Textos más largos de Arturo Reyes etiquetados como Cuento disponibles | pág. 2

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autor: Arturo Reyes etiqueta: Cuento textos disponibles


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El Campanillita

Arturo Reyes


Cuento


I

Como claveteado en la típica montura jerezana, recto en ella como una pica; en una mano las riendas y la otra apoyada en la cadera; bañado en luz; luciendo el flamante marsellés de pana, el encarnado ceñidor y el amplísimo pavero, avanzaba el señor Joseito el Campanillea por la carretera de Almería una mañana de estío, ginete en una yegua, grande como la del Apóstol, que con la boca en el pretal, rectas como rehiletes las orejas, enarcado el robusto cuello y ondulante la larguísima cola, movía como por música los finísimos remos cuando...

—¿Aonde vá lo más retepinturero de los de pámpana amarilla de mi tierra?—preguntóle afectuosamente Isabel la Gallardota, asomándose á la puerta del ventorrillo que resguardaba del sol un enorme parral, del que pendían aterciopelados racimos.

—Hola, ¡primor de los primores! pos pá Cala der Morá; voy á ver si arrecojo unos pencos en sarmuera!—repúsole aquél, refrenando el paso de su cabalgadura.

—Y ¿no quiee su mercé hoy ni catar, tan siquiera, la sargalona?

—Pos ¿cuándo dije yo que nones arguna vez á cosas tan de mi gusto?—murmuró el señor Joseito; y después, arrojando una mirada escrutadora en el interior del establecimiento, continuó:—Pero tu hombre ¿por donde anda? ¿se lo han llevao los civiles?

—Mi hombre—repúsole la Gallardota dejando escapar un hondo suspiro—mi hombre anda aventao, desde jace ya cuatro días no le veo ni el pelo de la ropa, ni le jurgo los carcetines.

—Y eso ¿cómo y por qué? ¿es que le ha tocao la quinta?

¡Otra cosa es la que le debía tocar! pero ¿por qué no desmonta usté, y se sienta usté y se bebe usté un par de cholos, der que tenemos pá cuando vienen los príncipes?


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Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Joseíto el Ecijano

Arturo Reyes


Cuento


I

—A esa potranquita de nácar la voy á poner yo más suave que un guante de cabritilla—dijo un día Joseíto el Ecijano al oir ponderar por centésima vez la índole altiva y desdeñosa de Lola la Pinturera, y

—Ya verá ese guachindanguito cómo, si se arrima á mí, se le va á mellar el filo y se le van á morir de repente toítas sus fantesías—exclamó Lola cuando le contaron lo que con relación á ella hubo de decir aquel famoso desbravador de potros cerriles y también famoso conquistador de mujeres de bandera.

No faltaron, como es de suponer, almas generosas que le fueran también con el cuento de lo dicho por la muchacha á Joseíto, el cual sintió, ponérsele de pie su vanidad de galanteador afortunado y desde aquel punto y hora dió principio á trabajar con las de Caín la interesante partida.

Y pasó un mes y pasó otro, y

—Camará, esa tórtola es de jierrecito colao—solía decir Joseíto cada vez que veía morir una de sus esperanzas y tenía que sufrir un sofión de la gentil capuchinera.

Y ya empeñado en juego tan peligroso, pronto empezó á llevar Joseíto casi constantemente en la imaginación el recuerdo de Lola la cual concluyó por metérsele en el alma de lo que quedó perfectamente enterado nuestro mocito al oir un día, de labios de Antoñuelo el Picapica, que un nuevo trovador empezaba á rondarle la reja á la niña de sus pensamientos, al oir lo cual sintió algo que le mordía en las entrañas y

—¿Quién es ese hijo de su madre que se ha empeñao en mojar la pluma en mi mejor aguaero?—preguntó á aquél con acento sombrío y reconcentrado.


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Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

En la Carretera

Arturo Reyes


Cuento


I

Cuando Lola la Azucena se asomó á la puerta de su chozajo, embellecido por las trepadoras que lo cubrían casi totalmente de hojas y flores, ya el sol inundaba la carretera, animada por el resonante bulle bulle de peones y de ginetes, y por el alegre tintineo de las esquilas de las acansinadas recuas que conducían á la capital, desde los amplios paseros de la vega, el dulcísimo y oloroso fruto de las vides andaluzas.

Ya el sol—repetimos—embellecía el paisaje; piaban alegremente los gorriones entre las ramas de los frondosos álamos y de los plátanos orientales que flanquean el camino; rendíanse los pencares al peso del fruto en sazón;fulgía como de mármol blanquísimo el risueño caserío entre el verdor ya pálido de los viñedos y el esmeralda de los huertos; una brisa fresca y acariciadora susurraba plácida en el ramaje; un arriero tumbado, boca abajo, sobre el aparejo de su cabalgadura, canturreaba, con acento rítmico y quejumbroso, una copla popular; cómodamente sentada bajo el toldo de una galera, una muchachota de tez renegrida, dientes blanquísimos y ojos dormilones, apretábase contra el conductor, un zagal greñudo y atlético en cuyo semblante notábase el efecto del contacto tentador; una pareja de la guardia civil avanzaba hacia la población con paso acompasado y marcial apostura.

