Textos más populares esta semana de Antonio de Trueba | pág. 6

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autor: Antonio de Trueba


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El Judas de la Casa

Antonio de Trueba


Cuento


Sígueme, amor mío, con los ojos del pensamiento a las riberas del Cadagua, a las ribera,; que más envanecen por bellas a aquel espumoso y fresco y cristalino río, desde que pierde de vista a su nativo valle de Mena, hasta que Dios le hunde en el Ibaizábal, apenas ha andado cinco leguas, en castigo de la prisa que se da a alejarse del valle nativo.

Sígueme con el pensamiento hasta el concejo de Güeñes, uno de los más pintorescos de las Encartaciones, que le he escogido por teatro de uno de mis cuentos más dolorosos, y por lo mismo menos sonrosados.

Por el fondo del valle corre, corre, corre, corre, como alma que lleva el diablo, el desatentado Cadagua, y al Norte y al Mediodía se alzan altísimas montañas, en cuyas faldas blanquean algunas caserías a la sombra de los castaños y los rebollos.

En una de las colinas que dominan a la iglesia parroquial de Santa María, y que puede decirse forman los primeros escalones de los Somos, que este nombre se da a las montañas del Norte, había a principios de este siglo una casería conocida por el nombre de Echederra.

Verdaderamente correspondía a aquella casería la denominación de Casa Hermosa, que no es otra la significación de su nombre vascongado.

La casa se alzaba, blanca como una pella de nieve rodeada de la montaña, en un bosque de nogales y cerezos, y a su espalda se extendían unas cuantas fanegas de tierra cuidadosamente labradas.

Hermosos parrales orlaban toda la llosa, costeando interiormente toda la cárcava, y lozanas hileras de perales y manzanos ocupaban los linderos de las diferentes piezas en que la llosa estaba dividida.


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47 págs. / 1 hora, 22 minutos / 40 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Estilo es el Hombre

Antonio de Trueba


Cuento


I

Dos personas han dicho que el estilo es el hombre. Como tengo poca memoria y menos erudición, no estoy seguro de que fuese Buffón una de esas personas, pero sí lo estoy de que la otra fué un guardia civil.

Soy ya hombre casado, y por consiguiente no me hallo en estado de merecer; pero si me hallara, me guardaría muy bien de sacar á relucir la máxima de aquellos señores, porque ¿qué idea formarían de mí las muchachas que juzgasen de mis merecimientos por mi estilo desaliñado y vulgar?

En obsequio á mi señora esposa, digo públicamente que en mí el estilo es el hombre. Hecha esta confesión, no hay miedo de que ninguna de mis lectoras se enamore de mí. ¡Qué ganga, querida esposa, tienes en el estilo y en la franqueza de tu marido!

Pero echemos noramala esta maldita propensión que uno tiene á irse á la broma, y hablemos con un poco más de formalidad.

Tres cosas hay en el mundo cuya fisonomía es única: la letra, la cara y el alma. «Fulano, decimos, se parece á Zutano», y hacemos bien en decir que se parece, porque si dijésemos que es idéntico, faltariamos á la verdad.

Cualquiera de estas tres cosas, en el hecho de ser únicas, sirvo para identificar á la persona y no lo ignora la policía, que sabe muy bien poner una pluma en la mano de aquél á quien sospecha autor del documento falso que posee, y sabe proveerse del retrato fotográfico del criminal á quien cree capaz de tomar las de Villadiego: pero ¿cómo se identifica la persona por medio del alma? ¿Cómo se obtiene un retrato fotográfico del alma que pueda servir de punto de comparación?


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26 págs. / 46 minutos / 40 visitas.

Publicado el 23 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Casualidad

Antonio de Trueba


Cuento


I

Eran frecuentes mis escapatorias de la villa a la aldea natal, adonde me estaban siempre llamando la familia, los amigos, los recuerdos de la niñez y mi afición a la vida campesina.

Llegué a la aldea al anochecer de un día de Invierno, y como llegase cansado y hacía frío y la noche era obscura, me instalé inmediatamente junto al hogar, y siguiendo el consejo de mi padre y mis hermanos, reservé para la mañana siguiente la visita a los amigos y compañeros de la infancia, a pesar de lo muy grata que me era siempre esta visita y de mi impaciencia por hacerla.

Algunos amigos míos, menos egoístas y no más descansados que yo, pues habían pasado el día trabajando en sus heredades, arrostraron el cansancio y el frío y la obscuridad, para ir a verme tan pronto como supieron mi llegada.

