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autor: Arturo Robsy editor: Edu Robsy textos disponibles


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Penúltima Historia

Arturo Robsy


Cuento


El viejo Zeus, desde lo alto del Olimpo, miraba pensativo el universo y recordaba con nostalgia aquellos viejos tiempos en los que era llamado el padre-de-los-Dioses-y-los-Hombres... ¡Inútiles cosas cuando sólo el dorado Olimpo prevalecía el caos! Y, además, Zeus se sentía demasiado viejo para volver a empezar de nuevo; por eso una lagrimita plateada se le descolgaba a intervalos de los pesados párpados y, por los surcos de las mejillas, se le perdía en la venerable barba.

—El padre Zeus está triste —decía en el Olimpo—. ¿Qué le pasará al padre Zeus?

Él, que fue tan alegre y dicharachero; él, cuyas disputas con Hera fueron el regocijo de todos; él, en fin, famoso mujeriego y renombrado juerguista... El dios con más parentela (legítima) que recuerdan las crónicas... ¡Pobre Zeus triste! ¡Pobre dios sumergido en sus angustias! Y es que se encuentra sólo; es que está asistiendo al fracaso de toda su obra, al hundimiento de la creación ésa donde había puesto sus mejores ilusiones y sus mayores esperanzas.

El Olimpo entero se hace lenguas del tenebroso talante del padre Zeus:

—El padre Zeus está triste —dicen—. El padre Zeus llora.

Temen, quizá, por su salud. La cara agrietada se le oscurece y sus barbas eternamente jóvenes son ahora canas. El padre Zeus es viejo, de acuerdo, pero siempre lo ha sido y sin embargo nunca se dejó vencer por el peso de la edad y el dolor del tiempo. Y es que el padre Zeus, después de tanta lucha, saborea su fracaso y nota el sabor de la desdicha sobre sus labios.

En esto llega hasta él Apolo, el guapo hijo que le nació de Leto hace milenios. Apolo, como todos, ha perdido el encanto de la juventud. El pelo, que fue rubio, pinta ya borrascosas nieves, y la esbelta línea de su cintura se ha espesado y retorcido. También, a la nueva usanza del Olimpo, gasta bigote caído y lacio que le marca el rostro con un indefinible aire de pena.


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Publicado el 24 de abril de 2022 por Edu Robsy.

Peripecias

Arturo Robsy


Cuento


Uno de los ultimos domingos del verano, seis amigos decidimos salir de excursión, una excursión a la antigua, a base de transportar cada uno parte del condumio, juntarlo todo una vez llegados al lugar y deglutirlo mezclado con reparador vinillo.

Seis éramos, seis. Seis tipos jóvenes, no excesivamente atolondrados ni absolutamente cuerdos. Seis muchachos y un utilitario que debería soportarnos durante algunos quilómetros (pues pensábamos ir a Cala Blanca desde Mahón).

Uno era el encargado del pan. Otro el del vino. Otro llevaría el aceite, el vinagre y la sal; otro más la leche, el tomate y la cebolla para la ensalada. El quinto el fuego y los cacharros de cocina, y el sexto, yo, la comida propiamente dicha. Los huevos y la carne y alguna lata para el aperitivo.

Salimos, por fin, con el retraso previsto. Enfilamos la carretera canturreando sin demasiado éxito. Las canciones entre seis muchachos ni excesivamente atolondrados ni absolutamente cuerdos, pronto degeneran y se vuelven groseras más que picantes. Por ejemplo, aquella que empieza:


"La vaca,
chunda-chún,
del Eleuterio,
chunda-chún,
ha sido sorprendida
en adulterio,
chunda-chún."


No es que nuestros pulcros oídos nos impidiesen escuchar este tipo de canciones, ni que virginal rubor nos invadiera al oírlas. No, qué va. Pero como todos conocíamos muy bien sus argumentos, resultaban un entretenimiento bastante flojo a aquellas alturas.

Terminamos la que estaba empezada:


"Y con eso,
chunda-chún,
de las vacas disipadas,
chunda-chún,
andan los toros a cornadas..."


Entonces voy y propongo que cada uno cuente una historia divertida mientras llegamos. Somo seis y el coche va cargado, pero sabe correr: basta con dejarle floja la rienda y despreocuparse. De esta manera tendremos tiempo de sobra en el camino para contar cada uno nuestro chiste.


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Publicado el 18 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Pero no tanto

Arturo Robsy


Cuento


Las revistas del corazón más avanzadas llamaban a Andrés Delicado el «millonario loco». Sus hijos, también. Cada nueva idea del original padre les abría las carnes y pasaban meses temiendo por su patrimonio.

Se ganó el mote regalando a sus obreros, después de organizarlos en cooperativa, la totalidad de sus acciones de la empresa, que controlaba con sólo el 17 por cien del capital escriturado. Un mes después, y gracias al desinteresado apoyo de los delegados sindicales, los títulos habían bajado veinte veces su valor. No tuvo más que comprar a las víctimas del pánico, haciéndose, por muy poco, con el setenta por cien.

