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autor: Antonio de Trueba etiqueta: Cuento


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Creo en Dios

Antonio de Trueba


Cuento


I

Todavía con los ojos húmedos y el corazón agitado por las emociones que habla experimentado al penetrar en el hogar paterno tras una ausencia de veinte años, dejó la aldea nativa una tarde del mes de septiembre de 1859, y me dirigí a un valle cercano, lleno para mí de dulces memorias, como todos los de las nobles Encartaciones.

En el valle a donde me dirigía hay una ermita consagrada a la Virgen de la Consolación, y aquella ermita encerraba para mí recuerdos muy santos, porque mi madre encontraba allí consuelo en sus grandes aflicciones, y más de una vez me llevó asido de la mano al pie del altar de la Virgen, que yo, viéndola con un niño en los brazos, y no comprendiendo aún los misterios de la religión, amaba más por lo que tenía, de madre que por lo que tenía de santa.

Quería yo rejuvenecer aquellos santos recuerdos y dar gracias en aquel humilde templo a la madre de Dios, a cuya intercesión creía deber el haber vuelto a sentarme en el hogar de mis padres y el haber vuelto a postrarme en el templo donde recibí el bautismo.

No intentaré pintar aquí lo que sintió mi corazón cuando penetró en la ermita y cuando dobló la rodilla sobre aquella misma grada donde mi madre la dobló tantas veces, llorando de fe y de consuelo, porque todas estas impresiones, todas estas dulces y santas agitaciones de mi alma, están escritas en un libro que acaso nunca se publicará.

La ermita estaba más blanca, más limpia, más engalanada, más joven que yo la había dejado.

Así que recé y pasé una hora ante el altar, confundiendo en mi pensamiento la idea de Dios con los recuerdos de mi infancia, salí al pórtico de la ermita, donde, sentado en un poyo de piedra, se hallaba un anciano que me había facilitado la entrada en el templo.


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30 págs. / 53 minutos / 58 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Tío Interés

Antonio de Trueba


Cuento


I

Hace ya muchos años, caminaba yo en una galera de Medina del Campo a Valladolid, y entre los viajeros que me acompañaban, iba una mujer que se quejaba amargamente de que no se le había hecho justicia en un pleito que estaba a punto de resolverse en segunda instancia en la Audiencia de Valladolid, donde temía que tampoco se le hiciera justicia.

Con tal motivo o tal pretesto, se dijeron allí perrerías de los tribunales, y el que más benévolamente los juzgó fue un señor cura de aldea que se limitó a decir que los jueces tienen ojos y no ven.

Yo quise tomar la defensa de la justicia, porque esta señora de vidas y haciendas es muy respetable; pero fuese que el auditorio estuviese poco dispuesto a dejarse convencer, o fuese que la santidad de la causa que yo defendía no diese la suficiente elocuencia a mi palabra, de suyo poco persuasiva, es lo cierto que tuve que callarme porque creí que mis compañeros de viaje me comían vivo.

—¿No saben Vds. lo del tío Interés? preguntó un labrador gordo, alegrote, malicioso y decidor, que era de los que más parte habían tomado en la disputa, animado sin duda por las frecuentes caricias que tras un «¿Ustedes gustan?» hacía a una enorme bota que asomaba la gaita en sus alforjas.

—No señor, le contestamos todos.

Y yo, que doy a las narraciones y cuentos populares la importancia que se les da en todos los países cultos donde se las recoge, imprime y estudia como documentos preciosos para conocer la historia y el espíritu popular, uní mis ruegos a los de mis compañeros para que el labrador contase lo del tío Interés, que, en efecto, nos contó sustancialmente en estos términos:


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5 págs. / 10 minutos / 57 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Un Siglo en un Minuto

Antonio de Trueba


Cuento


I

Esta narración necesita prólogo propio. En cambio, no le necesitan ajeno tantos y tantos libros como ahora salen con prólogo ajeno, a pesar de estar vivos y sanos, gracias a Dios, sus autores, y ser éstos muy listos y muy guapos para no necesitar que el vecino se encargue de decir al público lo que nadie mejor que ellos sabe.

En el de este libro he citado la opinión de cierto caballero particular que asegura son una misma cosa la mentira y la poesía, y no quiero poner término a estas narraciones sin hacer un esfuerzo para averiguar lo que haya de cierto en la susodicha opinión. El procedimiento de que me voy a valer es muy sencillo, pues consiste en contar algo que sea mentira, y luego ver si hay o no poesía en ello.

