Textos más cortos de Armando Palacio Valdés | pág. 5

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autor: Armando Palacio Valdés


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La Academia de Jurisprudencia

Armando Palacio Valdés


Cuento


I

No todos los transeúntes de la calle de la Montera saben que en el número 22, cuarto bajo, se encuentra establecida, desde algunos años hace, la Academia de Jurisprudencia. La mayoría de los ciudadanos que van o vienen de la Puerta del Sol pasan por delante del largo portal de la casa sin sospechar que dentro de ella discútense los más caros intereses de su vida, la religión, la propiedad y la familia, todo lo que se halla bajo la salvaguardia vigilante del Sr. Perier, director propietario de La Defensa de la Sociedad. Si tuviesen el humor de entrar, vieran quizá colgado de la pared en dicho portal un cuadrito donde en letras gordas se dice: No hay sesión, o bien El miércoles continuará la discusión de la memoria del señor Martínez sobre el derecho de acrecer: tienen pedida la palabra en pro los Sres. Pérez, Fernández y Gutiérrez, y en contra los señores López, González y Rodríguez. El tema es por cierto asaz importante, y los nombres de los oradores demasiado conocidos del público para que cualquier ciudadano no entre en apetito de presenciar este debate. Restregándome, pues, las manos y gustando anticipadamente con la imaginación sus ruidosas peripecias, tengo salido muchas veces diciendo: No faltaré, no faltaré.


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8 págs. / 15 minutos / 45 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Defensas Naturales

Armando Palacio Valdés


Cuento


El toro, ¿tiene cuernos para defenderse, o se defiende con los cuernos porque los tiene? Goethe se atiene a lo último, y con él casi todos los naturalistas. En cambio, los providencialistas creen lo primero. El asunto vale la pena de ser dilucidado, pero yo no tengo tiempo en este instante.

Lo único que diré es que no sólo nuestras cualidades, sino también nuestros defectos nos son útiles en algunas ocasiones.

Los animales todos utilizan los medios que poseen, fuertes o débiles, para la lucha con la Naturaleza animada o inanimada. El asno tira coces porque no tiene garras, el corzo utiliza sus pies ligeros para huir, el calamar su tinta para enturbiar el agua y ocultarse, y los insectos, que no poseen otro medio de defensa, se hacen los muertos.

Por eso, nada tiene de extraño, digan lo que quieran, que Morales haya utilizado en cierta ocasión la mala fama de que gozaba entre sus vecinos y conocimientos.

Era andaluz, y había llegado al pueblo en compañía de un ingeniero, sirviéndole de criado y de ayudante en sus trabajos de campo. Cuando el ingeniero partió de la comarca, Morales se quedó en ella. Logró que le hiciesen sobrestante en las obras de una carretera, luego fué destajista; ganó algún dinero. Pronto fué un hombre conocido y hasta importante entre el paisanaje. En diez leguas a la redonda no había quien bebiese, quien hablase ni quien mintiese tanto como él. Denunció una mina de carbón, y se asoció con un pequeño propietario del país para beneficiarla. Dos años después los trabajos quedaron interrumpidos y el propietario arruinado. Pero a Morales le vimos tan boyante después de la catástrofe. Compró un hermoso caballo de silla y comenzó a hacer una casa. Este fué el primer golpe serio que recibió su reputación.


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9 págs. / 16 minutos / 43 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Mosquitos Líricos

Armando Palacio Valdés


Cuento


I

Emilio Zola sostiene que los poetas líricos de ahora son pajaritos que cantan en el árbol de Víctor Hugo. Es la pura verdad. Carduci, Núñez de Arce, Copee, Sully Prudhome, Campoamor y otros pocos no hacen más que glosar con dulzura el canto sublime del titán del siglo XIX, reflejar la luz gloriosa del astro que se está acostando entre vivas y esplendorosas llamaradas.

