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autor: Armando Palacio Valdés textos disponibles


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El Idilio de un Enfermo

Armando Palacio Valdés


Novela


Dedicatoria

A mi hijo.

Con grata sorpresa pude averiguar que algunas de las obras que he lanzado a la publicidad estaban agotadas y otras a punto de estarlo. Fue pasión incontrastable de mi ánimo, no esperanza de lucro o de gloria, la que me arrastró a novelar en esta edad tan poco feliz para las musas. Desde que, recién salido de las aulas, entregué mis primeras cuartillas a la imprenta, vi claramente que no era ésa la vía para lograr los halagos de la vanidad ni los regalos del cuerpo.

Nuestra nación se halla desde hace algunos años con disposición indiferente, más bien hostil, hacia todas las manifestaciones del espíritu. La pasión de lo útil, un sensualismo omnipotente, invade a la sociedad española, y muy singularmente a esa clase media que en la primera mitad del siglo tantas y tan gallardas muestras dio de su amor a lo justo y a lo bello. La juventud, de quien suelen partir los impulsos generosos, los anhelos espirituales, no se ocupa actualmente sino en abrirse paso a codazos para llegar al poder, a la influencia, a la comodidad. Mi padre me decía que, en su tiempo, viendo un joven errar solitario con un libro entre las manos, se podía apostar a que este libro era de versos. El tuyo te dice que actualmente hay seguridad de que el libro es la ley municipal o un compendio de Derecho administrativo. ¿Caminamos por este sendero a la civilización y al engrandecimiento de la patria, o vamos derechos a la barbarie y al desprecio de las naciones cultas? Tú o tus hijos lo sabréis. Yo moriré antes de que se averigüe.


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165 págs. / 4 horas, 50 minutos / 184 visitas.

Publicado el 9 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Hombre de los Patíbulos

Armando Palacio Valdés


Cuento


Hace cosa de tres o cuatro años tuve la infame curiosidad de ir al Campo de Guardias a presenciar la ejecución de dos reos. El afán de verlo todo y vivirlo todo, como dicen los krausistas, me arrastró hacia aquel sitio, venciendo una repugnancia que parecía invencible, y los serios escrúpulos de la conciencia. Por aquel tiempo pensaba dedicarme a la novela realista.

Eran las siete de la mañana. La Puerta del Sol y la calle de la Montera estaban cuajadas de gente. Había llovido por la noche, y el cielo, plomizo, tocaba casi en la veleta del Principal. La atmósfera, impregnada de vapor acuoso, y el suelo cubierto de lodo. La muchedumbre levantaba incesante y áspero rumor, sobre el cual se alzaban los gritos de los pregoneros anunciando «la salve que cantan los presos a los reos que están en capilla», y «el extraordinario de La Correspondencia.» Una fila de carruajes marchaba lentamente hacia la Red de San Luis. Los cocheros, arrebujados en sus capotes raídos, se balanceaban perezosamente sobre los pescantes. Otra fila de ómnibus, con las portezuelas abiertas, convidaba a los curiosos a subir. Los cocheros nos animaban con voces descompasadas. Uno de ellos gritaba al pie de su carruaje:

—¡Eh, eh! ¡al patíbulo! ¡dos reales al patíbulo!

Me sentía aturdido, y empecé a subir por la calle de la Montera, empujado por la ola de la multitud. Los pies chapoteaban asquerosamente en el fango. ¡Cosa rara! en vez de pensar en la lúgubre escena que me aguardaba, iba tenazmente preocupado por el lodo. Había oído decir a un magistrado, no hacía mucho tiempo, que el barro de Madrid quemaba y destruía la ropa como un corrosivo, lo cual tenía su explicación en la piedra del pavimento, por regla general caliza. «¡Buenos me voy a poner los pantalones!» iba diciendo para mis adentros, con acento doloroso.


