Textos más descargados de Arturo Reyes publicados por Edu Robsy disponibles publicados el 24 de diciembre de 2021 | pág. 3

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autor: Arturo Reyes editor: Edu Robsy textos disponibles fecha: 24-12-2021


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Lo que Puede una Lágrima

Arturo Reyes


Cuento


I

No sabía Dolores la Milagrito á qué carta quedarse ni por qué calle tirar en aquella á modo de encrucijada en que acababan de colocarla los inesperados requerimientos de amor de Joseito el Caramelo, y después de una noche de insomnio y de vuelcos y más vuéleos en la cama, y de suspiros y más suspiros, tiróse del lecho, y con el cabello todavía en desorden y sin mirarse, quizás por primera vez en sus veinte años, al espejo, salióse al patio, ansiosa de respirar, á pleno pulmón, la brisa de la mañana.

Esta, como todas ó casi todas las de estío en Andalucía, era fresca y perfumada, y un viento suave agitaba mansamente las verdes pámpanas de las higueras y las prendas que, puestas á secar sobre sogas y tomizas, fingian á modo de gallardetes y de blanquísimas banderolas.

Dolores respiró con avidez el aire fresco y perfumado, y sentándose en la silla en que solía dormir la siesta la Señá Pepa la Tulipanes, entregóse de nuevo á sus tristes cavilaciones.

Y tan cavila que te cavila estaba nuestra gentil protagonista, que ni cuenta se dió por lo pronto de que entreabriéndose una de las puertas de las habitaciones del patio, daba paso á la señá Pepa, á una viejecita además de enflaquecida, encorvada, con la barba en el pecho y en la barba la punta de la nariz y casi en las orejas la comisura de los labios, y vestida con una falda limpia y zurcida, una chaquetilla de la misma tela y un pañuelo obscuro que le cubría, casi del todo, el pelo, escaso y blanco como la nieve.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 39 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Niña de Montejaque

Arturo Reyes


Cuento


I

La gran cocina del lagar presentaba un animado golpe de vista: brillaban en el amplio alero de la chimenea, como de oro bruñido, los bien ordenados peroles; brillaban los bien enjabelgados muros, el rústico techo pintarrajeado de azul, donde piaban revoloteando alegremente las golondrinas que en él labraran su nido; los vasares, orlados de papel de color; la limpia cantarera, donde trasudaban los rojos cántaros en cristalino goteo, y la amplia hornilla, sobre la cual humeaban cazuelas y pucheretes cuyo tufillo—confortante y tentador—hacía aventar los cartílagos nasales á los más gastrónomos ó famélicos de una veintena de mocetones, enjutos y atezados, que alrededor de una larga mesa seguían con mirada ansiosa los movimientos de dos improvisados banqueros que tallaban, acreditando una vez más sus aptitudes excepcionales para tan poco recomendable recreo.

Y mientras tallaban éstos, graves y ceremoniosos, y los que los rodeaban veían engordar unos enflaquecer otros los largos bolsones de verde y sedosa urdimbre con anillas de plata, y mientras la ventera, una cincuentona curtida por el sol y encanecida por la edad, vigilaba los pucheros y las cacerolas que borbotaban sobre el fuego, y su hija, una zagala de rostro atezado, de grandes ojos y de aspecto algo viril, entreteníase en arrancar con mano hábil el fino plumón á dos víctimas de la certerísima puntería del señor Juan el Jerriza, Joseíto el Mimbrales, casi caudillo á la sazón de los más afamados matuteros de la sierra, decíale á media voz á Currito el Lucentino:

—Pos qué quiées tú que yo te diga; no me cabe á mí en el meollo que sea capaz de una traición Juanico el Esparraguera.

—No, si yo sé que Juan es tó un hombre; ¡pero son tan malinas las mujeres!

—¿Pero al hijo del Pita, quién le ha dio con el encargo de que venga á decirte lo que te ha dicho?


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12 págs. / 21 minutos / 45 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

En el Polo Norte

Arturo Reyes


Cuento


I

No empiecen á tiritar nuestros lectores, que no nos proponemos conducirlos á tan glaciales latitudes; que para llegar al Polo de nuestra narración no se hace preciso ir más allá de los límites del barrio de Capuchinos, que antes de traspasarlos nos tropezaremos y nos detendremos, si es que en esto no tienen inconveniente alguno los que nos leen, en el ventorrillo que el señor Currito Cárdenas hubo de bautizar, al establecerse en él, con el título conque encabezamos esta verídica historia.

