Textos por orden alfabético de Arturo Robsy disponibles | pág. 15

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autor: Arturo Robsy textos disponibles


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Para Volver a la Noche

Arturo Robsy


Cuento


Papá veía la televisión con un ojo en el periódico. Papá nunca se cansaba de enterarse de las mismas noticias repetidas. Mamá hacía las tortillas de la cena en la cocina. Juanito, menos atrapado por la vida, lanzaba desde la galería pompas de jabón a la calle.

Una, muy grande, se elevó algo más y, al seguirla, Juanito se quedó con la vista alta: la luna, aquella señora pálida y burlona, no estaba allí como los otros días.

—Juanito. —llamó la madre, poniendo en la mesa los cubiertos.

—Ven, mamá. No está la luna.

—Muy bien, hijo. Entra a cenar, que se enfría.

—Te digo que no hay luna. Ven a verlo.

—Sí, sí, te oigo. Luego miraré. Entra y come.

El niño, con el estómago lleno, se sumió en otros olvidos. deseaba dormir y también ver la película, pero le costaba decidirse. Por fin se quedó traspuesto en el sofá, ante el televisor y el padre, como de costumbre, se lo llevó en brazos a la cama.

Salvo un niño que hace pompas de jabón, ¿podía preocuparse alguien por una noche sin luna? En otro tiempo, enamorados y poetas se entregarían a emociones profundas. Alguien hubiera echado en falta su rielar sobre el mar en tanto en la lona gemía el viento. Hasta los dedicados a actividades más táctiles, entre beso y beso, se hubieran percatado de que la pálida luz en las pupilas de la amada se había desvanecido, pero estas cosas se hacían ya en los apartamentos de soltero.

Sólo un niño, siguiendo el vuelo errático y tornasolado de una pompa de jabón, comprendió que la luna no acudía a la milenaria cita con las estrellas.

Los mismos astrónomos, a la caza de planetas perdidos entre los sistemas solares o midiendo los velocidades de los Quasars, la vista telescópica perdida en la distancia, no repararon en lo próximo, en el rostro planetario y sonriente que había seguido las andanzas del hombre desde que anduvo.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Penúltima Historia

Arturo Robsy


Cuento


El viejo Zeus, desde lo alto del Olimpo, miraba pensativo el universo y recordaba con nostalgia aquellos viejos tiempos en los que era llamado el padre-de-los-Dioses-y-los-Hombres... ¡Inútiles cosas cuando sólo el dorado Olimpo prevalecía el caos! Y, además, Zeus se sentía demasiado viejo para volver a empezar de nuevo; por eso una lagrimita plateada se le descolgaba a intervalos de los pesados párpados y, por los surcos de las mejillas, se le perdía en la venerable barba.

—El padre Zeus está triste —decía en el Olimpo—. ¿Qué le pasará al padre Zeus?

Él, que fue tan alegre y dicharachero; él, cuyas disputas con Hera fueron el regocijo de todos; él, en fin, famoso mujeriego y renombrado juerguista... El dios con más parentela (legítima) que recuerdan las crónicas... ¡Pobre Zeus triste! ¡Pobre dios sumergido en sus angustias! Y es que se encuentra sólo; es que está asistiendo al fracaso de toda su obra, al hundimiento de la creación ésa donde había puesto sus mejores ilusiones y sus mayores esperanzas.

El Olimpo entero se hace lenguas del tenebroso talante del padre Zeus:

—El padre Zeus está triste —dicen—. El padre Zeus llora.

Temen, quizá, por su salud. La cara agrietada se le oscurece y sus barbas eternamente jóvenes son ahora canas. El padre Zeus es viejo, de acuerdo, pero siempre lo ha sido y sin embargo nunca se dejó vencer por el peso de la edad y el dolor del tiempo. Y es que el padre Zeus, después de tanta lucha, saborea su fracaso y nota el sabor de la desdicha sobre sus labios.

