Textos más populares esta semana de Antonio de Trueba disponibles | pág. 6

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autor: Antonio de Trueba textos disponibles


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Ibaizábal y Compañía

Antonio de Trueba


Cuento


I

Frescos como la nieve del Gorbea y el Aitzgorri, y limpios como la honra de las tres hermanas que al pié de aquellos excelsos montes se asientan, bajaban hacia Bilbao dos robustos aldeanos, naturales y procedentes, el uno de las montañas del lado de Durango, y el otro de las del lado de Orduña.

Para guarecerse de los rayos del sol, que picaba de lo lindo, se daban sombra con ramas-de castaño, de roble, de nogal, de haya y de otros árboles; y para regalar su olfato y realzar su gallardía, se habían adornado con sendos ramilletes formados con la flor de los cerezos, los perales, los manzanos y los melocotoneros que encontraban á su paso.

No hacían su viajo en ayunas, que llevaban el vientre bien repleto de ricas truchas, anguilas, loinas y bermejuelas, sazonadas con tragos de las buenas fuentes, algunas medicinales, que habían encontrado en su camino; porque ambos viajeros, como-eran aguados, habían pasado de largo por delante de las ventas y caserías en que se vendía el zumo de la uva foránea, ó el de la uva y la manzana indígenas.

Durante su viaje habían dado pruebas de serviciales y amigos de fomentar la industria y la agricultura patrias, ya impulsando con su empuje las ruedas de los molinos y ferrerías, ya regando los huertos y las arboledas con que tropezaban.

Al llegar á la jurisdicción de Galdácano, un poco más de una legua más arriba de Bilbao, se encontraron de repente, sin haberse visto hasta aquel instante, y después de saludarse con la cortesía y fraternidad propias de la gente de su tierra, trabaren conversación en los términos que sabrán los que leyeren ú oyeren leer.

II

—¿De dónde se viene, buen amigo, aunque sea mal preguntado?

—Do hacia Orduña.

—Qué, ¿es usted de por allá?

—Para servir á Dios y á usted.

—¿De qué parte?


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10 págs. / 18 minutos / 36 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

No Hay Patria Fea

Antonio de Trueba


Cuento


I

Hacía más de veinte años que yo ansiaba continuamente volver al valle nativo, ansia á que contribuía no poco la circustancia de no haber vuelto á ver á mis padres, á mis hermanos, á mis compañeros de la infancia, desde que me alejé de ellos casi niño.

Comprendo que el amor al hogar paterno y al valle nativo ha sido siempre en mí una pasión que en lo intensa y, si se quiere, en lo insensata, me ha diferenciado de la generalidad de los hombres, porque me parece que entre cada millón de ellos apenas es posible encontrar uno que sienta esa pasión con la intensidad con que yo la siento. Esta pasión en mí era hija de mi naturaleza, y no de las circunstancias y vicisitudes de mi vida, porque ni en el hogar paterno había dejado delicias materiales de tal magnitud y encanto que fuera imposible olvidarlas, ni lejos de aquel hogar había encontrado miserias y trabajos tan grandes que fuera imposible acostumbrarse á ellos. Más aún: la hermosura real de mi tierra nativa y la fealdad de aquella por que la había trocado no contrastaban de tal modo que justificasen mi ansia por tornar á la primera.

Ahora que he visto satisfecho, hasta cierto punto, mi deseo de vivir donde nací; ahora que mi cabeza se deja dominar menos por mi corazón, y conozco que cuando se escribe para el público es necesario buscar modo de que cabeza y corazón se auxilien mutuamente; ahora comprendo que el corazón embellece muchas cosas que son feas, y afea muchas cosas que son bellas.


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Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Capciosidad

Antonio de Trueba


Cuento


I

En Octubre de 1879 andaba yo por las Encartaciones de Vizcaya, porque en tal estación tiene para mí muchos atractivos la vida campesina, sobre todo en el litoral cantábrico, donde la temperatura ocupa un grado intermedio entre el calor del verano y el frío del invierno, y la naturaleza participa de la belleza y la gracia de la juventud y de la majestad y la madurez de la edad viril.

Pernocté en Sopuerta un sábado, y el domingo inmediato me levanté muy temprano con objeto de dirigirme á Trucios, pasando por Labarrieta y Arcentales, que tenían para mí, además de los atractivos de la estación, el de los recuerdos de la infancia, muy poderosos é influyentes en mí.

