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autor: Arturo Robsy textos disponibles


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Diccionario de Medicina Letal

Arturo Robsy


Diccionario, Medicina


Así se extinguieron nuestros antepasados

Prólogo

¿Qué es de verdad un incordio? ¿Por qué las pesadillas se llaman así? ¿Quién nos enseñó a fumar y con qué fines? ¿Por qué hablamos de los «duros de mollera»? ¿De dónde viene eso de tomar tapas? ¿Nos «opilamos» todavía? ¿Sigue siendo el corazón una especie de infiernillo que calentaba el estómago?

El hombre vive en un mundo de palabras. De aquí que hablar bien y de modo comprensible, sea sinónimo de pensar bien. Y viceversa. Para eso, para educar las mentes y no desperdiciar los hallazgos de otras generaciones, nacieron los diccionarios.

El hombre actual carece de tiempo pero sigue sobrado de curiosidad: necesita información breve compatible con el entretenimiento. Así es como este «Diccionario de Medicina Letal» se ha escrito: con la intención de llenar un vacío bibliográfico, cuyo contenido hasta ahora había que entresacar de viejos diccionarios y proporcionar, a la vez, un descanso. ¿Quién, leyendo a los clásicos, no se ha encontrado con palabras médicas, anatómicas o de farmacopea que no ha logrado entender en su contexto, es decir, en cómo concebían los cuerpos y las almas aquellos hombres del Siglo de Oro y del Despotismo Ilustrado?

No se trata de un estudio sobre los orígenes de la lengua, sino de la descripción, convenientemente pasada al español actual, de una medicina peligrosa, mortífera, con la que sanaron no pocos antepasados. Y también es el lugar de encontrar significados de palabras que hoy usamos sin pensar: ¿Cómo se curaban la tiña, la manía, la alferecía, la sordera o las hernias? ¿Qué era entonces tener potra? ¿Con qué se limpiaban los dientes los españoles antiguos? ¿Se podía beber el alcohol del siglo XVII? ¿Es cierto que existía un oro potable?


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154 págs. / 4 horas, 30 minutos / 260 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Yo, en mi Nube

Arturo Robsy


Cuento


Del mismo modo que uno nace pelirrojo y tiene que aguantarse con el color y las pecas, yo nací zahorí bajo el signo de Cáncer, acuático o líquido, soñador de corrientes, poeta de alfaguaras, enamorado de las fuentes.

Como nadie sabe exactamente lo que es ser zahorí, serlo tiene su encanto. Los racionalistas suelen negar que existamos y otros, más prácticos, contratan a gentes de mi raza para dar con la vena de agua clara que fecunda sus campos. Dicen que es un misterio y dicen que es un don, pero tampoco puedo explicar yo por qué sé que me aproximo al agua.

Igual que usted huele la comida yo percibo el agua, pero, ¿con qué? He oído a un zahorí viejo que con la piel, en especial con la de los antebrazos; pero como yo soy más poeta, tengo también mi versión: siento el agua como una presencia maternal y pura, como cuando se sabe que aguarda una mujer enamorada. Y entonces, sólo entonces, se me eriza el vello: el de los antebrazos, pero también la barba.

Acuático soy y no tiene ya remedio; así pues mi mundo no es exactamente el mundo de todos los días, ése que enseñan en el cine o sobre el que escriben casi perfectos poetas. El mío tiene una sensación más y una emoción nueva: la llamada de las fuentes, la dulce onda que en el aire anuncia el secreto transcurrir del agua.

Ya de niño buscaba las orillas del torrente que, a mis ojos, despedían una sombra fresca, un latido que se unía a mis latidos y me contaba impresiones secretas de eso que yo sé ahora que es la sangre de la tierra: el río que alimenta, la vena que corre por la piel del mundo y lo nutre de frescor, lo fecunda y lo limpia.


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Publicado el 27 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Radio "La Mar"

Arturo Robsy


Cuento


Ni mentir ni dejar que mientan

Emisiones electorales de la famosa Radio La Mar. Vote después de haber reído.

Experimento sociológico sobre la negación de la realidad. Papeles de Trapisonda.

