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4 Cuentecillos - 1 Extravagancia

Arturo Robsy


Cuento


I. Viejo

El viejo, al sol, sentado en el poyo de la puerta, no tiene melancolía ninguna por lo que ve. Con la boina sobre las cejas mira tranquilamente el huertecillo y fuma cigarrillos liados, pues tuvo que prescindir de los que él mismo se hacía a causa de la artritis de sus dedos.

El mundo tanto puede ir bien como mal por lo que a él respecta. Todas las mañanas se despierta con el alba, y de noche en invierno, porque tiene el sueño ligero y también viejo. Pide el caldito caliente y un sorbo de gin para el frío, o para el calor en verano, porque el gin tiene especiales poderes y tanto calienta como refresca. Después, trastea en el almacén; une sus interminables ovillos de cordelillos que recoge aquí y allá; afila la navajita, casi comida, que le ha acompañado en los últimos treinta años; piensa en la cuerda, aquella colgada del garabato, que él compró antes de la guerra a un pescador que las hacía. Y , luego, al poyo de la puerta, al sol que le embriaga y a la indiferencia por tanta tierra y tanto cielo como le envuelven.

A veces —muy pocas— desciende hasta las palabras y explica algo. Oyéndole, pocos podrían decir si es entonces cuando vuelve a la realidad o cuando sale de ella, porque el viejo es todo igual, del mismo color; seco, apenas piel quemada y arrugas secas.

Y el viejo, mientras la hija hace el sofrito del "oliaigua", me señala una higuera donde duermen por la noche los pavos y, después, la pared con musgo centenario que se recoge sólo para el belén de los nietos. Se encoge de hombros y da a entender que nada de aquello le pertenece ya. Sólo quizá, siente haber dejado su vida enredada en cosas tan sin importancia como la reja del arado, los mangos de las azadas, las puntas de los bieldos o la vertedera...

Le digo, pues, cualquiera de las memeces que sobre la juventud se dicen a los viejos y él ríe.


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7 págs. / 13 minutos / 507 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2022 por Edu Robsy.

La Sobreinformación como Manipulación

Arturo Robsy


Ensayo, artículo


Cuando abrimos un periódico, cuando conectamos un televisor o escuchamos un diario hablado radiofónico, accedemos a una especie de instantánea de nuestro mundo y nos vemos rodeados por la información más actual. O eso tendemos a creer.

Sabemos, simultáneamente, lo que está sucediendo en Filipinas, en Corea, en Nueva York o en Santiago de Chile, aunque ello nos obliga a enterarnos menos de lo que hace nuestro vecino. Oímos, en ocasiones, las voces de los protagonistas de la actualidad y hasta velamos sus cadáveres en la pantalla. Conocemos muy especialmente las desgracias que caen, con regularidad y mala entraña, sobre la humanidad rica y sobre la humanidad pobre.

Casi es posible afirmar que disponemos de un exceso de información. Un hombre que lea un periódico al día, vea un telediario al día y oiga un diario hablado al día, recibe algo más de trescientas noticias interesantes, entre sucesos, catástrofes y declaraciones de personalidades.

Con semejantes fuentes, no es raro que el hombre de hoy tienda a creerse conocedor de la sociedad en la que vive. Mucho más que lo fueron los hombres de las generaciones anteriores, de los siglos anteriores, cuando el mundo era todavía grande y distintas las formas de vivir y de pensar.

La información masiva es un hecho, tanto si se considera el número de personas que se informa diariamente sobre el mundo que les rodea como si se atiende a la cantidad de información que, consciente e inconsciente, recibimos al cabo del día. En ambos casos, este es el mundo de la información y, quizá, ella se ha convertido en uno de sus vínculos fundamentales.


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8 págs. / 14 minutos / 246 visitas.

Publicado el 2 de septiembre de 2024 por Edu Robsy.

El Colgado

Arturo Robsy


Cuento


Colgaron al Chino en la hacienda española. Quería llevarse una vaca y los hombres estaban alterados. Aquí hay siete millones de vacas, muchas más que hombres, y ninguna para el Chino. El español lo descolgó por obra de misericordia. El español había venido de otro mundo más viejo y trabajaba para una gran compañía extranjera que exportaba semillas y dólares. Además, tenía muchas reses en las dos mil hectáreas del Alto Paraná, próximas a Itaipú. Lo vigilaba todo en avión, porque los negocios hoy tienen alas, pero no fue él quien vio al Chino. Fueron los hombres.

—Rellena pollas. —le dijo el español cuando Chino volvió a poner los pies en el suelo.— Si te toca, compras la vaca.

—Vete a coger. —respondió el ahorcado. Pero agradecía.

