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autor: Arturo Robsy editor: Edu Robsy textos disponibles


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El Nombre de la Rueda

Arturo Robsy


Cuento


Wenn es regnet, geht man nicht spazieren.

—dicho alemán.


Radtalen, 5.— Hoy, cinco, a las horas, p. m, el prestigioso investigador y erudito doctor Herr Pfeffer, ha dado a conocer los resultados, asombrosos por cierto, de sus últimas investigaciones. El conocido doctor Pfeffer, partiendo de la simbología esvástica de las edades del hierro en Centroeuropa, sospechó que la citada cruz no era, como algunos pretendían, una abstracción del sol, sino una representación esquemática del movimiento circular: es decir, de la rueda.

Tras diez años de continuos viajes (la India, Grecia, Cáucaso, etc.) el doctor Pfeffer ha hecho público hoy que la rueda no se trata de un invento fortuito, sino de un plan donde concurrieron todas las tendencias mágicas de la época. En suma, que la rueda se inventó a propósito en un intento de imitar a la naturaleza.

Posteriormente, en el salón de actos del municipio de Radtalen (Baja Renania) informó de que el tal descubrimiento tuvo lugar en Centroeuropa y, más específicamente, en los alrededores de Radtalen, donde todavía se alza un espeso bosque, que, según es fama, sirvió para la celebración de misterios idólatras allá por las oscuras edades del hierro. Desde esta ciudad, precisamente, salieron las primeras hordas de dorios que invadieron la Grecia aquea.

La comunicación del doctor Pfeffer ha causado sensación en todos los medios de Radtalen, donde se ha acordado celebrar el próximo congreso de Fabricantes de Neumáticos Reunidos, como homenaje al lugar donde la rueda vio la primera luz.


Radtalen, 6.— Con grandes manifestaciones de fervor y entusiasmo público, el doctor Pfeffer y el burgomaestre de Radtalen han dirigido la palabra a una enorme multitud congregada en la plaza porticada de Múntzenplatz, añosa reliquia del medioevo alemán.


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Publicado el 15 de julio de 2021 por Edu Robsy.

El Monumento al Progreso

Arturo Robsy


Cuento


Al lector:

El día de hoy, dieciocho de julio, tiene un "especial relieve", para utilizar el lenguaje periodístico. Por eso quisiera dejar por ahora las historias de cada uno y escribir la del progreso o, al menos, la de su momento.

Al lector que continúe la lectura:

Las cosas que paso a relatar sucedieron en un pueblecito con visos de ciudad, en uno de esos lugares que siempre han sido propicios a la siesta estival o al juego callejero de los niños bajo la mirada paciente del perro vagabundo.

En tales sitios veinte años pueden significar lo mismo que veinte meses y, en verdad, cuando la paz dura es indiferente el tiempo. Sin embargo, algo había cambiado en el pueblo: la Remedios, la del Renco, parió trillizos; se hizo, además, una desviación para la carretera de segundo orden que antes atravesaba la calle Mayor, y se abrió una explotación municipal de maderas que a todos daba beneficios por más que el descreído del herrero se empeñase en decir que "todo se lo quedaba, como de costumbre, el Ayuntamiento".

Y, en esto, llevaba su parte de razón, que ningún dinero vieron los vecinos, pero, en cambio, se encontraron con la Plaza Grande embaldosada, con una traída de aguas (que más eran claro que otra cosa), con Teléfonos y con un Teleclub que arruinó al Paco, el que, una vez a la semana, se traía una película de la cercana ciudad y la proyectaba en su almacén de grano.

También, hasta hoy, sucedieron otras cosas dignas de mención: el hijo del Tobías, el carnicero, se fue a hacer la mili a África, y Segismundo regresó de "Tulús" (léase Toulouse) de la Francia, con el oficio de fontanero bien aprendido de once años, de manera que, enseguida, se puso a remendar tuberías y a taponar los incorregibles grifos.