Frente al chozajo, al otro lado del camino, Pepe el Boyero entreteníase en tejer una honda de esparto, no sin de vez en cuando abandonar su faena para hacer volver, al prado en que pacían, á alguno de los astados brutos encomendados á su guarda, mediante algún que otro grito gutural ó alguna que otra piedra disparada más diestramente aun que hubiera podido hacerlo antaño el más habilidoso de los honderos baleares.


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Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

De Mar y Tierra

Arturo Reyes


Cuento


I

—A ver, tú, Cantinero, á ver si les das un achuchón á esos bigardones, antes de que se nos venga encima el Levante.

Y en tanto dirigíase aquél á dar cumplimiento á la orden recibida, se sentó Adolfo sobre un rollo de cuerdas embreadas, rellenó la pipa con un puñado de legítimo calpense, la encendió, y tras devolver por boca y nariz densas espirales de humo, quedóse como sumergido en graves y hondas meditaciones, mirando sin ver las gentes que bullían alrededor de las abiertas escotillas y sin que lograran sacarlo de su ensimismamiento el enérgico vocear de los capataces, los quejumbrosos silbidos de la máquina, el áspero rechinar de las cadenas, el batir de los remos y los cien brutales vocablos y las cien frases ingeniosas conque amenizaban todos ó casi todos la abrumadora faena.

Descendió ágil y rápido el Cantinero por la renegrida escala, y ya en la bodega exclamó encarándose bruscamente con los hombres de la cuadrilla:

—Vamos á ver si tenemos una miajita de algo y otra miajita de güena voluntá; una miajita de cá cosa, caballeros.

—Si te creerás tú que embotellar estos bombones repúsole Pepe el Maroma al par que ponía en tensión sus poderosos músculos, metiéndole el hombro á uno de los enormes fardos,—es lo mismo que bordar en muselina.

—¡Como que va á ser menester que le diga al mayordomo que te mande un caldisopa ó dos onzas de bizcochos mostachones

—¿Mosta... qué?

—Mostatiros que sus peguen por malitos que seis!

—Y seis catorce!—exclamó en tono de zumba Paco el de la Malagueta.

Le miró al soslayo el Cantinero, y cogiendo de nuevo la escala se dirigió hacia donde el capataz seguía triste y meditabundo, y díjole al llegar junto á él, al par que le colocaba sobre un hombro la encallecida mano.


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Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Casa de Préstamos

Arturo Reyes


Cuento


—Mire usted—me dijo el prestamista sonriendo benévolamente—en estacasase admite todo, y á esto y á una poca de conciencia que tengo se debe la prosperidad de mi casa. Aquí se dá dinero por todo; aquí vienen todos los afligidos y todos se van relativamente consolados; y puesto que dice usted que su visita es principalmente por estudiar la miseria del pueblo en este establecimiento, suelte usted el sombrero, siéntese en esa mesa como si fuese un nuevo empleado y así podrá usted presenciar las cien escaramuzas que tengo que librar á diario con mis enemigos, que solo esgrimen, como armas, las lágrimas, el ruego, la astucia y á veces hasta la amenaza.

—¿Y no resulta usted nunca vencido?

—En un principio si, muchas, muchísimas veces, las primeras; pero ya es muy difícil: en este negocio se puede ser algo tirano con la vanidad, pero no con el hambre; lo que deja de ganarse con esta se gana con la otra... Pero póngase usted en su sitio, que ya diviso alguna guerrilla del ejército enemigo.

Y tomé posesión del puesto que me indicaba, y pronto vi atravesar la puerta de cristales una vieja rugosa, plegada y carcomida, con el vestido sucio, chancleteando torpemente y con un envoltorio en el delantal.

—Dios lo bendiga á osté, señó Don José; cómo está osté de salú?; y el ama?; y la señorita Rosario?... Qué requetebonita que está la señorita Rosario... Cuánto rocío que le ha puesto Dios en la cara!

—Y qué traes hoy por aquí?—contéstale Don José, tecleando sobre el mostrador como sobre un piano.


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Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Cosas de Hombre

Arturo Reyes


Cuento


Cuando el tío Pizarroso llegó a su casa, las sombras empezaban a invadir el a modo de embudo formado por los montes, en cuyo fondo blanqueaba el edificio, al borde de una cañada llena de piedras enormes y espesos macizos de adelfas.