El cuello, aunque quedó más largo, le dejó de doler pronto. Otras cosas, no. El sábado había llegado al rancho muy tomado y lo pegó la mujer. El domingo, mientras las ideas regresaban, arrastrándose, a su cabeza en brumas, lo echó la hembra. Así el Chino vagó el lunes. El martes, andando lejos, vio la vaca y la cogió. Un instinto de soledad o un dolor de mal cariño enconado.

El Chino, sin casa y sin familia, no se quejaba de la cuerda. Ni de la mujer. Era él, que no tenía una misión en la vida. Era él, que no sabía estar solo ni estar siquiera. Su abuelo nació para morir en la Guerra del Chaco. Su padre, para construir Ciudad Stroessner y padecer de la tuberculosis en un hospital de caridad. El, para que le echaran del ranchito después de que le pegara la misma mano que lo tocaba cuando la noche valía. A veces.


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4 págs. / 7 minutos / 112 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

El Séptimo Día

Arturo Robsy


Cuento


No sé muy bien qué puede suceder en las próximas horas, pero algo terrible y cruel está por sobrevenirnos a todos. Cuando en el boletín informativo de la mañana de ayer aparecieron los primeros síntomas, la humanidad, que tiene más de gallinero que de Universidad, empezó a sonreir y a suspirar llena de júbilo. Hoy, naturalmente, la misma humanidad ha empezado a recapacitar; al menos esa parte de ella que dice ser civilizada.

Ayer empezaron a llegar noticias confusas de que todas las guerras conocidas habían cesado. Al menos no se disparaba en ninguno de los frentes ni en ninguna de las selvas, desiertos y ciudades donde se acostumbra a disparar. Ni en Afganistán, ni en ningún lugar de Indochina, ni en Irán, Irak, Líbano, Camerún, Sahara, Vascongadas, Irlanda, Angola, Sudáfrica, Mozambique, Eritrea, El Salvador, Nicaragua...

Un alto el fuego, decían los corresponsales de todas las guerras, los testigos de todas las habituales matanzas. La tranquilidad reina en tal sitio. Un tenso silencio planea sobre los ejércitos. Los enemigos se vigilan pero parecen haberse tomado un descano. ¿Será — se preguntaban todos por separado — que están preparando la ofensiva definitiva?

Los corresponsales, claro, fueron los últimos en comprender la realidad. Los que lo vieron claro desde el principio fueron los jefes de redacción de prensa, radio y televisión: aquí, nada; allí, tampoco. ¿Qué sucede? ¿Ha empezado alguien a razonar? ¿Han servido de algo las oraciones del Papa? ¿Se nos ha escapado algún acuerdo secreto?

Las mismas naciones contendientes y los grupos terroristas participaban del asombro general. Lejos de ellos el funesto hábito de la paz, habían, sin embargo, hecho enmudecer sus armas. Sabían, por supuesto, algo más, el truco, la clave de aquel día sin sangre, de aquel día blanco entre tantos rojos y crueles, pero callaban obstinadamente y hacían trabajar a sus Servicios de Información.


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Publicado el 14 de abril de 2017 por Edu Robsy.

El Antidescubrimiento de América

Arturo Robsy


Novela


Capítulo 1

El «famoso» Edward Free se puso en pie y contempló a todos los reunidos en torno a la mesa de trabajo. De arriba abajo. Agitó sobre lu cabeza semitonante el guión y, lleno de desprecio, lo arrojó sobre el centro del tablero.

—Basura. —dijo.

Los presentes estaban de acuerdo. Precisamente por eso se habían puesto en contacto con Joseá, aquel editor de abordaje, y le habían ofrecido un buen pellizco de los beneficios.

Faltaba poco para el VI Centenario del Descubrimiento de América, que se iba a celebrar en Madrid, París, Londres Copenhague, Génova, Nueva York, Atlanta y Tel Aviv. Había que poner en marcha una serie televisiva que explicara el Magno Acontecimiento de un modo que pudiera aceptarse por Europa y por América.

La Comisión Europea para el Sexto Centenario contrató a Jean Lapin. Lapin encargó el guión a Thomas Spenser y Thomas había nombrado asesor al académico J.J. Torceau. El resultado de tantas horas de trabajo era lo que Edward acababa de arrojar sobre la mesa del Consejo Asesor. Todos sospechaban que los guionistas anteriores se entregaban al chisporroteo del anís:

—¡El Descubrimiento de América! —exclamó Free, escandalizado— ¿Es posible que ya no quede imaginación en este continente? Se trata de contar el viaje de Colón y no se les ocurre otra cosa que llamarlo «El Descubrimiento de América».