En esto llega hasta él Apolo, el guapo hijo que le nació de Leto hace milenios. Apolo, como todos, ha perdido el encanto de la juventud. El pelo, que fue rubio, pinta ya borrascosas nieves, y la esbelta línea de su cintura se ha espesado y retorcido. También, a la nueva usanza del Olimpo, gasta bigote caído y lacio que le marca el rostro con un indefinible aire de pena.


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Publicado el 24 de abril de 2022 por Edu Robsy.

Peripecias

Arturo Robsy


Cuento


Uno de los ultimos domingos del verano, seis amigos decidimos salir de excursión, una excursión a la antigua, a base de transportar cada uno parte del condumio, juntarlo todo una vez llegados al lugar y deglutirlo mezclado con reparador vinillo.

Seis éramos, seis. Seis tipos jóvenes, no excesivamente atolondrados ni absolutamente cuerdos. Seis muchachos y un utilitario que debería soportarnos durante algunos quilómetros (pues pensábamos ir a Cala Blanca desde Mahón).

Uno era el encargado del pan. Otro el del vino. Otro llevaría el aceite, el vinagre y la sal; otro más la leche, el tomate y la cebolla para la ensalada. El quinto el fuego y los cacharros de cocina, y el sexto, yo, la comida propiamente dicha. Los huevos y la carne y alguna lata para el aperitivo.

Salimos, por fin, con el retraso previsto. Enfilamos la carretera canturreando sin demasiado éxito. Las canciones entre seis muchachos ni excesivamente atolondrados ni absolutamente cuerdos, pronto degeneran y se vuelven groseras más que picantes. Por ejemplo, aquella que empieza:


"La vaca,
chunda-chún,
del Eleuterio,
chunda-chún,
ha sido sorprendida
en adulterio,
chunda-chún."


No es que nuestros pulcros oídos nos impidiesen escuchar este tipo de canciones, ni que virginal rubor nos invadiera al oírlas. No, qué va. Pero como todos conocíamos muy bien sus argumentos, resultaban un entretenimiento bastante flojo a aquellas alturas.

Terminamos la que estaba empezada:


"Y con eso,
chunda-chún,
de las vacas disipadas,
chunda-chún,
andan los toros a cornadas..."


Entonces voy y propongo que cada uno cuente una historia divertida mientras llegamos. Somo seis y el coche va cargado, pero sabe correr: basta con dejarle floja la rienda y despreocuparse. De esta manera tendremos tiempo de sobra en el camino para contar cada uno nuestro chiste.


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Publicado el 18 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Pero no tanto

Arturo Robsy


Cuento


Las revistas del corazón más avanzadas llamaban a Andrés Delicado el «millonario loco». Sus hijos, también. Cada nueva idea del original padre les abría las carnes y pasaban meses temiendo por su patrimonio.

Se ganó el mote regalando a sus obreros, después de organizarlos en cooperativa, la totalidad de sus acciones de la empresa, que controlaba con sólo el 17 por cien del capital escriturado. Un mes después, y gracias al desinteresado apoyo de los delegados sindicales, los títulos habían bajado veinte veces su valor. No tuvo más que comprar a las víctimas del pánico, haciéndose, por muy poco, con el setenta por cien.

—¿Loco, eh? —comentó cuando volvió a implantar una dirección profesional. Pero no arrebató sus acciones a ningún asalariado.

No terminaba allí su peculiar modo de ver la vida. Tenía en plantilla a un viejo cómico, sobreviviente del teatro de la legua, con la exclusiva obligación de acompañarle e ir diciendo siempre la verdad de lo que pensaba. Su compañía era siempre de temer:

—Este señor —decía, el cómico, del prohombre que estrechaba la mano del millonario— es un memo. Cree que te la puede pegar.

—Esta señora —seguía en cualquier otra ocasión— me recuerda a una coliflor.