Tengo por mentira lo que voy a contar; pero también tengo mis temorcillos de que no lo sea, porque, además de ser personas muy verídicas y bien informadas unas buenas aldeanas de Güeñes, que me lo contaron una noche de Difuntos, mientras ellas hilaban y nosotros los hombres fumábamos a la orilla del fuego, he leido algo que corrobora su aserto en un libro que, si mal no recuerdo, se llama Leyendas de Flandes, escrito por un tal Berthout, o cosa así, y cuando una noticia anda de Vizcaya a Flandes, algo debe tener de cierta.

Moreto ha dicho que la poesía y la filosofía son una misma cosa, y si resultase que la poesía y la mentira tambien lo son, ¡buena, buena va a quedar la filosofía, tras lo mal parada que ha quedado en manos de los krausistas!

II

Allá hacia mediados del siglo XIV, eran célebres en Vizcaya dos caballeros, llamados, el uno, D. Juan de Abendaño, y el otro, Fortun de Mariaca, este último más conocido con el sobrenombre de Ozpina, que equivale a Vinagre.


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15 págs. / 27 minutos / 56 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Novia de Piedra

Antonio de Trueba


Cuento


I

Entre loa puertecitos de Ondárroa y Motrico, que distan uno de otro una legua, hay una hermosísima playa que lleva el nombre de Saturrarán, y sirve de divisoria á las dos provincias hermanas de Vizcaya y Guipúzcoa, á la primera de las cuales pertenece la villa de Ondárroa, así como á la segunda la de Motrico.

Es punto menos que imposible ir de Motrico á Saturrarán por la orilla del mar, porque ocupa este espacio la alta montaña de Mijoa, asperísima y cortada casi perpendicularmente por el lado del furioso golfo cantábrico, si bien por el lado opuesto tiene suaves declives cubiertos de viñedos y manzanares, y sembrados de caserías que se descubren aquí y allí entre bosquecillos de castaños y manzanos. Pero si el viajero que toma la hermosa carretera de Motrico á Ondárroa siente vivo disgusto al ver que, en vez de caminar por la orilla del mar, se aleja de éste y lo pierde de vista tras de los altos viñedos de Mijoa, pronto su disgusto se convierte en alegría, porque el vallecito que lleva el mismo nombre que la montaña es un paraíso que jamás olvida el que le ha recorrido, á no ser que pertenezca al número de esos desventurados para quienes los montes no tienen más que cuestas, las rosas no tienen más que espinas, y los campesinos no tienen más que ignorancia.

El valle de Mijoa empieza, pues, casi á las puertas de Motrico y termina en la playa de Saturrarán. Por su fondo corren paralelamente la carretera y un riachuelo que muere en el valle donde nace, dichosa suerte que tendréis muy pocos de vosotros ¡oh pobres hijos de nuestras montañas! que las abandonasteis creyendo encontrar la felicidad en esa lejana América, donde suspiráis por tornar á ellas.


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22 págs. / 39 minutos / 54 visitas.

Publicado el 23 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Ruiseñor y el Burro

Antonio de Trueba


Cuento


I

No sé a punto fijo cuándo sucedió lo que voy a contar, pero de su contesto se deduce que debió ser allá hacia los tiempos en que los madrileños se alborotaron y estuvieron a punto de enloquecer de orgullo con la nueva de haber aparecido en el Manzanares una ballena que luego resultó ser, según unos, una barrica que no iba llena, y, según otros, la albarda (con perdón sea dicho) de un burro. Estos tiempos deben remontarse lo menos a los del Sr. D. Felipe II (que tenía a los madrileños por tan aficionados a bolas, que les llenó de ellas la puente segoviana), pues ya en los del señor D. Felipe III llamaba Lope de Vega ballenatos a sus paisanos los madrileños.

Pero dejémonos de historia y vamos al caso.

El caso es que el Madrid de entonces se parecía al Madrid de ahora como un huevo a una castaña. No lo digo porque entonces Madrid tirando a monárquico quería hacerse cabeza de león y ahora tirando a republicano quiere hacerse cola de ratón, sino porque la parte meridional del Madrid de ahora estaba aún despoblada, menos la planicie y los declives de allende las iglesias de San Andrés y San Pedro, donde ya existía el arrabal que por haberle poblado moros se llamaba y llama aún la Morería. Todas las demás barriadas meridionales no existían aún, y toda aquella dilatada zona comprendida desde Puerta-cerrada a la banda de la Virgen de Atocha sólo abundaba en barrancos, colinas escuetas y cerrados matorrales, donde se veía alguno que otro ventorrillo, entre los cuales llevaba la gala el que luego fue de Manuela, porque era el único donde se bebía el vino en vaso de vidrio y se comía la vianda con tenedor de madera. En los demás ventorrillos se empinaba el jarro de Alcorcón y se escarbaba en el plato con la uña.


