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El Cura Nuevo

Antonio de Trueba


Cuento


I

Esto debió suceder hace más de un siglo, pues fue en tiempo de mi bisabuelo materno Agustín de Garay, quien lo contaba a mi abuela, que a su vez lo contaba a mi madre, como ésta me lo contaba a mí, bien distantes todos por cierto de que en letras de molde se lo había de contar yo al público.

Era hacia fines del mes de Julio; por más señas, un sábado al anochecer. Los vecinos de Montellano, conforme dejaban las heredades donde andaban en la siega del trigo y la resalla de la borona, se iban reuniendo en el campo de Acabajo, uno de los cuatro barrios en que se divide aquella aldea de veinticinco vecinos.

Aquel campo, donde hoy existe una ermita dedicada a San Antonio Abad, abogado de los animales, era entonces mucho más espacioso que ahora, porque después le han ido invadiendo y estrechando las codiciosas heredades hasta el punto de faltar poco para que digan a la ermita, la era y los nogales que aún quedan en él: «a ver si os quitáis de ahí, para que nosotras nos ensanchemos un poquito más;» como que llegaba hasta la Fuente fría que hoy está separada de él por una estradita que corre entre heredades.

No era sólo el deseo de refrescar en la fuente lo que reunía allí entonces a los vecinos de Montellano, sino una novedad de las más grandes de la aldea: subía ya por el castañar de Traslacueva, acompañado de un hermoso perro de caza y montado en el caballito de San Francisco, el cura nuevo, y los vecinos, ansiosos de conocerle y saludarle, se reunían y le esperaban en el campo de Acabajo, donde sin duda se detendría un rato a descansar antes de subir por la llosa del Portal al barrio de las Casas, en el que mi bisabuela Magdalena de Umaran le tenía preparado provisional hospedaje, que consistía en el mejor cuarto de la casa, lindamente blanqueado la víspera por mi bisabuelo, con una caldera de lechada de cal distribuida hasta en el techo con ayuda de una brocha de brezo.


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Dominio público
21 págs. / 36 minutos / 50 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Más Listo que Cardona

Antonio de Trueba


Cuento


I

Comedia sin teatro, para maldita la cosa vale. Antes de hacer la comedia, hagamos el teatro.

El teatro representa, la Plaza de un lugar de la provincia de Madrid. A derecha é izquierda, bocacalles. En el fondo, una casa grande con balcones. Y hacia el lado del público, la concha del apuntador, donde el autor se mete y apunta en unas cuartillas de papel cuanto dicen y hacen los actores para ir en seguida á parlárselo al público.

Acaba de amanecer y acaba la tía Bolera de plantarse en medio de la Plaza con una costa de higos delante.

Sale Bartolo sin sombrero y mirando á todas partes, como si se lo hubiese perdido algo.

Mucho oído, que comienzan á hablar Bartolo y la tía Bolera.

—Buenos días, tía Bolera.

—Buenos te los dé Dios, Bartolo.

—Hoy los mozos que salgan bien de la quinta, de seguro la dejan á usted sin higos para regalar á las novias. Yo que usted no hubiera madrugado tanto teniendo la venta segura.

—Pues tú bien madrugas también.

—Es que anoche, andando por aquí de ronda, me llevó el sombrero el aire, y no puedo dar con él por más que le busco.

—Cabeza es lo que debes buscar, que esa te hace más falta que el sombrero.

—Velay usted lo que tiene el ser uno tonto.

—Vamos, ¿no me compras higos?

—¡Canasto, la pinta no es mala!

—Pruébalos, que son muy ricos.

—Vamos á ver—dice Bartolo manducándose higos.—Este... estaba un poco duro. Este... estaba demasiado blando. Este... amargaba un poco. Este... estaba demasiado dulce.

—¡Anda y prueba solimán de lo lino, que los higos están caros!

Y la tía Bol era amenaza con una pesa á Bartolo.