—¿Loco, eh? —comentó cuando volvió a implantar una dirección profesional. Pero no arrebató sus acciones a ningún asalariado.

No terminaba allí su peculiar modo de ver la vida. Tenía en plantilla a un viejo cómico, sobreviviente del teatro de la legua, con la exclusiva obligación de acompañarle e ir diciendo siempre la verdad de lo que pensaba. Su compañía era siempre de temer:

—Este señor —decía, el cómico, del prohombre que estrechaba la mano del millonario— es un memo. Cree que te la puede pegar.

—Esta señora —seguía en cualquier otra ocasión— me recuerda a una coliflor.

Era un misterio de donde le podían venir estas cosas a Andrés Delicado. De la cabeza, sin duda, pero, ¿de qué rincón? ¿Qué parte gris de aquellos sesos se había vuelto púrpura y mandaba extravagancias a los órganos rectores del millonario loco? ¿Qué virus social le obligó a instalarse una fragua en un rincón de su sala de estar?

Allí, el herrero de guardia manejaba el fuelle a la vieja usanza y batía el hierro con la repetida cadencia del martillo mientras el viejo Delicado, enteco y aristocrático, se abismaba en las llamas y pensaba casi en verso, acompasando las sílabas al ritmo de los golpes.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Picasso y las Ranas

Arturo Robsy


Cuento


La soledad tiene un feo nombre: aburrimiento.

—Klag Underwood

I. Picasso

Murió Picasso. Todo un tiempo ha muerto.

Era un ensayo de eternidad. Un andaluz universal cocinado a la francesa con salsas catalanas.

Un viso, quizá, su muerte. Un aviso para todos los que nos habíamos acostumbrado al siempre de Picasso. Cuando yo nací él era ya viejo. Cuando nació mi padre había superado el cubismo. Cuando nació mi abuelo Picasso tenía una mención honorífica en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid con "Ciencia y Caridad". Así pues, Picasso era eterno; de ahí el dolor de verle desaparecer llevándose entre sus manos yertas noventa y un años, cinco meses y dieciocho días de arte, recuerdos y enormidad.

No dicen ahora que Picasso era español. Ya lo sabíamos. Hasta él lo supo de siempre. Lástima que España se interesa por el hombre hecho, no por el que se hace y en este sentido, Picasso seguirá del otro lado de la frontera porque si bien se le acabó el metabolismo, su obra continúa en movimiento, repitiendo una y otra vez el volubre genio creador del malagueño éste que se nos ha muerto en Mougins.

Con mi homenaje, la anécdota (sólo que la muerte jamás debiera ser ocasión de aplausos).

Sonaba la televisión en un bar cualquiera. En las mesas cercanas hombres jóvenes jugaban al dominó. Bebían café y coñac y hasta cerveza, según los gustos. El camarero iba y venía por entre el estruendo iba y venía por entre el estruendo de las fichas, golpeando de plano en las mesas, los gritos y las expresiones de júbilo con que los ciudadanos victoriosos celebraban su habilidad.


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6 págs. / 12 minutos / 49 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Poemas para Siempre

Arturo Robsy


Poesía


De mi canción nacen escuadras

Esta es una breve antología de romances sobre nuestros sentimientos de siempre cuando consideramos España, la Vida y la Muerte.

Falangistas

¿Quiénes son esos muchachos
que son soldados y estatuas,
que cuando los miro pienso
en la libertad de España?

¿Quienes son esos muchachos,
azules de cielo y agua,
que miran como no miran
no siquiera las estatuas?

Vienen de lejos y lejos
van volando con sus alas;
amigos del sol y el viento,
miran, sonríen y avanzan.
Hierro llevan en el gesto
y en la bandera una garra.

Algo que no es de este mundo,
algo que no usa palabras,
les empuja, les arrulla,
les ilusiona y les lava.
El agua de lluvia limpia,
el agua de lluvia clara,
les roza los pensamientos.
Y la luz de la mañana,
como un pájaro secreto,
anida en sus frentes altas.

¿Quiénes son esos soldados,
que son soldados y estatuas
y sonríen sin sonrisa
y aun sin palabras nos hablan?
No necesitan hablar;
no necesitan ya nada:
Son algo más que soldados:
Son la semilla de España.

Escuadras

Como la mies que madura,
aguardando ya la siega,
se ponen en pie los hombres
de nuestra Falange eterna.

Como el árbol que se crece,
como el sol que se levanta
y como se hinchan las velas
marcharán mis camaradas.

Una voz corre los campos,
un viento azul que los rasga,
una bandera que grita,
una promesa que arrastra;
los hombres, al escucharla,
son semillas en el aire,
luces corriendo distancias,
manos que todo lo juntan,
gestos que a todos nos atan.