Cuando yo era aún niño, todas aquellas laderas que con el nombre de Sopeña dominan, por la banda derecha, el río desde Lacilla á Labarrieta, estaban, no como ahora desnudas de arbolado, sino cubiertas de frondosos castañares, en que tenían participación casi todos los vecinos de los barrios de Alcedo, Arroyos y Santa Gadea, cuya gente menuda gustábamos, más que de la escuela de Mercadillo, de los castañares de Sopeña, así que los erizos comenzaban á «regullar» ó abrirse mostrando el fruto maduro.

La estación de las castañas, de las nueces, de las manzanas y aun de las uvas y los higos, aunque éstas y éstos suelen anticiparse un poquito, es el mes de Octubre, precisamente cuando yo andaba por los amenos valles natales.


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Publicado el 23 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Los Molinos y los Hornos

Antonio de Trueba


Cuento


En los tres riachuelos que en el Arenao se juntan en uno para dirigirse al mar por San Juan de Somorrostro, procedentes uno de Galdames, otro de Arcentales y Sopuerta y otro de Labaluga, feligresía de éste último concejo, hay desde el Arenao arriba diez ó doce molinos, que con los seis que hay del Arenao abajo, apenas componen una veintena.

Yo que tengo mucho amor á las ruinas, no tanto por su misterio como por su debilidad y tristeza, me he entretenido en contar las de los molinos y aceñas que se descubren aún orilla de aquellos ríos y sus afluentes, y he contado más de cincuenta.

Aquellos molinos cuyos vestigios se ven á cada paso orilla de los ríos y hasta orilla de los regatos, y cuya memoria queda en la lengua vascongada, que tiene un nombre particular y expresivo para cada sistema, situación ó magnitud como lo prueban los nombres errota, bolua, gerua acenia, nomenclatura ampliada con los aumentativos y diminutivos, aquellos molinos constituían una industria que daba el sustento á multitud de familias dedicadas á ella y á las que de ella se derivaban. Todavía en 1786 había en Vizcaya más de seiscientos, que hoy están reducidos á menos de la mitad.

En 1814, siendo alcalde de Güeñes el señor Ondazarros, que era hombre instruído y curioso, como lo es su hijo don José María, veriguó que en la jurisdicción de aquel concejo se molían, anualmente, por término medio, cincuenta mil fanegas de trigo, en su mayor parte para surtir de pan á Bilbao.


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5 págs. / 8 minutos / 33 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Horma Municipal

Antonio de Trueba


Cuento


I

La calificación de tío que al protagonista del cuento que voy á recontar daba Mari-Pepa de Echegoyen cuando nos contó este cuento al amor de la lumbre, en su casería de las estribacionos del Gorbea, donde unos amigos míos y yo nos vimos obligados á pedir hospitalidad, sorprendidos por la noche al volver de curiosear en aquella excelsa montaña, es una de las razones que tengo para creer que el cuento en cuestión no pasó en la tierra vascongada, porque en esta tierra sólo se da el nombre de tío á aquél á quien es debido por la consanguinidad.

Otra de las razones que tengo para pensar así, es la de que en esta tierra no ha habido, ni hay, ni se permite que haya alcalde como el tío Igualdad, sin que esto quiera decir que no los haya habido y aun los haya tan malos como él, aunque por otro estilo.

Esto mismo dije á Mari-Pepa la de Echegoyen, así que nos contó el cuento en vascuence, y por cierto con mucha más gracia que yo le he de contar en romance; pero se contentó con responderme que tal como le había contado, le había aprendido de cabeza oyéndole cuando chiquita.

Este dato no era para desperdiciado, porque prueba que el cuento es anterior al precepto constitucional de que unos mismos códigos regirán en toda la Nación.

II

No sé cuándo, era alcalde perpetuo de Nosé-dónde, un hombre á quien llamaban el tío Igualdad, porque para él la igualdad era la cosa mejor del mundo, y no desperdiciaba ocasión de encarecérsela á sus subordinados.

Estando un día reunidos en la plaza del pueblo los vecinos principales, el tío Igualdad les dirigió sobre el mismo tema una arenga que terminó exclamando:

—Igualdad, igualdad ante todo, en todo y sobre todo.


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5 págs. / 9 minutos / 32 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Visión de Lasmuñecas

Antonio de Trueba


Cuento


El documento que voy á dar á conocer me parece rauv curioso y útil para el estudio de las alucinaciones vulgares, y aun para el estudio médico de ciertas enfermedades físicas que llevan consigo la perturbación mental.