—¡Pero, tía Bolera, si como soy tonto no se lo que me pesco!

—Eso te vale, que si no te rompía la cabeza con una pesa. Vamos, ¿cuántos higos quieres?


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Dominio público
14 págs. / 25 minutos / 50 visitas.

Publicado el 23 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Conciencia

Antonio de Trueba


Cuento


Cuento popular recogido en Vizcaya

I

Cuando Cristo y los Apóstoles andaban por el mundo sucedieron cosas muy dignas de contarse; y si los evangelistas Juan, Lucas y Mateo, no las escribieron., como escribieron otras, fué porque dijeron:

—Algo hemos de dejar para que el pueblo cristiano le cuente á la orilla de la lumbre á sus pequeñuelos en las veladas de invierno, y sus pequeñuelos lo escuchen y crean como si fuera el evangelio, y lo tengan presente nuestros venideros para arreglar á ello sus acciones, y como se lo contaron á ellos sus padres lo cuenten ellos á sus hijos, y así, de generación en generación, vaya pasando hasta la consumación de los siglos, y en el mundo cristiano haya dos Biblias una escrita y la otra oral, una sagrada y la otra profana, una santificada con la palabra de Dios y otra embellecida con la candorosa fe de los hombres de buena voluntad.

¡Oh dulce, tierna y piadosa madre mía que ya descansas bajo los sauces y los cipreses del santo huertecillo guarecido por la iglesia de nuestra aldea! estoy seguro de que sonríes regocijada cuando ves que tu hijo es, como tú, aficionado á la parábola, que si por haberla contado él no es santa, lo es por haberla inventado Jesús. ¡Oh madre! haz descender á mí la sencilla elocuencia de tu palabra y la ingente ternura de tu corazón para que la parábola que voy á reproducir tenga en mi pluma algo de lo sencillo y tierno que tenía en tus labios cuando la recogí de ellos!

II

Entre las historias que recogí de los labios maternales, no es ciertamente la más tierna y dulce la de Juan de la Cabareda, pero compensa su aridez su filosofía. Esta historia no se puede contar punto por punto, porque unos la cuentan de un modo y otros de otro, pero esto no debe parecer grave inconveniente al narrador, puesto que todos están conformes en lo esencial.


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Dominio público
13 págs. / 22 minutos / 38 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Atezayaga

Antonio de Trueba


Cuento


Tradición popular recogida en el valle de Guernica


En tiempos muy antiguos, no empezaba el mar á donde ahora se llama Mundaca, y en aquél tiempo se llamaba Munácoa y no Menosca como dijeron los historiadores romanos, á cuyo oído era refractaria la lengua que que hablaba en esta región, y persevera en ella después de haber sido la de toda la península ibérica. El mar empezaba entonces bastante más allá; pero las olas fueron atacando la punta de tierra por sus dos obstados y concluyeron por circunvalarla, de lo que resultó la isla de Izaro, cuyo nombre significa isla marina. Entonces, naturalmente, aquél pedazo de tierra tenía otro nombre, porque, no podía tener, el de Izaro no estando aislado en el mar; entonces se llamaba Atezayaga, que equivale á portería ó lugar de porteros; y se llamaba así con muchísima razón, como vamos á ver en este relato, que sustancialmente he recogido de boca del pueblo.

En Atezayaga había una casa solariega y tan noble, que á cuantos procedían de ella, con sólo acreditar esta procedencia, se los relevaba en todos los imperios y monarquías á donde iban de pruebas de nobleza, se les concedían gracias y privilegios y los linajes más encumbrados y esclarecidos se creían honrados con emparentar con ellos.