Estas historias de Radio La Mar, puro diálogo e impuro despropósito, se basan en dos hechos fundamentales:

El Primero, que la Constitución nos reconoce el derecho a recibir información veraz y, por lo tanto, prohíbe que se nos mienta como método. Nada dice la engolada «Ley de Leyes» sobre intenciones que puedan ser excusa para la mentira; o sea que desear ganar unas Elecciones o vender un perfume, no justifican el intento de engañarnos. Pero nos engañan todos los días desde todos los medios, porque la modernidad es cosa de propaganda y es fundamental que el dominado siga satisfecho con su situación. Además, no hay juez Garzón que se atreva con los mentirosos: no es tan valiente. Libertad de Expresión, sí. Pero no libertad de mentira.

El Segundo, que no hay cosa más inútil que una que esté partida, y los Partidos son y aspiran a ser trozos de sociedad, fragmentos de convivencia. Es necesario vigilar y limitar el Poder, pero con leyes y no con grupos particulares, si puede expresarse así.

De ahí se crea, en esta ficción disparatada, el Partido Entero, que quizá busca la unidad de lo fundamental, pero no de lo accesorio. Por ejemplo, nadie se arremolina porque el euro sea la unidad en lo dinerario: el dinero, aunque necesario, es el accesorio de los acesorios.

Por eso —si sigue leyendo— verá que el ficticio Partido Entero, puesto en la necesidad de ofrecer un programa electoral, lo resuma en “No mentir ni permitir que otros mientan”.


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22 págs. / 40 minutos / 53 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Confines del Cosmos

Arturo Robsy


Cuento


I

—Te digo que es verdad —el demudado rostro del que hablaba expresaba, a la vez que la impaciencia y la fatiga por no ser creído, la extraña agitación que le embargaba y le hacía temblar.

—¡Quita, hombre! Eso que cuentas es más difícil de creer que hacerle pantalones a un pulpo.

—¿Tanto te cuesta admitir que yo he oído voces en la cueva y que no ha sido una sola vez, sino muchas y a diferentes horas?

—Puede ser una cabra que ande por allí perdida. Puede ser una pareja de enamorados...

—Total: que tiene que ser algo distinto de lo que yo te digo, ¿no?

—Es que creer que por allí dentro vive gente es creer mucho, Pedro.

El otro se levantó airado. Dejó unas monedas encima de la mesa para pagar la consumición que habían hecho. Luego contempló meditativamente a su compañero como pensando si aquel zagalón fornido y bizarro podía comprender algo tan hondo y misterioso como lo que él le había contado.

—Bueno —dijo—, yo ya me voy. Pero, si quieres, vente conmigo hasta la cueva, sólo para demostrarme que la cabeza te sirve para algo más que para ponerte fijapelo y brillantina.

—Iré. ¡Vaya que si iré! Y si oigo esas voces que dices y me dan la impresión de ser de hombres que vivan allí dentro, me bajo y te traigo por el pescuezo al que las dé.


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4 págs. / 8 minutos / 61 visitas.

Publicado el 15 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Silencia

Arturo Robsy


Cuento


I

Por la concurrida calle Juan avanzaba chocando con las gentes que le cortaban el paso. Sus ojos fijos miraban hacia adelante, más allá de todo; podría decirse casi que "por dentro". El semblante desencajado se estremecía a intervalos mientras sus labios pronunciaban inaudibles palabras...

—¡Silencia! ¡Silencia!

Paró de pronto su camino.

Por primera vez pareció darse cuenta de lo que le rodeaba. Bajó la vista a unas manos temblorosas que había llevado hasta ahora inertes colgando de los brazos. Ocultó rápidamente una primera lágrima que empezaba a deslizarse por su mejilla, y rió.

Fue su risa una mezcla de acentos delicados y tristes, y de voces interiores que nada tenían de agradables, que nada tenían de humanas.

Con la cabeza caída sobre el pecho se perdió entre la multitud.

II

La Luna aparecía, rojiza todavía, por detrás de los edificios, cuando Juan pareció despertar de un sueño. Mirá a su alrededor: todo lo era extraño. Estaba en su casa, sí, pero... No comprendía aquello. ¡No comprendía nada! Él no era de allí, él era de... Un nombre fue tomando consistencia en su pensamiento... Un nombre...

—¡Silencia! —exclamó al fin— ¿Silencia? ¿Dónde?

—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?