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Dominio público
13 págs. / 22 minutos / 48 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Drama de las Bambalinas

Armando Palacio Valdés


Cuento


I

Antoñico era una chispa, al decir de cuantos andaban entre bastidores; no se había conocido traspunte como él desde hacía muchos años: era necesario remontarse a los tiempos de Máiquez y Rita Luna, como hacía frecuentemente un caballero gordo que iba todas las noches de tertulia al saloncillo, para hallar precedente de tal inteligencia y actividad.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 48 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Cuarto Poder

Armando Palacio Valdés


Novela


I. Se levanta el telón, por esta vez sin metáfora

En Sarrió, villa famosa, bañada por el mar Cantábrico, existía hace algunos años un teatro no limpio, no claro, no cómodo, pero que servía cumplidamente para solazar en las largas noches de invierno a sus pacíficos e industriosos moradores. Estaba construído, como casi todos, en forma de herradura. Constaba de dos pisos a más del bajo. En el primero los palcos, así llamados Dios sabe por qué, pues no eran otra cosa que unos bancos rellenos de pelote y forrados de franela encarnada colocados en torno del antepecho. Para sentarse en ellos era forzoso empujar el respaldo, que tenía bisagras de trecho en trecho, y levantar al propio tiempo el asiento. Una vez dentro se dejaba caer otra vez el asiento, se volvía el respaldo a su sitio y se acomodaba la persona del peor modo que puede estar criatura humana fuera del potro de tormento. En el segundo piso bullía, gritaba, coceaba y relinchaba toda la chusma del pueblo sin diferencia de clases, lo mismo el marinero de altura que el que pescaba muergos en la bahía o el peón de descarga; la señá Amalia la revendedora igual que las que acarreaban «el fresco» a la capital. Llamábase a aquel recinto «la cazuela». Las butacas eran del mismo aborrecible pelote que los palcos y el forro debió ser también del mismo color, aunque no podía saberse con certeza. Detrás de ellas había, a la antigua usanza, un patio para ciertos menestrales que, por su edad, su categoría de maestros u otra circunstancia cualquiera, repugnaban subir a la cazuela y juntarse a la turba alborotadora. Del techo pendía una araña, cuajada de pedacitos de vidrio en forma prismática, con luces de aceite. Más adelante se substituyó éste con petróleo, pero yo no alcancé a ver tal reforma. Debajo de la escalera que conducía a los palcos había un nicho cerrado con persiana que llamaban «el palco de don Mateo». De este don Mateo ya hablaremos más adelante.


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Dominio público
411 págs. / 11 horas, 59 minutos / 330 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

El Amo

Armando Palacio Valdés


Cuento


Tengo un amo, tengo un tirano que, a su capricho, me inspira pensamientos tristes o alegres, me hace confiado o receloso, sopla sobre mí huracanes de cólera o suaves brisas de benevolencia, me dicta unas veces palabras humildes, otras, bien soberbias. ¡Oh, qué bien agarrado me tiene con sus manos poderosas! Pero no me someto, y ésa es mi dicha. Le odio, y le persigo sin tregua noche y día. Él lo sabe, y me vigila. ¡Si algún día se descuidase!... ¡Con qué placer cortaría esta funesta comunicación que mi alma, que mi yo esencial mantiene con la oficina donde el déspota dicta sus órdenes! Quisiera ser libre, quisiera escapar a esos serviles emisarios suyos que se llaman nervios. Mientras ese momento llega, me esfuerzo en dominarlos. Los azoto con agua fría todas las mañanas, les envío oleadas de sangre roja por ver si los asfixio, y me desespero observando su increíble resistencia. Cuantos proyectos hermosos me trazo en la vida, tantos me desbaratan los indignos. He querido ser manso y humilde de corazón, y hasta pienso que empecé la carrera con buenos auspicios. Me pisaban los callos de los pies, y, en vez de soltar una fea interjección, sonreía dulcemente a mis verdugos; cuando alguno ensalzaba mis escritos, me confundía de rubor; sufría sin pestañear la lectura de un drama, si algún poeta era servido en propinármela; leía sin reirme las reseñas de las sesiones del Senado; ejecutaba, en fin, tales actos de abnegación y sacrificio, que me creía en el pináculo de la santidad. Mis ojos debían de brillar con el suave fulgor de los bienaventurados. Me sorprendía que tardara tanto en bajar un ángel a ponerme un nimbo sobre la cabeza y una vara de nardo en la mano.


