Textos más populares esta semana de Arturo Robsy disponibles | pág. 15

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Esponsales

Arturo Robsy


Cuento


Para Juan Luis Sánchez
 

—¿Por qué no? —dijo el Padre por enésima vez. Llevaba cosa de minuto y medio repitiendo "¿por qué no?" como si le encantase el sonido de las tres sílabas o sacase de ello singulares placeres vedados al resto de los mortales.

—¿Por qué no? —manifestó aún.

El Novio a quien dirigía sus inquisitoriales salvas no supo qué responder. El mismo se hacía, de bocas para adentro, las mismas preguntas: "¿por qué no?". Así uno y otro desgranaban su rosario de sonoras sílabas sin llegar a mejores soluciones.

—Quisiera —explicó el Padre— que usted me comprendiese bien.

—Claro, claro —dijo el Novio, que aún no consideraba necesario prescindir de la cortesía—. Claro, claro.

—Usted me dirá —aventuró el Padre— que soy demasiado exigente.

—¡Oh, no! ¡Oh, no!

—Sí, sí. Usted dirá eso. Incluso se preguntará por los derechos que puedo o no tener, y hasta por la justicia de mi decisión.

El Novio puso cara de rotunda negación, la misma que exhibía, años atrás, frente a los profesores que le acusaban de algún pecadillo estudiantil. Para su caletre, en cambio, hacía ya tiempo que decidió que su Futuro Suegro o estaba chalado o necesitaba unos buenos remiendos en la íntima y secreta tela que los hombres suelen llamar alma.

—Veamos —dijo el padre—: usted se ha presentado aquí con la intención de recibir a mi hija a cambio de nada.

—¡Pero para casarme con ella! —exclamó el Novio ruborizado con la sola idea de pretender a la hija de aquel señor por otros motivos menos razonables y románticos.

—Para casarse con ella, así —puntualizó el Padre. Ahora bien: es cierto que usted no me da nada a cambio y que será el único beneficiado si el trato se cierra en las condiciones que usted fija.

—Yo... —comenzó el Novio con voz insegura.


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Publicado el 1 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Silencia

Arturo Robsy


Cuento


I

Por la concurrida calle Juan avanzaba chocando con las gentes que le cortaban el paso. Sus ojos fijos miraban hacia adelante, más allá de todo; podría decirse casi que "por dentro". El semblante desencajado se estremecía a intervalos mientras sus labios pronunciaban inaudibles palabras...

—¡Silencia! ¡Silencia!

Paró de pronto su camino.

Por primera vez pareció darse cuenta de lo que le rodeaba. Bajó la vista a unas manos temblorosas que había llevado hasta ahora inertes colgando de los brazos. Ocultó rápidamente una primera lágrima que empezaba a deslizarse por su mejilla, y rió.

Fue su risa una mezcla de acentos delicados y tristes, y de voces interiores que nada tenían de agradables, que nada tenían de humanas.

Con la cabeza caída sobre el pecho se perdió entre la multitud.

II

La Luna aparecía, rojiza todavía, por detrás de los edificios, cuando Juan pareció despertar de un sueño. Mirá a su alrededor: todo lo era extraño. Estaba en su casa, sí, pero... No comprendía aquello. ¡No comprendía nada! Él no era de allí, él era de... Un nombre fue tomando consistencia en su pensamiento... Un nombre...

—¡Silencia! —exclamó al fin— ¿Silencia? ¿Dónde?

—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?

¡Había alguien más con él! Un hombre le contemplaba, acomodado en un sillón, a su lado. No le conocía.

—¿Qué tienes? —volvió a decir la voz. Parece como si no me conocieras. ¿Quieres que llame a un médico?

—¿Quién eres? —preguntó Juan. Su tono era raro, terrible pensí su interlocutor.

—¡Cómo que quién soy! ¡Vaya hombre! Nos encontramos esta tarde; nos vamos a hacer las mediciones de ese nuevo edificio que hay que construir; venimos luego a tu casa a tomar una copa, y ahora me sales con que quién soy...