¡Había alguien más con él! Un hombre le contemplaba, acomodado en un sillón, a su lado. No le conocía.

—¿Qué tienes? —volvió a decir la voz. Parece como si no me conocieras. ¿Quieres que llame a un médico?

—¿Quién eres? —preguntó Juan. Su tono era raro, terrible pensí su interlocutor.

—¡Cómo que quién soy! ¡Vaya hombre! Nos encontramos esta tarde; nos vamos a hacer las mediciones de ese nuevo edificio que hay que construir; venimos luego a tu casa a tomar una copa, y ahora me sales con que quién soy...


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1 pág. / 3 minutos / 54 visitas.

Publicado el 15 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Caza

Arturo Robsy


Cuento


Pedro regresa de la caza con la escopeta al hombro: ha sido un día feliz, siempre acompañado por los crujidos del borrajo bajo sus pies o por los rasponazos de las aulagas sobre las perneras del pantalón. Lleva también junto al pulgar un pinchazo de la zarza, de cuando se detuvo a comer zarzamoras y a dejar pasar el calor insoportable que le agobiaba el cuerpo, y, sin embargo, sonríe mientras silba una vieja marcha de los tiempos del servicio militar, porque la cacería es algo más que una afición para él.

Ahora se detiene y cambia el morral por la percha a la sombra del cabrahigo más próximo: son, en total, seis perdices, dos codornices y tres becadas, algo poco acostumbrado ya por estas tierras cuando se caza solo. Pero, como antes pensaba, hoy era un día especial; incluso a la primera muestra del perro, cuando se levantaron tres perdices, a punto estuvo de conseguir un doblete (el sexto de su vida) y, desde luego, la segunda pieza escapó de ala, soltando plumas...

"Mejor será —concluye— no explicar esto: luego todo es decir que si a los cazadores se nos hacen los dedos huéspedes o que no sabemos pasar sin exagerar un poco."

El setter, a su lado, hunde el hocico entre la caza y respira a gusto los olores de los animales. Se trata de un cariñoso perro, con muy buenos vientos, una verdadera joya que le regaló un amigo francés:

"Usted le hará feliz —había dicho el extranjero—. Yo, en cambio, no sé cazar".

Y así, Zar, el setter, y él, pasaron a formar un magnífico equipo; ambos eran dos apasionados del monte, de pisar y repisar los pajones y patear la fronda, y sólo la oscuridad les alejaba de los cotos, como hoy, que iban ya camino de su coche, gloriosamente cansados y satisfechos, el amo del perro, y el perro, del cazador de mandaba.


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6 págs. / 10 minutos / 67 visitas.

Publicado el 22 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Última Historia

Arturo Robsy


Cuento


Hoy, el Ángel ha llegado a las dies y cuarto de la mañana. Lleva seis días haciéndolo, y ya los más puntillosos han comentado su falta de puntualidad: un Ángel no puede retrasarse quince minutos bajo ninguna excusa.

Los niños le tiran piedras, pero él, sonriendo, aguanta firme y no cede. Se va a posar en lo alto de la Cibeles y se está un par de horas con las alas plegadas y los brazos sobre el estómago. Ahora ya no hace nada; antes hablaba, pero actualmente se limita a mirarnos y a sonreír, como quien hace muecas. (¿Tendrán músculos cigomáticos los ángeles?)

La primera vez, un guardia le quiso quitar de ahí, pero unas viejecitas piadosas lo impidieron. Dijeron que no hacía mal y nadie y que, en el fondo, era bonito: con esto y lo otro (o lo otro y esto) armaron tal alboroto que el guardia tuvo que dejarlo estas, ¡y desde entonces!

Han pasado, pues, seis días y hay quien afirma que la cosa va en serio. Pero, mientras quedamos en algo, ahí están los niños tirándole piedras y caramelos, y el policía mirándole de reojo, entre frustrado y vengativo.

De vez en cuando llegan los de la Televisión y hablan un poco con él y los periodistas, y luego se burlan todos, aunque ya no piensan que sea un señor disfrazado, porque le han visto volar por su cuenta.

Un director de cine sueco llegó el segundo día y está haciendo una película abstracta: la Prensa dice que el peliculero quiere crear un simbolismo entre la civilización y la dulce Arcadia o el Edén, para que los hombres comprendan la de cosas que se han perdido al nacer en la sociedad de consumo.