Con tal motivo, aquella noche había gran tertulia en casa. Mis sobrinitos, que ordinariamente se acostaban al anochecer, con un huevo o una taza de leche casi todas las veces, y las demás con la añadidura de un azote que les daba su madre con toda la suavidad que permitía el caso, para corregir las mañas en que incurrían cuando el sueño les rondaba, estaban aquella noche despabiladísimos, y todas las amenazas de su madre de que haría y acontecería con ellos si no se iban a acostar eran inútiles, pues poniéndose bajo la salvaguardia del tío y del abuelo, las desafiaban valerosamente.


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13 págs. / 22 minutos / 39 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Hombre Pájaro

Antonio de Trueba


Cuento


I

Niños, decía un maestro de escuela á sus discípulos, no hagáis porquerías, porque los cerdos las aprenden, y hartas saben ellos sin enseñarles más.

Recuerdo esto para que se me perdone el que calle el nombre del pueblo donde pasó lo que voy á contar, porque hartas cosas saben los pueblos para darse mate unos á otros, sin que les enseñemos más los que nos dedicamos á recoger cuentos populares para pulirlos y aderezarlos de modo que regocijen y enseñen un poco y no sean indignos de ingresar en la literatura patria, como lo son cuando los recogemos baboseados de boca del vulgo.

Erase un pueblecillo, no se si de la Rioja ó de Navarra ó de Aragón, cuyo nombre pertenece á los innumerables geográíicos de España que, hijos de la primitiva lengua ibérica, aun subsistente como por milagro de Dios en un rinconcillo sombreado por los montes Pirineos, no los conoce ya como talos ni la madre que los parió, que hasta pasa por el dolor de que cuando por instinto maternal ó por rasgos fisonómicos que observa en ellos sospecha que son sus hijos y quiero cerciorarse de si lo son ó no, la echan enhoramala hasta los más presumidos de sabios, diciéndole que no sea mentecata, pues aquellos nombres son griegos, ó árabes, ó celtas, ó liebre os, ó latinos, ó cualquiera otra cosa que la pobre señora no sospecha, cegada por preocupaciones de la tierra donde se refugió huyendo de invasiones extranjeras.

El pueblecillo de mi cuento está situado en un valle tan estrecho, que carece casi en absoluto de tierra siquiera un poco llana para el cultivo de cereales que no gusten de la costanera como gusta la vid, según el proverbio latino Bacus amat colles: y así los vecinos tienen que subsistir casi exclusivamente del cultivo de esta última planta, que se extiende por ambas vertientes del vallejuelo.


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12 págs. / 22 minutos / 39 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

La Cruz Más Santa

Antonio de Trueba


Cuento


(Leyenda del siglo XVI)

I

Alboreaba el siglo décimoquinto de la Era cristiana á cuyas efemérides pertenecen las gloriosas de la invención de la imprenta, del descubrimiento de América, de la conquista de Granada y de la terminación de los bandos de Oñez y Gamboa que por espacio de más de dos centurias habían desolado la región vasco-cántabra.

Estos funestos bandos estaban más enconados que nunca al alborear aquel dichoso siglo, y particularmente lo estaban en los valles occidentales de Vizcaya conocidos desde tiempo inmemorial con el nombre de Encartaciones, conmemorativo de la carta ó pacto que mediaba entre ellos y el resto de Vizcaya.

Aunque por regla general los linajes estaban afiliados en uno ú otro bando, algunos había que no lo estaban en ninguno, por cuya circunstancia se llamaba hombres comunes á los no abanderizados. Los hombres comunes eran respetados por los banderizos, pero esto no obstaba para que el vulgo los considerase como poco celosos de su honra y pobremente dotados de lo que en aquel tiempo se consideraba como la mayor virtud, que era el valor para combatir con una espada, una lanza ó una ballesta en la mano.

Entre los pocos hombres comunes de las Encartaciones se contaban los del linaje de Aranguren de Baracaldo, rama desprendida hacía siglos del glorioso árbol de Susúnaga que florecía desde tiempo inmemorial en la misma república, y trasplantada al apacible vallecito de Mendi-errea vegetaba allí con extraordinaria lozanía y ópimo fruto.

Señor de aquella casa era entonces Martín Sanchez de Aranguren, que siguiendo la tradición de sus antepasados, buscaba la gloria por caminos muy distintos de aquellos por donde la buscaban los caballeros principales de su tiempo; aquellos caminos eran los de la paz y el trabajo bendecidos de Dios, aunque odiados de la generalidad de los hombres.


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23 págs. / 41 minutos / 39 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Rebañaplatos

Antonio de Trueba


Cuento


I

Tomillarejo y Retamarejo son dos pueblecillos de la Alcarria que, como quien dice, se dan la mano, y siempre tendrá cada uno sus cincuenta vecinos.