El día en que aconsejados por la curiosidad pasamos los umbrales del citado ventorrillo, que se eleva dando vista á la población, á los montes y al cementerio, ya el señor Currito habíase ido, á causa de un segundo acosón hemipléjico, al último indicado lugar, y Paco Cárdenas, su sobrino, era el que oficiaba de experto timonel en aquel barco, para el cual parecía que no había hecho la Divina Providencia más que mares en bonanza.

Y bien merecía su propietario que Dios lo mirase con ojos de misericordia, pues con sobra de razón pregonaban cuantos le conocían, su ingénita bondad, y su honradez sin tacha y su varonil entereza, que sólo sacaba á relucir cuando, ahito de razón, tenía que probarle á alguno de los muchos mozos de ácana que frecuentaban su mo de vivir que cuando eran llegadas las ocasiones, sabía él también jugarse á cara ó cruz la integridad de la gallarda persona.


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17 págs. / 30 minutos / 48 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Campanillita

Arturo Reyes


Cuento


I

Como claveteado en la típica montura jerezana, recto en ella como una pica; en una mano las riendas y la otra apoyada en la cadera; bañado en luz; luciendo el flamante marsellés de pana, el encarnado ceñidor y el amplísimo pavero, avanzaba el señor Joseito el Campanillea por la carretera de Almería una mañana de estío, ginete en una yegua, grande como la del Apóstol, que con la boca en el pretal, rectas como rehiletes las orejas, enarcado el robusto cuello y ondulante la larguísima cola, movía como por música los finísimos remos cuando...

—¿Aonde vá lo más retepinturero de los de pámpana amarilla de mi tierra?—preguntóle afectuosamente Isabel la Gallardota, asomándose á la puerta del ventorrillo que resguardaba del sol un enorme parral, del que pendían aterciopelados racimos.

—Hola, ¡primor de los primores! pos pá Cala der Morá; voy á ver si arrecojo unos pencos en sarmuera!—repúsole aquél, refrenando el paso de su cabalgadura.

—Y ¿no quiee su mercé hoy ni catar, tan siquiera, la sargalona?

—Pos ¿cuándo dije yo que nones arguna vez á cosas tan de mi gusto?—murmuró el señor Joseito; y después, arrojando una mirada escrutadora en el interior del establecimiento, continuó:—Pero tu hombre ¿por donde anda? ¿se lo han llevao los civiles?

—Mi hombre—repúsole la Gallardota dejando escapar un hondo suspiro—mi hombre anda aventao, desde jace ya cuatro días no le veo ni el pelo de la ropa, ni le jurgo los carcetines.

—Y eso ¿cómo y por qué? ¿es que le ha tocao la quinta?

¡Otra cosa es la que le debía tocar! pero ¿por qué no desmonta usté, y se sienta usté y se bebe usté un par de cholos, der que tenemos pá cuando vienen los príncipes?


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6 págs. / 12 minutos / 34 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

A Punta de Capote

Arturo Reyes


Cuento


I

—Comadre, mu güenos días.

—¡Josús y cuánto güeno por aquí! ¡Qué méritos habré jecho yo esta noche pasá pa tener este alegrón por la mañana!

—Pos no repique usté mucho, comadre, que entoavía puée ser que concluya usté por ponerme en mitá de la del Rey.

—Eso no lo jaría yo nunca, asín viniera usté á traerme dos disjustos emparmaos.

—Un colirio es lo que yo vengo á traerle á usté, un colirio pa que vaya usté mejoran» de una miajita de los ojos.

—Pero qué empeño que tiée usté, comadre, en que yo estoy mal de la vista.

—Y tan mal como está usté; pero por mí no deje usté su jacienda, que no tengo yo priesa ninguna.

—Pos mire usté, si usté me lo premite, yo voy á seguir planchando este camisón, porque, según parece, mi señor don Paco, tiée hoy que vestirse de gala pa dir á ver á algún diputao á cortes.

—¿A un diputao, verdá? No es mal diputao elque tiée que ver su caballero de usté; otro diputao como el que tiée que ver el mío, porque el mío también hoy se ha vestío de tiros largos; como que me ha dao un sofoquín porque no tenía calcetines de colores.

—¿Pero por qué ha de ser usté siempre tan mal pensá, comadre? ¿Por qué no ha de ser verdá que tengan que dir dambos á jacer esa visita?

—¡Que por qué no ha de ser verdá!—exclamó incorporándose como sacudida por un fleje de acero, Rosalía la Chiripera—porque no lo es, porque yo sé que no lo es... la jacer una visita! ¡y tan visita! como que dambos tiéen que dir hoy á pendonear con dos archiduquesas que acaban de llegar de Sivilla, dos asperones más jarticos de roar que un mingo sobre un tapete.

—Pero, comadre, ¿por qué se ha de creer usté siempre lo que la gente le dice ó lo que á usté se le antoja?


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Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 70 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

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