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Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 53 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Bienaventuranza

Armando Palacio Valdés


Cuento


En la plaza de la villa se celebraba el mercado semanal los lunes. Allí se congregaban las campesinas de los contornos con sus cestas repletas de huevos y frutas y manteca. Gritaban las aldeanas ofreciendo sus mercancías, gritaban más alto aún las obreras y domésticas de la villa ofreciendo por ellas precios irrisorios, piaban las gallinas, gruñían los cerdos, mugían los terneros, relinchaban los potros. Todos estos ruidos envueltos llegaban hasta mí como un sordo rumor que me producía somnolencia.

Los lunes por la tarde no teníamos escuela a causa del mercado. El Municipio dejaba generosamente al maestro todo este tiempo para proveerse de comestibles. No necesitaba tanto.

En casa no querían que saliese a la calle, por miedo a los coches, a los borrachos, a las brujas, etc. Tampoco querían retenerme dentro de ella, porque molestaba con mis juegos ruidosos. Adoptábase un justo medio; me enviaban al almacén.

Era éste una vasta pieza vacía y polvorienta, con ventana abierta al soportal, pues la calle era de arcos, como otras muchas de la villa en que habitábamos. Prohibición absoluta de saltar por esta ventana al soportal. Llevaba, pues, mi pelota, mi peonza, mi escopeta de muelles, y me entretenía lo mejor posible en aquellas largas horas vespertinas. De vez en cuando me acercaba a la ventana, apoyaba los codos en el alféizar, y miraba cruzar a los transeuntes.

El único que me interesaba entre ellos era Nabor, mi amigo Nabor, un niño rechoncho y mofletudo que pasaba tristemente hacia su clase de latín con los libros bajo el brazo. Sólo tenía un año más que yo, y había asistido conmigo a la escuela hasta hacía poco tiempo; pero, debiendo partir en breve al Colegio de Artillería, sus padres le habían sacado de ella para que aprendiese latín, convencidos tal vez de que sin entender a Virgilio no dispararía jamás bien un cañón.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 56 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Años de Juventud del Doctor Angélico

Armando Palacio Valdés


Novela


ADVERTENCIA DEL EDITOR

Van transcurridos algunos años desde que di a la estampa varios de los papeles que me dejara en depósito mi amigo Angel Jiménez. Eran casi todos de orden filosófico, trazados con la libertad de espíritu del que escribe sólo para sí mismo y en el estilo conciso y desenfadado que le caracterizaba. El público los ha acogido con más benevolencia de la que podía esperarse tratándose de un escritor casi desconocido. Esto me anima a publicar hoy sus Memorias, que con el título de Años de juventud, encontré en uno de los legajos. Cuando empecé a leerlas confieso que experimenté una decepción. Pensaba hallar una historia circunstanciada de su vida. No es así: Las presentes páginas son más bien las memorias de sus amigos que las suyas propias. Jiménez poseía un carácter cerrado y huraño, no se interesaba demasiado por sí mismo, no tenía ansia de celebridad y gloria. En cambio, la vida privada y pública de sus amigos le agitaba más de lo justo. Tuvo algunos de relevante mérito y a ellos particularmente están consagrados la mayor parte de los capítulos de este libro. Yo hubiera preferido conocer en su intimidad la vida de un hombre a quien tanto he estimado. Sin embargo, el público no perderá nada con esta sustitución. Porque es seguro que más que la suya, oscura y tranquila, le ha de interesar la historia dramática de sus ilustres amigos,

A. P. V.

PRIMERA PARTE

I. MI VIAJE Y MI INSTALACIÓN EN LA CORTE DE ESPAÑA

Creo que mi padre tenía razón. En último resultado me hubiera convenido más permanecer a su lado, ayudarle en sus negocios, hacerlos prosperar y dejar transcurrir la vida dulcemente en el pueblo trabajando a mis horas, paseando a mis horas, durmiendo a mis horas, rezando a mis horas y no leyendo a ninguna.


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Dominio público
280 págs. / 8 horas, 10 minutos / 234 visitas.

Publicado el 14 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

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