De Mar y Tierra
Arturo Reyes
Cuento
I
—A ver, tú, Cantinero, á ver si les das un achuchón á esos bigardones, antes de que se nos venga encima el Levante.
Y en tanto dirigíase aquél á dar cumplimiento á la orden recibida, se sentó Adolfo sobre un rollo de cuerdas embreadas, rellenó la pipa con un puñado de legítimo calpense, la encendió, y tras devolver por boca y nariz densas espirales de humo, quedóse como sumergido en graves y hondas meditaciones, mirando sin ver las gentes que bullían alrededor de las abiertas escotillas y sin que lograran sacarlo de su ensimismamiento el enérgico vocear de los capataces, los quejumbrosos silbidos de la máquina, el áspero rechinar de las cadenas, el batir de los remos y los cien brutales vocablos y las cien frases ingeniosas conque amenizaban todos ó casi todos la abrumadora faena.
Descendió ágil y rápido el Cantinero por la renegrida escala, y ya en la bodega exclamó encarándose bruscamente con los hombres de la cuadrilla:
—Vamos á ver si tenemos una miajita de algo y otra miajita de güena voluntá; una miajita de cá cosa, caballeros.
—Si te creerás tú que embotellar estos bombones repúsole Pepe el Maroma al par que ponía en tensión sus poderosos músculos, metiéndole el hombro á uno de los enormes fardos,—es lo mismo que bordar en muselina.
—¡Como que va á ser menester que le diga al mayordomo que te mande un caldisopa ó dos onzas de bizcochos mostachones
—¿Mosta... qué?
—Mostatiros que sus peguen por malitos que seis!
—Y seis catorce!—exclamó en tono de zumba Paco el de la Malagueta.
Le miró al soslayo el Cantinero, y cogiendo de nuevo la escala se dirigió hacia donde el capataz seguía triste y meditabundo, y díjole al llegar junto á él, al par que le colocaba sobre un hombro la encallecida mano.
Dominio público
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Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.