Los presentes asintieron. Joseá, el editor, dos veces. Por amistad. Todos habían leído el guión histórico y todos, por sus razones, estaban contra él. Así fue como decidieron ponerlo en manos de Edward Free.

Free había hecho tres series, de éxito arrollador, magnificando la Unidad Europea: Neanderthal, Atila y Gengis Kan. Además, era español. Hacía falta un español para desmitificar el 12 de Octubre de 1492 y darle una dimensión de empresa europea.


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145 págs. / 4 horas, 15 minutos / 190 visitas.

Publicado el 8 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Armas Cargadas

Arturo Robsy


Cuento


Hoy llovió rojo y un vecino ha creído ser el hombre lobo. Su mujer pedía socorro corriendo por las escaleras y una anciana, a la puerta, decía "¡qué vergüenza, qué vergüenza!", y sonreía. Miseria de presagios.

En la calle un guardia me ha dado un papel: "Os engañan". Ya lo sé —le he dicho—. Nos engañan porque no hay más remedio. La verdad no existe.

—La verdad se ha muerto —ha respondido otro señor que llevaba el paraguas manchado de barro rojo-. Vengo del entierro —y se ha puesto a reír mientras tiraba el periódico a un mendigo joven que estaba mirando el cielo.

La señora que volvía con su gran cesta de la compra, se ha plantado delante del hombre pobre:

—¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza!

Y un muchacho que lo veía todo, también ha repetido, mirando a la señora como con pena:

—¡Qué vergüenza!

Ir y venir es lo que más importa o, al menos, eso parece desde las calles, pero los mendigos suelen estar quietos y miran; son distintos, y uno no sabe nunca lo que ven los mendigos.

—Vemos gente —dicen misteriosamente— pero no nos importa: también la gente se quedará quieta un día u otro.

Nadie sabe adónde va el mundo, lo cual es cosa buena o mala, según. A alguna parte se encamina, lo veamos o no, y un día llegará a su destino y quizá entonces algo sabremos.

A la entrada de la Plaza Mayor, grupos de jóvenes están colgando letreros: "Manicomio". Todos les miramos distraídos y, como ellos ríen y bromean, nosotros hemos reído. ¿Manicomio? ¿Qué más dará?

Justo debajo hay un puesto de libros a mitad de precio, y gentes los remueven mientras leen los títulos.

—¿Tiene clásicos?


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Publicado el 30 de enero de 2025 por Edu Robsy.

Aventura

Arturo Robsy


Cuento


Cuando Apolo era joven y andaba por las ciudades de Grecia estudiando medicina, su carácter admiraba a todos sus condiscípulos: reidor y alegre, no desdeñaba la última copa nocturna en la taberna oscura y pobre, ni el beso comprado a la puerta del burdel, ni la chirigota truhanesca en la persona de algún profesor despistado (por ejemplo, el de historia que, desde la última Olimpiada, tras la gripe asiática, tenía puesto un pie en la barca de Caronte).

Sin embargo Apolo también sabía ser serio cuando la ocasión lo requería y pasaba por el más correcto de los muchachos de su cuadrilla. Pasable atleta y mejor orador, acudía todos los días al ágora para instruirse con los discursos de los ciudadanos y, también, componer hermosos versos en honor de tal o cual muchacha que, por entonces, llenaba sus pensamientos.

Huelga decir que Apolo era un mozo bello y bien planteado, y que las niñas gozaban con su compañía por más que nunca dejaban de mirarle como a un juguete encantador, un lindo muñeco parlante lleno de sonrisas, pero frío. Y Apolo lo sabía y se entristecía en su corazón, porque él hubiera querido tener una novia como los demás, una mujercita cándida (o no) a la que contar sus pequeños desengaños de adolescente en estudios, sus enormes ideas de poeta joven y sus blancas ilusiones de dios en sazón.

Vivía de pensión con su hermana Diana, con la que compartía habitación, secretos y yantar, y, con ella también, salía de caza todos los festivos en busca del corzo descuidado o del jabalí poderoso; pero estas ocupaciones no bastaban a apagar los fuegos de su alma saltarina y si su hermana --irreductible virgen-- se conformaba con ligeros escarceos, él andaba necesitado de un amor profundo y verdadero que viniese a completar la paz de espíritu que sus versos le anticipaban.


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Publicado el 11 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Cuentos del Martes

Arturo Robsy


Cuentos, colección


Prólogo

El 16 de mayo de 1972 el Diario Menorca publicaba un cuento de un jovencísimo escritor, Arturo Robsy. La prensa local se hacía así eco del primer éxito literario del autor menorquín, que había conseguido con su cuento "Cleptomanía" alcanzar la final del concurso "Arriba 1972" de cuentos y reportajes, convocado por el diario del mismo nombre. El Diario Menorca hacía una breve presentación del autor y, a continuación, reproducía el cuento ganador.