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1 pág. / 3 minutos / 54 visitas.

Publicado el 15 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Luisa

Arturo Robsy


Cuento


Luisa (Luchy, a fin de cuentas) era una muchacha guapa, terriblemente guapa y, también terriblemente aburrida. Bien poco se podría decir sobre su historia salvo el hecho de que, un día, despertó y se encontró haciendo cuarto de bachillerato.

A continuación, como todas las mocosillas de su edad, empezó a mirarse en el espejo y a vigilar su pecho, ansiosa de que creciera; ansiosa, en su suma de ser una mujer (¿con toda la barba?).

Los veranos los pasaba extendida en una playa y esquivando las tareas que su madre le imponía. De esta forma descubrió que no hay languidez mayor que la de los atardeceres, ni gloria tan perecedera como los helados de fresa que uno toma después de comer. Además aprovechó para tener el primer amor, esa cosa indefinida sin la que una jovencita no se decide a sentirse mujer. De manera que eligió con cuidado y, luego amó tanto como pudo a un joven británico que al principio no reparaba en ella.

La cosa fue de maravilla y Luisa (Luchy, después de todo) estuvo alternativamente feliz y desgraciada, y saboreó muchos polos de peseta. ¡Aquel tiempo feliz en compañía del ingresito de su alma!

Además, daban largos paseos por los roquedales o tomaban el fresco al pie de un árbol raquítico. Y, así, un día se tomaron de la mano y otro se las apretaron.

Después, alguien pronunció la palabra mágica: Amor, y decidieron que tanto Romeo como Julieta como Calixto y Melibea fueron unos chiquillos a su lado. En consecuencia se besaron. Y fue un beso rápido, vergonzoso, donde todo fue dicho a través del sonrojo que les entró a ambos. Aún así, la escena quedó largamente anclada en sus memorias y, a pesar de que no se repitió, Luisa, diez años después, todavía pensaba en aquel inglesito amado y en aquella tarde en que, torpemente, se dieron los labios.


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3 págs. / 6 minutos / 54 visitas.

Publicado el 23 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Radio "La Mar"

Arturo Robsy


Cuento


Ni mentir ni dejar que mientan

Emisiones electorales de la famosa Radio La Mar. Vote después de haber reído.

Experimento sociológico sobre la negación de la realidad. Papeles de Trapisonda.

Estas historias de Radio La Mar, puro diálogo e impuro despropósito, se basan en dos hechos fundamentales:

El Primero, que la Constitución nos reconoce el derecho a recibir información veraz y, por lo tanto, prohíbe que se nos mienta como método. Nada dice la engolada «Ley de Leyes» sobre intenciones que puedan ser excusa para la mentira; o sea que desear ganar unas Elecciones o vender un perfume, no justifican el intento de engañarnos. Pero nos engañan todos los días desde todos los medios, porque la modernidad es cosa de propaganda y es fundamental que el dominado siga satisfecho con su situación. Además, no hay juez Garzón que se atreva con los mentirosos: no es tan valiente. Libertad de Expresión, sí. Pero no libertad de mentira.

El Segundo, que no hay cosa más inútil que una que esté partida, y los Partidos son y aspiran a ser trozos de sociedad, fragmentos de convivencia. Es necesario vigilar y limitar el Poder, pero con leyes y no con grupos particulares, si puede expresarse así.

De ahí se crea, en esta ficción disparatada, el Partido Entero, que quizá busca la unidad de lo fundamental, pero no de lo accesorio. Por ejemplo, nadie se arremolina porque el euro sea la unidad en lo dinerario: el dinero, aunque necesario, es el accesorio de los acesorios.

Por eso —si sigue leyendo— verá que el ficticio Partido Entero, puesto en la necesidad de ofrecer un programa electoral, lo resuma en “No mentir ni permitir que otros mientan”.


