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autor: Antonio de Trueba


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El General Manduca

Antonio de Trueba


Cuento


I

Esto sucedió á fines del siglo pasado, en un Estado de Europa cuyo nombre calla la historia, porque esta señora cantó las glorías de la dinastía reinante, y así que cayó aquella dinastía, se dedicó á cantar las glorias de su sucesora, resultando de esto tal embrollo, que nada podemos sacar en limpio los que no queremos mancharnos.

Por aquellos tiempos estaban de moda los filósofos, y si no, que se lo pregunten á Voltaire, á Rousseau, á Diderot, á Catalina II de Rusia y á Federico II de Prusia, que florecieron en aquellos tiempos y pasaban por la flor y nata de la filosofía. Así á nadie extrañará que en el Estado Anónimo (llamarémosle así para que nos entendamos) hubiese un General que pasaba por filósofo.

También calla la historia el nombre de este General, porque la muy tunanta, de tanto como sabía, parecía que no sabía nada; pero yo lo llamaré el General Manduca, nombre compuesto de las locuciones mandar y estar como un duque, de que sale mandar á lo duque, y por último, Manduca, cuyos componentes son atributos esenciales de un General que llega, como llegó este, á Presidente del Consejo de Ministros.

II

El General Manduca tenía ideas muy singulares acerca de la organización y disciplina del ejército de su digno mando.

El General Manduca no quería ver ni pintados soldados voluntarios: todos habían de ser forzosos, y así era que en aquel reino el reemplazo del ejército se verificaba en su totalidad por medio de quintas, con la particularidad de que no se admitía sustituto alguno, y de que como el General en jefe supiese que algún quinto se alegraba de que le hubiese tocado coger el chopo, hacía que diariamente le rompiese el cabo una vara en las costillas á fin de que ansiase volver á su pueblo á destripar terrones.


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5 págs. / 9 minutos / 34 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Judas de la Casa

Antonio de Trueba


Cuento


Sígueme, amor mío, con los ojos del pensamiento a las riberas del Cadagua, a las ribera,; que más envanecen por bellas a aquel espumoso y fresco y cristalino río, desde que pierde de vista a su nativo valle de Mena, hasta que Dios le hunde en el Ibaizábal, apenas ha andado cinco leguas, en castigo de la prisa que se da a alejarse del valle nativo.

Sígueme con el pensamiento hasta el concejo de Güeñes, uno de los más pintorescos de las Encartaciones, que le he escogido por teatro de uno de mis cuentos más dolorosos, y por lo mismo menos sonrosados.

Por el fondo del valle corre, corre, corre, corre, como alma que lleva el diablo, el desatentado Cadagua, y al Norte y al Mediodía se alzan altísimas montañas, en cuyas faldas blanquean algunas caserías a la sombra de los castaños y los rebollos.

En una de las colinas que dominan a la iglesia parroquial de Santa María, y que puede decirse forman los primeros escalones de los Somos, que este nombre se da a las montañas del Norte, había a principios de este siglo una casería conocida por el nombre de Echederra.

Verdaderamente correspondía a aquella casería la denominación de Casa Hermosa, que no es otra la significación de su nombre vascongado.

La casa se alzaba, blanca como una pella de nieve rodeada de la montaña, en un bosque de nogales y cerezos, y a su espalda se extendían unas cuantas fanegas de tierra cuidadosamente labradas.

Hermosos parrales orlaban toda la llosa, costeando interiormente toda la cárcava, y lozanas hileras de perales y manzanos ocupaban los linderos de las diferentes piezas en que la llosa estaba dividida.


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47 págs. / 1 hora, 22 minutos / 40 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Maestro de Hacer Cucharas

Antonio de Trueba


Cuento


I

A Ramón no le podían ver ni pintado en su pueblo, porque era un holgazán como una loma, sin oficio ni beneficio, por lo que le llamaban el maestro de hacer cucharas, que en aquel país significa aproximadamente lo que en otros el maestro de atar escobas. Mientras le duró la herencia paterna lo pasó muy bien, andando de viga derecha; pero cuando acabó de comérsela, no encontró quien le diese para llenar la andorga, y á fuerza de acostarse con una ración de hambre y levantarse con otra de necesidad, se iba quedando como un alambre.

—Pero, hombre—le decían todos,—ya sabes que en esta vida caduca, el que no trabaja no manduca.

—¡Ya lo sé, por mi desgracia!—contestaba Ramón bostezando.

—Pues entonces, ¿por qué no trabajas para manducar? Dios opina que el hombre debe ganar el sustento con el sudor de su frente.

—En ese punto no estoy conforme con Dios.

—¡No digas judiadas, hombre!