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Publicado el 23 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

El Hombre que No Hacía Sombra

Arturo Robsy


Cuento


El sol es un astro enteramente neutral, al menos, eso dicen los astrónomos: todo lo más tiene unas ridículas manchitas y períodos de turbulencia cada once años: nada que le pueda comprometer. Los griegos, sin embargo, pensaban de otra modo: Apolo, que conducía el carro del sol, también lanzaba las flechas de la peste y, en ocasiones, se enfadaba como un demonio y era de temer. Los griegos era un pueblo observador. No diré que tuvieran razón, no, pero sí ojo clínico y talento para explicar las cosas en lugar de hacerse telescopios. Cerebros de primer orden estos griegos.

Mi experiencia es más reducida. Yo viene al mundo con un pan debajo del brazo, pero, una vez que me lo hube terminado, tuve que espabilarme para continuar en la brecha. Verán: la humanidad es variopinta (como dice un poeta que rima Francia con fragancia) y tú cuando naces, es como si te sometieras a un sorteo. O, al revés, quienes acuden a la rifa son tus padres. Naces rubio y las cosas van bien; naces moreno o alto o delgado o fornido, o listo o matemático, o atleta, o guapo y tampoco tienes que preguntarte: las cosas siguen bien. Pero también hay otros aspectos y puedes emerger cojo, o tuerto, o enano, o místico, o poeta, o jorobado, o estrábico, o zoquete, o ambiguo, y, entonces, da lo mismo que te preocupes o no: las cosas van pésimas y no tienen solución. ¿Comprenden el juguete? Son asuntos de la Naturaleza y la Naturaleza es sabia. Nosotros, no, ya que no conseguimos entenderla. En todo caso, los perfectos aman la perfección. Y los imperfectos también si les dejan los otros. Los griegos, los espartanos, vuelven a ser ejemplo por aquel viejo asunto del Taigeto, por donde despeñan a todo quisque que no nacía en perfecto estado de revista.


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Publicado el 9 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Hogar

Arturo Robsy


Cuento


Hoy es un día feliz: ahora, los cuarenta años y, por la mañana, su mujer le ha besado y sus niños, antes de ir a la escuela, le han dicho un indiferente "felicidades, papá", porque la madre les ha aleccionado.

Cuarenta años. Bien: una fecha para hacer balance y sacar el saldo de su vida. Con el puro y el diario entre las manos, comienza. Realmente no se puede quejar: vive bien en una casa cómoda; tiene una mujer hermosa que envejece y unos hijos sanos.

La historia... ¡hum! Es difícil recordar los pormenores: hay, desde luego, momentos luminosos bien grabados pero, a continuación, sombrías lagunas en la memoria. Sí: de niño, con pantalón y peto, paseando por el puerto en una barca, y su padre, con bigotes, hurgando en el motor, enrojecida la cara.

Una herida, sangre, el médico principiante que cose con sus agujas curvas y él, sobre la mesa, llorando de pura rabia.

Un cierto juego de médicos con alguna vecinita.

Una pedrada; la antigua pandilla de amigos de la guerra donde él era, alguna vez, comandante.

Un religioso repitiendo: Brahmaputra, Ganges e Indo, y haciendo sonar la carraca.

Los nervios de un examen. La boda. Compañeros de trabajo ya que no de otras cosas. Silencio los domingos o el partido de fútbol en casa.

¿Y luego?

La mujer que le envejece; él que... en fin: ¿ha de hablar de su bronquitis y su taquicardia?

Un duendecillo malo repite:

—¿Y luego?

El puro se le ha apagado y el diario calla obstinadamente. ¿Y luego?

Prende una cerilla lentamente. ¡Dios, cuánta cobardía para decirlo!

Y luego, nada.


17 de octubre de 1972


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1 pág. / 1 minuto / 68 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

El Héroe Asustado

Arturo Robsy


Novela


o "El Comando Madrid Muerto a Besos".