Sin embargo de esto, los del solar de Atezayaga eran muy pobres, como que todas sus riquezas materiales se reducían á unas cortas tierras labrantías, á algunos ganados, á un molino, á una ferrería donde labraban algunos quintales de fierro con el carbón que producían sus bosques y el mineral que producía una venera que tenían cerca de ellos, y á la pesca que extraían, del mar que azotaba su modesta propiedad territorial.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 48 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Creo en Dios

Antonio de Trueba


Cuento


I

Todavía con los ojos húmedos y el corazón agitado por las emociones que habla experimentado al penetrar en el hogar paterno tras una ausencia de veinte años, dejó la aldea nativa una tarde del mes de septiembre de 1859, y me dirigí a un valle cercano, lleno para mí de dulces memorias, como todos los de las nobles Encartaciones.

En el valle a donde me dirigía hay una ermita consagrada a la Virgen de la Consolación, y aquella ermita encerraba para mí recuerdos muy santos, porque mi madre encontraba allí consuelo en sus grandes aflicciones, y más de una vez me llevó asido de la mano al pie del altar de la Virgen, que yo, viéndola con un niño en los brazos, y no comprendiendo aún los misterios de la religión, amaba más por lo que tenía, de madre que por lo que tenía de santa.

Quería yo rejuvenecer aquellos santos recuerdos y dar gracias en aquel humilde templo a la madre de Dios, a cuya intercesión creía deber el haber vuelto a sentarme en el hogar de mis padres y el haber vuelto a postrarme en el templo donde recibí el bautismo.

No intentaré pintar aquí lo que sintió mi corazón cuando penetró en la ermita y cuando dobló la rodilla sobre aquella misma grada donde mi madre la dobló tantas veces, llorando de fe y de consuelo, porque todas estas impresiones, todas estas dulces y santas agitaciones de mi alma, están escritas en un libro que acaso nunca se publicará.

La ermita estaba más blanca, más limpia, más engalanada, más joven que yo la había dejado.

Así que recé y pasé una hora ante el altar, confundiendo en mi pensamiento la idea de Dios con los recuerdos de mi infancia, salí al pórtico de la ermita, donde, sentado en un poyo de piedra, se hallaba un anciano que me había facilitado la entrada en el templo.


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Dominio público
30 págs. / 53 minutos / 69 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Ama del Cura

Antonio de Trueba


Cuento


I

Era el rector o párroco de Cegama lo más bendito y glorioso que había bajo la capa del cielo. Con aquel genio siempre bondadoso, indulgente y sereno, con aquella seguridad de que todo lo que ocurre en el mundo es obra de Dios, y, por consecuencia, lo mejor y más justo, y con aquella propensión a no descubrir en el mundo más que horizontes de color de rosa, estaba siempre sonrosado como la fresa de Loyola, sano como las manzanas de Oiquina y gordo como los cebones de Oyarzun.

Es verdad que el señor rector se despepitaba por un platito de magras con tomate o un par de truchas del riachuelo de Alzánia, pero en cambio era celosísimo en el desempeño de su sagrado ministerio y, como suele decirse, no tenía cosa suya, pues gastaba en limosnas y en obsequiar a cuantos llegaban a su casa, no sólo el producto de su curato, sino también el de media docena de caserías que había heredado de sus padres.

La llavera o ama del señor rector había sido tan feliz como éste hasta rayar en los treinta años. Mari Cruz, que así se llamaba, quedó huérfana de padre y madre de muy pocos meses de edad, y el señor rector la recogió, costeó su lactancia y educación y le sirvió como de cariñoso padre.

Mari Cruz salió una excelente muchacha, y tanto amor y agradecimiento tenía al señor cura, que por no separarse de éste había desechado muy buenas proporciones de casarse.

Era célebre en Cegama un viejecito, de la altura de un perro sentado, conocido por Diegochu.

Diegochu era un pobre labrador que apenas sabía escribir su nombre y apellido; pero era naturalmente tan listo y decidor, y sabía tantos cantares, refranes y chilindrinas, que en todo el Olamoch (tierra de los argomales achaparrados), como llaman a la comarca de Cegama, pasaba entre las gentes ignorantes y sencillas por un sabio, a quien todos admiraban y escuchaban como a oráculo y profeta infalible.


