Textos más populares este mes de Arturo Reyes etiquetados como Cuento publicados el 24 de diciembre de 2021

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autor: Arturo Reyes etiqueta: Cuento fecha: 24-12-2021


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En el Polo Norte

Arturo Reyes


Cuento


I

No empiecen á tiritar nuestros lectores, que no nos proponemos conducirlos á tan glaciales latitudes; que para llegar al Polo de nuestra narración no se hace preciso ir más allá de los límites del barrio de Capuchinos, que antes de traspasarlos nos tropezaremos y nos detendremos, si es que en esto no tienen inconveniente alguno los que nos leen, en el ventorrillo que el señor Currito Cárdenas hubo de bautizar, al establecerse en él, con el título conque encabezamos esta verídica historia.

El día en que aconsejados por la curiosidad pasamos los umbrales del citado ventorrillo, que se eleva dando vista á la población, á los montes y al cementerio, ya el señor Currito habíase ido, á causa de un segundo acosón hemipléjico, al último indicado lugar, y Paco Cárdenas, su sobrino, era el que oficiaba de experto timonel en aquel barco, para el cual parecía que no había hecho la Divina Providencia más que mares en bonanza.

Y bien merecía su propietario que Dios lo mirase con ojos de misericordia, pues con sobra de razón pregonaban cuantos le conocían, su ingénita bondad, y su honradez sin tacha y su varonil entereza, que sólo sacaba á relucir cuando, ahito de razón, tenía que probarle á alguno de los muchos mozos de ácana que frecuentaban su mo de vivir que cuando eran llegadas las ocasiones, sabía él también jugarse á cara ó cruz la integridad de la gallarda persona.


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Dominio público
17 págs. / 30 minutos / 46 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Donde las Dan las Toman

Arturo Reyes


Cuento


I

Cuando Pepa la Tripicallera penetró en la sala de su madre, entreteníase ésta en hacer prodigios con la aguja en algo parecido á una chapona, acariciada por los intensos rayos de sol que inundaban el aposento y convertían en joyeles de piedras preciosas las flores que en tiestos y macetas orlaban el reducido balcón.

Entró Pepa en la estancia á modo de torbellino y sentóse sin decir oxte ni moxte en una silla, apoyó un codo en el espaldar y la mejilla en la palma de la mano y dió comienzo á redoblar nerviosamente con los tacones sobre los rojos ladrillos.

La señá Dolores desdobló el escuálido busto, se colocó las gafas á modo de venda sobre la rugosa frente y exclamó con acento de reproche, contemplando fijamente á su hija:

—¡Que Dios te los dé mu güenos!

—Usté perdone, madre, usté perdone; es que yo estoy mu malita, es que á mí mi hombre concluye por volverme loca.

—Pos hija tú tiées la culpa, pero ya á la cosa no se le puée echar tapas y medias suelas, asín es que ya sabes, ¡por un gustazo un trancazo!

—Pero si es que no se puée aguantar á ese charrán, marecita.

—Ya te lo decíamos yo y toito el mundo antes de que fueras á la parroquia.

—Sí, madre, pero es que yo tenía una venda en los ojos e mi cara.

—Y la tiées, pero, en fin, vamos á ver lo que tenemos de nuevo.

—Pos lo que hay de nuevo, es que yo no pueo más, que tengo repudría la sangre, que hace dos horas, al ir á casa de Pepita la Infundiosa, me trompecé con mi hombre y lo vide yo, yo, yo con mis ojos, pegar la hebra con Toñuela la de los Lunares, con ese estornúo de mujer, con ese tiesto, con ese gallo minino.

—¿Y qué más?


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4 págs. / 8 minutos / 44 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

En la Carretera

Arturo Reyes


Cuento


I

Cuando Lola la Azucena se asomó á la puerta de su chozajo, embellecido por las trepadoras que lo cubrían casi totalmente de hojas y flores, ya el sol inundaba la carretera, animada por el resonante bulle bulle de peones y de ginetes, y por el alegre tintineo de las esquilas de las acansinadas recuas que conducían á la capital, desde los amplios paseros de la vega, el dulcísimo y oloroso fruto de las vides andaluzas.

Ya el sol—repetimos—embellecía el paisaje; piaban alegremente los gorriones entre las ramas de los frondosos álamos y de los plátanos orientales que flanquean el camino; rendíanse los pencares al peso del fruto en sazón;fulgía como de mármol blanquísimo el risueño caserío entre el verdor ya pálido de los viñedos y el esmeralda de los huertos; una brisa fresca y acariciadora susurraba plácida en el ramaje; un arriero tumbado, boca abajo, sobre el aparejo de su cabalgadura, canturreaba, con acento rítmico y quejumbroso, una copla popular; cómodamente sentada bajo el toldo de una galera, una muchachota de tez renegrida, dientes blanquísimos y ojos dormilones, apretábase contra el conductor, un zagal greñudo y atlético en cuyo semblante notábase el efecto del contacto tentador; una pareja de la guardia civil avanzaba hacia la población con paso acompasado y marcial apostura.

