mucho dinero, la crítica debo tener la manga muy estrecha; pero en España, donde poco ó nada de eso dan, la crítica debo tener la manga tan ancha, tan ancha, que puedan pasar por ella los extravíos que para nuestro particular solaz nos permitimos, los cuentistas.

—Cuentista—me dice el público,—ven acá y cuéntame un cuento.

—¡Allá voy, señor mío!—le contesto.

Pero cato usted que apenas empiezo el cuento veo pasar á una personita que me gusta, y por ir á charlar con ella un rato dejo al público con un palmo de narices.

—¡Cómo se entiende!—me grita indignado el público—Me falta usted al respeto, olvidando que las leyes del arte niegan la autonomía á los cuentistas.

—Vamos á cuentas, señor público. Cuando va usted á un teatro de aficionados, ¿silba usted á los actores?

—No, señor.

—¿Y por qué?

—Porque son aficionados.

—¿Y por qué razón son aficionados?

—Porque no ganan dinero.

—Pues mire usted, por esa razón somos también aficionados los cuentistas españoles; y porque somos aficionados no se nos debe silbar, aunque nos tomemos libertades como las que yo me tomo.

El Oriento es la región de la luz y el Ocaso la de la sombra. Vámonos hacia el Oriente, saliendo por la puerta de Alcalá.

Siguiendo la carretera de Aragón, caminamos por espacio de un cuarto de hora dominando con la vista las llanuras que cercan á la capital.

Descendemos á un vallecito donde hay un puente sobre un arroyo nominal y emprendemos la subida de una cuesta, agradable por lo corta y desagradable por lo pendiente.


Leer / Descargar texto

Dominio público
81 págs. / 2 horas, 22 minutos / 54 visitas.

Publicado el 23 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Escapatoria

Antonio de Trueba


Cuento


I

Juan era un mozo que, mejorando lo presento, valía cualquier dinero; pero tenía un pero, como todos lo tenemos, más ó menos grande, en esto pícaro mundo: este pero era la pícara vanidad, que se fundaba en que sabía leer de corrido, escribir una carta de modo que, aunque mal, se entendiese, y oficiar una misa de manera que al oirle no echasen á correr los perros que hubiese en la iglesia.

Vino de las merindades de Castilla á trabajaren las veneras de Triano, bailó toda la tarde en la romería de Santa Agueda con una chica baracaldesa, la chica le gustó, á pesar de que le habían dicho pestes de los baracaldeses, él gustó también á la chica, y convinieron en que ni pintados podían ser mejores para «casarse juntos«. Juan habló de este proyecto á los padres de Ramona (que así se llamaba la chica baracaldesa); á los padres de Ramona les pareció el proyecto á padres de Ramona, y pocas semanas después Ramona y Juan se casaron, y en casa de los padres de Ramona hubo dos matrimonios en lugar de uno.

El día de la boda se comió y se bebió en grande, y como en tales casos la lengua se alarga y la conciencia se ensancha, así Ramona como sus padres-tuvieron aquel día algunas salidas de pie de banco, que á Juan disgustaron un poquillo, porque demostraban que su mujer y sus suegros no habían inventado la pólvora, ó lo que era lo mismo, no eran del todo dignos de haber emparentado tan estrechamente con un mozo que sabía leer de corrido, escribir una carta de modo que, aunque mal, se entendiese, y oficiar una misa de manera que al oirle no echasen á correr los perros que hubiese en la iglesia.

Juan se quejó de esto aquella misma noche á otro maqueto paisano suyo, que era uno de los convidados á la boda, y el maqueto le dijo:


Leer / Descargar texto

Dominio público
22 págs. / 39 minutos / 35 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Cruz Más Santa

Antonio de Trueba


Cuento


(Leyenda del siglo XVI)

I

Alboreaba el siglo décimoquinto de la Era cristiana á cuyas efemérides pertenecen las gloriosas de la invención de la imprenta, del descubrimiento de América, de la conquista de Granada y de la terminación de los bandos de Oñez y Gamboa que por espacio de más de dos centurias habían desolado la región vasco-cántabra.

Estos funestos bandos estaban más enconados que nunca al alborear aquel dichoso siglo, y particularmente lo estaban en los valles occidentales de Vizcaya conocidos desde tiempo inmemorial con el nombre de Encartaciones, conmemorativo de la carta ó pacto que mediaba entre ellos y el resto de Vizcaya.