Los grandes poetas gozan el privilegio de fundar ciclos donde van a reunirse los que cierta misteriosa simpatía y una evidente semejanza en la manera de sentir y pensar arrastra hacia ellos. Sin remontarnos a tiempos antiguos, y fijándonos solamente en la época moderna, saltan a la vista ejemplos. Ahí está Goethe con su brillante falange de poetas alegres, serenos, razonadores y sensibles. Ahí está Byron con su numeroso cortejo de desgraciados, a quienes el mundo no comprende, almas doloridas, corazones que destilan sangre y versos lacrimosos. Y por último, vivo está todavía, por dicha nuestra, el egregio autor de las Orientales y la Hojas de Otoño, y viva también una gran parte de sus discípulos, cuyos trinos y gorjeos escucha el mundo con placer.


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10 págs. / 18 minutos / 47 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Una Interviú con Prometeo

Armando Palacio Valdés


Cuento


El amigo Esteve era un amigo intermitente. A temporadas asistía con puntualidad a la cervecería donde nos reuníamos a tomar café algunos literatos con más o menos letras. De pronto se eclipsaba, y no parecía por aquel centro científico de murmuración en tres o cuatro meses.

Se hacían supuestos graves o ridículos, pero siempre temerarios, entre nosotros. Unos decían que le tenía secuestrado su patrona y amarrado a una argolla sobre un felpudo; otros aseguraban que andaba por las tabernas de los barrios bajos conspirando contra las instituciones vigentes; otros, en fin, afirmaban que había empeñado toda su ropa y se veía obligado a guardar cama desde hacía cuarenta y dos días.

Cuando menos lo pensábamos aparecía nuestro Esteve a la hora del café con su eterna sonrisa y su cigarro de diez céntimos, casi tan eterno, en la boca. Y todos le recibíamos con alegría cordial y algazara. «¡Bravo, Esteve!» «¡Siéntate aquí, Esteve!» «No; aquí, a mi lado; tengo que contarte.» «Pues yo quiero que él me cuente.»

Porque era el amigo Esteve famoso charlatán y compañero amenísimo. No he conocido otro hombre de imaginación más pintoresca ni embustero más consecuente. Era tal el calor de su fantasía, que fundía todas las verdades y las convertía en mentiras, o acaso en verdades más altas y perfectas, ya que, según afirman los últimos filósofos, el mundo es una pura representación de nuestra mente.

Sin embargo, había entre nosotros un sujeto que maldecía de aquellas mentiras pintorescas y nutría en el fondo de su corazón un odio bárbaro por tan amable embustero. Pero este sujeto era un lobo disfrazado de cordero. Desempeñaba el cargo de tenedor de libros en una casa de comercio, y había sido traído a nuestro círculo por un poeta que le debía algunas pesetas y halló medio de aplacar sus iras recreándole con la dulce y amena murmuración de una tertulia literaria.


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10 págs. / 19 minutos / 52 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Pitágoras

Armando Palacio Valdés


Cuento


Entre los muchos filósofos con quienes tropecé en las casas de huéspedes que he recorrido mientras seguí la carrera de Ciencias, ninguno más enamorado de la Filosofía que mi amigo Amorós. Puede decirse que no vivía más que para esta dama de sus pensamientos. El duro catre de la patrona, sus garbanzos no mucho más blandos, sus albondiguillas, sus insolencias, eran para él sabrosas penitencias que ofrecía en holocausto a su adorada Metafísica. Los demás murmurábamos; a veces rugíamos de dolor e indignación: él sonreía siempre, no comprendiendo que se diese tanta importancia a que las sábanas nos llegasen a la rodilla o un poco más abajo, que el agua de la jofaina tuviese cucarachas, y otras niñerías por el estilo.

