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autor: Armando Palacio Valdés editor: Edu Robsy


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La Novela de un Novelista

Armando Palacio Valdés


Novela


DEDICATORIA A LOS NIÑOS DE HOY

A vosotros dedico estas páginas, porque
seréis tal vez los únicos que con ellas se
diviertan. No me pesa. Quisiera terminar
mi vida haciendo meditar un poco a los
grandes y divirtiendo a los pequeños.

A. P. V.

ANTES DE EMPEZAR

Los niños encuentran siempre el mundo nuevo y jugoso. Para los viejos como yo se cae a pedazos de puro seco. ¿Quién tiene razón? Ellos; sin duda ellos. Todo pierde su valor con el tiempo, pero no es culpa de los manjares, sino de la boca y la lengua. «Preguntad a los niños y los pájaros cómo saben las cerezas», dice un proverbio alemán. Ignoro cómo sabrán a los pájaros, pero en cuanto a mí me sabían tan bien hace sesenta años que cuando veía una cesta de ellas caía inmediatamente en éxtasis como Santa Teresa en presencia del Sacramento.

La historia de la infancia es igual siempre a sí misma. Es la felicidad. Todo niño es feliz si una mano brutal no se interpone entre él y la felicidad. Aire, luz, libertad, un poco de arena o de barro. No necesitamos entonces más para ser felices. Todo eso lo da Dios. Sólo en la infancia percibimos el sabor de los elementos creados. Las cosas tienen verdadera significación para nosotros: el mar, la lluvia, la aurora, las montañas y los ríos, las fisonomías de los hombres y los animales entran por los ojos en nuestra alma y allí se pintan con caracteres indelebles.


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Dominio público
301 págs. / 8 horas, 47 minutos / 226 visitas.

Publicado el 20 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

La Hermana San Sulpicio

Armando Palacio Valdés


Novela


Capítulo 1. A las aguas de Marmolejo

Quiero contar la historia puntual de un episodio de mi vida que no deja de ofrecer algún interés; aunque mi impericia en el arte de escribir quizá llegue a quitárselo. Los sucesos que voy a confiar al papel son tan recientes, que el eco de sus vibraciones aún no se ha apagado en mi alma. Esto hará seguramente más confusa la narración. No han tenido tiempo a depositarse los sedimentos y no es fácil sumergir en esta época importante de mi vida la mirada y distinguir lo que debe tomarse y dejarse para hacer comprensivas y gratas estas confidencias. Pero, en cambio, palpitará en ellas la verdad, y a su mágico influjo tal vez se disipen y se borren las infinitas manchas que mi pluma habrá dejado caer.

Ante todo, es bien que os informe de quién soy, cuál es mi patria y mi condición. Estadme atentos.


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378 págs. / 11 horas, 2 minutos / 451 visitas.

Publicado el 17 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Polifemo

Armando Palacio Valdés


Cuento


El coronel Toledano, por mal nombre Polifemo, era un hombre feroz, que gastaba levita larga, pantalón de cuadros y sombrero de copa de alas anchurosas, reviradas; de estatura gigantesca, paso rígido, imponente; enormes bigotes blancos, voz de trueno y corazón de bronce. Pero aun más que esto, infundía pavor y grima la mirada torva, sedienta de sangre, de su ojo único. El coronel era tuerto. En la guerra de África había dado muerte a muchísimos moros, y se había gozado en arrancarles las entrañas aún palpitantes. Esto creíamos al menos ciegamente todos los chicos que al salir de la escuela íbamos a jugar al parque de San Francisco, en la muy noble y heroica ciudad de Oviedo.

Por allí paseaba también metódicamente los días claros, de doce a dos de la tarde, el implacable guerrero. Desde muy lejos columbrábamos entre los árboles su arrogante figura que infundía espanto en nuestros infantiles corazones; y cuando no, escuchábamos su voz fragorosa, resonando entre el follaje como un torrente que se despeña.

El coronel era sordo también, y no podía hablar sino a gritos.

—Voy a comunicarle a usted un secreto —decía a cualquiera que le acompañase en el paseo—. Mi sobrina Jacinta no quiere casarse con el chico de Navarrete.

