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Los Cazadores de Osos

Arturo Robsy


Cuento


Menorca, la bien arbolada, era una isla demasiado boscosa para el gusto de muchos campesinos que, poco a poco, la fueron talando para conseguir nuevas tierras de cultivo. Era Menorca tan pequeña que un palmo de terreno era indispensable para sembrar en él el trigo que los hombres se comerían vuelto pan, o el forraje que los hombres guisarían vuelto vaca.

Con esto fueron menguando los bosques, pero todavía eran formidables y espesos, porque el campesino se conforma con lo necesario y sólo mata en último extremo. Además, los labradores comprendían que aquellos árboles, casi azules, algodonosos, les sujetaban la tierra y les protegían los cultivos del díscolo Viento del Norte que, desde que la Isla fue Menorca, se había obstinado en arrancarla de su lugar a fuerza de grávidos soplidos.

Pero los hombres que durante tanto tiempo habían temido al bravucón Mediterráneo, aprendieron por fin la forma de dominarle por completo y se hicieron marineros. Y, por el mar, descubrieron el comercio, y, por el comercio, la riqueza y por la riqueza, volvieron sus ojos contra el bosque y decidieron que él se la proporcionaría toda de golpe.

Así comenzaron las grandes talas. Las cuadrillas empezaban al amanecer afilando las segures con sus piedras rojas, y, hasta la noche, en el bosque no se oía más que el ruido de las hachas cayendo contra las indefensos troncos rugosos, las voces "¡madera!" y el desgarrarse y troncharse de los árboles que caían abatidos.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 40 visitas.

Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Primer Herrero

Arturo Robsy


Cuento


Aquellas viejas historias que la tele asesinó...


Hubo un tiempo en que Menorca no era nada. El Mediterráneo era un juvenil mar, más amigo de los díscolos vientos y de las turbias nubes que de cobijar a los hombres. Sólo algunos pescadores se aventuraban por sus riberas dispuestos a medirse con el joven mar desde la tierra: así nacieron los boliches y los palangres, ciertos tipos de nasas y las cañas de pescar.

Pero esto era insuficiente y el mar lo sabía y sonreía feliz en las crestas de sus más impresionantes olas: el hombre tardaría muchos, muchísimos años en aventajarle.

Hubo pues, un tiempo en el que Menorca no era nada. Su lugar lo ocupaban las espumas mediterráneas, los desbocados vientos, las lluvias del otoño y las familias de los animales marinos. Solamente mar y mar, sin tierra verde, sin algodonosos bosques de pinos, sin hombres sudando sobre los arados y sin calafates encaramados a las volcadas barcas.

El rey Pons, que buscaba reino, se asomó un día a las orillas del continente, al lugar preciso en que la piedra cede al mar violento y es arena y barro. Le alucinó el Mediterráneo; le llenó el alma de sal y, con la sal, de verdosas semillas de viento del norte y de prolongados espacios.

Y Pons ya no quiso ser rey más que de las olas y la espuma. Ya no quiso los imperios de la tierra firme, ni las fuerzas de la piedra, y pensó en Menorca, pero Menorca, amigos, no existía. Menorca no era nada: ¡Pobre rey Pons a punto de naufragar con sus ilusiones!

Pero el rey Pons, que buscaba reino, rodeó el mar y conoció a todos los hombres que vivían en sus orillas. Habló con los corredores de caballos de mar, con los pastores de delfines, con los inquietos buscadores de ágatas, con los tostados olivareros y hasta fue amigo de Festos, que por aquel entonces comenzaba a manejar los primeros rojizos metales.


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5 págs. / 10 minutos / 38 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Episodios Nacionales

Arturo Robsy


Cuento, crónica


Prologuito


Dicen algunos que soy muy observador. Mentira. Las cosas que veo es que están muy ahí, al alcance de cualquier ojo por miope o astigmático que sea, y, aún así, muchas se me pasan por alto, porque soy muy distraído y, entonces, me las tienen que contar para que pueda, por fin, olvidarlas cómodamente.

Otras, en cambio, no se me van de la cabeza y, cuando las comento, resulta que, a lo mejor, son falsas, lo cual es muy bueno para un tipo que se dedica a contar historias.

No soy metódico tampoco, pero, por juego, me molesto en llevar un par de ficheros y un cuaderno donde apunto y clasifico los pintoresquismos con los que me doy de bruces.

Tenía que titular de alguna forma este trabajito supletorio, que hago, generalmente, cuando paseo con la novia o me voy de picos pardos por las tabernas (que de todo hay en la viña del Señor). Y he aquí que le he puesto "Episodios Nacionales", porque contiene las bravas aventuras que todavía hoy se pueden correr en mi tierra, que, salvo excepciones, dignas del mayor respeto, es también la suya, lector.