—Las opiniones son libres.

—Pero no las opiniones contrarias á las de Dios.

Razonando y disputando así el maestro de hacer cucharas, se moría de hambre por no querer doblar el espinazo, y recordando é interpretando absurdamente el precepto bíblico que dice: «Nadie es profeta en su patria», y el refrán que añade: «El que no se aventura no pasa la mar», determinó irse por el mundo en busca de tierra donde pudiera comer sin trabajar.

Andando, andando, recorrió las siete partidas sin encontrar lo que buscaba, y llegó á un pueblo, donde se sentó, desfallecido de hambre, en uno de los bancos de piedra que adornaban un paseo.

Al fin del paseo se veía un convento, cuyos frailes pasaban y repasaban por delante de Ramón, tan colorados y tan gordos, que daba gusto el verlos.


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18 págs. / 32 minutos / 38 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Maestro y el Discípulo

Antonio de Trueba


Cuento infantil


(Cuento popular que mi tio Ignacio nos contaba cuando pretendiamos no ir más á la escuela porque ya sabiamos bastante).

I

—Vecino, dijo la zorra al lobo, ¡vea usted, vea usted qué zorrillo tan mono acabo de parir! Estoy segura de que va á ser la arañita de la casa.

—Lo será, vecina, si tiene buen maestro.

—Por ejemplo, un maestro como usted.

—Es la verdad, vecina, aunque esté mal el decirlo.

—Ya podia usted ser su padrino y maestro.

—Lo seré con mucho gusto, aunque no sea más que por tener una comadre como usted.

—Gracias, vecino, por su galantería. Así que destete á este cachorrillo que Dios me ha dado, se le llevo á usted para que saque de él un discípulo que le honre.

II

—Buenos días, compadre.

—Comadre, téngalos usted muy buenos.

—Aquí le traigo á usted á su ahijado Bonitillo.

—¿Y cómo está mi ahijado?

—Tan mono y tan buscalavida. Desde que le desteté, todo el día anda de caza; pero como no tiene más instruccion que la miaja que yo le he dado, ni siquiera ha conseguido cazar un pollo.

—Eso es muy natural, comadre; pero descuide usted, que yo le sacaré maestro.

—Eso no lo dudo, compadre, porque en buenas manos queda el pandero. Ea, conque déjeme usted dar un beso al hijo de mis entrañas, y ahí le queda á usted para que me le instruya de modo que sepa tanto como el maestro.

III

—Oye, Bonitillo.

—Mande V., padrino.

—Voy á comenzar tu instruccion práctica.

—¿Y qué es lo que tengo yo que hacer para recibirla?

—Nada más que observar bien lo que yo hago.

—Eso, padrino, por debajo de la pata lo hago yo.

—Te vas a poner de centinela en ese altillo que domina á la vereda, y en cuanto veas venir caza de pelo ó pluma, me avisas, y luego mucho ojo á lo que yo hago.


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1 pág. / 3 minutos / 111 visitas.

Publicado el 9 de abril de 2020 por Edu Robsy.

El Más Listo que Cardona

Antonio de Trueba


Cuento


I

Comedia sin teatro, para maldita la cosa vale. Antes de hacer la comedia, hagamos el teatro.

El teatro representa, la Plaza de un lugar de la provincia de Madrid. A derecha é izquierda, bocacalles. En el fondo, una casa grande con balcones. Y hacia el lado del público, la concha del apuntador, donde el autor se mete y apunta en unas cuartillas de papel cuanto dicen y hacen los actores para ir en seguida á parlárselo al público.

Acaba de amanecer y acaba la tía Bolera de plantarse en medio de la Plaza con una costa de higos delante.

Sale Bartolo sin sombrero y mirando á todas partes, como si se lo hubiese perdido algo.

Mucho oído, que comienzan á hablar Bartolo y la tía Bolera.

—Buenos días, tía Bolera.

—Buenos te los dé Dios, Bartolo.

—Hoy los mozos que salgan bien de la quinta, de seguro la dejan á usted sin higos para regalar á las novias. Yo que usted no hubiera madrugado tanto teniendo la venta segura.

—Pues tú bien madrugas también.

—Es que anoche, andando por aquí de ronda, me llevó el sombrero el aire, y no puedo dar con él por más que le busco.

—Cabeza es lo que debes buscar, que esa te hace más falta que el sombrero.

—Velay usted lo que tiene el ser uno tonto.

—Vamos, ¿no me compras higos?

—¡Canasto, la pinta no es mala!

—Pruébalos, que son muy ricos.

—Vamos á ver—dice Bartolo manducándose higos.—Este... estaba un poco duro. Este... estaba demasiado blando. Este... amargaba un poco. Este... estaba demasiado dulce.