Dedicado a todos los incomprendidos
y sufridos terroristas, exhortándolos
a entregar, cuanto antes, su última
gota de sangre.

TITULOS DE CRÉDITO

Este libro quisiera inducir a muchos a abrir los ojos, a no creer, al menos, hasta disponer de ciertas seguridades, dentro de la imperfecta inteligencia humana. No obstante se citan aquí a personas que merecen eso y mucho más.

Título: Este es un libro en que se dice «¡Oscuridad!»

Escribano: Arturo Robsy

Dedicado a:

D. Ángel Palomino, premio Nacional Miguel de Cervantes, entre otros, que tuvo y tiene la paciencia de enseñarme los modos más eficaces y elegantes de usar nuestra lengua para decir y no para callar. Su amor a la verdad es ejemplar. Y es mi amigo.

D. Juan Luis Calleja, premio Mariano de Cavia, hombre de inteligencia tan afilada que puede afeitar a veinte pasos y al que debo sabiduría, consejo, críticas verdaderas, lógica serena y la importancia del amor a la verdad—. Y es mi amigo.

Ambos intelectuales tanto montan.

Recordados obligadamente, con cariño.

D. Marcelo Arroita—Jáuregui, que hizo el tránsito.

D. Antonio Izquierdo, que hizo el tránsito.

D. José María Arias—Salgado y de Cubas, que hizo el tránsito y Doña Andrea Josefina Robsy, mis tíos.

Teniente General Manuel Nadal. Que hizo el tránsito.

Coronel Jesús Flores Thies.

Mi hijo, que debe distinguir en este mundo.

Mi profesor de filosofía Juan Vayá Menéndez, que hizo el tránsito muy joven.

Mi profesor de filosofía, latín y humanidad, D. Rosendo Gispert Calderón. Amigo.

Profesor Gregorio Salvador, de la RAE y su esposa, Dñª Ana Rosa Carazo: amables.

Profesor Ricardo Senabre.

D. Fernando Vizcaíno Casas, que me salva el alma de la soledad.


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199 págs. / 5 horas, 49 minutos / 120 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Fantasma de Blandings

Arturo Robsy


Novela


Prólogo

"El fantasma de Blandings" es una auténtica y original novela de Pseudo Wodehouse. Se trata de aliviar al aficionado que no encuentra más que libros cuyos derechos de autor se han caducado. Muy buenos libros de P.G. Wodehouse, pero aquel talentazo ha emigrado a otros mundos y no parece que tenga ganas de escribir más, por el momento.

Se salvan las dificultades pero se advierte que el autor de esta novela, que va a ser escrita ante sus ojos asombrados, es sólo un aficionado que, al no hallar más libros del genial Wodehouse, se los escribe para uso doméstico y para vivir en la permanente compañía de Lord Emsworth, de su hijo Freddie, de la Emperatriz, de Dunstable, de Bertie, de Jeeves, de Lord Tilbury, y de todas las imposturas que se suceden en el Castillo de Blandings. ¡Aquel Baxter! ¡Aquella Lavender! ¡El pillo de Lord Tílbury, conocido como "maloliente" por el singular Galahad! Qué tiempos ésos que nunca pasan.

Primera entrega

Con un rápido giro hacia el sur, el sol inundó Convent Garden y cayó de lleno sobre la esbelta figura de Frederick Altamond Cornwallis Twistleton, quinto conde de Ickenham, que rondaba por los alrededores seguido por su sobrino Pongo, del que es posible obtener informes en el Drones Club, si se pregunta por Oofy Prooser.

En otros tiempos, tío y sobrino corrieron a velocidad de crucero emocionantes aventuras, aprovechando los rayos de luz que en Londres estimulan la fantasía de los condes. Como cuando se hicieron pasar por pedicuros de loros y arreglaron una familia en descomposición.


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19 págs. / 34 minutos / 84 visitas.

Publicado el 9 de abril de 2019 por Edu Robsy.