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Dominio público
20 págs. / 35 minutos / 53 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Apetito

Antonio de Trueba


Cuento


I

Cuando Cristo y San Pedro andaban por el mundo sucedió que una mañana se encontraron con ellos en el camino dos jóvenes muy guapos y enamorados que volvían de la iglesia, donde acababan de casarse, y se dirigían á una casita blanca que tenían ya preparada allá arriba para vivir en ella queriéndose y ayudándose uno á otro como Dios manda.

—No será malo—dijo la mujer al marido viendo que se acercaba á olios Cristo y San Pedro,—que aprovechemos la ocasión para preguntar á Cristo qué es lo que principalmente debemos hacer para ser buenos casados, porque aunque ya nos ha dicho algo de eso el señor Cura, naturalmente Cristo y aun San Pedro han de saber más que él de esas cosas.

—Tienes mucha razón—contestó el marido,—y tanto más nos conviene preguntarles eso, cuanto el señor Cura nos ha dicho, que como tenemos poco talento...

—De tí ha dicho eso, que no de mí.

—Lo mismo da, mujer, que lo que se dice del marido, como si se dijera de la mujer es.

—Eso según y conforme.

—¿No has oído al señor Cura que la mujer y el marido son una sola carne y un solo hueso?

—No, ha dicho el señor Cura eso: ha dicho que el marido debe tener por carne de su carne y hueso de su hueso á la mujer.

—Pues llámale hache.

—No le llamo hache ni jota, que lo que con eso ha querido decir el señor Cura es que si, pongo por caso, tú me das una bofetada que me rompa las muelas, te ha de doler la bofetada como dada en carne de tu carne y hueso de tu hueso.

—Zape, ya me guardaré yo muy bien de dártela que no soy tan tonto como eso.

—¡Podía llegar hasta eso tu tontería!

—Pues como íbamos diciendo, nos conviene tanto más preguntar á Cristo que es lo que principalmente debemos hacer para ser buenos casados cuanto el señor Cura nos ha aconsejado que cuando no sepamos alguna cosa, la preguntemos á quien sepa más que nosotros..


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 48 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Desmemoriado

Antonio de Trueba


Cuento


Cuento popular recogido en Vizcaya

I

Carranza es un valle de Vizcaya que tiene más fisonomía montañesa que vizcaína, como metido casi en el corazón de la montaña. Dícese en las Encartaciones que en Carranza todo es pequeño: los hombres, que son bajos, aunque rechonchos y fuertes; los ganados, que son de razas pequeñas; el maíz, que es de la especie llamada en vascuence arto-chiquili (maíz pequeño), y hasta la extensión de terreno que cada labrador cultiva es pequeña, aun comparada con la que cultivan los del resto de Vizcaya, que no es grande, aunque sí productiva, por el mucho esmero del cultivo, el abono y la bondad del clima.

A ésta última pequeñez se alude en una de las muchas anécdotas con que los encanutados dan bromas á los carranzanos. Cuéntase que con motivo de cierta festividad, en Carranza había corridas de toros ó novillos, y el público, apostado en las paredes del coso y en los portales, se impacientaba porque tardaba en dar principio la fiesta.

Esta tardanza era para dar tiempo á que llegara una señora llamada doña María de Trilla, muy popular y estimada en todo el valle por lo dispuesta que estaba siempre á favorecer á sus convecinos necesitados. Uno de los espectadores ge distinguía entre todos por su oposición á que empezase la corrida antes de la llegada de doña María de Trilla

Esta llegada se dilataba, el público no podía ya contener su impaciencia y el alcalde se mostraba como dispuesto á hacer la seña para que se abriera la puerta del toril.

—¡Salga el toro! ¡Salga el toro!—gritaba la muchedumbre. Y entonces el carranzano que más empeño había mostrado porque se esperase á doña María de Trilla, saltó al coso, y encarándose con el público, respondió desesperado al grito de ¡salga el toro!


