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autor: Antonio de Trueba textos disponibles


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El Cura de Paracuellos

Antonio de Trueba


Cuento


I

Paracuellos, que es un lugar de tres al cuarto, situado en la orilla izquierda del Jarama, como dos leguas al Oriente de Madrid, tenia un señor cura que, mejorando lo presente, valía cualquier dinero.

Es cosa de contar de cuatro plumadas su vida, que la de los hombres que valen se ha de contar y no la de aquellos de quien se dice:


En el mundo hay muchos hombres
de historia tan miserable,
que se compendia diciendo
que nacen, pacen y yacen.
 

Su padre era un pobre jornalero que no sabía la Q, de lo cual estaba pesarosísimo, tanto que no se le caía de la boca la máxima de que el saber no ocupa lugar. Consecuente con esta máxima, puso el chico a la escuela, y el chico hizo en pocos meses tales progresos, que, según la espresión de su buen padre, leía ya como un papagayo.

Así las cosas, dio al pobre jornalero un dolor no sé en qué parte, y se murió rodeado de su mujer y sus hijos, repitiendo a estos, y muy particularmente al escolar, que era el mayor, su eterna canción de que el saber no ocupa lugar.

La madre de Pepillo, que así se llamaba nuestro héroe (como dicen los genealogistas, aunque su héroe no sea tal héroe ni tal calabaza), se vio negra para tapar tantas boquitas como le pedían pan a todas horas, y como le saliese proporción de acomodar a Pepillo con un amo que le mantuviese, vistiese y calzase (vamos al decir), no tuvo más remedio que aprovecharla, por más que le doliese quitar al chico de la escuela. El amor con quien la tía Trifona (que así se llamaba la viuda) acomodó a Pepillo, era el mayoral de una de las toradas que pastan en la ribera del Jarama, según sabemos por los poetas que tanto han molido, al respetable público con los toros jarameños, como si los toros fueran un gran elemento poético.


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Dominio público
18 págs. / 32 minutos / 48 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Apetito

Antonio de Trueba


Cuento


I

Cuando Cristo y San Pedro andaban por el mundo sucedió que una mañana se encontraron con ellos en el camino dos jóvenes muy guapos y enamorados que volvían de la iglesia, donde acababan de casarse, y se dirigían á una casita blanca que tenían ya preparada allá arriba para vivir en ella queriéndose y ayudándose uno á otro como Dios manda.

—No será malo—dijo la mujer al marido viendo que se acercaba á olios Cristo y San Pedro,—que aprovechemos la ocasión para preguntar á Cristo qué es lo que principalmente debemos hacer para ser buenos casados, porque aunque ya nos ha dicho algo de eso el señor Cura, naturalmente Cristo y aun San Pedro han de saber más que él de esas cosas.

—Tienes mucha razón—contestó el marido,—y tanto más nos conviene preguntarles eso, cuanto el señor Cura nos ha dicho, que como tenemos poco talento...

—De tí ha dicho eso, que no de mí.

—Lo mismo da, mujer, que lo que se dice del marido, como si se dijera de la mujer es.

—Eso según y conforme.

—¿No has oído al señor Cura que la mujer y el marido son una sola carne y un solo hueso?

—No, ha dicho el señor Cura eso: ha dicho que el marido debe tener por carne de su carne y hueso de su hueso á la mujer.

—Pues llámale hache.

—No le llamo hache ni jota, que lo que con eso ha querido decir el señor Cura es que si, pongo por caso, tú me das una bofetada que me rompa las muelas, te ha de doler la bofetada como dada en carne de tu carne y hueso de tu hueso.

—Zape, ya me guardaré yo muy bien de dártela que no soy tan tonto como eso.

—¡Podía llegar hasta eso tu tontería!

—Pues como íbamos diciendo, nos conviene tanto más preguntar á Cristo que es lo que principalmente debemos hacer para ser buenos casados cuanto el señor Cura nos ha aconsejado que cuando no sepamos alguna cosa, la preguntemos á quien sepa más que nosotros..