El Día Vacío

Arturo Robsy


Cuento


A la hora de picar las columnas de los periódicos que, al día siguiente, aparecerían oliendo a tinta fresca y ensuciando los dedos de los lectores poco precavidos a esa hora precisamente, los linotipistas consultaban con los ojos a los redactores y éstos a los inmóviles teletipos.

Todos —menos los teletipos impávidos— menearon la cabeza con desesperanza.

—Nada —dijo uno.

—Nada —repitió otro.

Y la palabra nada fue rodando por las mesas plastificadas de la redacción, por los teléfonos blancos y negros y grises (según la categoría), por los pasillos estrechos, hasta las profundidades del taller, donde aguardaban las linotipias inmóviles.

Desde las doce de la noche anterior (las 24:00) el mundo parecía haberse detenido y, con él, los teletipos, los teléfonos y las emisoras.

Desde las doce de la noche anterior ningún jeque árabe había embargado suministros de petróleo, ningún judío había apiolado a un par de palestinos, ningún general había establecido la ley marcial.

Desde las doce de la noche anterior nadie dio un golpe de estado, nadie secuestró un avión con ciento ochenta pasajeros, nadie pagó un rescate por un hijo o un cuñado.

Desde aquella hora ningún club de fútbol traspasó jugadores, ningún entrenador se peleó con la directiva, ningún equipo marcó un gol.

Casi parecía el fin del mundo. Ningún ministro inauguró pantanos o polígonos industriales y ni siquiera salió al extranjero a cumplir una apretada agenda de trabajo. Ningún ex dio conferencias fingiéndose rojillo o demócrata, ni murió un solo muchimillonario.

El monstruo del Lago Ness, tan oportuno y cumplidor antaño, tampoco se removió en las profundidades ni devoró a las inocentes ovejas de la orilla. Los americanos del norte tampoco inventaron ningún nuevo deporte, ni permitieron desmandarse y hacer de las suyas a sus negros.


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7 págs. / 13 minutos / 65 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

El Demonio de Alcira

Arturo Robsy


Cuento


Si place a mis lectores prestar los ojos al asunto, quisiera contarles una historia algo rancia que, según es fama, sucedió en Alcira a un matrimonio discutidor y a un alcalde amigo de la broma.


(Si place a mis oyentes prestar oído,
les contaré un pasaje muy divertido;
el cual no es mentira
que ha pasado en la villa de Alcira)


En el siglo pasado Alcira era una villa como tantas, relativamente tranquila y, tal vez, necesitada de espectáculos. En lo alto del puente estaba la imagen de su patrón: San Bernardo, en cuya festividad celebraban las ferias.

Pues bien: el año a que nos referimos, salió el alcalde acompañado por sus concejales y por un escribiente, sobrino suyo, para ir apuntando lo que los vecinos prometían entregar en la fiesta de San Bernardo, a fin de que fuese más lucida. Se trataba, en general, de donativos en metálico u objetos para el culto (cirios, reclinatorios...).

El escribiente tomaba nota y pasaban a otra casa... Hasta que, mediada la tarde, la comitiva llegó a una casa donde el matrimonio reñía: asunto de dineros, pues la mujer decía que el marido no le entregaba todo el suelo y el marido, que la mujer le negaba hasta para tabaco... Discusiones parecidas a las tormentas de verano que, una vez descargadas, desaparecen sin dejar huella, pero, mientras duran, alcanzan una virulencia de aquí te espero.

El alcalde, indiferente ante el asunto, asomó por la ventana y le dijo al marido:

—¿Qué promete para la fiesta de San Bernardo?

El otro, que perdía razón y pie en la discusión, se le encaró rabioso:

—¡Un demonio! ¡Eso es lo que yo prometo!

Y la mujer, por lo bajo:

—Llévenselo a él. ¡Buena pieza!

El alcalde, divertido, contestó con buen humo a su sobrino:

—Apunta: un diablo para San Bernardo.

