Textos más largos de Antonio de Trueba disponibles publicados el 26 de octubre de 2020 | pág. 2

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autor: Antonio de Trueba textos disponibles fecha: 26-10-2020


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El Primer Pecado

Antonio de Trueba


Cuento


I

¿Quién no recuerda haber oído a su madre la historia de un gran criminal que empezó su triste carrera robando un alfiler y la terminó muriendo ajusticiado en un patíbulo? Historia muy parecida a la de este desdichado es la del pueblecito de San Bernabé, sobre cuyas solitarias ruinas, cubiertas de zarzas y yezgos y coronadas con una cruz, como la sepultura de los muertos, me la contaron una melancólica tarde a la sombra septentrional de la cordillera pirenaico-cantábrica.

II

En una de aquellas colinas, pertenecientes al noble valle de Mona, hoy perteneciente a la provincia de Burgos, aunque la naturaleza y la historia le hicieron hermoso y honrado pedacito de Vizcaya; en una de aquellas colinas que se alzan entre Arceniega y el Cadagua, dominadas por la gran peña a cuyo lado meridional corre ya caudalosísimo el Ebro, existía desde el siglo VIII un santuario dedicado al apóstol San Bernabé.

Este santuario era uno de los muchos que hay desde el Ebro al Océano, separados por un espacio de diez leguas, debidos a la piedad de aquella muchedumbre de monjes y seglares que se refugiaron en aquellas comarcas cuando los mahometanos invadieron las llanuras de Castilla y se detuvieron en la orilla meridional del gran río sin atreverse a pasar a la opuesta, en cuyas fortalezas naturales los esperaban amenazadores y altivos los valerosos cántabros, reforzados con los fugitivos de Castilla.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Rico y el Pobre

Antonio de Trueba


Cuento


I

Éste era un caballero de Madrid, llamado don Juan Lozano, que tenía el oro y el moro, y gozaba tanto de los enemigos del alma, mundo, demonio y carne, que pasaba la vida rabiando.

Aunque esto último parece mentira, es una verdad como un templo (y califico de gran verdad al templo, no por su gran tamaño, sino por su gran verdad); y si no, expliquémonos, que explicándose se entiende la gente.

Don Juan vivía en la calle de Atocha, en un palacio cuyo lujo y comodidades eran el presulta del lujo y la comodidad (como decía Perico, el zapatero remendón de la guardilla de enfrente, llamado por mal nombre Carape, que entendía de latín tanto como yo); sus coches y caballos valían un dineral; en su mesa se servían hasta en día de trabajo los manjares más ricos que Dios crió o inventaron los hombres, y, por último, las chicas más, guapas que paseaban por Madrid se despepitaban por don Juan. Pues a pesar de todo esto, y mucho más que no es para dicho, don Juan pasaba la vida rabiando, porque el regalo y el placer habían estragado de tal modo su cuerpo y su alma, que lo que a todo el mundo le sabe a gloria, a él le sabía a rejalgar de lo fino; y así era que nunca se le veía reír, y siempre estaba con una cara de condenado, que metía miedo.

A Perico, el zapatero de enfrente, le sucedía todo, lo contrario que a don Juan: era más pobre que las ratas, y, sin embargo, era más rico que don Juan el de enfrente. Esto último también parece mentira, y no lo es; y en prueba de ello me contentaré por ahora con decir que Perico se pasaba el día, y aun la noche, canta que canta, fuma que fuma, y echa que echa chicoleos a su mujer, aunque era más fea que el voto va Dios.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Pecado Natural

Antonio de Trueba


Cuento


I

Éste era un caballero de Madrid, llamado don Juan Lozano, que tenía el oro y el moro, y gozaba tanto de los enemigos del alma, mundo, demonio y carne, que pasaba la vida rabiando.

Aunque esto último parece mentira, es una verdad como un templo (y califico de gran verdad al templo, no por su gran tamaño, sino por su gran verdad); y si no, expliquémonos, que explicándose se entiende la gente.

Don Juan vivía en la calle de Atocha, en un palacio cuyo lujo y comodidades eran el presulta del lujo y la comodidad (como decía Perico, el zapatero remendón de la guardilla de enfrente, llamado por mal nombre Carape, que entendía de latín tanto como yo); sus coches y caballos valían un dineral; en su mesa se servían hasta en día de trabajo los manjares más ricos que Dios crió o inventaron los hombres, y, por último, las chicas más, guapas que paseaban por Madrid se despepitaban por don Juan. Pues a pesar de todo esto, y mucho más que no es para dicho, don Juan pasaba la vida rabiando, porque el regalo y el placer habían estragado de tal modo su cuerpo y su alma, que lo que a todo el mundo le sabe a gloria, a él le sabía a rejalgar de lo fino; y así era que nunca se le veía reír, y siempre estaba con una cara de condenado, que metía miedo.