Y de este secreto se enteraban cuantos se hallasen a doscientos pasos en redondo.


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6 págs. / 11 minutos / 220 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Maestrante

Armando Palacio Valdés


Novela


I. La casa del maestrante.

A las diez de la noche eran, en toda ocasión, contadísimas las personas que transitaban por las calles de la noble ciudad de Lancia. En las entrañas mismas del invierno, como ahora, y soplando un viento del noroeste recio y empapado de lluvia, con dificultad se tropezaba alma viviente. No quiere esto decir que todos se hubiesen entregado al sueño. Lancia, como capital de provincia, aunque no de las más importantes, es población donde ya en 185... se había aprendido a trasnochar. Pero la gente se metía desde primera hora en algunas tertulias y sólo salía de ellas a las once para cenar y acostarse. A esta hora, pues, solían tropezarse algunos grupos resonantes que caminaban a toda prisa resguardados por los paraguas; las señoras rebujadas en sendos capuchones de lana, alzando las enaguas con la mano que les quedaba libre; los caballeros envueltos en sus pañosas o montecristos, los pantalones enérgicamente arremangados, rompiendo el silencio de la noche con el áspero traqueteo de las almadreñas. Porque en aquella época eran muy pocos todavía los que desdeñaban este calzado patriótico y confortable. Tal cual pollastre que por haber estado en Valladolid estudiando medicina se creía por encima de estas ruindades y alguna que otra damisela melindrosa que afectaba el no saber andar con ellas.


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Dominio público
284 págs. / 8 horas, 17 minutos / 208 visitas.

Publicado el 24 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

Maximina

Armando Palacio Valdés


Novela


I

Llegó á Pasajes Miguel, un viernes por la tarde. Al apearse del tren halló el esquife de Úrsula amarrado á la orilla.

—Felices tardes, D. Miguel—le dijo la batelera, expresando en su rostro, cada vez más encendido por el alcohol, una alegría sincera.—Ya me pensaba que no le vería más...

—¿Pues?

—¡Qué sé yo!... eso de casarse lo entienden tan mal los hombres... Pues mire usted, señorito, aquí en el pueblo todos se han alegrado mucho al saber la noticia... Sólo algunas envidiosas no querían creerlo... ¡Jesucristo lo que voy á hacerlas rabiar esta noche! Voy á recorrer el pueblo diciendo que yo misma le he llevado á casa de D. Valentín.

—Déjate de hacer rabiar á nadie—repuso el joven riendo—y aprieta un poco más á los remos.

—¿Tiene gana de ver á Maximina?

—¡Vaya!

Era la hora del oscurecer. Las sombras amontonadas en el fondo de la bahía subían ya á lo alto de las montañas. En los pocos buques anclados la tripulación se ocupaba en la carga y descarga, y sus gritos y el chirrido de las maquinillas era lo único que turbaba la paz de aquel recinto. Allá enfrente comenzaban á verse algunas luces dentro de las casas. Miguel no apartaba los ojos de una que fulguraba débilmente en la morada del ex capitán del Rápido. Sentía un anhelo grato y deleitable que estremecía de vez en cuando sus labios y hacía perder el compás á su corazón. Pero en el balcón de madera, donde tantas veces se había reclinado para contemplar la salida y entrada de los buques, nadie parecía ahora. Su rostro contraído denunciaba el afán que le embargaba. Úrsula sonreía mirándole fijamente sin que él lo advirtiese.


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Dominio público
327 págs. / 9 horas, 33 minutos / 235 visitas.