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10 págs. / 18 minutos / 43 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Diablo en su Vida Privada

Antonio de Trueba


Cuento


Cuento popular de Vizcaya

I

El pueblo que cuenta el siguiente cuento, que recogí de su boca á la sombra occidental del excelso Ganecogorta, se calla el pensamiento filosófico que el cuento encierra, pero yo creo que el pensamiento es éste: la felicidad ó la infelicidad que el amor da, guarda proporción con la pureza ó impureza con que se profesa el amor. Por consecuencia de esto, como el amor del Diablo tiene que ser impuro, el amor tiene que hacer infeliz al Diablo.

El que lea ú oiga este cuento, convendrá, al recordar este introito, en que soy tan listo como aquél que decía: «si aciertas que llevo aquí uvas, te doy un racimo.»

Por si hay quien tema que el Diablo me lleve en venganza de haberme metido en su vida privada, debo tranquilizarle con una noticia: la de que el Diablo, cuando así lo quiere Dios que manda más que él, es más impotente que un rey constitucional, y más bestia que los que blasfeman de Dios.

II

Un día estaba el Diablo dale que le das á las in oseas con el rabo, y de repente interrumpió aquella operación, exclamando disgustado de sí mismo:

—Ea! es indigno de mí este entretenimiento, que hasta en la tierra me pone en ridículo, pues allí no hay quien no sepa y diga burlándose de mí, que cuando no tengo que hacer, con el rabo mato moscas. Tic por aquí á esta mosca, tic por allá á la otra! Es verdaderamente grotesco que un personaje como yo se entretenga en estas niñerías. Entretenimientos más dignos de mí y de mi trascendental misión de propagar el mal son los que deben constituir mis solaces, así en la vida pública como en la vida privada, y en busca de estos entretenimientos, voy á dar una vuelta por la tierra.

Decidido el cornudo á hacer un viaje por acá, comenzó los preparativos del viaje, y lo primero que pensó fué la forma y traje que había de adoptar.


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15 págs. / 27 minutos / 49 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Estilo es el Hombre

Antonio de Trueba


Cuento


I

Dos personas han dicho que el estilo es el hombre. Como tengo poca memoria y menos erudición, no estoy seguro de que fuese Buffón una de esas personas, pero sí lo estoy de que la otra fué un guardia civil.

Soy ya hombre casado, y por consiguiente no me hallo en estado de merecer; pero si me hallara, me guardaría muy bien de sacar á relucir la máxima de aquellos señores, porque ¿qué idea formarían de mí las muchachas que juzgasen de mis merecimientos por mi estilo desaliñado y vulgar?

En obsequio á mi señora esposa, digo públicamente que en mí el estilo es el hombre. Hecha esta confesión, no hay miedo de que ninguna de mis lectoras se enamore de mí. ¡Qué ganga, querida esposa, tienes en el estilo y en la franqueza de tu marido!

Pero echemos noramala esta maldita propensión que uno tiene á irse á la broma, y hablemos con un poco más de formalidad.

Tres cosas hay en el mundo cuya fisonomía es única: la letra, la cara y el alma. «Fulano, decimos, se parece á Zutano», y hacemos bien en decir que se parece, porque si dijésemos que es idéntico, faltariamos á la verdad.

Cualquiera de estas tres cosas, en el hecho de ser únicas, sirvo para identificar á la persona y no lo ignora la policía, que sabe muy bien poner una pluma en la mano de aquél á quien sospecha autor del documento falso que posee, y sabe proveerse del retrato fotográfico del criminal á quien cree capaz de tomar las de Villadiego: pero ¿cómo se identifica la persona por medio del alma? ¿Cómo se obtiene un retrato fotográfico del alma que pueda servir de punto de comparación?


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26 págs. / 46 minutos / 44 visitas.

Publicado el 23 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

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