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autor: Arturo Robsy editor: Edu Robsy textos disponibles


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No Era Amistad

Arturo Robsy


Cuento


Al pescador le faltaba un dedo y al perro, el rabo. El rabo que le cortaron para mejor cazar cuando era un cachorro, mucho antes de que se descubriera su incapacidad para el rastreo.

El perro era de un viejo predio, y todo el mundo sabe que en esos lugares no se alimenta a los inútiles, de modo que, al año de su nacimiento, se encontró siguiendo una carretera y bebiendo en los charcos de la cuneta. Seguramente no acababa de comprender su postura y caminaba perplejo, entre dolido y triste.

Antes de esto, sus amos le llevaron, en un coche, muy lejos; kilómetros y kilómetros tomando curvas y salvando baches; y él, infeliz, ladraba con su hocico pegado al parabrisas, convencido de que se aproximaba una gran cacería.

Así quedó abandonado la primera vez, pero achacó a un descuido de sus queridos "humanos", madre y padre en una misma persona que le alimentaba y le acariciaba y, también (ay) le golpeaba.

Y volvió. Cruzó la fronda, se rasgó la piel en los aulagares, esquivó automóviles, pero volvió.

Se lo llevaron. Volvió.

La tercera vez hubo una pequeña discusión en la casa: el perro era un problema y ellos no podían perder el tiempo alejándolo y alejándolo.

El payés dijo que le iba a pegar un tiro. Madona se encogió filosóficamente de hombros pensando, quizá, en la cosecha de pimientos, y él, ajeno, movía el rabo satisfecho de estar de nuevo en su hogar, y hurgaba con el hocico entre los desperdicios de la cocina.

Luego, el hijo, un muchacho torpón y sucio, sintió algo parecido a la piedad y la ejecución quedó aplazada. "Si regresa la próxima vez" —dijeron, y se lo llevaron al mar, a la distancia más larga. Allí se quedó. Allí estaba, caminando por la carretera y bebiendo el agua de sus charcos, preguntándonos lo que sucedía.


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Publicado el 28 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Nemrod

Arturo Robsy


Cuento


El Buen Dios, que a veces ha tenido que ser duro con sus criaturas, sacó por fin al Rey Nemrod, el formidable cazador, de su bien ganado infierno y lo instaló en el mirador celeste, un lugar muy claro desde el que todos los mundos se ven como con lupa.

El Buen Dios es paciente y sabe esperar en cada esquina del tiempo,. Es así porque un Buen Dios nunca tiene prisa; nunca corre para llegar al final de sus artificios y qué duda cabe de que el mundo es su artificio preferido, su laboratorio particular donde investiga lentamente las profundidades del alma que dio a los hombres.

—Son almas puras, Miguel. —suele decir— Son almas pequeñas pero limpias, Rafael. Son almas con luz, Gabriel, pero están acosadas por la tiniebla.

El día en que el Buen Dios hizo subir a Nemrod al mirador se cumplían los cinco mil años del viejo asunto de Babel. Como todos saben, este Nemrod, hijo de Cus y nieto del Cam que flotó sobre el mundo del diluvio, fue rey de Babel, de Erec, Acad, Calne, constructor de Nínive, Rehobot, Cala y Resen.

Babel, en la tierra llana de Sinar, fue una construcción de ladrillos; la primera, quizá, en la que el hombre se independizaba de la piedra y edificaba sobre la técnica y su imaginación. Con orgullo eligieron la empresa imposible de una torre que llegara al cielo para hacerse un nombre y perdurar entre los siglos.

Los deslumbrados ojos de Nemrod miraron la tierra, envejecida pero pujante:

—¿Qué son —preguntó el alma del rey— esas increíbles agujas que casi podría coger con la mano?

—Rascacielos les llaman. dijo el Buen Dios, mirando fijamente al escandalizado Nemrod.

—En verdad... —comenzó el rey con cierta humildad— Mi querida Babel jamás hubiera osado subir tan alto. ¿Usan ladrillos?

—Usan ladrillos, ciertamente. Y andamios de hierro. En cierto modo, Nemrod, esas torres gigantes son hijas de tu minúscula Babel.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Necrológica

Arturo Robsy


Memorias


Para Areli Robsy, mi única tía.


No entiendo qué diablos tiene que ver
con la LITERATURA el "Cambio Social
y reforma política" con que Don Franca
nos obsequiará en la "Semana Literaria"
 

Se ha muerto mi abuela, aquella, la del pelo blanco, el cuerpo carcoido y la mirada tantas veces sorprendida. Y estoy triste porque se ha muerto mi abuela, una mujercita que recordaba, sonriendo, mis proezas de niños y mis salidas de tono. Cuando, por ejemplo, vino el pedicuro a casa, para los pies de la abuelita, y mi prima (¡buena chica!) y yo nos le quedamos mirando.