Y pasó a la próxima casa en busca de vecinos más dadivosos y menos irascibles.


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Publicado el 20 de abril de 2022 por Edu Robsy.

El Cuento de la Puñeta

Arturo Robsy


Cuento


Soy un hombre del camino: mi oficio es el más viejo, que, según dicen los letrados, la gente, antes de afincarse y poner casas en los campos sembrados, iba de lado a lado con sus cosas y se le daba una higa el asunto del municipio, la luz, las alcantarillas o el Alcalde.

Verán: soy un hombre pobre, pero respetuoso. Aquí, a mi lado, tengo mis riquezas (que lo son realmente) y con ellas voy de acá para allá malviviendo el tiempo. Si alguien me preguntara (que nadie lo hace, claro) le contestaría que no busco la felicidad. Estoy bien así; no me sobra nada y, como me faltan muchas cosas, pues tengo todavía ilusiones. No como Miguel, mi primo, que tiene coche y televisión y viste de corbata. Tampoco él es feliz, naturalmente, pero, además, para pagarse el coche y el televisor y la mujer y las corbatas se pasa todo el día amarrado al trabajo, tanto que, para consolarse, va diciendo que el trabajo dignifica y eleva y da prestigio, cuando la verdad es que el trabajo sólo cansa y pone de mal humor y acorta la vida. Lo demás, las morales de faena, son artimañas inventadas por los que hacen trabajar a tipos como mi primo, y por mi primo mismo, que no quiere pensar que es un fracasado.

¿Por dónde iba? Sí, que mis riquezas están aquí, conmigo: mi bicicleta, las alforjas con el pan; el espejo, el peine y la maquinilla; mis cigarrillos y el tabardo. Y, en el bolsillo, el tintineo de las últimas monedas. En un pueblo de los cercanos trabajaré una chispita y ¡a vivir! Ahora es el tiempo de la siega y siempre hacen falta jornaleros pese a los tractores y demás, que hay cosas que sólo un hombre puede hacer, como dar lumbre al pitillo del capataz o comentarle que, gracias a Dios, no vendrá la lluvia mientras las gavillas estén sobre la tierra.


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Publicado el 20 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Colgado

Arturo Robsy


Cuento


Colgaron al Chino en la hacienda española. Quería llevarse una vaca y los hombres estaban alterados. Aquí hay siete millones de vacas, muchas más que hombres, y ninguna para el Chino. El español lo descolgó por obra de misericordia. El español había venido de otro mundo más viejo y trabajaba para una gran compañía extranjera que exportaba semillas y dólares. Además, tenía muchas reses en las dos mil hectáreas del Alto Paraná, próximas a Itaipú. Lo vigilaba todo en avión, porque los negocios hoy tienen alas, pero no fue él quien vio al Chino. Fueron los hombres.

—Rellena pollas. —le dijo el español cuando Chino volvió a poner los pies en el suelo.— Si te toca, compras la vaca.

—Vete a coger. —respondió el ahorcado. Pero agradecía.

El cuello, aunque quedó más largo, le dejó de doler pronto. Otras cosas, no. El sábado había llegado al rancho muy tomado y lo pegó la mujer. El domingo, mientras las ideas regresaban, arrastrándose, a su cabeza en brumas, lo echó la hembra. Así el Chino vagó el lunes. El martes, andando lejos, vio la vaca y la cogió. Un instinto de soledad o un dolor de mal cariño enconado.

El Chino, sin casa y sin familia, no se quejaba de la cuerda. Ni de la mujer. Era él, que no tenía una misión en la vida. Era él, que no sabía estar solo ni estar siquiera. Su abuelo nació para morir en la Guerra del Chaco. Su padre, para construir Ciudad Stroessner y padecer de la tuberculosis en un hospital de caridad. El, para que le echaran del ranchito después de que le pegara la misma mano que lo tocaba cuando la noche valía. A veces.


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4 págs. / 7 minutos / 106 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

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