Libro I
1. La perfección del universo
Es evidente que la ciencia de la naturaleza versa casi toda ella
sobre los cuerpos y las magnitudes y sobre sus propiedades y
movimientos, así como sobre todos los principios de esta clase de
entidades. En efecto, de las cosas naturalmente constituidas, unas son
cuerpos y magnitudes, otras tienen cuerpo y magnitud y otras son
principios de las que lo tienen.
Pues bien, continuo es lo divisible en <partes> siempre
divisibles, y cuerpo, lo divisible por todas partes. De las magnitudes,
la que <se extiende> en una <dimensión> es una línea, la que
en dos, una superficie, la que en tres, un cuerpo. Y aparte de éstas,
no hay más magnitudes, puesto que tres son todas <las dimensiones
posibles> y «tres veces» <equivale a> «por todas partes». En
efecto, tal como dicen también los pitagóricos, el todo y todas las
cosas quedan definidos por el tres; pues fin, medio y principio
contienen el número del todo, y esas tres cosas constituyen el número de
la tríada. Por eso, habiendo recibido de la naturaleza, como si
dijéramos, sus leyes, nos servimos también de ese número en el culto de
los dioses. Y damos también las denominaciones de esta manera: en
efecto, a dos objetos los designamos como «ambos», y a dos personas,
como «uno y otro», pero no como «todos»; sin embargo, acerca de tres
empezamos ya a emplear esa expresión. Seguimos estas <pautas>,
como se ha dicho, porque la propia naturaleza así lo indica.
Por consiguiente, dado que la totalidad, el todo y lo perfecto no
se diferencian en cuanto a la forma, sino, en todo caso, en la materia y
en aquello sobre lo que se dicen, sólo el cuerpo, entre las magnitudes,
es perfecto: sólo él, en efecto, se define por el tres, y eso es un
todo.
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