— Está pelón — dije yo.

— Está pelón — dijo ella.

El callista era, en efecto, calvo, y la abuela, con ese largo hábito de corregir a los niños cuando hablan mal, nos reconvino:

— No se dice pelón; se dice "calvo".

Supongo que nunca el callista se sintió tan importante y, a la vez, tan corrido. Y, al final, claro, la cosa terminó en risas y alegría, que es la forma mejor de acabar algo mal empezado.

Bien, pues aquella mujer, mi abuela, hoy está muerta. "Se ha ido" — dicen algunos. "No está". "En el cielo nos cuida", pero la verdad es que está muerta y yo no acabo de comprender por qué los seres queridos nos abandonan alguna vez; y no sé, tampoco, qué se hace del cariño que nos tenían.

Recuerdo, porque me lo han dicho, cómo nos cogía a puñados a mi prima y a mí: los dos estábamos gordos y éramos naturalmente revoltosos. Los dos teníamos nuestro temperamento y ella debía sofocárnoslo tantas veces que...

Luego, en Madrid, nos llevó al zoológico: mi prima y yo, asustados y curiosos delante de aquellos enormes animales salvajes, acabados detrás de las rejas, vencidos por su misma furia ante la prisión. Pensé, entonces, qué efecto haría un hombre metidito en su jaula y mirando con los ojos apagados y tristes de los leones viejos. Se lo dije a mi abuela.


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Publicado el 26 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Mil Cien Dólares

Arturo Robsy


Cuento


Antonio era un hombre crédulo, profundo y respetuoso admirador de la letra escrita: para él por ejemplo el problema de la existencia de Dios no tenía objeto: los papeles (al menos, los que Antonio pudo leer en su día) decían claramente que sí, luego Dios existía. Por los mismos motivos creían en los impuestos directos, en la caridad cristiana, en la incorruptibilidad de los hombres públicos y en trescientos veintiún (321) detergentes que, cada uno por su lado, lavaban más blanco y más limpio que nadie.

Antonio era crédulo: esta afirmación no necesita de más demostraciones: usaba la viaja y rancia "fe del carbonero"; fe del dependiente, en su caso, pues quince de sus treinta años los había pasado tras el mostrador de una pañería sonriendo a la mujer que buscaba un retalito para falda de verano o a la que necesitaba unas cortinas de colores realmente sólidos.

Antonio era hombre sumamente frugal, sencillo de gustos, dueño de un caprichoso y ulceroso duodeno que le incapacitaba para cualquier tipo de excesos. Gracias a estas especiales circunstancia no se veía obligado, a finales de mes, a hacer extraños equilibrios (y drásticas reducciones) con su presupuesto. Es más, conseguía ahorrar el 19 % del total, cantidad que los primeros sábados de cada mes depositaba en un banco del que había leído en el periódico era "la más sólida garantía del ahorro familiar".


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Publicado el 19 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Mayoría Popular

Arturo Robsy


Cuento, Crónica, Política


Mayoría popular: ¡Por fin España votó a derechas!


Este era el titular, zumbón pero descriptivo, de aquella mañana: en las páginas interiores, la información detallada de lo que todos vieron por la tele. Los ordenadores habían sufrido el colapso de costumbre y, luego, otro mayor al contemplar el fuerte color verde de la cara del vicepresidente al ver, por primera vez, los avances del escrutinio.

Miraba los papeles. El saber leer como cualquier intelectual no le facilitaba las cosas. Lo que los ojos le decían no lo asimilaba el alado espíritu. ¡Por la estilográfica de Machado y el patio con limonero adjunto! La mayoría se le había desmandado: los pobres y los descamisados mordían la mano que tanto los atornilló.

Verde que te quiero verde, sacó el coraje de su estuche y desenroscó la lengua: con un cuarenta y siete por ciento de los votos escrutados, el PP tendría 213 escaños, 82 el PSOE...

Se volvió. Creía haber oído risitas a su espalda.


* * *


Chiqui Benegas, especialista en excusas, llevaba tres horas pensando a cinco atmósferas. Descubrir el "Efecto Segunda Vuelta" de Melilla sólo le había costado una, pero no siempre las explicaciones oficiales redondas acudían, ligeras, a su mente progresista. Su yo más íntimo, en los descuidos, parecía opinar que los diferentes "Casos Guerra" ilustraban sobradamente el revolcón.