Era un misterio de donde le podían venir estas cosas a Andrés Delicado. De la cabeza, sin duda, pero, ¿de qué rincón? ¿Qué parte gris de aquellos sesos se había vuelto púrpura y mandaba extravagancias a los órganos rectores del millonario loco? ¿Qué virus social le obligó a instalarse una fragua en un rincón de su sala de estar?

Allí, el herrero de guardia manejaba el fuelle a la vieja usanza y batía el hierro con la repetida cadencia del martillo mientras el viejo Delicado, enteco y aristocrático, se abismaba en las llamas y pensaba casi en verso, acompasando las sílabas al ritmo de los golpes.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Picasso y las Ranas

Arturo Robsy


Cuento


La soledad tiene un feo nombre: aburrimiento.

—Klag Underwood

I. Picasso

Murió Picasso. Todo un tiempo ha muerto.

Era un ensayo de eternidad. Un andaluz universal cocinado a la francesa con salsas catalanas.

Un viso, quizá, su muerte. Un aviso para todos los que nos habíamos acostumbrado al siempre de Picasso. Cuando yo nací él era ya viejo. Cuando nació mi padre había superado el cubismo. Cuando nació mi abuelo Picasso tenía una mención honorífica en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid con "Ciencia y Caridad". Así pues, Picasso era eterno; de ahí el dolor de verle desaparecer llevándose entre sus manos yertas noventa y un años, cinco meses y dieciocho días de arte, recuerdos y enormidad.

No dicen ahora que Picasso era español. Ya lo sabíamos. Hasta él lo supo de siempre. Lástima que España se interesa por el hombre hecho, no por el que se hace y en este sentido, Picasso seguirá del otro lado de la frontera porque si bien se le acabó el metabolismo, su obra continúa en movimiento, repitiendo una y otra vez el volubre genio creador del malagueño éste que se nos ha muerto en Mougins.

Con mi homenaje, la anécdota (sólo que la muerte jamás debiera ser ocasión de aplausos).

Sonaba la televisión en un bar cualquiera. En las mesas cercanas hombres jóvenes jugaban al dominó. Bebían café y coñac y hasta cerveza, según los gustos. El camarero iba y venía por entre el estruendo iba y venía por entre el estruendo de las fichas, golpeando de plano en las mesas, los gritos y las expresiones de júbilo con que los ciudadanos victoriosos celebraban su habilidad.


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Publicado el 11 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Poemas para Siempre

Arturo Robsy


Poesía


De mi canción nacen escuadras

Esta es una breve antología de romances sobre nuestros sentimientos de siempre cuando consideramos España, la Vida y la Muerte.

Falangistas

¿Quiénes son esos muchachos
que son soldados y estatuas,
que cuando los miro pienso
en la libertad de España?

¿Quienes son esos muchachos,
azules de cielo y agua,
que miran como no miran
no siquiera las estatuas?

Vienen de lejos y lejos
van volando con sus alas;
amigos del sol y el viento,
miran, sonríen y avanzan.
Hierro llevan en el gesto
y en la bandera una garra.

Algo que no es de este mundo,
algo que no usa palabras,
les empuja, les arrulla,
les ilusiona y les lava.
El agua de lluvia limpia,
el agua de lluvia clara,
les roza los pensamientos.
Y la luz de la mañana,
como un pájaro secreto,
anida en sus frentes altas.

¿Quiénes son esos soldados,
que son soldados y estatuas
y sonríen sin sonrisa
y aun sin palabras nos hablan?
No necesitan hablar;
no necesitan ya nada:
Son algo más que soldados:
Son la semilla de España.

Escuadras

Como la mies que madura,
aguardando ya la siega,
se ponen en pie los hombres
de nuestra Falange eterna.

Como el árbol que se crece,
como el sol que se levanta
y como se hinchan las velas
marcharán mis camaradas.

Una voz corre los campos,
un viento azul que los rasga,
una bandera que grita,
una promesa que arrastra;
los hombres, al escucharla,
son semillas en el aire,
luces corriendo distancias,
manos que todo lo juntan,
gestos que a todos nos atan.