Y, después de todo este prologuito, pasemos a las duras realidades, no sin advertir que algunas de ellas pueden ser falsas, bien porque me las contaron ya falsificadas, bien porque yo no resistí la tentación.


1.º— Tengo en mis manos un precioso panfleto verde que anuncia las fiestas de Alcaufar, esa cala incomparable que todavía no ha sido falsificada convenientemente. Quienes lo redactaron tenían un buen sentido del humor, un excelente sentido, que yo les agradezco. Así, anunciaban con simpatía:


"Grandes Fiestas en ALCAUFAR-CITY, 73."


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6 págs. / 11 minutos / 48 visitas.

Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Penúltima Historia

Arturo Robsy


Cuento


El viejo Zeus, desde lo alto del Olimpo, miraba pensativo el universo y recordaba con nostalgia aquellos viejos tiempos en los que era llamado el padre-de-los-Dioses-y-los-Hombres... ¡Inútiles cosas cuando sólo el dorado Olimpo prevalecía el caos! Y, además, Zeus se sentía demasiado viejo para volver a empezar de nuevo; por eso una lagrimita plateada se le descolgaba a intervalos de los pesados párpados y, por los surcos de las mejillas, se le perdía en la venerable barba.

—El padre Zeus está triste —decía en el Olimpo—. ¿Qué le pasará al padre Zeus?

Él, que fue tan alegre y dicharachero; él, cuyas disputas con Hera fueron el regocijo de todos; él, en fin, famoso mujeriego y renombrado juerguista... El dios con más parentela (legítima) que recuerdan las crónicas... ¡Pobre Zeus triste! ¡Pobre dios sumergido en sus angustias! Y es que se encuentra sólo; es que está asistiendo al fracaso de toda su obra, al hundimiento de la creación ésa donde había puesto sus mejores ilusiones y sus mayores esperanzas.

El Olimpo entero se hace lenguas del tenebroso talante del padre Zeus:

—El padre Zeus está triste —dicen—. El padre Zeus llora.

Temen, quizá, por su salud. La cara agrietada se le oscurece y sus barbas eternamente jóvenes son ahora canas. El padre Zeus es viejo, de acuerdo, pero siempre lo ha sido y sin embargo nunca se dejó vencer por el peso de la edad y el dolor del tiempo. Y es que el padre Zeus, después de tanta lucha, saborea su fracaso y nota el sabor de la desdicha sobre sus labios.

En esto llega hasta él Apolo, el guapo hijo que le nació de Leto hace milenios. Apolo, como todos, ha perdido el encanto de la juventud. El pelo, que fue rubio, pinta ya borrascosas nieves, y la esbelta línea de su cintura se ha espesado y retorcido. También, a la nueva usanza del Olimpo, gasta bigote caído y lacio que le marca el rostro con un indefinible aire de pena.


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6 págs. / 11 minutos / 41 visitas.

Publicado el 24 de abril de 2022 por Edu Robsy.

¡Canta, Compadre, Canta!

Arturo Robsy


Cuento


A Vicente M., redomado golfista, con admiración


—¡Las diez y misión cumplida! ¿Estamos todos aquí? ¡Quién sabe! A ver: Antonio (¡Presente!), Juan (¡Servidor!), Cristóbal (¡Cómo éste!), Pedro...

—¡Pedro!

—Que no, que no está Pedro. Pero, ¿cómo es eso? Si hace un momento que le vi hablando con Juan.

—Eso era ayer, tú.

—¿Ayer? ¡Hay que ver cómo pasa el tiempo!

—No importa, ¿verdad? Somos bastantes. Así está bien. Somos uno, dos, tres, cuatro y cinco.

—Pero, ¿qué hacemos?

—¡Qué hacemos! ¡Qué hacemos! ¡Punto redondo!

—¿No son las fiestas? Pues a divertirnos. Compraremos espantasuegras y trompetas y gorros de papel y pelotas con elástico, y nos divertiremos.

—También hemos de subir en los autos de choque.

—Y a ese balancín. Cuando sube se te revuelven las tripas de una manera...

—Pero, ¿a qué hora iremos al baile?

—Hay tiempo para todo, ¿no?

—Pues, hale, a por el espantasuegras (matasuegras tendría que ser, matasuegras).

Caminamos por la calle mayor en busca de la primera "turronera", que a saber por qué se llamará así, porque, de turrón, nada. Calle Mayor abajo, con buena alegría en la cabeza y divertido sonar de la calderilla en los bolsillos.

El ciudadano Antonio es el primero en desmandarse.

—¡Me cisco en los espantasuegras! ¿No veis que Casa Manolo está abierto?

—¡Eso! Lo primero es tomar un buen gin.

—Claro que sí.

Lo primero y lo último, porque sabe Dios el gin que hemos trasegado entre los seis durante el día... Perdón: los cinco, porque Pedro ha desaparecido. No importa. Casa Manolo tiene la virtud de tranquilizar las más rebeldes conciencias.