Aunque por regla general los linajes estaban afiliados en uno ú otro bando, algunos había que no lo estaban en ninguno, por cuya circunstancia se llamaba hombres comunes á los no abanderizados. Los hombres comunes eran respetados por los banderizos, pero esto no obstaba para que el vulgo los considerase como poco celosos de su honra y pobremente dotados de lo que en aquel tiempo se consideraba como la mayor virtud, que era el valor para combatir con una espada, una lanza ó una ballesta en la mano.

Entre los pocos hombres comunes de las Encartaciones se contaban los del linaje de Aranguren de Baracaldo, rama desprendida hacía siglos del glorioso árbol de Susúnaga que florecía desde tiempo inmemorial en la misma república, y trasplantada al apacible vallecito de Mendi-errea vegetaba allí con extraordinaria lozanía y ópimo fruto.

Señor de aquella casa era entonces Martín Sanchez de Aranguren, que siguiendo la tradición de sus antepasados, buscaba la gloria por caminos muy distintos de aquellos por donde la buscaban los caballeros principales de su tiempo; aquellos caminos eran los de la paz y el trabajo bendecidos de Dios, aunque odiados de la generalidad de los hombres.


Leer / Descargar texto

Dominio público
23 págs. / 41 minutos / 39 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Conciencia

Antonio de Trueba


Cuento


Cuento popular recogido en Vizcaya

I

Cuando Cristo y los Apóstoles andaban por el mundo sucedieron cosas muy dignas de contarse; y si los evangelistas Juan, Lucas y Mateo, no las escribieron., como escribieron otras, fué porque dijeron:

—Algo hemos de dejar para que el pueblo cristiano le cuente á la orilla de la lumbre á sus pequeñuelos en las veladas de invierno, y sus pequeñuelos lo escuchen y crean como si fuera el evangelio, y lo tengan presente nuestros venideros para arreglar á ello sus acciones, y como se lo contaron á ellos sus padres lo cuenten ellos á sus hijos, y así, de generación en generación, vaya pasando hasta la consumación de los siglos, y en el mundo cristiano haya dos Biblias una escrita y la otra oral, una sagrada y la otra profana, una santificada con la palabra de Dios y otra embellecida con la candorosa fe de los hombres de buena voluntad.

¡Oh dulce, tierna y piadosa madre mía que ya descansas bajo los sauces y los cipreses del santo huertecillo guarecido por la iglesia de nuestra aldea! estoy seguro de que sonríes regocijada cuando ves que tu hijo es, como tú, aficionado á la parábola, que si por haberla contado él no es santa, lo es por haberla inventado Jesús. ¡Oh madre! haz descender á mí la sencilla elocuencia de tu palabra y la ingente ternura de tu corazón para que la parábola que voy á reproducir tenga en mi pluma algo de lo sencillo y tierno que tenía en tus labios cuando la recogí de ellos!

II

Entre las historias que recogí de los labios maternales, no es ciertamente la más tierna y dulce la de Juan de la Cabareda, pero compensa su aridez su filosofía. Esta historia no se puede contar punto por punto, porque unos la cuentan de un modo y otros de otro, pero esto no debe parecer grave inconveniente al narrador, puesto que todos están conformes en lo esencial.


Leer / Descargar texto

Dominio público
13 págs. / 22 minutos / 33 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Casualidad

Antonio de Trueba


Cuento


I

Eran frecuentes mis escapatorias de la villa a la aldea natal, adonde me estaban siempre llamando la familia, los amigos, los recuerdos de la niñez y mi afición a la vida campesina.

Llegué a la aldea al anochecer de un día de Invierno, y como llegase cansado y hacía frío y la noche era obscura, me instalé inmediatamente junto al hogar, y siguiendo el consejo de mi padre y mis hermanos, reservé para la mañana siguiente la visita a los amigos y compañeros de la infancia, a pesar de lo muy grata que me era siempre esta visita y de mi impaciencia por hacerla.

Algunos amigos míos, menos egoístas y no más descansados que yo, pues habían pasado el día trabajando en sus heredades, arrostraron el cansancio y el frío y la obscuridad, para ir a verme tan pronto como supieron mi llegada.