Me lie preguntado si merecía darse á luz en un periódico formal é importante, y la contestación ha sido afirmativa, fundándose en que si es lícito al escritor fantasear historias y darlas al público con el único fin de deleitar, lícito debe serle también el dar á conocer hechos que puedan servir para el estudio de las enfermedades físicas y morales de la humanidad.

El año 1841 se habló muchísimo en la parte occidental de Vizcaya y en la oriental de la provincia de Santander, de una aparición muy singular que se suponía haber tenido un vecino del concejo de Sopuerta, y se contaba entre otras cosas, que en una respetable familia de aquel concejo habían ocurrido, con posterioridad á la aparición, sucesos anunciados de antemano por el sujeto que decían haberla tenido Más aún; muchos sujetos de aquellas comarcas, que por entonces ó años después fueron á América, me suelen preguntar á su regreso (sabedores como son de mi afición á la investigación y al estudio de las creencias y costumbres populares y de mi conocimiento de aquella parte del litoral cantábrico), si he averiguado algo curioso ó cierto acerca de la famosa aparición de Lasmuñecas.


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11 págs. / 20 minutos / 32 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Madrastra

Antonio de Trueba


Cuento


I

— ¡Toma! ¡Toma! ¡Toma! ¡Que he de acabar contigo!

— ¡Ay, ay, ay, yo mío! ¡Perdón, mamá, yo teré bueno!

— ¿Qué tienes, amor mío? Tus dulces ojos se llenan de lágrimas, y tus mejillas de azucena y rosa toman el tinto carmesí de los claveles.

— ¡Cómo no sentir el rostro encendido de indignación y los ojos arrasados en lágrimas al ver tratar tan cruelmente a ese inocente niño!

— Tienes razón, purísimo numen de mis cuentos.

— Esa mujer tiene entrañas de fiera y no de madre.

— ¡Madre! No profanemos este santo nombre, suponiendo que esa mujer le lleva. La que así maltrata a un ángel de Dios, no puede ser madre: las que lo son, pueden maltratar a sus hijos de palabras, pero de obra no los maltratan jamás. Oye, amor mío, oye.

— Mis hermanos y yo nos llegábamos muchas veces a mi padre haciendo pucheritos.

— ¿Qué es eso? — nos preguntaba mi padre.

— ¡Gem!, ¡Gem! ¡Que madre nos ha pegado! — le contestábamos.

¡Pobrecitos! — nos decía mi padre sonriendo— ¿A ver, a ver cuantos huesos os ha roto?

Mi madre, que lo oía desde allá dentro, exclamaba:

— ¡Los he de matar! ¡Los he de matar!

— Sí, sí — decía mi padre por lo bajo— , latigazo de madre, que ni hueso quebranta ni saca sangre.

Estos recuerdos me hacen pensar muchas veces en las madres matonas, que son todas las que tienen hijos.

¡Ah, sí! Las madres matan... la mejor gallina del gallinero para hacer un buen caldo a sus hijos en cuanto a éstos duele un poco la cabeza.

¡Pobres madres! ¡Santas madres, que para el mal no tenéis más que lengua, y para el bien tenéis manos, y alma, y corazón, y vida, y aun esto os parece poco!

Verás hasta dónde llega la maldad de las madres.

— ¡Pícaro, bribón, que tú me has de quitar la vida!

— Déjele usted vecina, que ya sabemos lo que son niños.


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27 págs. / 48 minutos / 119 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Rico y el Pobre

Antonio de Trueba


Cuento


I

Éste era un caballero de Madrid, llamado don Juan Lozano, que tenía el oro y el moro, y gozaba tanto de los enemigos del alma, mundo, demonio y carne, que pasaba la vida rabiando.

Aunque esto último parece mentira, es una verdad como un templo (y califico de gran verdad al templo, no por su gran tamaño, sino por su gran verdad); y si no, expliquémonos, que explicándose se entiende la gente.

Don Juan vivía en la calle de Atocha, en un palacio cuyo lujo y comodidades eran el presulta del lujo y la comodidad (como decía Perico, el zapatero remendón de la guardilla de enfrente, llamado por mal nombre Carape, que entendía de latín tanto como yo); sus coches y caballos valían un dineral; en su mesa se servían hasta en día de trabajo los manjares más ricos que Dios crió o inventaron los hombres, y, por último, las chicas más, guapas que paseaban por Madrid se despepitaban por don Juan. Pues a pesar de todo esto, y mucho más que no es para dicho, don Juan pasaba la vida rabiando, porque el regalo y el placer habían estragado de tal modo su cuerpo y su alma, que lo que a todo el mundo le sabe a gloria, a él le sabía a rejalgar de lo fino; y así era que nunca se le veía reír, y siempre estaba con una cara de condenado, que metía miedo.