Como sonrisas perfectas
a la boca suben almas
y a los ojos ilusiones
y voces a las gargantas.


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Publicado el 10 de julio de 2022 por Edu Robsy.

Por Amor al Joven César

Arturo Robsy


Cuento, Política


En algunos ambientes se extendió el uso —que a veces permanece— del laconismo falso, basado en el verdadero de José Antonio Primo de Rivera, cuando inició, entre aplausos, el que luego fue conocido como Discurso de Fundación de Falange, pronunciado en el Teatro de la Comedia, el 29 de Octubre de 1933, dijo así lo que llegó a ser tópico: «Nada de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias, como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo.»

Y José Antonio, negándolo, había hecho su «párrafo de gracias». Pero, inteligente, salido de la Facultad a los 18 años como abogado, no era lacónico. Pensador, debía comunicar los pensamientos y más los suyos, pura novedad en aquel mundo inmovilizado.

Sí, era sobrio. Nunca hablaba a humo de pajas ante su gente o las multitudes; nunca de él. Tenía algo que decir y lo hacía tanto con la palabra como con lo que se llamó «Estilo», concepto que al rodar hacia abajo ha acabado en «Look». Pero donde estaba José Antonio la gente pedía su voz, su idea, su perdón para aquel mundo que se moría. Tenía lo que hoy se diría «el valor de decir lo necesario», el mismo valor que nos falta.

Pero este libro a mi Joven César, debe empezar hermanando dos épocas, dos posiciones, mediante cuatro versos:

Anoche, cuando dormía,
soñé, bendita ilusión,
que José Antonio venía
a tocarme el corazón.


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Publicado el 15 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Premio al Tonto

Arturo Robsy


Cuento


Cosme había sido un canalla autocrático toda su vida, como, sin duda, confirmarían todos los sucesivos socios que fueron devorados por él.. Cuando se sintió morir, decidió salir de este mundo dejando tras si un ejemplo de su mala voluntad hacia el género humano. Sólo de pensar en su testamento, falleció entre carcajadas.

—En resumidas cuentas —dijo el notario a los tres herederos: Don Cosme deja todo su dinero al más tonto de sus hijos.

—Yo he votado siempre al partido del poder. —argumentó el primero, convencido de ser el ganador.

—Yo le quería. —dijo el segundo, superando la marca de su hermano.

—Yo no quiero su dinero para nada. —dijo el tercero, muy avispado.

El notario, nombrado juez, registró un empate: los hijos habían dicho tres tonterías lo bastante agudas como para demostrar que existían en ellos trazas de inteligencia humana. El duelo no tuvo más remedio que comenzar otra vez:

—Estoy convencido de que el Descubrimiento de América fue un encuentro de culturas.

—Pues yo apuesto a que Andalucía será la California de Europa.

—Yo afirmo que no hay corrupción política.

Aquellos tres bribones se fingían tontos pero estaban varios palmos por encima del mínimo exigible. Lo siguieron demostrando con sucesivas ráfagas de afirmaciones cuidadosamente calculadas, hasta que el notario, cansado, decidió aplicarles un test de su invención:

—Juan tiene siete manzanas. Da dos a Pedro. Antonio le regala cuatro. Juan le roba una y una mariposa se le lleva otra, volando. ¿Cuántas le quedan?

—Veintisiete. —dijo el primero.

—Catorce. —dijo el segundo, también después de calcular el número exacto de manzanas.

—Las mariposas no pueden llevarse una manzana por los aires. —se quejó el tercero.

—Suyo es el dinero. —sentenció el notario.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Primer Cuento Sobre la Esclavitud

Arturo Robsy


Cuento


—¿Puede escribirse un cuento de cualquier cosa?

—De cualquier cosa, no. De casi todas, sí.

—¿Hasta un cuento de la verdad?