—Pos di tú que te has dormío en un cajorro—exclamó la tía Tomasa al ver llegar al legítimo dueño de su orondísima persona.

—Pos no me he dormío, ni tan siquier he estao a dormivela.

—Pos entonces habrás estao de picos pardos en algún abrevaero del monte.

—¡No ha sío malo el abrevaero!

—Pos entonces, ¿aónde te has metió, alma condená?

—Pos en ninguna parte: una miaja que me entretuve en la encrucijá del Tomillo con Juan el Rumboso y Toñico el Pastañeta, y… ¡arza pa entro, Pimentona, arza pa entro!

Y esto lo dijo asestando una cariñosa palmada en una de las poderosas ancas a la mula, a la cual habíale quitado el aparejo mientras hablaba.

La cabalgadura, a la cariñosa insinuación, tomó lentamente el camino de la cuadra, mientras el Pizarroso sentábase sobre un capacho, junto a su hermano el Totovías, un viejo enjuto y grave que entreteníase en hacer tomizas para los usos domésticos, mientras el porquero, un rapaz greñudo y andrajoso, contemplaba con famélica expresión, desde la puerta, la gran olla que hervía sobre las enormes trébedes de hierro en la chimenea.

—Y ¿qué es lo que dicen el Rumboso y el Pastañeta? ¿Tantas cosas teníais que contaros, que si se entretienen ostedes una miaja más volvéis tóos a vuestras casas con barbas corrías?

—Y dale, mujer, dale, no seas asina; si me he entretenío ha sío por decirle al Rumboso con toas las veritas de mi alma y con tó mi metal de voz: «¡Ole con ole por los hombres machos con toas las de la ley!» ¡Vaya si es una prenda el viejo! ¡Y con un corazón más grande que una cantera!


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5 págs. / 10 minutos / 72 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Gorgoritos

Arturo Reyes


Cuento


I

—Pero, chiquilla, ¿qué es eso que te pasa?—preguntó la señá Rosario, la Veterana, á su sobrina Trini, la Gorgoritos, al verla llegar con el semblante arrasado en lágrimas, el pelo cayéndole en revueltos mechones sobre la frente, convulsa, desaliñada y jadeante, acusando toda ella marcadísimo dolor y no menos marcadísimo desaseo.

—¿Qué quiée usté que me pase? repúsole con voz entrecortada por el sollozo la Gorgoritos.—Que mi Pepe, ese personaje con la vergüenza perdía, me acaba de plantar en la del rey; que mi Pepe me ha tomao aborrecimiento; que ya es usté el único aniparo que me quea y que á su amparo me vengo.

—Vamos, mujer, tú estás picá de la tarántula; vamos, vamos pa entro, que no hay necesiá ninguna de poner pasquines por las esquinas.

Y cogiendo por un brazo la orondísima anciana á Trini, hízola penetrar en el portal, delante de cuyo escalón improvisaba ella á diario su puesto, donde, según voz de su numerosa parroquia, podíanse adquirir siempre al precio más módico, y pesadas como la equidad ordena, las mejores hortalizas y verduras, hoy casi única alimentación de los que andamos por este picaro mundo sin conseguir verle la cara á la fortuna.

—Vamos á ver, hija mía, si se te desengurruña el corazón y me cuentas la verdá de lo que te ha pasao con ese guasón de cuerpo entero que te tocó en el reparto.

Y esto se lo dijo la señá Rosario á su sobrina apartándole con ambas manos los revueltos mechones de pelo, que limpio hubiera merecido sobradamente ser cantado por los poetas.

Trini sollozó más fuerte, y

—¡Pero es que tú vas á ganar hoy un jornal llorando y gimiendo! ¡Pos ni que lloraras por apuesta, sentrañas mías!


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Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

En la Venta del Tiznao

Arturo Reyes


Cuento


—Yo nací en Alcalá de los Gazules, jeché los colmillos en Estepa y me afeité por primera vez en Jerez de los Caballeros.

—Pos yo di er primer jipío en Teba, pero como los que me trujieron ar mundo eran trajinantes, pos trajinando, trajinando, se puée icir que me he criao en las provincias de Jerez, de Graná, de Málaga y de Armería.

—Pos mi vato era belonero, y mú hombre de bien, mejorando lo presente, y natural de Benamocarra y se llamaba Juan Caéna, pero era más conocío por el Panales, poique era hombre tó miel, y á mi madre le dicían la señá Catite.

—Camará, pos tendrá osté durce jasta la perilla del ombligo.

—¡Digo! cómo que según ice to er mundo yo soy cuasi caramelo.

—Pos ajúntese osté conmigo, que soy to azúcar, y vamos á poner ya mesmo, entre dambos, una confitaría.

—Menester era, poiqué lo que es el oficio no va dando ya ni pa jechá jumo, tan siquiera; como que ya se alumbran elértricamente jasta en el Torcal Antequerano.