Publicado el 20 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

Riverita

Armando Palacio Valdés


Novela


Tomo I

I

La primera noticia que Miguel tuvo del matrimonio de su padre se la dio el tío Bernardo, persona de extremada respetabilidad y carácter. Tomole de la mano gravemente momentos antes de comer, y le llevó a su escritorio, una pieza de aspecto sombrío, llena de cachivaches antiguos, grandes armarios de libros y cuadros al óleo que el tiempo había oscurecido hasta no percibirse siquiera las figuras. Las sillas eran de roble viejo, las cortinas de terciopelo viejo también, la alfombra más vieja todavía, la mesa de escribir un verdadero prodigio de vejez. Miguel sólo dos veces en su vida había visto este aposento sagrado y augusto para la familia. Una vez se lo había enseñado su primo Enrique desde la puerta alzando discretamente la cortina y mirando con temor hacia atrás para no ser sorprendido en flagrante profanación. Otra vez había sido residenciado por su tío en aquel recinto en compañía del mismo Enrique por haber ambos maltratado de palabra y de obra a la cocinera de la casa bajo el pretexto infundado de que no eran suficientes dos peras por barba para merendar. No es fácil imaginar, pues, el respeto que esta pieza le merecía a Miguel, aunque su temperamento no fuese demasiadamente respetuoso, según constaba de modo incontestable en la escuela y en otros diversos parajes de la villa.

D. Bernardo dejó a su sobrino arrimado a la mesa de escribir y comenzó a pasear silenciosamente y con las manos atrás; sopló con fuerza tres o cuatro veces, desgarró otras tantas, y dijo al fin parándose un instante:

—Miguel, tú tienes uso de razón, ¿no es cierto?

Miguel le miró, abriendo mucho los ojos, sin contestar.

—¿Has cumplido los siete años?—manifestó su tío poniendo el concepto más al alcance del niño.

—Tengo ocho.


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Dominio público
318 págs. / 9 horas, 17 minutos / 227 visitas.

Publicado el 20 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

La Guerra Injusta

Armando Palacio Valdés


Artículo, Opinión, Viajes


La Decisión de la Francia

La dirección de El Imparcial me ha confiado la honrosa tarea de estudiar el espíritu francés en estos, para él, tan críticos momentos. Por honrosa que ella sea, no la hubiera aceptado si otros motivos que no fuesen del orden moral se ofreciesen ante mis ojos. Soy viejo, mi salud vacilante; el ruido de la Prensa me ha atemorizado siempre. ¿Por qué pasar «del silencio al estruendo», por qué abandonar el oscuro rincón donde desde hace muchos años hablo en voz baja con aquellos espíritus afines al mío, esparcidos por el ámbito del mundo, sin que la muchedumbre se entere?

¿Por qué? Porque la voz de mi conciencia, esa voz que en todo hombre se va haciendo más poderosa con los años, me lo insinúa con vivas instancias. Cuando tantos millones de seres humanos viven actualmente en Europa, entre sangre los unos, otros entre lágrimas, ¿hay derecho á invocar el temor, la enfermedad ó la vejez? Dejemos murmurar á la vil materia; no es hora de atender á sus rebeldías. Cesó la hora de las chanzas y los regalos; hay que mirar cara á cara á la bárbara realidad y llevar una mano piadosa á las heridas.

Aquí estoy, pues, y lo primero que me cumple hacer es una declaración que debo á mi sinceridad y al respeto de los lectores. No soy un neutral en el sangriento conflicto que hoy aflige á la Humanidad; no lo he sido jamás en disputa alguna que hayan presenciado mis ojos. Pude haberme equivocado; pero siempre me coloqué resueltamente al lado del que, en mi sentir, tenía de su parte la razón y la justicia. Por eso, al estallar la presente guerra, me incliné del lado de la Francia; porque pensé, y sigo pensando, que la razón y la justicia se encuentran de su parte.


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Dominio público
91 págs. / 2 horas, 39 minutos / 214 visitas.

Publicado el 21 de septiembre de 2017 por Edu Robsy.

¡Solo!

Armando Palacio Valdés


Cuento


Fresnedo dormía profundamente su siesta acostumbrada. Al lado del diván estaba el velador maqueado, manchado de ceniza de cigarro, y sobre él un platillo y una taza, pregonando que el café no desvela a todas las personas. La estancia, amueblada para el verano con mecedoras y sillas de rejilla, estera fina de paja, y las paredes desnudas y pintadas al fresco, se hallaba menos que a media luz: las persianas la dejaban a duras penas filtrarse. Por esto no se sentía el calor. Por esto y porque nos hallamos en una de las provincias más frescas del Norte de España y en el campo. Reinaba silencio. Escuchábase sólo fuera el suave ronquido de las cigarras y el pío pío de algún pájaro que, protegido por los pámpanos de la parra que ciñe el balcón, se complacía en interrumpir la siesta de sus compañeros. Alguna vez, muy lejos, se oía el chirrido de un carro, lento, monótono, convidando al sueño. Dentro de la casa habían cesado ya tiempo hacía los ruidos del fregado de los platos. La fregatriz, la robusta, la colosal Mariona, como andaba descalza, sólo producía un leve gemido de las tablas, que se quejaban al recibir tan enorme y maciza humanidad.