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12 págs. / 21 minutos / 52 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Traga Sardinas

Antonio de Trueba


Cuento


Al señor don Raimundo de Miguel

Como usted, mi querido y respetado amigo, es autor de la mejor colección de fábulas morales que se ha escrito en lengua castellana, el recuerdo del fabulista Samaniego, que evoco en este cuento, ha traído a mi memoria el de usted, siempre grato para mí, porque además de ser el de un maestro benemeritísimo, el de un poeta esclarecido y el de un ciudadano tan honrado en la vida privada como en la vida pública, es para mí el de un excelente amigo. Una humilde florecilla del campo salpicada de rocío es recuerdo tan tierno como una flor de oro salpicada de brillantes, y por eso me atrevo a ofrecerle a usted esta humilde florecilla de mi ingenio.

I

El insigne fabulista alavés don Félix María de Samaniego casó en Bilbao, donde vivió mucho tiempo y dejó muchos recuerdos de su donoso ingenio. Samaniego es en Bilbao algo parecido a lo que es Quevedo en Madrid, o mejor dicho, en España; no hay agudeza de ingenio que no se le atribuya con más o menos verosimilitud. Sin embargo, se cuentan allí muchas que indudablemente son suyas, y a este número pertenece la anécdota que voy a contar. Es posible que esta anécdota no sea original del mismo Samaniego, y sí sólo una de aquellas imitaciones de que tan discreto ejemplo nos dio en muchas de sus fábulas, cuyo pensamiento pertenecía a los fabulistas que le precedieron, desde Esopo a Lafontaine; pero no por eso tiene menos gracia, a pesar de lo pícaramente que yo la voy a contar.


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9 págs. / 17 minutos / 49 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Cura de Paracuellos

Antonio de Trueba


Cuento


I

Paracuellos, que es un lugar de tres al cuarto, situado en la orilla izquierda del Jarama, como dos leguas al Oriente de Madrid, tenia un señor cura que, mejorando lo presente, valía cualquier dinero.

Es cosa de contar de cuatro plumadas su vida, que la de los hombres que valen se ha de contar y no la de aquellos de quien se dice:


En el mundo hay muchos hombres
de historia tan miserable,
que se compendia diciendo
que nacen, pacen y yacen.
 

Su padre era un pobre jornalero que no sabía la Q, de lo cual estaba pesarosísimo, tanto que no se le caía de la boca la máxima de que el saber no ocupa lugar. Consecuente con esta máxima, puso el chico a la escuela, y el chico hizo en pocos meses tales progresos, que, según la espresión de su buen padre, leía ya como un papagayo.

Así las cosas, dio al pobre jornalero un dolor no sé en qué parte, y se murió rodeado de su mujer y sus hijos, repitiendo a estos, y muy particularmente al escolar, que era el mayor, su eterna canción de que el saber no ocupa lugar.

La madre de Pepillo, que así se llamaba nuestro héroe (como dicen los genealogistas, aunque su héroe no sea tal héroe ni tal calabaza), se vio negra para tapar tantas boquitas como le pedían pan a todas horas, y como le saliese proporción de acomodar a Pepillo con un amo que le mantuviese, vistiese y calzase (vamos al decir), no tuvo más remedio que aprovecharla, por más que le doliese quitar al chico de la escuela. El amor con quien la tía Trifona (que así se llamaba la viuda) acomodó a Pepillo, era el mayoral de una de las toradas que pastan en la ribera del Jarama, según sabemos por los poetas que tanto han molido, al respetable público con los toros jarameños, como si los toros fueran un gran elemento poético.


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18 págs. / 32 minutos / 48 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Modo de Dar Limosna

Antonio de Trueba


Cuento


I

Una tarde íbamos en la diligencia de Bilbao a Durango un señor cura, un aldeano y yo. El señor cura era lo que se llama un bendito, porque con el candor y el buen corazón suplía lo mucho que le faltaba de talento y perspicacia. El aldeano era más hablador que el mus y más agudo que lengua de envidioso. Y yo era un curioso observador que, aunque parezca que mira al plato, mira a las tajadas, es decir, que cuando parece que sólo piensa en los cuentos y anécdotas populares que escucha, piensa en la filosofía que aquellos cuentos y anécdotas encierran.

Como Vizcaya no tiene más que diez y seis o diez y siete leguas de largo y once o doce de ancho, y la población apenas se interrumpe y está toda ella cruzada de carreteras y casi todos los vizcaínos nos reunimos con frecuencia en los mercados de las villas, y en las romerías, y en las ferías, y en las juntas generales de Guernica, donde hace más de mil años nos gobernábamos libremente y sin ocurrírsenos si éramos liberales o dejábamos de serlo, todos nos conocemos, y por donde quiera que vayamos vamos entre amigos, o cuando menos entre conocidos. Así era que el señor cura, el aldeano y yo íbamos conversando como amigos, a lo que contribuía también la rarísima circunstancia de ir solos en la diligencia, que casi siempre va atestada de gente.