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22 págs. / 40 minutos / 53 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Primeras Notas para la Historia de Menorca en 1973

Arturo Robsy


Artículo, crónica


Estoy seguro de que dentro de 100 años seremos unos desconocidos. Los futuros menorquines de entonces no habrán visto de nosotros más que retratos descoloridos o, con suerte, nuestros rostros viejos antes de morir.

Las fotografías que tan alegremente nos sacamos con nuestras máquinas de plástico y que tan caras nos resultan, serán cartulinas apenas sin color en el interior de los pocos álbumes que por esas épocas sobrevivan. Alguien dirá señalando la foto de un muchacho que hoy tiene dieciocho años:

—¿Y éste? ¿Quién es?

El heredero del álbum, joven dentro de 100 años, hará memoria:

—Un bisabuelo, creo.

—¿Y cómo se llamaba?

Y lo más probable es que el joven no lo sepa y tenga que consultar a su padre, o a la fecha escrita detrás del cartoncito.

Como sabemos todo esto, es obligación nuestra dejar a esos descendientes (que en este momento a lo mejor leen el cuento) un relato fidedigno de nuestra Menorca de 1973, con todo lo que esto significa.

Aquí queda, pues, este trabajo para los historiadores de lo porvenir.

Menorca era, a finales de 1973, una isla de tantos kilómetros cuadrados, menos tantos otros que pertenecían a extranjeros. Su población ya no se contaba en "almas" como en los viejos libros de geografía, seguramente por la dificultad de sacarlas a flote: se hacía por censos, consumo per cápita de kilovatios-hora, número de teléfonos y número de televisores.

La gente, como siempre, iba y venía de acá para allá, sólo que, últimamente, en lugar de ir a merendar bajo un pino y engrasarse bien los dedos con tortilla de patatas y cebolla, prefería comer al amparo del cemento de restaurantes donde, en ocasiones, alcanzaba a hacerlo tan bien como en su casa.


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7 págs. / 13 minutos / 53 visitas.

Publicado el 11 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

La Muerte Viene del Mar

Arturo Robsy


Cuento


Para María Teresa Arias-Salgado Robsy
(para que siempre siga respetando tantas pequeñas y utilísimas vidas).


En Tófol es viejo hace muchos años. Es uno de esos desafortunados hombres que sobreviven a su decrepitud y tienen la mala ocurrencia de ponerse a vivir años y más años mientras todo deja de ser lo que era. Así, hasta ochenta y cuatro años, tres meses y doce días: los de Tófol.

El día que se retiró los compañeros le hicieron una despedida: él era carpintero y se reunieron en el almacén con una botella de gin y muy buenos propósitos.

—Ahora —le dijeron— podrás descansar.

—Ahora —le explicaron— tendrás tiempo para tus cosas.

Pero olvidaron preguntarle si de verdad quería Tófol descansar o tener todo el tiempo del mundo. Le echaron simplemente. ¡Valiente cosa! La gente matándose por ahí y volviéndose necia para matar el tiempo. La gente gastándose dinero y más dinero para hacer algo mientras descansa, y a Tófol solamente le daban un traguito de gin, una palmada en la espalda y cuatro malas perras, "para tabaco", y para "ayudar un poco en casa".

—No nos sirves —le decían en realidad—. Ya no tienes las fuerza de hace veinte años. Ya no se te puede confiar la sierra grande. Ya no te van tan bien las manos. ¡A la calle!

¡Leche! Era cosa de parar un momento el carro de la edad y ponerse a hacer preguntas. Por ejemplo: ¿para qué exactamente se pasó trabajando cincuenta y cinco años? ¿Para quién? ¿Eh?. "Ya no nos sirves. ¡A la calle!". Tófol no estaba entonces tan viejo que no se diera cuenta de que algo fallaba en este asunto.

—Te quieren mientras les ganas dinero —sí, de acuerdo—. Pero tampoco sería lógico que te soportaran cuando eres un inútil. ¡Cuánta razón! ¡Cuánta verdad! ¡Leche...!