—Pos no le digo á osté ná del mío; yo soy albardonero y de los de punta, pero ¡lo que pasa! tó está ca vez más peor, poique es que el que tiée una bestia la tiée, además de esmayá, como quien dice, en cueros vivos.

—La verdá es que la vía es una cuesta ca vez más empiná, y sa menester saber jasta latín pa poer arrecoger un puñao é trigo, ú tres manojos de espárragos, ú cuatro gotas de aceite pa jacer unas malas migas.

—Como que si no juera poique á uno no le sale de aentro, ni le rempuja la inclinación, debía uno ya haberse tiráo por un mal balate.

—¡Digo! como que si no juera poique á mi to lo que güele á caéna perpetua me pone er pelo e punta, á estas horas debería yo estar en uno é los puertos é la sierra, con el alto en la boca y la escopeta en la mano.


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Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Vendabal

Arturo Reyes


Cuento


I

El sol que se ponía, velado por densos nubarrones, daba tristísimas claridades al panorama; el mar modulaba, al romper en la arena, á modo de roncas y tristes lamentaciones; las gaviotas regocijábanse dejándose arrebatar por el viento ligeramente huracanado.

—Ya se nos vino encima el Levante—exclamó el tío Julián el Trallero, dirigiéndose á Joseito el Anclote... al par que reanimaba con el dedo meñique el fuego de la bien curada cachimba.

Se encogió desdeñosamente de hombros Joseito y repúsole al viejo con voz sorda:

—Pos si el patrón pensara como yo, á pesar del Levante, entro é ná estaría largando al viento la vela nuestra Pastora.

—El patrón no está como tú, dejao é la mano é Dios, ni tiée las ganas que tu tiées de que te llegue el agua por encima del bichero.

—Tamién eso es verdá—exclamó, como si hablara á solas, el Anclote.

Quedaron en silencio ambos interlocutores; el tío Julián exploraba con sus ojillos grises la brumosa lejanía, arrojando continuamente por boca y nariz densos espirales de humo azulado; Joseito respiraba con fruición las rachas de viento frió que le azotaban siempre con creciente violencia.

—Oye tú, Joseito—dijo el viejo dirigiéndose á éste al par que clavaba en él sus ojoa con escrutadora expresión—conque, sigúdicen, tu prima Dolores sigue emperrá ea casarse con ese mal bolichero de Perico?

La pregunta del viejo debió obrar á modo de termocauterio en el corazón del Anclote, el cual, extremeciéndose todo, repuso tras breves instantes de vacilación, como si mordiera las palabras antes que brotaran de sus labios contraidos:

—Eso icen, que se van á casar...

—Pero á tí también te lo ha dicho la Dolores?

—A mi? A mí entoavía no me ha dicho Dolores una palabra ni yo me he atrevió á preguntárselo, tío J ulián... No me he atrevió.


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Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Donde las Dan las Toman

Arturo Reyes


Cuento


I

Cuando Pepa la Tripicallera penetró en la sala de su madre, entreteníase ésta en hacer prodigios con la aguja en algo parecido á una chapona, acariciada por los intensos rayos de sol que inundaban el aposento y convertían en joyeles de piedras preciosas las flores que en tiestos y macetas orlaban el reducido balcón.

Entró Pepa en la estancia á modo de torbellino y sentóse sin decir oxte ni moxte en una silla, apoyó un codo en el espaldar y la mejilla en la palma de la mano y dió comienzo á redoblar nerviosamente con los tacones sobre los rojos ladrillos.

La señá Dolores desdobló el escuálido busto, se colocó las gafas á modo de venda sobre la rugosa frente y exclamó con acento de reproche, contemplando fijamente á su hija:

—¡Que Dios te los dé mu güenos!

—Usté perdone, madre, usté perdone; es que yo estoy mu malita, es que á mí mi hombre concluye por volverme loca.

—Pos hija tú tiées la culpa, pero ya á la cosa no se le puée echar tapas y medias suelas, asín es que ya sabes, ¡por un gustazo un trancazo!

—Pero si es que no se puée aguantar á ese charrán, marecita.

—Ya te lo decíamos yo y toito el mundo antes de que fueras á la parroquia.

—Sí, madre, pero es que yo tenía una venda en los ojos e mi cara.

—Y la tiées, pero, en fin, vamos á ver lo que tenemos de nuevo.

—Pos lo que hay de nuevo, es que yo no pueo más, que tengo repudría la sangre, que hace dos horas, al ir á casa de Pepita la Infundiosa, me trompecé con mi hombre y lo vide yo, yo, yo con mis ojos, pegar la hebra con Toñuela la de los Lunares, con ese estornúo de mujer, con ese tiesto, con ese gallo minino.

—¿Y qué más?


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Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

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