Frente al chozajo, al otro lado del camino, Pepe el Boyero entreteníase en tejer una honda de esparto, no sin de vez en cuando abandonar su faena para hacer volver, al prado en que pacían, á alguno de los astados brutos encomendados á su guarda, mediante algún que otro grito gutural ó alguna que otra piedra disparada más diestramente aun que hubiera podido hacerlo antaño el más habilidoso de los honderos baleares.


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6 págs. / 11 minutos / 37 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Playa de Levante

Arturo Reyes


Cuento


I

Caen los rayos del sol como intensa y luminosa caricia sobre el pintoresco paisaje: sobre el mar, que rompe sobre la extensa playa en cristalinas espumas; sobre las barcas, que parecen contemplar la radiante lejanía desde el varadero, con sus ojos de azul y bermellón pintarrajeados en sus finas proras; sobre las humildes viviendas de muros de bálago y techumbres de tablas y trepadoras; sobre las redes tendidas en las arenas; sobre los montes que vienen á morir casi, como si intentaran verse en ellas reflejados, en las ondas azules, luciendo sus tonos rojizos, los verdinegros de sus olivares, los rientes de sus viñedos y acá y acullá sus pintorescos caseríos...

Fuma á la sombra de la barca ó del chozajo el hercúleo jabegote, desnuda la renegrida pantorrilla, mal ceñida la roja faja, entreabierta en el robusto pecho la usadísima chamarreta, y hasta la rodilla el típico calzón obscuro de campana por debajo del cual asoma el interior, de limpísima muselina.

Brilla el espacio como de cristal purísimo; cabriolean los rapaces mojando los desnudos pies en las olas, que se comban al morir deshaciéndose en refulgente crestería; cose á la sombra del frondoso parral la humilde hembra del pescador, mientras éste reposa de la fatigosa lucha, tendido entre la nasa en que el gallo luce la tornasolada pluma y entre el perro que dormita; las nítidas gaviotas cruzan unas el ámbito radiante, como á golpes de elegantísimos remos, y se columpian dulcemente otras sobre la serena superficie del mar, y allá lejos un vapor va dejando tras sí densas espirales de humo que apenas si rompe ó agita el viento adormecido.


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3 págs. / 5 minutos / 35 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

A la Sombra de un Chaparro

Arturo Reyes


Cuento


El sol caía á plomo sobre la desierta carretera; lucía el cielo su más deslumbrante azul; la montaña, los tonos más brillantes y más rojizos de sus laderas, el verde más lozano de sus viñedos y el obscuro más intenso de sus retorcidos olivares; ora medío escondidos entre los repliegues del monte, ora sobre sus bien soleadas cumbres, destacábanse acá y acullá, los blancos caseríos sombreados por copudos algarrobos...

El pobre jamelgo enganchado á la polvorienta diabla manotea con todos los músculos en desesperada tensión y el pescuezo estirado, por dominar uno de los repechos, mientras que con el látigo en una mano y con la otra aferrada á uno de los rayos de las ruedas pugna el Bellotero por ayudar al pobre animal en su desesperado esfuerzo.

—Riá, riaaá, Poderosa, riaá, riaá, niña de mis ojos, riaá, riaaá, prenda mía!—grita el Bellotero, sin que su voz logre prestar al pobre penco los vigores que necesita.

—Esto no puée ser, hombre exclama saltando del vehículo un mozo bien plantado, de rostro curtido, ojos relampagueantes y luciendo rico traje de los más típicos de Andalucía.

—Y qué le jago yo! riaá, riaaá, Poderosa

—Deja á la Poderosa que tome resuello ú dale una miajita de somatose, camará que es lo que le está jaciendo muchísima falta; no ves que la pobre, si la sigues achuchando, va á morir sin testar, entre tus brazos.

—Pero si es que yo no sé lo que hoy le pasa á este bicho; si este animal tira más que la «yunta de las ánimas»l

—Pos déjala que escanse una miaja y tan y mientras jecharemos un cigarro!

—Pos lo jecharemos.

Y mientras el Bellotero colocaba á la sombra que proyectaba sobre el camino una cortadura del monte, al animal, el desconocido sentábase al pie de uno de los árboles que brindan, acá y acullá, en el empinado camino, un sombroso refugio al caminante.