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 43 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Ama del Cura

Antonio de Trueba


Cuento


I

Era el rector o párroco de Cegama lo más bendito y glorioso que había bajo la capa del cielo. Con aquel genio siempre bondadoso, indulgente y sereno, con aquella seguridad de que todo lo que ocurre en el mundo es obra de Dios, y, por consecuencia, lo mejor y más justo, y con aquella propensión a no descubrir en el mundo más que horizontes de color de rosa, estaba siempre sonrosado como la fresa de Loyola, sano como las manzanas de Oiquina y gordo como los cebones de Oyarzun.

Es verdad que el señor rector se despepitaba por un platito de magras con tomate o un par de truchas del riachuelo de Alzánia, pero en cambio era celosísimo en el desempeño de su sagrado ministerio y, como suele decirse, no tenía cosa suya, pues gastaba en limosnas y en obsequiar a cuantos llegaban a su casa, no sólo el producto de su curato, sino también el de media docena de caserías que había heredado de sus padres.

La llavera o ama del señor rector había sido tan feliz como éste hasta rayar en los treinta años. Mari Cruz, que así se llamaba, quedó huérfana de padre y madre de muy pocos meses de edad, y el señor rector la recogió, costeó su lactancia y educación y le sirvió como de cariñoso padre.

Mari Cruz salió una excelente muchacha, y tanto amor y agradecimiento tenía al señor cura, que por no separarse de éste había desechado muy buenas proporciones de casarse.

Era célebre en Cegama un viejecito, de la altura de un perro sentado, conocido por Diegochu.

Diegochu era un pobre labrador que apenas sabía escribir su nombre y apellido; pero era naturalmente tan listo y decidor, y sabía tantos cantares, refranes y chilindrinas, que en todo el Olamoch (tierra de los argomales achaparrados), como llaman a la comarca de Cegama, pasaba entre las gentes ignorantes y sencillas por un sabio, a quien todos admiraban y escuchaban como a oráculo y profeta infalible.


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Dominio público
20 págs. / 35 minutos / 46 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Desde la Patria al Cielo

Antonio de Trueba


Novela corta


I

Lector despreocupado: sí abres por la S el Diccionario geográfico, de Madoz, o cualquiera otro, encontrarás un artículito que dice, poco más o menos, lo siguiente:

«S..., concejo de las encartaciones de Vizcaya partido judicial de Balmaseda, con trescientos vecinos y una iglesia parroquial dedicada a San Fulano. Dista de Bilbao cinco leguas, y sesenta y cinco de Madrid.»

Aquí tienes todas las noticias geográficas, históricas, estadísticas, etc., que dan los libros acerca del rinconcito del mundo de que vamos a hablar.

Pero como el concejo de S... me interesa algo más que a los autores de Diccionarios geográficos, voy a suplir el desdeñoso laconismo de estos señores.

Verdaderamente, el concejo de S..., no tiene grandes títulos a la atención del viajero, y sobre todo si el viajero es despreocupado como tú.

Su iglesia es buena para glorificar y pedir consuelos a Dios; pero... pare usted de contar.

Los vecinos del concejo la tienen mucho cariño; pero ¿sabes por qué, lector despreocupado? Porque, según dicen, sus padres la construyeron amasando con el sudor de su frente la cal de aquellas blancas paredes; porque allí están enterradas las personas por quienes rezan y oran todos los días; porque allí recibieron ellos el agua santa del bautismo; porque allí se unieron para siempre con la compañera de sus alegrías y sus tristezas; porque allí alcanzan de Dios consuelo en sus tribulaciones, y porque allí la palabra del sacerdote les indujo, e induce aún a sus hijos, a amar y reverenciar a sus padres, a detestar el vicio y a adorar la virtud.

¿Qué te, parece, lector despreocupado? ¿Has visto simpleza igual?

Pues no para en esto la de los tales aldeanos.


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53 págs. / 1 hora, 34 minutos / 78 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Cuentos de Color de Rosa

Antonio de Trueba


Cuentos, Colección


A Teresa

Estos cuentos te dedico, amor mío, porque son lo más honrado que ha salido de mi pluma, y porque tu alma angelical y enamorada me ha hecho sentir mucho de lo hermoso y puro y santo que he pretendido trasladar a ellos.

Llámoles CUENTOS DE COLOR DE ROSA, porque son el reverso de la medalla de la literatura pesimista que se complace en presentar el mundo como un infinito desierto en que no brota una flor, y la vida como una perpetua noche en que no brilla una estrella.