Cristóbal canturrea a mi lado mientras esperamos la vez:

—Amur, Amarillo y Azul; Bramaputra, Ganges e Indo.

—¿Y eso?


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5 págs. / 9 minutos / 45 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2022 por Edu Robsy.

Tres Finales para un Cuento

Arturo Robsy


Cuento


La historia —ésta, al menos— empieza así:


"El hombre exclamó: esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Génesis, 2, 23).


"Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, sin avergonzarse de ello" (Génesis, 2, 25).


"Vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él sabiduría y tomó su fruta y comió y dio también de él a su marido, que también con ella comió" (Génesis, 3, 6).


Se trata, pues, de una triste y larga historia que ha tenido muchos finales, ninguno definitivo, ninguno excesivamente distinto. Se trata del primer pecado de la humanidad, que no fue la desobediencia, que no fue el orgullo, sino el hecho claro y contundente de que Adán y Eva no estaban casados. Así, como suena: no realizaron más ceremonia que la de buscarse un rinconcito donde experimentar sus anatomías.

Ignoro si hemos mejorado o no desde aquel entonces. Ellos no estaban casados, sí, pero es que no podían estarlo, porque, siendo los dos únicos seres humanos de la Tierra, ¿quién iba a oficiar? Ahora, en cambio, hay oficiantes y, aún así, son muchos los que siguen prefiriendo el sistema de Adán y Eva, y son más todavía los que vienen a estar desnudos y a ser una sola carne sin experimentar ni vergüenza ni intranquilidad.

El cuento que pretendo explicarles no es el de que Adán y Eva comieran de la manzana, sino la especial circunstancia que les permitió llegar a hacerlo, a saber: que eran hombre y mujer y estaban solos a merced de su mundo, a merced de su carne y a merced de su demonio. Visto así, éste es un cuento que nunca termina.


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6 págs. / 10 minutos / 41 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2022 por Edu Robsy.

Y Adiós

Arturo Robsy


Cuento


"El hombre es un mecanismo que el amor propio supera cada día"
—Louis Dumur, Petits aphorismes (1892)


El viejo, recomido por la edad y por algún recuerdo que le permanecía demasiado cercano, acabó con el último escalón. Jadeaba. Dudaba entre sentirse furioso o desgraciado. Los años... claro que aquello no era una cuestión de edad, sino de experiencia. Si él pudiera, tan sólo, hacer comprender al otro, al joven, que el tiempo, pese a todo, es un aliado... Si él pudiera romper, por una vez, su silenciosa torre de marfil y volverle realmente hombre...

Le miró por la ventana deslucida. Callado, violentamente callado, el joven escuchaba la música dulzona y triste de Chopin: re, sol-fa, sol, la-si, si, la, si... Había un no sé qué de muerte en el gesto del inmóvil joven Se diría que hasta la soledad había perdido, o que había olvidado todas las palabras.

Él era únicamente sus manos. Él era únicamente el nervioso balanceo del llavero que le colgaba de los dedos, y el viejo, jadeando todavía, le miraba entre la furia y el dolor, siquiera sin saber qué hacer ni qué decir. Mientras, Chopin continuaba en el cénit de su repelente dulzura (do, do, sí, mí-re, do, si, fa, sol, la...).

El joven tenía a su lado cigarrillos, pero no fumaba. El joven tenía enfrente una ventana, pero nada veía por sus rendijas. El joven tenía sobre su oído al malvado Chopin, y nada, nada, oía. Era —según el viejo— una cabeza atolondrada que tal vez, creyó llegar a una meta. Era —sin duda— un hombre vuelto en animal dolorido, en silencio, en soledad.

Una hora antes había subido el joven a la habitación de arriba:

—Es hora —dijo— de hacer el equipaje.


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Publicado el 30 de abril de 2022 por Edu Robsy.

Los Bienaventurados

Arturo Robsy


Cuento


No dejéis a los niños sin justicia ni sin pan. —Proverbio francés.


Desde el Paraíso la Tierra se ve con una extraña y reconfortante forma de manzana, que hace olvidar a los bienaventurados que, allá abajo, continúan todavía los problemas de su época. En ocasiones, gustan de elucubrar sobre el destino del mundo si tal o cual cosa no hubiese sucedido.

—Si Ciro no hubiese nacido...

—Si Alejandro no hubiese muerto...

—Si César no hubiese pasado el Rubicón...

—¿Quién me iba a decir a mí que las ideas de aquel teniente de artillería tardarían tanto en apagarse? Si Napoleón no hubiese...