Primero faltaría el sol en su carrera que él a sus cátedras de la Universidad, y el que quisiera poner el reloj en hora no tenía más que atisbar sus entradas y salidas en el feo y sucio portal de la Biblioteca Nacional. Unas veces leía a Platón, otras a Aristóteles; pero el mayor filósofo, a su entender, que había producido el mundo era Krause, porque había resuelto el problema de armonizar el panteísmo con el teísmo por medio de una lenteja esquemática, que nos mostraba poseído de profunda admiración. Inútil es decir que a los que estudiábamos Derecho, o Ciencias, o Farmacia, nos despreciaba, mejor dicho, nos dedicaba un desdén compasivo que a algunos hacía reir, y a otros montar en furor. Porque éramos seis o siete los que, bajo el yugo ominoso de doña Paca, estudiábamos en aquel cuarto tercero de la plaza de los Mostenses diversas carreras liberales. De su desdén nos vengábamos llamándole siempre Pitágoras, negándole la existencia del espíritu, y pellizcando en su presencia a la doméstica que nos servía a la mesa. Esto último era lo que más desconcertaba al bueno de Amorós, que era casto como un elefante y se enfurecía de que se tomase a la Humanidad como medio, y no como fin.


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12 págs. / 21 minutos / 74 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Profesor León

Armando Palacio Valdés


Cuento


La otra noche en el café donde tengo costumbre de asistir, versó la conversación sobre los maestros y catedráticos que habíamos tenido los que en torno de la mesa nos juntábamos. Cada cual dio cuenta de los talentos, las manías y los rasgos más o menos donosos de los suyos, sazonando la descripción con anécdotas graciosas o desabridas, según el numen del narrador.

Mi amigo Duarte, notario, persona distinguida, de carácter observador y muy cursado en letras clásicas, se llevó la palma. Nos hizo la pintura de un antiguo profesor suyo, tan original y chistoso, que merece la pena de darlo a conocer al público. Con permiso de mi ilustrado amigo, voy a hacerlo, adoptando en cuanto sea posible las mismas palabras con que él nos lo describió.


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12 págs. / 22 minutos / 46 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Hombre de los Patíbulos

Armando Palacio Valdés


Cuento


Hace cosa de tres o cuatro años tuve la infame curiosidad de ir al Campo de Guardias a presenciar la ejecución de dos reos. El afán de verlo todo y vivirlo todo, como dicen los krausistas, me arrastró hacia aquel sitio, venciendo una repugnancia que parecía invencible, y los serios escrúpulos de la conciencia. Por aquel tiempo pensaba dedicarme a la novela realista.

Eran las siete de la mañana. La Puerta del Sol y la calle de la Montera estaban cuajadas de gente. Había llovido por la noche, y el cielo, plomizo, tocaba casi en la veleta del Principal. La atmósfera, impregnada de vapor acuoso, y el suelo cubierto de lodo. La muchedumbre levantaba incesante y áspero rumor, sobre el cual se alzaban los gritos de los pregoneros anunciando «la salve que cantan los presos a los reos que están en capilla», y «el extraordinario de La Correspondencia.» Una fila de carruajes marchaba lentamente hacia la Red de San Luis. Los cocheros, arrebujados en sus capotes raídos, se balanceaban perezosamente sobre los pescantes. Otra fila de ómnibus, con las portezuelas abiertas, convidaba a los curiosos a subir. Los cocheros nos animaban con voces descompasadas. Uno de ellos gritaba al pie de su carruaje:

—¡Eh, eh! ¡al patíbulo! ¡dos reales al patíbulo!

Me sentía aturdido, y empecé a subir por la calle de la Montera, empujado por la ola de la multitud. Los pies chapoteaban asquerosamente en el fango. ¡Cosa rara! en vez de pensar en la lúgubre escena que me aguardaba, iba tenazmente preocupado por el lodo. Había oído decir a un magistrado, no hacía mucho tiempo, que el barro de Madrid quemaba y destruía la ropa como un corrosivo, lo cual tenía su explicación en la piedra del pavimento, por regla general caliza. «¡Buenos me voy a poner los pantalones!» iba diciendo para mis adentros, con acento doloroso.


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13 págs. / 22 minutos / 48 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Matanza de los Zánganos

Armando Palacio Valdés


Cuento


I

Vivían mis primas en el fondo del valle: su casa estaba situada en una meseta de la colina, a trescientos pasos del camino. Por detrás se elevaba un gran bosque de castaños y robles: por delante descendía una hermosa huerta bien provista de frutales, y después una vasta pomarada cuya cerca de piedra servía de linde al camino.