Siempre que la diligencia se detenía o acortaba el paso al emprender una cuesta, se subía al estribo algún mendigo a pedirnos limosna, porque si los vascongados rarísima vez mendigan ni en su tierra ni en la agena, en cambio las Provincias Vascongadas son la tierra de promisión para los de otras más infortunadas.

El aldeano y yo dábamos limosna a todos los pobres; pero el señor cura, después de llevarse la mano al bolsillo del chaleco, la retiraba como arrepentido de su buena intención, y era el único que no daba limosna.


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7 págs. / 12 minutos / 48 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Resurrección del Alma

Antonio de Trueba


Cuento


I

Oye, amor mío, el cuento de La resurrección del alma...

Qué, manojito de azucenas y rosa de Alejandría, numen inspirador de los CUENTOS DE COLOR DE ROSA, ¿no te gusta el título de este cuento, que al oírle haces un desdeñoso mohín?

— No, no me gusta, porque el alma es inmortal, y allí donde no puede haber muerte no puede haber resurrección.

— ¿Y en eso nada más se fundan tus escrúpulos?

— En eso nada más.

— Pues tranquilízate, que el autor de LOS CUENTOS DE COLOR DE ROSA, tan rico de fe como pobre de inteligencia y dinero, no va a manchar la pureza de estas páginas con una impía negación. Ya sé que el alma, el soplo divino que anima nuestra frágil naturaleza, se remonta al cielo, en virtud de su inmortalidad, cuando la materia muere; pero si el alma no muere para el cielo, muere para la tierra, ausentándose de ella, y ésta es la muerte de que se trata aquí. ¿Estás ya tranquila, rosa de Abril y Mayo?

— Lo estoy en cuanto al título de tu cuento; pero ahora me inquieta el temor de que te des a la metafísica...

— Desecha, desecha ese temor también, pues jamás olvidaré que escribo para que me entienda el público español. El público español es un buen hombre que sabe leer y escribir medianamente, y... pare usted de contar.

— ¿Y cómo has averiguado eso?

— Muy fácilmente. En la escala de la sabiduría española he tomado un hombre de cada escalón; los he mezclado y reducido a polvo en mi mortero intelectual; de este polvo he formado barro; con el barro me he puesto a modelar una figura humana, y me ha resultado un hombre, bellísimo sujeto, eso sí, pero que sólo sabe leer y escribir medianamente. Pero, calla, calla, que si te eriges en catedrático Reparos, será mi cuento el de nunca acabar.


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46 págs. / 1 hora, 21 minutos / 47 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Siembras y las Cosechas

Antonio de Trueba


Cuento


I

Pepe y Pepa, su mujer, duermen como bienaventurados.

La luz del alba comienza á sonreir en la ventana, que Pepe dejó anoche entreabierta para que la luz pudiera asomarse á decirle:

—¡Levántate, dormilón!

Y los pájaros comienzan á cantar en los árboles del huerto:


Pío, pío—¡que ya viene el día!
Pío, pío—¡que le guarde Dios!
Pío, pío—¡qué gusto, qué gusto
ver las flores y el cielo y el sol!


Señores pájaros, hoy verán ustedes el cielo y el sol, pero lo que es las flores... perdonen ustedes por Dios, que estamos en Noviembre.

Pepe y Pepa se levantan de puntillas para no despertar á sus hijos, que duermen en la alcoba inmediata, y mientras Pepe prepara el almuerzo á sus mulas, Pepa prepara el almuerzo á su marido.

A gloria con sal molida huelo el platito de huevos y torreznos que Pepe encuentra en la mesa á orilla del flamígero y por tanto alegre y caliente hogar.

—¡Estimando, pichona!—quiere decir á la cocinera.

Pero por no despertar á los niños, calla y obra, es decir, da á su mujer un par de besos como un par de soles, se sienta á la mesa, y á lo que estamos, tuerta.

Relinchan las mulas en la cuadra, como quien dice: «Ya hemos sacado la tripa de mal año».

Y entonces Pepe las unce; les planta sobre el yugo el arado, se echa al hombro un costal de trigo, arrea otro beso á su mujer, que le contesta con un «¡Anda, gitano!», y con las mulas delante y el pensamiento detrás, sale de la aldea en tanto que el sol despunta por los oteros de Oriente.

Allá va Pepe, allá va Pepe, caminito de la vega, cantando su amor y sus esperanzas.

La mañana está muy fresca, que los cierzos de Noviembre dicen desde la cumbre del Guadarrama:

—Siembra, siembra, que nosotros soplaremos para que el trigo caiga á la tierra limpio de polvo y paja.


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24 págs. / 43 minutos / 47 visitas.

Publicado el 23 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

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