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4 págs. / 7 minutos / 165 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

En los Montes

Arturo Reyes


Cuento


I

—Veinte años mal contaos son los que tiée y veinte mil millones se necesitarían pa poer dicir tó lo retegüena moza que es Loli ha la Pizarrera.

—Eso serán los ojos conque tú la miras: con ojos de potrico cartujano!

—No jeñó y que no soy yo sólo el que lo ice; que lo icen tós los que no son múos en la provincia. Suponte tú una jembraque pueé darle un beso, sin empinarse, en la peineta á un ciprés; con un pecho en el que se puéen tender manteles;con un talle tábiroque es un esparto; con unas caeras más reondas que la copa e un pino; con una mata de pelo rizao que le pueé servir de túnica á un nazareno; con unos ojos que son dos soles; con una boca que es la flor de la maravilla, con una...

—Basta, hombre, basta ya, que me está entrando, oyéndote, una canina que no veo, y tenemos er pan á una legua de la dentaura.

—Pos no te digo tiá si la vieras y si oyeras er metal de su voz; como que yo cá vez que platico con ella, me tengo que dir y meterme en cama y que llamar al méico.

—Y esa jembra, te tiéeá ti voluntá?

—Hombre, te diré: á mí unas veces me paéce que sí y otras veces me paéce que no pero jueron mis padres conmigo tan poco rumbosos cuando me jocharon ar mundo, que la verdá es que cuando me pongo á la vera de ese proigio, en cuclillas paece que estoy, y eso que me estiro jasta lastimarme las coyunturas!

—Es que los hombres no se míen por varas como la muselina morena,


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7 págs. / 13 minutos / 36 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Casa de Préstamos

Arturo Reyes


Cuento


—Mire usted—me dijo el prestamista sonriendo benévolamente—en estacasase admite todo, y á esto y á una poca de conciencia que tengo se debe la prosperidad de mi casa. Aquí se dá dinero por todo; aquí vienen todos los afligidos y todos se van relativamente consolados; y puesto que dice usted que su visita es principalmente por estudiar la miseria del pueblo en este establecimiento, suelte usted el sombrero, siéntese en esa mesa como si fuese un nuevo empleado y así podrá usted presenciar las cien escaramuzas que tengo que librar á diario con mis enemigos, que solo esgrimen, como armas, las lágrimas, el ruego, la astucia y á veces hasta la amenaza.

—¿Y no resulta usted nunca vencido?

—En un principio si, muchas, muchísimas veces, las primeras; pero ya es muy difícil: en este negocio se puede ser algo tirano con la vanidad, pero no con el hambre; lo que deja de ganarse con esta se gana con la otra... Pero póngase usted en su sitio, que ya diviso alguna guerrilla del ejército enemigo.

Y tomé posesión del puesto que me indicaba, y pronto vi atravesar la puerta de cristales una vieja rugosa, plegada y carcomida, con el vestido sucio, chancleteando torpemente y con un envoltorio en el delantal.

—Dios lo bendiga á osté, señó Don José; cómo está osté de salú?; y el ama?; y la señorita Rosario?... Qué requetebonita que está la señorita Rosario... Cuánto rocío que le ha puesto Dios en la cara!

—Y qué traes hoy por aquí?—contéstale Don José, tecleando sobre el mostrador como sobre un piano.


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5 págs. / 10 minutos / 32 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

En el Olivar del Tardío

Arturo Reyes


Cuento


I

Veinte años acababa de cumplir Toval, el Puchi, un chaval airoso y fuerte como un pino, cuando una mañana fría y luminosa en que el sol doraba las cumbres, en que el cielo despojábase, á sus besos, de sus brumas matutinales; en que piaban melancólicamente las alondras entre los riscos del monte; en que el laurel rosa lucía sus tintas más carmesíes en las risueñas cañadas donde destrenzábanse los arroyos en raudales cristalinos; en que los gallos se retaban de corral á corral con arrogantes cacareos; mañana en que se adornaba la vida con sus más bellos atavíos, cogió Toval, ya engalanado con flamante pantalón de pana, rojo ceñidor, entre marsellés y chaqueta de paño burdo, amplio pañuelo de seda blanco á guisa de corbata, sombrero de rondeña estirpe y recios zapatones de vaqueta; cogió Toval—repetimos—la reluciente vizcaína, los bordados bolsones de la pólvora y los plomos, y salió del lagar, tan alegre al parecer, como el día, y tan ágil como un corzo.

—Que no vengas mu tarde, Tovalico—le gritó su madre asomándose á la puerta de la casa.

—No tenga usté cuidiao, que estaré aquí á sol poniente.