¡Pobres chicas! La Providencia les había dotado de un rostro nada halagüeño y de una madre menos halagüeña aun. Era terrible aquella doña Teresa, fuerte como un gañán y áspera hasta cuando acariciaba, como la lengua de una vaca. Y, sin embargo, ¿qué hubiera sido de ellas si aquella madre no fuese tan hombruna y enérgica? Su difunto padre, uno de los propietarios más ricos de la comarca, les había dejado casi por completo arruinadas. Primero jugando y derrochando en la capital, después, en los últimos años de su vida, degradándose hasta pasar las noches en las tabernas, vendió cuanto tenía, menos la posesión donde habitaban y que tenía por nombre la Rebollada.


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13 págs. / 23 minutos / 56 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Amores de Clotilde

Armando Palacio Valdés


Cuento


En el cuarto de Clotilde, primera actriz de uno de los teatros más importantes de la capital, se reúnen todas las noches hasta media docena de amigos. La tertulia dura casi siempre tanto como la representación; pero tiene algunos paréntesis. Cuando la actriz necesita cambiar de traje se dirige a sus tertulios con sonrisa graciosa y ojos suplicantes:

—Señores, ¿me dejan ustedes un momentito?... un momentito nada más.

Todos se van al saloncillo y aguardan con paciencia: me he equivocado, no todos, porque el más joven de ellos, que estudia hace tres años el doctorado de medicina, aprovecha la ocasión y va a dar una vuelta por los bastidores a estirar un poco las piernas y a pescar algún beso descarriado. Pero en fin, la mayoría espera paseando o sentada a que Clotilde entreabra la puerta y asomando su cabeza de reina o de villana, según el papel que va a representar, les grite:

—Adelante, caballeros... ¿He tardado mucho?

Para D. Jerónimo siempre. Es el último que sale refunfuñando y el primero que entra en el cuarto. No acaba de transigir con esta púdica costumbre: y aunque no se atreva a expresarlo, allá en el fondo de su pensamiento encuentra poco cortés que se le eche de su asiento para que aquella mocosita se vista: ¡a él que hace treinta años pasa la vida entre bastidores y ha sido el íntimo de todas las actrices y actores antiguos y modernos!


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14 págs. / 24 minutos / 52 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Pájaro en la Nieve

Armando Palacio Valdés


Cuento


Era ciego de nacimiento. Le habían enseñado lo único que los ciegos suelen aprender, la música; y fue en este arte muy aventajado. Su madre murió pocos años después de darle la vida; su padre, músico mayor de un regimiento, hacía un año solamente. Tenía un hermano en América que no daba cuenta de sí; sin embargo, sabía por referencias que estaba casado, que tenía dos niños muy hermosos y ocupaba buena posición. El padre indignado, mientras vivió, de la ingratitud del hijo, no quería oír su nombre; pero el ciego le guardaba todavía mucho cariño; no podía menos de recordar que aquel hermano, mayor que él, había sido su sostén en la niñez, el defensor de su debilidad contra los ataques de los demás chicos, y que siempre le hablaba con dulzura. La voz de Santiago, al entrar por la mañana en su cuarto diciendo: «¡Hola, Juanito! arriba, hombre, no duermas tanto,» sonaba en los oídos del ciego más grata y armoniosa que las teclas del piano y las cuerdas del violín. ¿Cómo se había trasformado en malo aquel corazón tan bueno? Juan no podía persuadirse de ello, y le buscaba un millón de disculpas: unas veces achacaba la falta al correo; otras se le figuraba que su hermano no quería escribir hasta que pudiera mandar mucho dinero; otras pensaba que iba a darles una sorpresa el mejor día presentándose cargado de millones en el modesto entresuelo que habitaban: pero ninguna de estas imaginaciones se atrevía a comunicar a su padre: únicamente cuando éste, exasperado, lanzaba algún amargo apóstrofe contra el hijo ausente, se atrevía a decirle: «No se desespere V., padre; Santiago es bueno; me da el corazón que ha de escribir uno de estos días.»


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14 págs. / 25 minutos / 215 visitas.

Publicado el 21 de septiembre de 2017 por Edu Robsy.

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