En la década de los setenta el Diario Menorca publicaba cada martes, bajo el título de "los martes letras", una sección literaria en la que aparecían reseñas de libros y poemas que enviaban los propios lectores. Desconocemos los detalles, pero a partir de junio de 1972, Arturo Robsy se convirtió en coordinador de la misma, publicando además un relato semanal en el apartado "cuento del martes". Esta colaboración con el Diario Menorca se mantuvo durante dos años, hasta mayo de 1974.

Además de relatos del propio Robsy, la sección contó con firmas invitadas que publicaron sus obras, como la del poeta Pascual-Antonio Beño, la de Juan Luis Hernández o la de Isabel Petrus. Entre los poemas que se siguieron publicando en la sección se puede encontrar incluso alguna obra juvenil del poeta Ponç Pons.


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522 págs. / 15 horas, 14 minutos / 406 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2022 por Edu Robsy.

Diccionario de Medicina Letal

Arturo Robsy


Diccionario, Medicina


Así se extinguieron nuestros antepasados

Prólogo

¿Qué es de verdad un incordio? ¿Por qué las pesadillas se llaman así? ¿Quién nos enseñó a fumar y con qué fines? ¿Por qué hablamos de los «duros de mollera»? ¿De dónde viene eso de tomar tapas? ¿Nos «opilamos» todavía? ¿Sigue siendo el corazón una especie de infiernillo que calentaba el estómago?

El hombre vive en un mundo de palabras. De aquí que hablar bien y de modo comprensible, sea sinónimo de pensar bien. Y viceversa. Para eso, para educar las mentes y no desperdiciar los hallazgos de otras generaciones, nacieron los diccionarios.

El hombre actual carece de tiempo pero sigue sobrado de curiosidad: necesita información breve compatible con el entretenimiento. Así es como este «Diccionario de Medicina Letal» se ha escrito: con la intención de llenar un vacío bibliográfico, cuyo contenido hasta ahora había que entresacar de viejos diccionarios y proporcionar, a la vez, un descanso. ¿Quién, leyendo a los clásicos, no se ha encontrado con palabras médicas, anatómicas o de farmacopea que no ha logrado entender en su contexto, es decir, en cómo concebían los cuerpos y las almas aquellos hombres del Siglo de Oro y del Despotismo Ilustrado?

No se trata de un estudio sobre los orígenes de la lengua, sino de la descripción, convenientemente pasada al español actual, de una medicina peligrosa, mortífera, con la que sanaron no pocos antepasados. Y también es el lugar de encontrar significados de palabras que hoy usamos sin pensar: ¿Cómo se curaban la tiña, la manía, la alferecía, la sordera o las hernias? ¿Qué era entonces tener potra? ¿Con qué se limpiaban los dientes los españoles antiguos? ¿Se podía beber el alcohol del siglo XVII? ¿Es cierto que existía un oro potable?


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Publicado el 19 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Gran Farsa

Arturo Robsy


Ensayo, política


Primera parte

1. La p... farsa

Un día de 1988 me sometí voluntariamente a la contemplación de varios informativos de televisión. Soporté pacientemente la sección de campañas internacionales que, en aquellas fechas, consistían en Gorbachof el Demócrata, Kurt Waldheim el Asesino Nazi, Israel Matamoros, Nicaragua la Víctima y un anuncio de la que sería Pobre Negro Mandela. Un tal Noriega acababa de dar un golpe de Estado en Panamá y, como hacía rotundas manifestaciones antiamericanas, TVE todavía no había decidido si ir a favor, por antiamericano, o en contra, por militar profesional.

Vinieron Luego las Campañas Nacionales. La economía era cada día más boyante. Se generaban mil puestos de trabajo diarios. La mujer era exactamente como el hombre, sobre todo a la hora de ser explotada. El terrorismo estaba vencido... Y todo el habitual discurso político, más dedicado a convencer de ciertos postulados que a informar objetivamente de lo que había sucedido en España y en el mundo.

Fue entonces cuando pronuncié lo que se ha convertido en el título de estos ensayos: Esto es una Gran. Farsa, aunque no lo expresé así. No es malo, en la intimidad del hogar, recurrir a ciertos desahogos verbales. Como la expresión quedaba realista, pero escasamente intelectual, no tuve más remedio que añadir:—La desgraciada historia del Siglo XX es el intento de someter la realidad a unas teorías. Estados, Instituciones e Ideologías, todos empapados en teorías, obstinándose en no aceptar las cosas como son.

Lo que, bien mirado, era una forma delicada de decir lo mismo: nuestro mundo es voluntariamente irreal.


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Publicado el 2 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

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