Eran distracciones de las buenas gentes, que, pese a ser inmensamente felices, pensaban todavía en la Tierra y se sentían, a veces, dominadas por la nostalgia. Por eso el Buen Dios que todo lo comprendía, les dio la facultad de contemplar de cerca a los mortales y, en ocasiones, hasta captaban retazos de sus conversaciones. Lo que invariablemente sí llegaba hasta sus oídos era el fragor de los tiroteos o el estallido de las enormes bombas, y ellos, meneando tristemente la cabeza, murmuraban:

—Siguen todavía. Siguen todavía.

Pero incluso en su queja había una sagrada inconsciencia, una falta de miedo por el destino de la humanidad, ya que morir, ¿qué significaba en un lugar como el paraíso? ¿Acaso no habían muerto ellos? Deploraban que los hombres diesen tanta importancia a cosas evidentemente secundarias, como la vida y la muerte. Un aspecto peor del mismo problema era que se atentase contra la vida de los genios o se condenara al ostracismo al eminente físico que no quiso hacer, por ejemplo, una nueva bomba. Y, también, sufrían por la falta de fe de los hombres, y por sus vicios... hubieran querido encontrar un modo de convencer a toda la humanidad para que abandonase sus errores.


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Publicado el 13 de mayo de 2022 por Edu Robsy.

En Vuelo

Arturo Robsy


Cuento


Para Isabel, mi novia, en su cumpleaños


—Los aviones de ahora tienen muy poco que ver con el que utilizaron los hermanos Wright en su primer vuelo —esto es lo que dice alguien detrás de mí, en la sala de espera del aeropuerto donde todos aguardamos nuestra hora.

Continúa la voz:

—Volar es hoy en día lo más fácil y lo más seguro; sin embargo el hombre no se ha acostumbrado todavía, hay algo horrible en el conocimiento de que tres o nueve kilómetros de aire te separan de la querida tierra...

No presto ya atención. España es el país de los filósofos de circunstancias, de los individuos que aprovechan cualquier ocasión para explicar y explicarse su particular forma de entender las cosas; de los barbianes que leyeron tal noticia en una revista y la comentan infinitas veces después, como si el mérito de tal nuevo motor aéreo o de tal mecanismo de seguridad fuese absolutamente suyo. Donde se reúnan más de dos papanatas admirativos siempre aparecerá uno de estos informadores voluntarios dispuesto a hacerles comprender lo bueno y lo grato y lo asombroso que es vivir en 1973, al amparo de la potente tecnología de "nuestros" científicos.

La sala de espera, entretanto, se ha ido poblando de personitas pensativas. Hablan quedamente, vigilando al vecino más cercano, y sonríen, casi misteriosas, a quienes subieron a despedirlas. El ritual de las manos de los viajeros merece también un apartado:


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Publicado el 13 de mayo de 2022 por Edu Robsy.

La Madre; El Hogar; El poeta; y No Era Amistad

Arturo Robsy


Cuento


La madre

—Dime, ¿es niño o niña?

—Mujer, ten calma.

Lavado y fresco se lo traen: un niño. ¡Qué hermoso es verle así, callado, con la piel tierna y arrugada y las manitas de estampa!

—Un niño, pequeña: Mamá... ¿qué efecto te hace este nombre?

Y ella calla: por ahí hay gente mala y su hijo es tan pequeño... Un día soportará una burla; otro, una bofetada, y, de caída en caída, pasará por profesores, por amigos, y conocerá la soledad y la tristeza.

Después, la novia, los licores... Un poco más todavía y, quizá, la guerra para morirse joven o...

—Mujer, ¿qué te pasa?

La madre abre un poco los ojos y aprieta suavemente al hijo.

—Menos mal que no ha sido una muchacha.

El hogar

Hoy es un día feliz: ahora, los cuarenta años y, por la mañana, su mujer le ha besado y sus niños, antes de ir a la escuela, le han dicho un indiferente "felicidades, papá", porque la madre les ha aleccionado.

Cuarenta años. Bien: una fecha para hacer balance y sacar el saldo de su vida. Con el puro y el diario entre las manos, comienza. Realmente no se puede quejar: vive bien en una casa cómoda; tiene una mujer hermosa que envejece y unos hijos sanos.

La historia... ¡hum! Es difícil recordar los pormenores: hay, desde luego, momentos luminosos bien grabados pero, a continuación, sombrías lagunas en la memoria. Sí: de niño, con pantalón y peto, paseando por el puerto en una barca, y su padre, con bigotes, hurgando en el motor, enrojecida la cara.

Una herida, sangre, el médico principiante que cose con sus agujas curvas y él, sobre la mesa, llorando de pura rabia.

Un cierto juego de médicos con alguna vecinita.

Una pedrada; la antigua pandilla de amigos de la guerra donde él era, alguna vez, comandante.

Un religioso repitiendo: Brahmaputra, Ganges e Indo, y haciendo sonar la carraca.


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Publicado el 13 de mayo de 2022 por Edu Robsy.

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