—Hay verdades que, aún sin escritor, son cuentos, y muy divertidos. Hay otras que son tan verdad que parecen mentira, y por fin, de las que se pueden decir cosas interesantes: este es el caso de los sacacorchos, por ejemplo.

—¿De mí podrías escribir un cuento?

—Supongo que muchos.

—¿Cómo?

—Di tu nombre. Preséntate.

—Me llamo Pedro Martínez. Nací, según me dicen, el doce de agosto de 1948. Fui al colegio de los Hermanos: estudié hasta cuarto de bachillerato y ahora trabajo como oficial administrativo en...

—¡Chis! No importa el nombre de la empresa.

—¿No? Bueno: ¿me haces el cuento?

—De acuerdo: ¿qué hiciste el domingo pasado?

—Dormí un buen rato, para desquitarme de la semana. Luego me lavé bien, me vestí y me fui de paseo.

—¿Adónde?

—¿Adónde va a ser? A la calle. Di una vuelta solo y me encontré después con Juan: así otra vuelta acompañado. Tomamos un aperitivo en la bodega y, como no nos venía el hambre del todo, nos calzamos otro en un bar. Anduvimos un rato más y nos fuimos a comer.

—¿Y por la tarde?

—Hombre: miré la tele y me fumé unos cigarrillos. Arreglé un enchufe que daba calambre y me fui al cine de las siete.

—¿Solo?

—Solo.

—¿No tienes amigos?

—Claro que sí, pero ellos, además, tienen novia.

—Y tú, ¿por qué no?

—¿Qué quieres? Esto de las novias tiene sus más y sus menos. Cuando te enamoras de una, pues, a lo mejor, nada, te entra el miedo. En cambio cuando no lo piensas, ¡zas!, ya estás cogido.

—Pero, ¿por qué no tienes novia?

—Porque no la encuentro.

—¿Y por qué no la encuentras?

—Porque no la busco.

—¿Y por qué no la buscas?


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Publicado el 31 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Primeras Crónicas Populares del Viejo Buda

Arturo Robsy


Cuento


Buda ha sido, sin duda, uno de los cinco hombres que más han influido en el Pensamiento Universal. Yo, como el doscientos por cien de los españoles, al pensar en Buda imaginaba estatuas con enormes brazos debajo del vientre, piedras con la pátina de la edad, exóticos nombres como Yokohama... Pero la resonancia de Buda fue tal que el pueblo —su pueblo— se le apoderó de la figura para transplantarla a una mitología del más puro sabor popular.

Martin Hoenülher tradujo al bávaro una pequeña colección de Máximas de Buda oídas a los nativos (mientras comían con curry) durante su viaje a La India en 1837. He tomado nota de algunas de ellas, porque el lector menorquín merece sonreír un poco y meditar otro poco ante estas perlas de sabiduría popular, tan parecidas algunas a nuestro refranero.

Retrato de Buda

Era un viejecito —no un hombre viejo— miope, profundamente alegre, con el vicio de inclinar la cabeza para escuchar (quizá a causa de una sordera no confesada), el de tomarse seriamente las cosas serias y el de sonreír por encima de todo. Pasó la vida recorriendo el mundo, hablando lo imprescindible y meditando. Al contrario que muchos pensadores occidentales, él no encontró amargura en el poso de las cosas, ni se inclinó por la crítica acerba.

—Vivir, como morir —dijo en los últimos golpes de la agonía— sólo tiene un inconveniente: la espera.

Anduvo muchos caminos Buda. Se adentró en mil nuevas fronteras y su ingenio (mucho más castizo de lo que el lector pueda imaginar) quedó ahí, a la vista de todos, dando definitiva y precisa fe de cómo se puede ser santo sin pasar por tonto.

(¡Ah, estos hindúes! Si un día se comen las vacas no sabrán qué hacer con tanto cuerno).

Primera serie

(Máximas Cortas. By Martin Hoenzülher. Edición en bávaro de 1838)

(Reinaba Chundraguptha)


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Publicado el 11 de julio de 2021 por Edu Robsy.

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