Yo, pobre hijo de Adán, en quien la maldición del Señor a nuestros primeros padres no ha dejado de cumplirse un solo día desde que, niño aún, abandoné mis queridos valles de las Encartaciones; yo tendré amor a la vida y no me creeré desterrado en el mundo mientras en él existan Dios, la amistad, el amor, la familia, el sol que me sonríe cada mañana, la luna que me alumbra cada noche, y las flores y los pájaros que me visitan cada primavera.

En el momento en que esto te digo, a ambos nos sonríe a esperanza más hermosa de mi vida: antes que el sol canicular marchite las flores que están brotando, refrescarán nuestra frente las auras de las Encartaciones. El noble y sencillo anciano, que ya se honra y te honrará dándote el nombre de hija, recorre alborozado la aldea, y con el rostro bañado en lágrimas de regocijo, dice a los compañeros de mi infancia:

— ¡Mis hijos vienen! ¡Mi hijo vuelve a saludar estos valles con el ardiente amor que les tenía al darles la despedida más de veinte años ha!

Y los compañeros de mi infancia, que, como yo, siguen la jornada de la vida glorificando a Dios, que les da aliento para no desmayar en ella, participan del regocijo de nuestro padre.


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Dominio público
322 págs. / 9 horas, 24 minutos / 312 visitas.

Publicado el 6 de enero de 2019 por Edu Robsy.

Cronología Conyugal

Antonio de Trueba


Teatro


Jornada cómica

(Este cuento popular si bien algo picarillo es, tiene también su enseñanza, que no conviene echar en saco roto, y por eso lo recogí y versifiqué cuando aún me dominaban resabios de la mocedad.)

Personas

Cazador 1.°—Cazador 2.°—Péru.—Un chico de ocho-años.—Una caserío de Baracaldo, en Vizcaya. En la portalada un emparrado con tina mesa y bancos. Sobre la puerta de la casa un ramo fresco. A la derecha de la portalada un cerezo. Anda por allí jugando un chico, que viste pantalón de algodón azul, llamado «mal año para ello».

Escena primera

Dos cazadores bilbaínos, con escopetas y burjacas, que por la izquierda de la casa aparecen, fatigados de calor.

CAZADOR 1.°
¡Esto es asarse vivo!

CAZ. 2.°
¡Yo sudo caldo!

CAZ. 1.°
¿Dónde estarán las fuentes
de Baracaldo.
que no hay ni rastro de ellas
en el camino?

CAZ. 2.°
Aquí escasea el agua
y abunda el vino.

CAZ. 1.°
Yo bebería ahora
todo un estanque.

CAZ. 2.°
Yo también.

CAZ. 1.°
Calla, ¡en casa
de Péru hay abranque!

CAZ. 2.°
Pues vamos á sentarnos
bajo la parra. (Se sientan).

CAZ. 1.°
Vamos.

CAZ. 2.°
(Llamando.) ¿Péru?

Escena II

Cazadores y Péru.

PÉRU (saliendo de la casa.)
¿Qué quieren?

CAZADOR 1.º
Saca una jarra.

PÉRU
¡Je! ¡Tengo una pipilla
que tiene un zumo!

CAZ. 1.°
¿Sí? Pues esa es la pipa
de que yo fumo.
¡Anda! (Entrase Péru.)


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 56 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Creo en Dios

Antonio de Trueba


Cuento


I

Todavía con los ojos húmedos y el corazón agitado por las emociones que habla experimentado al penetrar en el hogar paterno tras una ausencia de veinte años, dejó la aldea nativa una tarde del mes de septiembre de 1859, y me dirigí a un valle cercano, lleno para mí de dulces memorias, como todos los de las nobles Encartaciones.

En el valle a donde me dirigía hay una ermita consagrada a la Virgen de la Consolación, y aquella ermita encerraba para mí recuerdos muy santos, porque mi madre encontraba allí consuelo en sus grandes aflicciones, y más de una vez me llevó asido de la mano al pie del altar de la Virgen, que yo, viéndola con un niño en los brazos, y no comprendiendo aún los misterios de la religión, amaba más por lo que tenía, de madre que por lo que tenía de santa.

Quería yo rejuvenecer aquellos santos recuerdos y dar gracias en aquel humilde templo a la madre de Dios, a cuya intercesión creía deber el haber vuelto a sentarme en el hogar de mis padres y el haber vuelto a postrarme en el templo donde recibí el bautismo.