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Dominio público
15 págs. / 27 minutos / 140 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Esteticismo

Armando Palacio Valdés


Cuento


Era yo en otro tiempo un furioso esteticista. La belleza fué mi guía, mi sostén, el único objetivo de mi vida; el mundo, una gran obra de arte en la cual el Alma Suprema se conoce y se goza. Nuestras almas, órganos de Ella, existen únicamente para la felicidad de esta contemplación. Goethe estaba en lo cierto. Nada hay en la existencia digno sino el culto de la belleza: nuestra educación debe ser esencialmente estética.

Así, juraba yo con fervor, como Heine, por Nuestra Señora de Milo, me descubría al pasar por delante de Las hilanderas de Velázquez, y recorría doscientas leguas para ver unos retratos de Franz Hals. Los campos y las montañas hacían mis delicias. ¡Oh felices excursiones a las más altas cimas cantábricas! Los ojos no se saciaban jamás ante aquellos panoramas espléndidos. El espectáculo de la mar me embriagaba, y el del cielo estrellado me causaba vértigos. Las horas se deslizaban divinas espiando el vaivén de las olas, los vivos cambiantes de sus volutas verdes, los destellos de sus crestas rumorosas. «¿Será posible—me decía—hartarse de contemplar el mar, de escuchar el canto del ruiseñor, de ver los cuadros de Velázquez y los mármoles helénicos?»

Pues bien, sí, me he hartado, me he hartado. En vano hago supremos esfuerzos de imaginación para representarme con toda su intensidad la belleza de los objetos, que tan viva emoción me causaba. Esta emoción no viene. Me coloco frente al mar, y me distraigo mirando el quitasol rojo de una inglesa que recorre descalza la playa: voy al Museo del Prado, y más que las madonnas de Rafael me interesan las niñas flacas que las están copiando: me siento a la orilla del arroyo, bajo los castaños frondosos, y me sorprendo al cabo de unos instantes limpiándome cuidadosamente el polvo de los pantalones: hace pocos días sentí náuseas escuchando un nocturno de Chopin que en tiempos lejanos me producía espasmos de placer.


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 59 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Paseo de Recoletos

Armando Palacio Valdés


Cuento


Voy a denunciarme ante el severo tribunal de la sociedad fashionable de Madrid, y entregarme con las manos atadas a su justa reprobación.

«Egregias damas: señores sietemesinos: Tengo la vergüenza de confesar a ustedes que la mayor parte de los domingos y fiestas de guardar me paso la tarde dando vueltas en el paseo de Recoletos lo mismo que un mancebo de la Dalia azul. Y no subo hasta el Retiro, a admirar respetuosamente vuestros chaquettes y vuestros perros ratoneros, porque deje de poseer carruaje; pues si bien es mucha verdad que no lo poseo (¡misericordia!) no es menos exacto que tengo unas piernas que no me las merezco, las cuales han hecho con fortuna más de una vez la competencia al tranvía, y de ello puedo presentar testigos. Me quedo, por tanto, en Recoletos sin motivo alguno que pueda justificarme, por pura perversidad, lo cual revela mi depravada índole. Vuestra conciencia distinguida se alarmaría aún más si supieseis... ¡pero no me atrevo a decirlo!... ¡que me gustan mucho las cursis! ¡Perdón, señores, perdón! Ahora que he confesado mi indignidad descargando el alma del peso que la abrumaba, aguardo resignado vuestro fallo. Condenadme, si queréis, a perpetuos pantalones anchos. Los llevaré como marca indeleble de mi deshonra, los pasearé hasta la muerte como la librea del presidario... pero los pasearé los domingos por Recoletos».


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Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 55 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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