A Perico, el zapatero de enfrente, le sucedía todo, lo contrario que a don Juan: era más pobre que las ratas, y, sin embargo, era más rico que don Juan el de enfrente. Esto último también parece mentira, y no lo es; y en prueba de ello me contentaré por ahora con decir que Perico se pasaba el día, y aun la noche, canta que canta, fuma que fuma, y echa que echa chicoleos a su mujer, aunque era más fea que el voto va Dios.


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21 págs. / 38 minutos / 83 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Guerra Civil

Antonio de Trueba


Cuento


I

Tenía yo de ocho a diez años y casi casi deseaba que hubiese siquiera un poquito de guerra, porque siempre estaba oyendo hablar de ella, y envidiaba a los que la habían conocido.

—¿Qué es guerra?— había preguntado a mi madre.

Y ésta me había contestado:

—Hijo, Dios nos libre de ella; porque la guerra es matarse los hombres unos a otros.

—Pues mi hermano y yo no nos matamos ni matamos a nadie, y siempre está usted diciendo que somos muy guerreros y que damos mucha guerra.

Mi madre se echó a reír al oír esta observación mía, y lejos de rechazarla, pareció confirmarla dándome un beso apretado y chillado, que es cosa rica.

Este proceder de mi madre, que al parecer no podía influir en mi criterio, influyó no poco, pues me hizo dudar más y más de que la guerra fuese matarse los hombres unos a otros y los guerreros fuesen una especie de fieras.

Los chicos de la aldea me acusaban de collón, viendo, por ejemplo, que cuando se mataba el cerdo en casa, en vez de hacer lo que en tal caso hacían ellos, que era ayudar a sujetar las patas del pobre animal sobre el banco en que se le tendía para meterle el cuchillo, o encargarse de la faena de revolver con un palo la sangre que iba cayendo en la caldera, yo me escapaba de casa al castañar inmediato y allí me estaba llorando y tapándome los oídos para no oír los dolorosos gruñidos del cerdo, y no volvía hasta que éste había dejado de padecer, fausta nueva que me daba el humo del helecho o de la paja con que se le chamuscaba en la portalada.


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7 págs. / 12 minutos / 70 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Ruiseñor y el Burro

Antonio de Trueba


Cuento


I

No sé a punto fijo cuándo sucedió lo que voy a contar, pero de su contesto se deduce que debió ser allá hacia los tiempos en que los madrileños se alborotaron y estuvieron a punto de enloquecer de orgullo con la nueva de haber aparecido en el Manzanares una ballena que luego resultó ser, según unos, una barrica que no iba llena, y, según otros, la albarda (con perdón sea dicho) de un burro. Estos tiempos deben remontarse lo menos a los del Sr. D. Felipe II (que tenía a los madrileños por tan aficionados a bolas, que les llenó de ellas la puente segoviana), pues ya en los del señor D. Felipe III llamaba Lope de Vega ballenatos a sus paisanos los madrileños.

Pero dejémonos de historia y vamos al caso.

El caso es que el Madrid de entonces se parecía al Madrid de ahora como un huevo a una castaña. No lo digo porque entonces Madrid tirando a monárquico quería hacerse cabeza de león y ahora tirando a republicano quiere hacerse cola de ratón, sino porque la parte meridional del Madrid de ahora estaba aún despoblada, menos la planicie y los declives de allende las iglesias de San Andrés y San Pedro, donde ya existía el arrabal que por haberle poblado moros se llamaba y llama aún la Morería. Todas las demás barriadas meridionales no existían aún, y toda aquella dilatada zona comprendida desde Puerta-cerrada a la banda de la Virgen de Atocha sólo abundaba en barrancos, colinas escuetas y cerrados matorrales, donde se veía alguno que otro ventorrillo, entre los cuales llevaba la gala el que luego fue de Manuela, porque era el único donde se bebía el vino en vaso de vidrio y se comía la vianda con tenedor de madera. En los demás ventorrillos se empinaba el jarro de Alcorcón y se escarbaba en el plato con la uña.


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12 págs. / 21 minutos / 69 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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