A Perico, el zapatero de enfrente, le sucedía todo, lo contrario que a don Juan: era más pobre que las ratas, y, sin embargo, era más rico que don Juan el de enfrente. Esto último también parece mentira, y no lo es; y en prueba de ello me contentaré por ahora con decir que Perico se pasaba el día, y aun la noche, canta que canta, fuma que fuma, y echa que echa chicoleos a su mujer, aunque era más fea que el voto va Dios.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Cura Nuevo

Antonio de Trueba


Cuento


I

Esto debió suceder hace más de un siglo, pues fue en tiempo de mi bisabuelo materno Agustín de Garay, quien lo contaba a mi abuela, que a su vez lo contaba a mi madre, como ésta me lo contaba a mí, bien distantes todos por cierto de que en letras de molde se lo había de contar yo al público.

Era hacia fines del mes de Julio; por más señas, un sábado al anochecer. Los vecinos de Montellano, conforme dejaban las heredades donde andaban en la siega del trigo y la resalla de la borona, se iban reuniendo en el campo de Acabajo, uno de los cuatro barrios en que se divide aquella aldea de veinticinco vecinos.

Aquel campo, donde hoy existe una ermita dedicada a San Antonio Abad, abogado de los animales, era entonces mucho más espacioso que ahora, porque después le han ido invadiendo y estrechando las codiciosas heredades hasta el punto de faltar poco para que digan a la ermita, la era y los nogales que aún quedan en él: «a ver si os quitáis de ahí, para que nosotras nos ensanchemos un poquito más;» como que llegaba hasta la Fuente fría que hoy está separada de él por una estradita que corre entre heredades.

No era sólo el deseo de refrescar en la fuente lo que reunía allí entonces a los vecinos de Montellano, sino una novedad de las más grandes de la aldea: subía ya por el castañar de Traslacueva, acompañado de un hermoso perro de caza y montado en el caballito de San Francisco, el cura nuevo, y los vecinos, ansiosos de conocerle y saludarle, se reunían y le esperaban en el campo de Acabajo, donde sin duda se detendría un rato a descansar antes de subir por la llosa del Portal al barrio de las Casas, en el que mi bisabuela Magdalena de Umaran le tenía preparado provisional hospedaje, que consistía en el mejor cuarto de la casa, lindamente blanqueado la víspera por mi bisabuelo, con una caldera de lechada de cal distribuida hasta en el techo con ayuda de una brocha de brezo.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Ama del Cura

Antonio de Trueba


Cuento


I

Era el rector o párroco de Cegama lo más bendito y glorioso que había bajo la capa del cielo. Con aquel genio siempre bondadoso, indulgente y sereno, con aquella seguridad de que todo lo que ocurre en el mundo es obra de Dios, y, por consecuencia, lo mejor y más justo, y con aquella propensión a no descubrir en el mundo más que horizontes de color de rosa, estaba siempre sonrosado como la fresa de Loyola, sano como las manzanas de Oiquina y gordo como los cebones de Oyarzun.

Es verdad que el señor rector se despepitaba por un platito de magras con tomate o un par de truchas del riachuelo de Alzánia, pero en cambio era celosísimo en el desempeño de su sagrado ministerio y, como suele decirse, no tenía cosa suya, pues gastaba en limosnas y en obsequiar a cuantos llegaban a su casa, no sólo el producto de su curato, sino también el de media docena de caserías que había heredado de sus padres.

La llavera o ama del señor rector había sido tan feliz como éste hasta rayar en los treinta años. Mari Cruz, que así se llamaba, quedó huérfana de padre y madre de muy pocos meses de edad, y el señor rector la recogió, costeó su lactancia y educación y le sirvió como de cariñoso padre.

Mari Cruz salió una excelente muchacha, y tanto amor y agradecimiento tenía al señor cura, que por no separarse de éste había desechado muy buenas proporciones de casarse.

Era célebre en Cegama un viejecito, de la altura de un perro sentado, conocido por Diegochu.