—Que no eches por los Jerrizales—le gritó de nuevo aquélla, que no se apartó del umbral del edificio hasta ver perderse á lo lejos á su gallardo retoño.

Cuando la vieja penetró de nuevo en el lagar, su marido, ceñudo y con la mirada torva, entreteníase en contemplar el alegre chisporroteo de la leña húmeda, sentado junto al fuego que brillaba bajo la gran chimenea, sobre cuyo amplísimo alero parecían entonar los limpios peroles un canto á la condición hacendosa de su dueña.

—¿Qué tiées, Juan?—preguntó á éste su mujer, posando en él con interrogadora expresión sus ojillos obscuros y maliciosos.


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7 págs. / 13 minutos / 43 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

De Mar y Tierra

Arturo Reyes


Cuento


I

—A ver, tú, Cantinero, á ver si les das un achuchón á esos bigardones, antes de que se nos venga encima el Levante.

Y en tanto dirigíase aquél á dar cumplimiento á la orden recibida, se sentó Adolfo sobre un rollo de cuerdas embreadas, rellenó la pipa con un puñado de legítimo calpense, la encendió, y tras devolver por boca y nariz densas espirales de humo, quedóse como sumergido en graves y hondas meditaciones, mirando sin ver las gentes que bullían alrededor de las abiertas escotillas y sin que lograran sacarlo de su ensimismamiento el enérgico vocear de los capataces, los quejumbrosos silbidos de la máquina, el áspero rechinar de las cadenas, el batir de los remos y los cien brutales vocablos y las cien frases ingeniosas conque amenizaban todos ó casi todos la abrumadora faena.

Descendió ágil y rápido el Cantinero por la renegrida escala, y ya en la bodega exclamó encarándose bruscamente con los hombres de la cuadrilla:

—Vamos á ver si tenemos una miajita de algo y otra miajita de güena voluntá; una miajita de cá cosa, caballeros.

—Si te creerás tú que embotellar estos bombones repúsole Pepe el Maroma al par que ponía en tensión sus poderosos músculos, metiéndole el hombro á uno de los enormes fardos,—es lo mismo que bordar en muselina.

—¡Como que va á ser menester que le diga al mayordomo que te mande un caldisopa ó dos onzas de bizcochos mostachones

—¿Mosta... qué?

—Mostatiros que sus peguen por malitos que seis!

—Y seis catorce!—exclamó en tono de zumba Paco el de la Malagueta.

Le miró al soslayo el Cantinero, y cogiendo de nuevo la escala se dirigió hacia donde el capataz seguía triste y meditabundo, y díjole al llegar junto á él, al par que le colocaba sobre un hombro la encallecida mano.


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6 págs. / 10 minutos / 67 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

A Punta de Capote

Arturo Reyes


Cuento


I

—Comadre, mu güenos días.

—¡Josús y cuánto güeno por aquí! ¡Qué méritos habré jecho yo esta noche pasá pa tener este alegrón por la mañana!

—Pos no repique usté mucho, comadre, que entoavía puée ser que concluya usté por ponerme en mitá de la del Rey.

—Eso no lo jaría yo nunca, asín viniera usté á traerme dos disjustos emparmaos.

—Un colirio es lo que yo vengo á traerle á usté, un colirio pa que vaya usté mejoran» de una miajita de los ojos.

—Pero qué empeño que tiée usté, comadre, en que yo estoy mal de la vista.

—Y tan mal como está usté; pero por mí no deje usté su jacienda, que no tengo yo priesa ninguna.

—Pos mire usté, si usté me lo premite, yo voy á seguir planchando este camisón, porque, según parece, mi señor don Paco, tiée hoy que vestirse de gala pa dir á ver á algún diputao á cortes.

—¿A un diputao, verdá? No es mal diputao elque tiée que ver su caballero de usté; otro diputao como el que tiée que ver el mío, porque el mío también hoy se ha vestío de tiros largos; como que me ha dao un sofoquín porque no tenía calcetines de colores.

—¿Pero por qué ha de ser usté siempre tan mal pensá, comadre? ¿Por qué no ha de ser verdá que tengan que dir dambos á jacer esa visita?

—¡Que por qué no ha de ser verdá!—exclamó incorporándose como sacudida por un fleje de acero, Rosalía la Chiripera—porque no lo es, porque yo sé que no lo es... la jacer una visita! ¡y tan visita! como que dambos tiéen que dir hoy á pendonear con dos archiduquesas que acaban de llegar de Sivilla, dos asperones más jarticos de roar que un mingo sobre un tapete.

—Pero, comadre, ¿por qué se ha de creer usté siempre lo que la gente le dice ó lo que á usté se le antoja?


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8 págs. / 15 minutos / 65 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

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