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6 págs. / 10 minutos / 52 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Primeras Crónicas Populares del Viejo Buda

Arturo Robsy


Cuento


Buda ha sido, sin duda, uno de los cinco hombres que más han influido en el Pensamiento Universal. Yo, como el doscientos por cien de los españoles, al pensar en Buda imaginaba estatuas con enormes brazos debajo del vientre, piedras con la pátina de la edad, exóticos nombres como Yokohama... Pero la resonancia de Buda fue tal que el pueblo —su pueblo— se le apoderó de la figura para transplantarla a una mitología del más puro sabor popular.

Martin Hoenülher tradujo al bávaro una pequeña colección de Máximas de Buda oídas a los nativos (mientras comían con curry) durante su viaje a La India en 1837. He tomado nota de algunas de ellas, porque el lector menorquín merece sonreír un poco y meditar otro poco ante estas perlas de sabiduría popular, tan parecidas algunas a nuestro refranero.

Retrato de Buda

Era un viejecito —no un hombre viejo— miope, profundamente alegre, con el vicio de inclinar la cabeza para escuchar (quizá a causa de una sordera no confesada), el de tomarse seriamente las cosas serias y el de sonreír por encima de todo. Pasó la vida recorriendo el mundo, hablando lo imprescindible y meditando. Al contrario que muchos pensadores occidentales, él no encontró amargura en el poso de las cosas, ni se inclinó por la crítica acerba.

—Vivir, como morir —dijo en los últimos golpes de la agonía— sólo tiene un inconveniente: la espera.

Anduvo muchos caminos Buda. Se adentró en mil nuevas fronteras y su ingenio (mucho más castizo de lo que el lector pueda imaginar) quedó ahí, a la vista de todos, dando definitiva y precisa fe de cómo se puede ser santo sin pasar por tonto.

(¡Ah, estos hindúes! Si un día se comen las vacas no sabrán qué hacer con tanto cuerno).

Primera serie

(Máximas Cortas. By Martin Hoenzülher. Edición en bávaro de 1838)

(Reinaba Chundraguptha)


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Publicado el 11 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Enrique Libre Pons No Irá al Paraíso

Arturo Robsy


Cuento


Enrique Libre Pons no irá al Paraíso. Así se ha decidido.

Sin equivocarnos, podríamos echar la culpa a sus muchos pecados. Amaba, por ejemplo, con fundir a las jovencitas retándolas a repetir, a toda velocidad, "del coro al caño y del caño al coro", en espera de que se les trabucase alguna vocal entre coro y caño y resultara una palabra contra la moral.

Daba extraños consejos a los amigos, siempre con aquel tono entre burlón e incitante de marginado social: "no pongas un solo cojín en la bandeja de tu coche —decía—: pon dos y bien grandes y hermosotes. Así, cuando pases por ahí la gente podrá comentar: ¡vaya dos cojines que tiene el tipo! Algo es algo, ¿no?"

Predicaba alegremente en el desierto y encontraba divertidas las angustias que a los hombres les calientan el vientre y les hacen sentir la infelicidad de su especie. A un amigo le dijo en cierta ocasión, a raíz de una historia morbosa que acababa de contarle: "si la vecina de enfrente duerme con las ventanas abiertas, ve al oculista o aprende a respetar la intimidad. Todos, bajo los vestidos o tras de las paredes, estamos igualmente desnudos. Pienso que existen más de mil novecientos millones de cosas como las que ves en tu vecina, por muy redonditas y tersas que te parezcan".

A principios de año jugaba a desanimar. "Año nuevo, vida nueva —explicaba—. Pero como tu vida no va a cambiar mientras no lo haga la de tu vecino, si de verdad te interesa ser otro, vivir de distinta manera, pertenecerte o ensayar una nueva forma de ser feliz, aléjate de él. Vete a los espacios libres. Hazte jipi (hippie) o vagabundo. ¿Por qué no? Y, si no te interesa, ya es otra cosa: no digas año nuevo, vida nueva".