Diegochu era un pobre labrador que apenas sabía escribir su nombre y apellido; pero era naturalmente tan listo y decidor, y sabía tantos cantares, refranes y chilindrinas, que en todo el Olamoch (tierra de los argomales achaparrados), como llaman a la comarca de Cegama, pasaba entre las gentes ignorantes y sencillas por un sabio, a quien todos admiraban y escuchaban como a oráculo y profeta infalible.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Cura de Paracuellos

Antonio de Trueba


Cuento


I

Paracuellos, que es un lugar de tres al cuarto, situado en la orilla izquierda del Jarama, como dos leguas al Oriente de Madrid, tenia un señor cura que, mejorando lo presente, valía cualquier dinero.

Es cosa de contar de cuatro plumadas su vida, que la de los hombres que valen se ha de contar y no la de aquellos de quien se dice:


En el mundo hay muchos hombres
de historia tan miserable,
que se compendia diciendo
que nacen, pacen y yacen.
 

Su padre era un pobre jornalero que no sabía la Q, de lo cual estaba pesarosísimo, tanto que no se le caía de la boca la máxima de que el saber no ocupa lugar. Consecuente con esta máxima, puso el chico a la escuela, y el chico hizo en pocos meses tales progresos, que, según la espresión de su buen padre, leía ya como un papagayo.

Así las cosas, dio al pobre jornalero un dolor no sé en qué parte, y se murió rodeado de su mujer y sus hijos, repitiendo a estos, y muy particularmente al escolar, que era el mayor, su eterna canción de que el saber no ocupa lugar.

La madre de Pepillo, que así se llamaba nuestro héroe (como dicen los genealogistas, aunque su héroe no sea tal héroe ni tal calabaza), se vio negra para tapar tantas boquitas como le pedían pan a todas horas, y como le saliese proporción de acomodar a Pepillo con un amo que le mantuviese, vistiese y calzase (vamos al decir), no tuvo más remedio que aprovecharla, por más que le doliese quitar al chico de la escuela. El amor con quien la tía Trifona (que así se llamaba la viuda) acomodó a Pepillo, era el mayoral de una de las toradas que pastan en la ribera del Jarama, según sabemos por los poetas que tanto han molido, al respetable público con los toros jarameños, como si los toros fueran un gran elemento poético.


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Rebañaplatos

Antonio de Trueba


Cuento


I

Tomillarejo y Retamarejo son dos pueblecillos de la Alcarria que, como quien dice, se dan la mano, y siempre tendrá cada uno sus cincuenta vecinos.

Aunque en los nombres de Tomillarejo y Retamarejo haya alguna semejanza, no sucede así en el carácter de sus habitantes, porque todo lo que tienen de sencillotes y a la buena de Dios los de Tomillarejo, tienen los de Retamarejo de maliciosos y otras cosas que me callo, porque no he de ser yo tan murmurador y burlón como ellos.

Andando por aquella comarca a caza, no de liebres ni conejos ni perdices, que sólo cazo en el plato cuando se me ponen a tiro, sino a caza de curiosidades populares, que son mi encanto, descubrí ambos pueblecillos desde un altillo que hacía la carretera, y me parecieron tan pintorescos, tan floridos y tan aromosos, que me decidí a pasar un par de días en cualquiera de ellos.

Era por el mes de mayo, y los dos pueblos parecían dos colmenas en el centro de dos ramilletes de flores; sólo que las flores que rodeaban a Tomillarejo eran blancas y azules, y las que rodeaban, a Retamarejo eran amarillas.

Anduve, anduve hacia Retamarejo, que era el primero, y estaba separado de Tomillarejo por una verde loma donde había una ermita, y entonces vi que las flores amarillas eran de retama y ruda.

—¿De qué serán las de Tomillarejo?—me pregunté—

Y una dulce tufaradilla que me trajo de hacia allá la brisa de la mañana me contestó que eran de tomillo y romero.

—Pues a Tomillarejo me voy dije para mí —que


Retama y ruda me carga
por inodora y amarga,
y amo romero y tomillo
por oloroso y sencillo.
 

Pero como Retamarejo me salía al paso, no quise seguir adelante sin detenerme un poco en él a descansar y ver las curiosidades, que para mí no faltan en pueblo alguno, por miserable que sea, con tal que tenga iglesia parroquial o algo que se le parezca.


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El Expósito

Antonio de Trueba


Teatro


Personas

MARI-CRUZ.
MARTÍN.
ISABEL.
DON LIBORIO.
ANTÓN.
UN MOZO.