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3 págs. / 6 minutos / 66 visitas.

Publicado el 15 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

La Escopeta

Arturo Robsy


Cuento


Ésta es una historia que debe contarse al revés, empezando por el fin y terminando casi por el principio. Es, además, una historia triste o, al menos, no lo suficientemente divertida para ser incluida en un almanaque humorístico. Y, naturalmente, no es, en modo alguno, ejemplar.

La historia comienza (o, mejor dicho, termina) cuando el viejo Críspulo le dijo a un sobrinejo de adopción, en la mitad de la tarde:

"Alcánzame la escopeta, chico".

El sobrino, harto asustado para aventurarse con decisiones propias, consultó con ojo elástico a los otros dos hombres que, entonces, llenaban la habitación. Ambos hicieron lo mismo: mover la cabeza hasta donde la sotabarba se lo permitía, y entornar los ojos como quien consiente tristemente en algo que no tiene remedio ya.

Y el mozo descolgó el arma del viejo garabato que la sostenía: era una escopeta que estuvo bien cuidada hasta un mes antes y que, ahora, llevaba, adherido a la vaselina, todo el impune polvo que se paseaba por aquella casa.

Y así fue como Críspulo se abrazó a su escopeta sin ningún pudor. Claro es que fue la última vez, era hermoso ver al hombre tan íntimamente unido al hierro y tan deseoso de hacer un sólo espíritu con el olorcillo de pólvora de los cañones, la madera del guardamano y su propia piel, arrugadeja y reseca como cordobán. Los demás —claro— disculparon la emoción senil de Críspulo porque también sabían que era la última vez, y esto impone respeto, y, si no, separen ustedes a un cazador de su arma y sabrán lo que quiero decir.

Esto es, en teoría, el final de la historia y, por el aquello de la curiosidad que hurga por la espalda, es preciso ahora contar algo más de Críspulo y de su escopeta y, si me aprietan, hasta del sobrinejo que se la alcanzó la última vez, y de los dos hombres que miraban la escena con tanto esfuerzo que parecían hacerlo a través de una piscina turbia.


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Publicado el 22 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

La Madre

Arturo Robsy


Cuento


—Dime, ¿es niño o niña?

—Mujer, ten calma.

Lavado y fresco se lo traen: un niño. ¡Qué hermoso es verle así, callado, con la piel tierna y arrugada y las manitas de estampa!

—Un niño, pequeña: Mamá... ¿qué efecto te hace este nombre?

Y ella calla: por ahí hay gente mala y su hijo es tan pequeño... Un día soportará una burla; otro, una bofetada, y, de caída en caída, pasará por profesores, por amigos, y conocerá la soledad y la tristeza.

Después, la novia, los licores... Un poco más todavía y, quizá, la guerra para morirse joven o...

—Mujer, ¿qué te pasa?

La madre abre un poco los ojos y aprieta suavemente al hijo.

—Menos mal que no ha sido una muchacha.


17 de octubre de 1972


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Publicado el 28 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

La Taberna

Arturo Robsy


Cuento


Nota

Algunos amigos, con un criticismo notable, me piden que escriba un cuento enjundioso, un cuento en el que pretenda decir algo, en el que, como es moda, me "comunique".

Y como el mundo, por el momento, es de la juventud, y la juventud es considerablemente rebelde, mis amigos y yo decidimos escribir un cuento moral, un

CUENTO PARA EPATAR BURGUESES

(épater les bourgeois)

Prefacio

Mucho antes de que Emilio Zola escribiese su famosa novela "La taberna", ya existían como entidades con vida propia:

a) Los taberneros.
b) Los sinvergüenzas.
c) Los burgueses propiamente dichos.
d) Y los intelectuales.

Y mucho después de que Zola haya pasado a ser un clásico del naturalismo, todavía sobreviven estas cuatro especies de humanoides.

Cuento

La historia comienza en la Gran Ciudad, en uno de los barrios pobres ("barrios obreros" se les llama ahora) por donde iban paseando dos presuntos intelectuales: uno muy joven y otro que no lo era tanto aún cuando lo disimulaba con una melena "a la moda" y una mirada tan agresiva y violenta como era capaz de fingir.


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5 págs. / 9 minutos / 71 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

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