Con tal motivo, aquella noche había gran tertulia en casa. Mis sobrinitos, que ordinariamente se acostaban al anochecer, con un huevo o una taza de leche casi todas las veces, y las demás con la añadidura de un azote que les daba su madre con toda la suavidad que permitía el caso, para corregir las mañas en que incurrían cuando el sueño les rondaba, estaban aquella noche despabiladísimos, y todas las amenazas de su madre de que haría y acontecería con ellos si no se iban a acostar eran inútiles, pues poniéndose bajo la salvaguardia del tío y del abuelo, las desafiaban valerosamente.


Leer / Descargar texto

Dominio público
13 págs. / 22 minutos / 39 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Capciosidad

Antonio de Trueba


Cuento


I

En Octubre de 1879 andaba yo por las Encartaciones de Vizcaya, porque en tal estación tiene para mí muchos atractivos la vida campesina, sobre todo en el litoral cantábrico, donde la temperatura ocupa un grado intermedio entre el calor del verano y el frío del invierno, y la naturaleza participa de la belleza y la gracia de la juventud y de la majestad y la madurez de la edad viril.

Pernocté en Sopuerta un sábado, y el domingo inmediato me levanté muy temprano con objeto de dirigirme á Trucios, pasando por Labarrieta y Arcentales, que tenían para mí, además de los atractivos de la estación, el de los recuerdos de la infancia, muy poderosos é influyentes en mí.

Cuando yo era aún niño, todas aquellas laderas que con el nombre de Sopeña dominan, por la banda derecha, el río desde Lacilla á Labarrieta, estaban, no como ahora desnudas de arbolado, sino cubiertas de frondosos castañares, en que tenían participación casi todos los vecinos de los barrios de Alcedo, Arroyos y Santa Gadea, cuya gente menuda gustábamos, más que de la escuela de Mercadillo, de los castañares de Sopeña, así que los erizos comenzaban á «regullar» ó abrirse mostrando el fruto maduro.

La estación de las castañas, de las nueces, de las manzanas y aun de las uvas y los higos, aunque éstas y éstos suelen anticiparse un poquito, es el mes de Octubre, precisamente cuando yo andaba por los amenos valles natales.


Leer / Descargar texto

Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 31 visitas.

Publicado el 23 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Cabra Negra

Antonio de Trueba


Cuento


I

Es cosa convenida que todo cuento, fábula ó apólogo ha de tener su moraleja, palabra que, tal como suena, vale tanto como pequeña moral, aunque el Diccionario de la Academia de la lengua castellana no se ha tomado la molestia de decírnoslo. El cuánto que voy á contar tiene aún más que moraleja: tiene moral muy grande, pues con él se prueba que las faltas pequeñas van creciendo, creciendo como las bolas de nieve, hasta convertirse en delitos enormes que aplastan con su peso al individuo, á la familia ó al pueblo que incurre en ellas.

¿Quién no recuerda haber oído á su madre la historia de un gran criminal que empezó su triste carrera robando una aguja de coser y la terminó muriendo ajusticiado en un patíbulo? Historia muy parecida á la de este desdichado es la del pueblo de San Bernabé, sobre cuyas solitarias ruinas, cubiertas de zarzas y yezgos, y coronadas con una cruz como la sepultura ele los muertos, me lo contaron una tarde á la sombra septentrional, de la cordillera pirenáico-cantábrica.

II

En una de aquellas colinas pertenecientes al noble valle de Mena, que se alzan entre Arceniega y el Cadagua, dominados por la gran peña á cuyo lado opuesto, que es el meridional, corre, ya caudalosísimo, el Ebro, existía desde el siglo VIII un santuario dedicado al apóstol San Bernabé. Este santuario era uno de los muchos que desde el Ebroal Océano, separados por un espacio de diez leguas, origió la piedad de aquella muchedumbre de monjes y seglares que se refugiaron en aquellas comarcas cuando los mahometanos invadieron las llanuras de Castilla y se detuvieron en la orilla meridional del gran río, sin atreverse á pasar á la opuesta en cuyas fortalezas naturales los esperaban amenazadores y altivos los valerosos cántabros reforzados con los fugitivos de Castilla.


Leer / Descargar texto

Dominio público
11 págs. / 20 minutos / 189 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

34567