Aunque en los nombres de Tomillarejo y Retamarejo haya alguna semejanza, no sucede así en el carácter de sus habitantes, porque todo lo que tienen de sencillotes y a la buena de Dios los de Tomillarejo, tienen los de Retamarejo de maliciosos y otras cosas que me callo, porque no he de ser yo tan murmurador y burlón como ellos.

Andando por aquella comarca a caza, no de liebres ni conejos ni perdices, que sólo cazo en el plato cuando se me ponen a tiro, sino a caza de curiosidades populares, que son mi encanto, descubrí ambos pueblecillos desde un altillo que hacía la carretera, y me parecieron tan pintorescos, tan floridos y tan aromosos, que me decidí a pasar un par de días en cualquiera de ellos.

Era por el mes de mayo, y los dos pueblos parecían dos colmenas en el centro de dos ramilletes de flores; sólo que las flores que rodeaban a Tomillarejo eran blancas y azules, y las que rodeaban, a Retamarejo eran amarillas.

Anduve, anduve hacia Retamarejo, que era el primero, y estaba separado de Tomillarejo por una verde loma donde había una ermita, y entonces vi que las flores amarillas eran de retama y ruda.

—¿De qué serán las de Tomillarejo?—me pregunté—

Y una dulce tufaradilla que me trajo de hacia allá la brisa de la mañana me contestó que eran de tomillo y romero.

—Pues a Tomillarejo me voy dije para mí —que


Retama y ruda me carga
por inodora y amarga,
y amo romero y tomillo
por oloroso y sencillo.
 

Pero como Retamarejo me salía al paso, no quise seguir adelante sin detenerme un poco en él a descansar y ver las curiosidades, que para mí no faltan en pueblo alguno, por miserable que sea, con tal que tenga iglesia parroquial o algo que se le parezca.


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18 págs. / 32 minutos / 38 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Exorcizadores

Antonio de Trueba


Cuento


I

Allá por los años de 1850 a 1853, los jóvenes de la colonia literaria y artística, que llamábamos del Pensamiento, éramos todos tan pobres de dinero y renombre, que con dificultad pagábamos a nuestras respectivas patronas el hospedaje de seis o siete reales diarios, y con más dificultad aún se recordaban nuestros nombres en los círculos literarios y artísticos; pero, andando el tiempo, todos los de la colonia, excepto yo, fueron alcanzando puestos muy elevados y honrosos en la literatura, en las bellas artes, en la política y en la administración del Estado; de modo que unos han sido ministros, otros son o han sido altos empleados, los más han adquirido un nombre ilustre como escritores o artistas, y los que menos son académicos, que es tanto como reventar de gloria y desmayar de hambre. Sólo yo, por mi encogimiento, me encuentro al cabo de treinta años de trabajos literarios teniendo que ganar hoy los garbanzos de mañana; y digo por mi encogimiento y no por falta de talento, porque sabido es que la falta de talento no es inconveniente para ser rico ni ministro ni académico.

Si éramos pobres de dinero, de fama y de influencia, aún lo era mucho más Gumersindo, un pobre chico de algunos años menos que nosotros, que vivía y estudiaba y esperaba, si no al calor de nuestra liberalidad, a lo menos al calor de nuestro cariño.

Gumersindo era de Murcia. Pertenecía a una familia muy honrada, pero tan pobre de bienes de fortuna, que no hubiera podido enviarle a seguir una carrera literaria o científica en Madrid, a no concederle la Diputación de aquella provincia (que se ha distinguido siempre por su protección a la juventud apta para el estudio y cultivo de las letras y las artes) una pensioncilla de tres o cuatro mil reales anuos.


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11 págs. / 20 minutos / 38 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Paliza

Antonio de Trueba


Cuento


I

¿Recuerdas, querido Eduardo, cuánto nos moian pidiéndonos que les contásemos cuentos tu hija y la mía el invierno pasado cuando se reunían en tu casa a jugar y diablear? Yo no he podido menos de recordarlo al recibir una carta tuya en que, con el imperio que te da nuestro cariño, me mandas que te cuente un cuento. ¡Hola! ¿Conque gustas de cuentos, como tu María y mi Ascensión? No lo estraño, porque, a pesar de tu grave y viril inteligencia, tienes el corazón de un niño.

Allá te va un cuento, y no me atrevo a decir el cuento que me pides, porque supongo que el que me pides es bueno y el que te envío es malo.

