La Yesca
Antonio de Trueba
Cuento
I
Éste era un hombre casado, a quien llamaban Juan Lanas, porque era como Dios le había hecho y no como Dios quiere que nos hagamos nosotros mismos con ayuda del entendimiento que para ello nos ha dado.
Su mujer y él se llevaban muy bien; pero no por eso dejaban de tener de higos a brevas sus altercados por la falta de filosofía de Juan Lanas. Uno de los altercados que solían tener era éste:
—¡Cuidado que son dichosas las señoras mujeres!
—Más dichosos son los señores hombres.
—¡No digas disparates, mujer!
—¡No los digas tú, marido!
—Pero, mujer, ¿quieres comparar la vida aperreada que nosotros pasamos trabajando como negros para mantener a la mujer y los hijos, con la vida que vosotras pasáis sin más trabajo ni quebraderos de cabeza que cuidar de la casa?
—Y qué, ¿es poco trabajo ese?
—¡Vaya un trabajo! Parir y criar tantos y cuantos chicos, y luego cuidar de ellos y del marido. ¡No hay duda que el trabajo es para reventar a nadie!
—Ya te quisiera yo ver en nuestro lugar, a ver si mudabas de parecer.
—Pues no mudaría.
—Pues te equivocas de medio a medio: una legua andada con los pies cansa más que veinte andadas con la imaginación.
—Será todo lo que tú quieras; pero lo que yo sé es.....
—¡Qué has de saber tú, si eres un Juan Lanas!
—¡Adiós, ya salió a relucir el pícaro mote!
—Los motes no los pone el que los usa.
—¡Otra te pego, Antón! ¿Pues quién los pone si no?
—El que los merece.
—¡No, si a las señoras mujeres las dejan hablar!.....
—¡No, si a los señores hombres los dejan hacer y decir disparates!.... Jesús, ¡y luego dicen que los hombres se casan! Mentira, mentira, que las que se casan son las mujeres.
Dominio público
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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.