—El Socialismo —dijo cuando estuvo convencido de que casi todo cuela— ha conservado su cuota de votos. La derecha se ha unido, viéndose favorecida por la Ley d'Hondt. Culmina así un proceso de acoso pero no de derribo. Por otro lado, ha actuado el "Síndrome del Este".

Los múltiples secretarios usaron los teléfonos para advertir a todos los que aguardaban a la versión oficial para hacer declaraciones:

—Consigna: todos contra el Psoe, ya podrán. Y, "Síndrome del Este".


* * *


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Publicado el 1 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Luisa

Arturo Robsy


Cuento


Luisa (Luchy, a fin de cuentas) era una muchacha guapa, terriblemente guapa y, también terriblemente aburrida. Bien poco se podría decir sobre su historia salvo el hecho de que, un día, despertó y se encontró haciendo cuarto de bachillerato.

A continuación, como todas las mocosillas de su edad, empezó a mirarse en el espejo y a vigilar su pecho, ansiosa de que creciera; ansiosa, en su suma de ser una mujer (¿con toda la barba?).

Los veranos los pasaba extendida en una playa y esquivando las tareas que su madre le imponía. De esta forma descubrió que no hay languidez mayor que la de los atardeceres, ni gloria tan perecedera como los helados de fresa que uno toma después de comer. Además aprovechó para tener el primer amor, esa cosa indefinida sin la que una jovencita no se decide a sentirse mujer. De manera que eligió con cuidado y, luego amó tanto como pudo a un joven británico que al principio no reparaba en ella.

La cosa fue de maravilla y Luisa (Luchy, después de todo) estuvo alternativamente feliz y desgraciada, y saboreó muchos polos de peseta. ¡Aquel tiempo feliz en compañía del ingresito de su alma!

Además, daban largos paseos por los roquedales o tomaban el fresco al pie de un árbol raquítico. Y, así, un día se tomaron de la mano y otro se las apretaron.

Después, alguien pronunció la palabra mágica: Amor, y decidieron que tanto Romeo como Julieta como Calixto y Melibea fueron unos chiquillos a su lado. En consecuencia se besaron. Y fue un beso rápido, vergonzoso, donde todo fue dicho a través del sonrojo que les entró a ambos. Aún así, la escena quedó largamente anclada en sus memorias y, a pesar de que no se repitió, Luisa, diez años después, todavía pensaba en aquel inglesito amado y en aquella tarde en que, torpemente, se dieron los labios.


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Publicado el 23 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Los Neanderthales

Arturo Robsy


Cuento


Los neanderthales se movían inquietos, frotándose repetidamente sus caídos mentones. La cosa merecía la pena, ya que los neanderthales se reúnen exclusivamente por motivos importantes.

—¿Y bien? —dijo uno— ¿Hay que esperar aún más?

Los otros miraron impacientes hacia la entrada de la caverna.

—Creo —gruñó otro— que estamos aquí todos.

—Y si falta alguno —comentó un gracioso— que se espabile y aprenda a ser puntual.

—Es necesario —siguió el que había hablado en primer lugar— que sometamos a votación la nueva ley de caza. Los privilegios que obtendremos de ella os aseguro que compensan con mucho las desventajas que supone...

—¿Y no podríamos cazar cada uno a su aire, como hasta ahora? —dijo un inconformista—. No veo la necesidad de hacer votaciones por esto.

En la cueva estalló un griterío y cada cual quiso dar su opinión sin oír la de los demás. El orden tardó en restablecerse y el jefe-presidente tuvo que golpear, durante mucho tiempo, un bastón de hueso sobre el cráneo perforado de un enemigo.

—Comportémonos como neanderthales civilizados —gritó al fin. Y, luego, con talento más alegre, continuó—. La democracia es la más alta realización social a que podamos aspirar, la cumbre misma de la evolución que nos separa de los demás animales. Por la democracia afirmamos la igualdad de todos los neanderthales y el inalienable derecho a participar en la vida de la comunidad.

—Pues a mí la comunidad me da muchas pataditas en cierto sitio —dijo un muchachote, todavía con poca barba en las mandíbulas.

De nuevo estalló el alboroto y muchos se mostraron indignados por la osadía del jovenzuelo, mientras otros, los más inteligentes, aullaban sus pareceres:

—Mientras estamos aquí discutiendo, los animales se escapan: a esto le llamo yo democracia.


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Publicado el 16 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Los Confines del Cosmos

Arturo Robsy


Cuento


I

—Te digo que es verdad —el demudado rostro del que hablaba expresaba, a la vez que la impaciencia y la fatiga por no ser creído, la extraña agitación que le embargaba y le hacía temblar.

—¡Quita, hombre! Eso que cuentas es más difícil de creer que hacerle pantalones a un pulpo.