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Publicado el 6 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Floresta Varia de Añagazas, Industrias y Trápalas

Arturo Robsy


Cuento


—De cómo roban dineros honradas gentes sin conciencia.

—De cómo los despojados imaginan que ésta es la justicia en el valor fácil de las estampas.

—De cómo aún es mayor el dolor de ser víctima que aquel que se sigue del dinero perdido.

—De cómo hombres y mujeres de nuestras tierras sufren estas cosas en silencio.


(Confidencia de amigos)


Primer caso. De tocamientos, magnetófonos y etcéteras

Tenía un magnetófono aquel muchacho. Un Sanyo, según su denominación comercial. Un valiente aparato con más de seis años de antigüedad que siempre funcionó a las mil maravillas... Siempre es un decir, porque las cosas fueron solo bien hasta que se compró un transformador, para que el cacharrito no acabara con tanta y tanta batería.

Funcionó con él quince minutos exactos y, en consecuencia, mi muchacho fue a cambiarlo al comercio, comercio, además, donde se compró el magnetófono. Con el nuevo transformador estuvo en marcha otro cuarto de hora. ¡Bien! Algo se había conseguido: el error estaba en el Sanyo y no en otra parte.

Hete aquí que el muuchacho vuelve al comercio y explica a una niña muy mona el asunto. Se enchufa el magnetófono y, al cuarto de hora, ¡cras!, la aguja que marca la batería cae y las canciones suenan como barritar de elefante en celo.

Sí, sí; de acuerdo. Cosa fácil... Vuelva usted dentro de un par de semanas. Por entonces habremos curado su cacharrito. Y él, hombre desconfiado, regresa al cabo de veinte días para dar más tiempo. Le entregan su aparato muy bien envuelto en papel de colores y le cobran ciento y pico de sus mejores pesetas.


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Publicado el 11 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Muerte de Julio Sánchez

Arturo Robsy


Cuento


Julio Sánchez ha muerto de "no se sabe qué". Quizá de amor, como él mismo dijo en la cárcel sepulcral de su cama de hospital; pero todos coinciden en que a Julio Sánchez se le había pasado ya la edad de la lujuria y los melindres.

Muerto Julio Sánchez, la cosa es como sigue: nada deja si no es su cadáver reseco. Nada se lleva más que recuerdos y decepciones. Su casa, que ahora soporta una hipoteca, queda cerrada y con cinco habitaciones. En una Julio Sánchez se sentaba a esperar las horas, en una mecedora con agujeros de carcoma. Al alcance de la mano, una mesita con libro: "La muerte en la Pradera", "Los Pensamientos de Pascual", "El Viaje a la Luna" y "El libro de los Muertos". La ventana de este cuarto tiene cortinas azules y rota la persiana. El suelo es de baldosa roja y tosca. Por el papel del cielo raso se adivinan las vigas del techo, y en la mesa grande, donde Julio Sánchez comía dos veces al día, permanece quieto para siempre un cenicero de plata que fue de un tío navegante que tuvo.

En la otra habitación Julio Sánchez remataba todas y cada una de sus noches. La cama, de estilo colonial, casi negra y puntiaguda, no es la cada donde murió Julio Sánchez. En ella, por cierto, le engendraron y en ella alimentó los sueños de hombre maduro que le vinieron, y los miedos de verse sin compañía mientras la vejes se preparaba en contra suya.

El armario, casi negro también, tiene por dentro una luna a la que Julio Sánchez se llegaba para estudiar los caminos que las arrugas le abrían en su cara triste y para asustarse de la curva rígida que su espalda adoptaba. En las perchas, para siempre se le han quedado el traje del domingo y el que utilizaba para las visitas. El otro, más solemne y con menos brillos, el útil para los duelos que se hizo al fallecer su madre, le ha servido de mortaja y se lo ha llevado consigo.


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Publicado el 2 de abril de 2019 por Edu Robsy.

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