Teléfonos y Conquistadores
Arturo Robsy
Cuento
"Me he enterado de que llevas vida de desenfreno y que tocas la guitarra".
—Carta de un padre del siglo XIII a su hijo que estudiaba en Orleans.
El teléfono es un horrible artefacto lleno de maldad. Bueno: quizá el aparato sea perfectamente neutro, pero no cabe duda de que quienes lo usan llevan, a veces, perversas intenciones en la cabeza.
Y, ya que está empezado el tema telefónico, quisiera contarles la aventura de uno de mis amigos. Quizá fue trastada más que aventura, claro y, en todo caso, una broma de pésimo gusto.
Sucedió en Madrid, ciudad enorme y tentacular que se presta a muchos líos. Eran los verdes años de la vida estudiantil, que se pasan entre las paredes de las aulas y las de las pensiones, y que justifican, por lo tanto, la tendencia bohemia que algunos jóvenes venimos a manifestar.
Por entonces no era raro que prolongásemos la velada hasta las dos de la madrugada en alguna entrañable tasca, que nos reuniésemos en el piso de cualquier amigo a bailar con la música de moda, o que nos sorprendiera el alba devorando chocolate con churros o engullendo sopa de cebolla en cualquier figón.
Tampoco nos era extraño despertar con zumbidos en la cabeza, escalofríos y malestar general a causa de los alegres trasiegos de la noche, o con borrones en la memoria, borrones que nos impedían recordar dónde nos dieron tal tarjeta que guardábamos en la cartera, o en qué lugar nos desollamos los nudillos de la derecha.
Compruebo que estoy tratando de disculparnos antes incluso de explicar lo que pasó. Y lo triste es que no hay más excusa que ésta: nuestra condenada afición al juergueteo, a las discusiones del alba, al noctambulismo y a ese néctar opalino de efectos milagrosos que, en Madrid, suele llamarse Valdepeñas blanco o Blanco simplemente.
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Publicado el 26 de mayo de 2019 por Edu Robsy.