—¡Anda y prueba solimán de lo lino, que los higos están caros!

Y la tía Bol era amenaza con una pesa á Bartolo.

—¡Pero, tía Bolera, si como soy tonto no se lo que me pesco!

—Eso te vale, que si no te rompía la cabeza con una pesa. Vamos, ¿cuántos higos quieres?


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14 págs. / 25 minutos / 45 visitas.

Publicado el 23 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Modo de Dar Limosna

Antonio de Trueba


Cuento


I

Una tarde íbamos en la diligencia de Bilbao a Durango un señor cura, un aldeano y yo. El señor cura era lo que se llama un bendito, porque con el candor y el buen corazón suplía lo mucho que le faltaba de talento y perspicacia. El aldeano era más hablador que el mus y más agudo que lengua de envidioso. Y yo era un curioso observador que, aunque parezca que mira al plato, mira a las tajadas, es decir, que cuando parece que sólo piensa en los cuentos y anécdotas populares que escucha, piensa en la filosofía que aquellos cuentos y anécdotas encierran.

Como Vizcaya no tiene más que diez y seis o diez y siete leguas de largo y once o doce de ancho, y la población apenas se interrumpe y está toda ella cruzada de carreteras y casi todos los vizcaínos nos reunimos con frecuencia en los mercados de las villas, y en las romerías, y en las ferías, y en las juntas generales de Guernica, donde hace más de mil años nos gobernábamos libremente y sin ocurrírsenos si éramos liberales o dejábamos de serlo, todos nos conocemos, y por donde quiera que vayamos vamos entre amigos, o cuando menos entre conocidos. Así era que el señor cura, el aldeano y yo íbamos conversando como amigos, a lo que contribuía también la rarísima circunstancia de ir solos en la diligencia, que casi siempre va atestada de gente.

Siempre que la diligencia se detenía o acortaba el paso al emprender una cuesta, se subía al estribo algún mendigo a pedirnos limosna, porque si los vascongados rarísima vez mendigan ni en su tierra ni en la agena, en cambio las Provincias Vascongadas son la tierra de promisión para los de otras más infortunadas.

El aldeano y yo dábamos limosna a todos los pobres; pero el señor cura, después de llevarse la mano al bolsillo del chaleco, la retiraba como arrepentido de su buena intención, y era el único que no daba limosna.


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7 págs. / 12 minutos / 48 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Modo de Descasarse

Antonio de Trueba


Cuento


I

Si yo escribiera esto cuento sólo para gentes de esta región de altas y agrestes montañas y hondos y amenos valles, que se dilata entre el Océano y el Ebro, no necesitaría dar pelos y señales del sacristán de Gruezúrraga, porque ¿quién no conoce, del Ebro acá, siquiera los principales rasgos de su fisonomía moral, que dibuja para regocijo de todos los presentes, uno de los más decidores y cuenteros en las veladas de invierno en torno del hogar, donde chillan las manzanas atormentadas por el fuego y hace gor-gor la caldera de castañas suspendida del llar, y en la pela ó deshoja del maíz, donde está reunida y medio sepultada entre calzas ú hojas la gente más reidora del barriecillo, y en la layada, donde forman en fila, alternando con los hombres, las muchachas más vigorosas y reidoras, y en la-salla ó escarda del trigo y del maíz, donde los cuentos alternan con los cantares?

Pero contando esto cuento para gentes de allende el gran río por excelencia histórico, y aun para gentes de allende el mar Atlántico, necesario es que dé pelos y señales del sacristán, y aun del Cura, y aun de la feligresía de Gunzúrraga.

Démoslas, antes de todo, de la feligresía; que para pintar un cuadro, lo primero es preparar el lienzo donde se ya á pintar.

Guezúrraga es una feligresía de cincuenta vecinos, escondida en el valle más solitario de la región cantábrica. Los que moran en ella tienen laderas casi, verticales por muros de su vivienda, una vega de mil pasos de longitud y quinientos de latitud por pavimento, y el cielo, que se ve allá arriba, allá arriba, por techo.


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21 págs. / 38 minutos / 31 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Pecado Natural

Antonio de Trueba


Cuento


I

Éste era un caballero de Madrid, llamado don Juan Lozano, que tenía el oro y el moro, y gozaba tanto de los enemigos del alma, mundo, demonio y carne, que pasaba la vida rabiando.

Aunque esto último parece mentira, es una verdad como un templo (y califico de gran verdad al templo, no por su gran tamaño, sino por su gran verdad); y si no, expliquémonos, que explicándose se entiende la gente.