Portalada o plazoleta que precede a la puerta de una casería en la vertiente meridional del valle de Zemudio, en Vizcaya.— Un nogal grande sombrea la portalada.— Al pie del nogal, un banco rústico.— Sobre la puerta de la casería, un balcón con antepecho de madera y una parra por adorno y quitasol.— En el rondo del valle, heredades verdes y caserías blancas.— En la vertiente opuesta, en primer término, collados con algunas caserías rodeadas de heredades, y en último, las altas cumbres del Jata.— Al Oeste, el mar, que comienza en el abra que separa a Santurce y Algorta, y se ensancha y se dilata y se pierde en la azul inmensidad del horizonte.

Escena I

MARTÍN, solo.— Es un joven de veinte a veintidós años, que viste pantalón blanco de lienzo, blusa azul y boina encarnada.— Repican campanas hacia el fondo del valle, donde se descubre un campanario.


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Tragaldabas

Antonio de Trueba


Cuento


I

Lesmes era pastor, aunque su nombre no lo haría sospechar a nadie, pues todo el que haya leido algo de pastores en los autores más clásicos y autorizados, sabe que se llamaban todos Nemorosos, Silvanos, Batilos, etc.

Si el nombre de Lesmes nada tiene de pastoril, menos aún tiene la persona; pues es sabido que todos los pastores como Dios manda, son guapos, limpios, discretos, músicos, cantores, poetas y enamorados, y Lesmes podía apostárselas al más pintado a feo, puerco, tonto, torpejón para la música, el canto y la poesía, y el amor estomacal era el único que le desvelaba.

Lesmes tenía, sin embargo, algo de pastor, aparte, por supuesto, de lo de guardar ganado: era curandero. Nadie ignora que la flor y nata de los curanderos sale del gremio pastoril.

La voz del pueblo, que dicen es voz de Dios, aseguraba que Lesmes triunfaba de todas las enfermedades; pero yo tengo una razón muy poderosa para creer que la voz del pueblo mentía como una bellaca, y, por consiguiente, no es tal voz de Dios ni tal calabaza. Lesmes padecía una terrible hambre canina, a la que debía el apodo de Tragaldabas con que era conocido, y toda su ciencia no había logrado triunfar de aquella enfermedad.

Un invierno atacó no sé qué enfermedad al rebalo de Lesmes, y en poco tiempo no le quedó una res. Esta desgracia fue doble para el pobre Tragaldabas, porque al perder el ganado perdió la numerosa clientela de enfermos, que le daba, sino para matar el hambre, al menos para debilitarla. El pueblo, que acudía a él en sus dolencias, dijo con muchísima razón: «si Tragaldabas no entiende la enfermedad de las bestias, es inútil que acudamos a él». Y dicho y hecho: ya ningún enfermo acudió a consultar a Tragaldabas desde que se supo que éste no acertaba con el mal de las bestias.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Un Siglo en un Minuto

Antonio de Trueba


Cuento


I

Esta narración necesita prólogo propio. En cambio, no le necesitan ajeno tantos y tantos libros como ahora salen con prólogo ajeno, a pesar de estar vivos y sanos, gracias a Dios, sus autores, y ser éstos muy listos y muy guapos para no necesitar que el vecino se encargue de decir al público lo que nadie mejor que ellos sabe.

En el de este libro he citado la opinión de cierto caballero particular que asegura son una misma cosa la mentira y la poesía, y no quiero poner término a estas narraciones sin hacer un esfuerzo para averiguar lo que haya de cierto en la susodicha opinión. El procedimiento de que me voy a valer es muy sencillo, pues consiste en contar algo que sea mentira, y luego ver si hay o no poesía en ello.

Tengo por mentira lo que voy a contar; pero también tengo mis temorcillos de que no lo sea, porque, además de ser personas muy verídicas y bien informadas unas buenas aldeanas de Güeñes, que me lo contaron una noche de Difuntos, mientras ellas hilaban y nosotros los hombres fumábamos a la orilla del fuego, he leido algo que corrobora su aserto en un libro que, si mal no recuerdo, se llama Leyendas de Flandes, escrito por un tal Berthout, o cosa así, y cuando una noticia anda de Vizcaya a Flandes, algo debe tener de cierta.

Moreto ha dicho que la poesía y la filosofía son una misma cosa, y si resultase que la poesía y la mentira tambien lo son, ¡buena, buena va a quedar la filosofía, tras lo mal parada que ha quedado en manos de los krausistas!

II

Allá hacia mediados del siglo XIV, eran célebres en Vizcaya dos caballeros, llamados, el uno, D. Juan de Abendaño, y el otro, Fortun de Mariaca, este último más conocido con el sobrenombre de Ozpina, que equivale a Vinagre.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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