Hay en las Encartaciones de Vizcaya un hermoso valle que tú y yo queremos y debemos querer porque hay en él quien todos los días sea acuerda de nosotros. ¿Te acuerdas de aquella iglesia que se alza al estremo septentrional del valle en un bosque de castaños, robles y nogales? ¿Te acuerdas de aquella casería que blanquea en un bosquecillo de frutales en una colina que domina a la iglesia? ¿Te acuerdas, en fin, de aquella angosta y profunda garganta por donde, a la sombra de los robledales y los castañares, desaparece, dirigiéndose al mar cercano, el río que fertiliza las verdes heredades del valle? Pues si te acuerdas de todo esto, tenlo presente mientras lees esta narración, que en el pórtico de aquella iglesia, en aquella colina y en aquella garganta pasó lo que te voy a contar, según las buenas gentes del valle aseguran.


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8 págs. / 14 minutos / 38 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Maestro de Hacer Cucharas

Antonio de Trueba


Cuento


I

A Ramón no le podían ver ni pintado en su pueblo, porque era un holgazán como una loma, sin oficio ni beneficio, por lo que le llamaban el maestro de hacer cucharas, que en aquel país significa aproximadamente lo que en otros el maestro de atar escobas. Mientras le duró la herencia paterna lo pasó muy bien, andando de viga derecha; pero cuando acabó de comérsela, no encontró quien le diese para llenar la andorga, y á fuerza de acostarse con una ración de hambre y levantarse con otra de necesidad, se iba quedando como un alambre.

—Pero, hombre—le decían todos,—ya sabes que en esta vida caduca, el que no trabaja no manduca.

—¡Ya lo sé, por mi desgracia!—contestaba Ramón bostezando.

—Pues entonces, ¿por qué no trabajas para manducar? Dios opina que el hombre debe ganar el sustento con el sudor de su frente.

—En ese punto no estoy conforme con Dios.

—¡No digas judiadas, hombre!

—Las opiniones son libres.

—Pero no las opiniones contrarias á las de Dios.

Razonando y disputando así el maestro de hacer cucharas, se moría de hambre por no querer doblar el espinazo, y recordando é interpretando absurdamente el precepto bíblico que dice: «Nadie es profeta en su patria», y el refrán que añade: «El que no se aventura no pasa la mar», determinó irse por el mundo en busca de tierra donde pudiera comer sin trabajar.

Andando, andando, recorrió las siete partidas sin encontrar lo que buscaba, y llegó á un pueblo, donde se sentó, desfallecido de hambre, en uno de los bancos de piedra que adornaban un paseo.

Al fin del paseo se veía un convento, cuyos frailes pasaban y repasaban por delante de Ramón, tan colorados y tan gordos, que daba gusto el verlos.


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18 págs. / 32 minutos / 38 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Los Progenitores de Don Quijote

Antonio de Trueba


Cuento


I

Don Luis Díaz de Rojas, progenitor de aquellos insignes caballeros y prelados de su apellido, que conmemoran nuestras historias civiles y eclesiásticas, era uno de los mejores caballeros castellanos de su tiempo. En cuanto á su tiempo, ni las historias genealógicas ni las tradiciones vulgares le puntualizan; pero como por el hilo se saca la madeja, yo he conseguido puntualizar el tiempo en que floreció el Sr. D. Luis, que fué, sin duda alguna, el del Sr. Rey D. Juan el Segundo; y cúmpleme advertir, antes de dar á conocer más pormenor al caballero, para que no se lo juzgue con disfavor que no merece, que no le cuento entre los setenta y ocho vencidos por Suero de Quiñones en la puente del Órbigo, aunque muy bien pudo venir de su rodilla alguno de aquellos infinitos faltos de seso que en tiempo del Sr. Rey D. Felipe el Tercero venció el Sr. Miguel de Cervantes Saavedra en Argamasilla de Alba; porque achaque de la flaca humanidad es extremar lo bueno y lo malo, y amor hay cuyos ósculos se extreman tanto, que rayan en mordiscos.

Vivía el caballero de Rojas en su señorío de este nombre, que era en Bureba, más acá de Burgos, donde, como buen cristiano y buen hidalgo, hallaba gran placer en hospedar y agasajar en su noble casa á los caballeros extranjeros que por allí pasaban peregrinando á Santiago de Compostela.

La Puebla de Rojas, que hoy es lugar tan mermado de gente que apenas tiene doscientos moradores, era entonces villa tan populosa, que la cercana Bribiesca, y aún lastres veces más lejana Burgos, la envidiaron más de una vez viéndola preferida de Reyes, como solía serlo del señor don Enrique IV, que gustaba de posar en ella y holgaba viendo escaramucear á sus gentes de armas en los amenos llanos de Marimena, que son cabeza de la villa.


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13 págs. / 23 minutos / 38 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

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