Don Juan vivía en la calle de Atocha, en un palacio cuyo lujo y comodidades eran el presulta del lujo y la comodidad (como decía Perico, el zapatero remendón de la guardilla de enfrente, llamado por mal nombre Carape, que entendía de latín tanto como yo); sus coches y caballos valían un dineral; en su mesa se servían hasta en día de trabajo los manjares más ricos que Dios crió o inventaron los hombres, y, por último, las chicas más, guapas que paseaban por Madrid se despepitaban por don Juan. Pues a pesar de todo esto, y mucho más que no es para dicho, don Juan pasaba la vida rabiando, porque el regalo y el placer habían estragado de tal modo su cuerpo y su alma, que lo que a todo el mundo le sabe a gloria, a él le sabía a rejalgar de lo fino; y así era que nunca se le veía reír, y siempre estaba con una cara de condenado, que metía miedo.

A Perico, el zapatero de enfrente, le sucedía todo, lo contrario que a don Juan: era más pobre que las ratas, y, sin embargo, era más rico que don Juan el de enfrente. Esto último también parece mentira, y no lo es; y en prueba de ello me contentaré por ahora con decir que Perico se pasaba el día, y aun la noche, canta que canta, fuma que fuma, y echa que echa chicoleos a su mujer, aunque era más fea que el voto va Dios.


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21 págs. / 38 minutos / 40 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Primer Pecado

Antonio de Trueba


Cuento


I

¿Quién no recuerda haber oído a su madre la historia de un gran criminal que empezó su triste carrera robando un alfiler y la terminó muriendo ajusticiado en un patíbulo? Historia muy parecida a la de este desdichado es la del pueblecito de San Bernabé, sobre cuyas solitarias ruinas, cubiertas de zarzas y yezgos y coronadas con una cruz, como la sepultura de los muertos, me la contaron una melancólica tarde a la sombra septentrional de la cordillera pirenaico-cantábrica.

II

En una de aquellas colinas, pertenecientes al noble valle de Mona, hoy perteneciente a la provincia de Burgos, aunque la naturaleza y la historia le hicieron hermoso y honrado pedacito de Vizcaya; en una de aquellas colinas que se alzan entre Arceniega y el Cadagua, dominadas por la gran peña a cuyo lado meridional corre ya caudalosísimo el Ebro, existía desde el siglo VIII un santuario dedicado al apóstol San Bernabé.

Este santuario era uno de los muchos que hay desde el Ebro al Océano, separados por un espacio de diez leguas, debidos a la piedad de aquella muchedumbre de monjes y seglares que se refugiaron en aquellas comarcas cuando los mahometanos invadieron las llanuras de Castilla y se detuvieron en la orilla meridional del gran río sin atreverse a pasar a la opuesta, en cuyas fortalezas naturales los esperaban amenazadores y altivos los valerosos cántabros, reforzados con los fugitivos de Castilla.


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24 págs. / 42 minutos / 44 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Rico y el Pobre

Antonio de Trueba


Cuento


I

Éste era un caballero de Madrid, llamado don Juan Lozano, que tenía el oro y el moro, y gozaba tanto de los enemigos del alma, mundo, demonio y carne, que pasaba la vida rabiando.

Aunque esto último parece mentira, es una verdad como un templo (y califico de gran verdad al templo, no por su gran tamaño, sino por su gran verdad); y si no, expliquémonos, que explicándose se entiende la gente.

Don Juan vivía en la calle de Atocha, en un palacio cuyo lujo y comodidades eran el presulta del lujo y la comodidad (como decía Perico, el zapatero remendón de la guardilla de enfrente, llamado por mal nombre Carape, que entendía de latín tanto como yo); sus coches y caballos valían un dineral; en su mesa se servían hasta en día de trabajo los manjares más ricos que Dios crió o inventaron los hombres, y, por último, las chicas más, guapas que paseaban por Madrid se despepitaban por don Juan. Pues a pesar de todo esto, y mucho más que no es para dicho, don Juan pasaba la vida rabiando, porque el regalo y el placer habían estragado de tal modo su cuerpo y su alma, que lo que a todo el mundo le sabe a gloria, a él le sabía a rejalgar de lo fino; y así era que nunca se le veía reír, y siempre estaba con una cara de condenado, que metía miedo.

A Perico, el zapatero de enfrente, le sucedía todo, lo contrario que a don Juan: era más pobre que las ratas, y, sin embargo, era más rico que don Juan el de enfrente. Esto último también parece mentira, y no lo es; y en prueba de ello me contentaré por ahora con decir que Perico se pasaba el día, y aun la noche, canta que canta, fuma que fuma, y echa que echa chicoleos a su mujer, aunque era más fea que el voto va Dios.


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21 págs. / 38 minutos / 79 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

23456