No intentaré pintar aquí lo que sintió mi corazón cuando penetró en la ermita y cuando dobló la rodilla sobre aquella misma grada donde mi madre la dobló tantas veces, llorando de fe y de consuelo, porque todas estas impresiones, todas estas dulces y santas agitaciones de mi alma, están escritas en un libro que acaso nunca se publicará.

La ermita estaba más blanca, más limpia, más engalanada, más joven que yo la había dejado.

Así que recé y pasé una hora ante el altar, confundiendo en mi pensamiento la idea de Dios con los recuerdos de mi infancia, salí al pórtico de la ermita, donde, sentado en un poyo de piedra, se hallaba un anciano que me había facilitado la entrada en el templo.


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Dominio público
30 págs. / 53 minutos / 58 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Cata-ovales

Antonio de Trueba


Cuento


Tradición popular vizcaína

I

Eleve los Dos mundos á tantos compatriotas míos como residen en la América latina con el pensamiento y el corazón en los valles nativos; una de las mil tradiciones que he recogido en estos amados valles, y llévela desnuda de toda gala retórica, pues me falta tiempo para suplir con tales galas su desnudez originaria.

II

Al Oeste del valle donde tienen asiento los concejos de Galdames y Sopuerta, arrancan dos montañas paralelas en dirección al valle de Arcentales, separadas por una honda y estrecha cañada, por cuyo fondo se precipita un bullicioso riachuelo cuyas riberas pueblan frondosas arboledas y minas de ferrerías y aceñas.

Casi al comedio de esta cañada en la ribera izquierda, blanquea la aldeita de Labarrieta, con sus doce ó catorce casas rodeadas de heredades, viñedos y árboles frutales, con su iglesita de Santa Cruz y su ermita de Santa Lucía, que tapa la boca y sirve como de portería á una singular caverna, allá arriba en la ladera de la montaña.

Sirviendo como de estribación á la montaña, meridional ó del lado opuesto y asomándose por espacio de media legua á la hondonada, sigue la dirección de ésta un cordón de blancas rocas calcáreas, que elevándose cada vez mas, terminan frente á la aldeita, con elevación tal, que causa vértigo el asomarse á ellas por el campo del Oval, nombre que lleva la planicie ó meseta que en aquel punto las domina.

Aquella parte de la cordillera pétrea, se llama la Peña de la Miel, porque es frecuente ver destilar por ella la miel de los tártanos ó panales que labran las abejas en sus grutas y concavidades.


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3 págs. / 6 minutos / 32 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Atezayaga

Antonio de Trueba


Cuento


Tradición popular recogida en el valle de Guernica


En tiempos muy antiguos, no empezaba el mar á donde ahora se llama Mundaca, y en aquél tiempo se llamaba Munácoa y no Menosca como dijeron los historiadores romanos, á cuyo oído era refractaria la lengua que que hablaba en esta región, y persevera en ella después de haber sido la de toda la península ibérica. El mar empezaba entonces bastante más allá; pero las olas fueron atacando la punta de tierra por sus dos obstados y concluyeron por circunvalarla, de lo que resultó la isla de Izaro, cuyo nombre significa isla marina. Entonces, naturalmente, aquél pedazo de tierra tenía otro nombre, porque, no podía tener, el de Izaro no estando aislado en el mar; entonces se llamaba Atezayaga, que equivale á portería ó lugar de porteros; y se llamaba así con muchísima razón, como vamos á ver en este relato, que sustancialmente he recogido de boca del pueblo.

En Atezayaga había una casa solariega y tan noble, que á cuantos procedían de ella, con sólo acreditar esta procedencia, se los relevaba en todos los imperios y monarquías á donde iban de pruebas de nobleza, se les concedían gracias y privilegios y los linajes más encumbrados y esclarecidos se creían honrados con emparentar con ellos.

Sin embargo de esto, los del solar de Atezayaga eran muy pobres, como que todas sus riquezas materiales se reducían á unas cortas tierras labrantías, á algunos ganados, á un molino, á una ferrería donde labraban algunos quintales de fierro con el carbón que producían sus bosques y el mineral que producía una venera que tenían cerca de ellos, y á la pesca que extraían, del mar que azotaba su modesta propiedad territorial.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 42 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

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