—¿Tanto te cuesta admitir que yo he oído voces en la cueva y que no ha sido una sola vez, sino muchas y a diferentes horas?

—Puede ser una cabra que ande por allí perdida. Puede ser una pareja de enamorados...

—Total: que tiene que ser algo distinto de lo que yo te digo, ¿no?

—Es que creer que por allí dentro vive gente es creer mucho, Pedro.

El otro se levantó airado. Dejó unas monedas encima de la mesa para pagar la consumición que habían hecho. Luego contempló meditativamente a su compañero como pensando si aquel zagalón fornido y bizarro podía comprender algo tan hondo y misterioso como lo que él le había contado.

—Bueno —dijo—, yo ya me voy. Pero, si quieres, vente conmigo hasta la cueva, sólo para demostrarme que la cabeza te sirve para algo más que para ponerte fijapelo y brillantina.

—Iré. ¡Vaya que si iré! Y si oigo esas voces que dices y me dan la impresión de ser de hombres que vivan allí dentro, me bajo y te traigo por el pescuezo al que las dé.


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Publicado el 15 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Cazadores de Osos

Arturo Robsy


Cuento


Menorca, la bien arbolada, era una isla demasiado boscosa para el gusto de muchos campesinos que, poco a poco, la fueron talando para conseguir nuevas tierras de cultivo. Era Menorca tan pequeña que un palmo de terreno era indispensable para sembrar en él el trigo que los hombres se comerían vuelto pan, o el forraje que los hombres guisarían vuelto vaca.

Con esto fueron menguando los bosques, pero todavía eran formidables y espesos, porque el campesino se conforma con lo necesario y sólo mata en último extremo. Además, los labradores comprendían que aquellos árboles, casi azules, algodonosos, les sujetaban la tierra y les protegían los cultivos del díscolo Viento del Norte que, desde que la Isla fue Menorca, se había obstinado en arrancarla de su lugar a fuerza de grávidos soplidos.

Pero los hombres que durante tanto tiempo habían temido al bravucón Mediterráneo, aprendieron por fin la forma de dominarle por completo y se hicieron marineros. Y, por el mar, descubrieron el comercio, y, por el comercio, la riqueza y por la riqueza, volvieron sus ojos contra el bosque y decidieron que él se la proporcionaría toda de golpe.

Así comenzaron las grandes talas. Las cuadrillas empezaban al amanecer afilando las segures con sus piedras rojas, y, hasta la noche, en el bosque no se oía más que el ruido de las hachas cayendo contra las indefensos troncos rugosos, las voces "¡madera!" y el desgarrarse y troncharse de los árboles que caían abatidos.


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Dominio público
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Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Los Bienaventurados

Arturo Robsy


Cuento


No dejéis a los niños sin justicia ni sin pan. —Proverbio francés.


Desde el Paraíso la Tierra se ve con una extraña y reconfortante forma de manzana, que hace olvidar a los bienaventurados que, allá abajo, continúan todavía los problemas de su época. En ocasiones, gustan de elucubrar sobre el destino del mundo si tal o cual cosa no hubiese sucedido.

—Si Ciro no hubiese nacido...

—Si Alejandro no hubiese muerto...

—Si César no hubiese pasado el Rubicón...

—¿Quién me iba a decir a mí que las ideas de aquel teniente de artillería tardarían tanto en apagarse? Si Napoleón no hubiese...

Eran distracciones de las buenas gentes, que, pese a ser inmensamente felices, pensaban todavía en la Tierra y se sentían, a veces, dominadas por la nostalgia. Por eso el Buen Dios que todo lo comprendía, les dio la facultad de contemplar de cerca a los mortales y, en ocasiones, hasta captaban retazos de sus conversaciones. Lo que invariablemente sí llegaba hasta sus oídos era el fragor de los tiroteos o el estallido de las enormes bombas, y ellos, meneando tristemente la cabeza, murmuraban:

—Siguen todavía. Siguen todavía.

Pero incluso en su queja había una sagrada inconsciencia, una falta de miedo por el destino de la humanidad, ya que morir, ¿qué significaba en un lugar como el paraíso? ¿Acaso no habían muerto ellos? Deploraban que los hombres diesen tanta importancia a cosas evidentemente secundarias, como la vida y la muerte. Un aspecto peor del mismo problema era que se atentase contra la vida de los genios o se condenara al ostracismo al eminente físico que no quiso hacer, por ejemplo, una nueva bomba. Y, también, sufrían por la falta de fe de los hombres, y por sus vicios... hubieran querido encontrar un modo de convencer a toda la humanidad para que abandonase sus errores.


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Publicado el 13 de mayo de 2022 por Edu Robsy.

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