Como sonrisas perfectas
a la boca suben almas
y a los ojos ilusiones
y voces a las gargantas.


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13 págs. / 23 minutos / 84 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2022 por Edu Robsy.

Primer Cuento Sobre la Esclavitud

Arturo Robsy


Cuento


—¿Puede escribirse un cuento de cualquier cosa?

—De cualquier cosa, no. De casi todas, sí.

—¿Hasta un cuento de la verdad?

—Hay verdades que, aún sin escritor, son cuentos, y muy divertidos. Hay otras que son tan verdad que parecen mentira, y por fin, de las que se pueden decir cosas interesantes: este es el caso de los sacacorchos, por ejemplo.

—¿De mí podrías escribir un cuento?

—Supongo que muchos.

—¿Cómo?

—Di tu nombre. Preséntate.

—Me llamo Pedro Martínez. Nací, según me dicen, el doce de agosto de 1948. Fui al colegio de los Hermanos: estudié hasta cuarto de bachillerato y ahora trabajo como oficial administrativo en...

—¡Chis! No importa el nombre de la empresa.

—¿No? Bueno: ¿me haces el cuento?

—De acuerdo: ¿qué hiciste el domingo pasado?

—Dormí un buen rato, para desquitarme de la semana. Luego me lavé bien, me vestí y me fui de paseo.

—¿Adónde?

—¿Adónde va a ser? A la calle. Di una vuelta solo y me encontré después con Juan: así otra vuelta acompañado. Tomamos un aperitivo en la bodega y, como no nos venía el hambre del todo, nos calzamos otro en un bar. Anduvimos un rato más y nos fuimos a comer.

—¿Y por la tarde?

—Hombre: miré la tele y me fumé unos cigarrillos. Arreglé un enchufe que daba calambre y me fui al cine de las siete.

—¿Solo?

—Solo.

—¿No tienes amigos?

—Claro que sí, pero ellos, además, tienen novia.

—Y tú, ¿por qué no?

—¿Qué quieres? Esto de las novias tiene sus más y sus menos. Cuando te enamoras de una, pues, a lo mejor, nada, te entra el miedo. En cambio cuando no lo piensas, ¡zas!, ya estás cogido.

—Pero, ¿por qué no tienes novia?

—Porque no la encuentro.

—¿Y por qué no la encuentras?

—Porque no la busco.

—¿Y por qué no la buscas?


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Publicado el 31 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Primeras Notas para la Historia de Menorca en 1973

Arturo Robsy


Artículo, crónica


Estoy seguro de que dentro de 100 años seremos unos desconocidos. Los futuros menorquines de entonces no habrán visto de nosotros más que retratos descoloridos o, con suerte, nuestros rostros viejos antes de morir.

Las fotografías que tan alegremente nos sacamos con nuestras máquinas de plástico y que tan caras nos resultan, serán cartulinas apenas sin color en el interior de los pocos álbumes que por esas épocas sobrevivan. Alguien dirá señalando la foto de un muchacho que hoy tiene dieciocho años:

—¿Y éste? ¿Quién es?

El heredero del álbum, joven dentro de 100 años, hará memoria:

—Un bisabuelo, creo.

—¿Y cómo se llamaba?

Y lo más probable es que el joven no lo sepa y tenga que consultar a su padre, o a la fecha escrita detrás del cartoncito.

Como sabemos todo esto, es obligación nuestra dejar a esos descendientes (que en este momento a lo mejor leen el cuento) un relato fidedigno de nuestra Menorca de 1973, con todo lo que esto significa.

Aquí queda, pues, este trabajo para los historiadores de lo porvenir.

Menorca era, a finales de 1973, una isla de tantos kilómetros cuadrados, menos tantos otros que pertenecían a extranjeros. Su población ya no se contaba en "almas" como en los viejos libros de geografía, seguramente por la dificultad de sacarlas a flote: se hacía por censos, consumo per cápita de kilovatios-hora, número de teléfonos y número de televisores.

La gente, como siempre, iba y venía de acá para allá, sólo que, últimamente, en lugar de ir a merendar bajo un pino y engrasarse bien los dedos con tortilla de patatas y cebolla, prefería comer al amparo del cemento de restaurantes donde, en ocasiones, alcanzaba a hacerlo tan bien como en su casa.


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Publicado el 11 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Quieta la Cruz, Impasible el Guardia

Arturo Robsy


Cuento


Tony subió al cielo con la sensación de sólo haber encendido la luz larga y, todo lo más, apretado un poco el acelerador. Las almas, expulsadas violentamente de los cuerpos, sufren confusiones así al principio.

Luego miran hacia abajo y ven la moto por el suelo y, la materia que fueron, como un juguete abandonado. En el caso de Tony, el alma vio también como se alejaba el coche que le había sacado de la carretera de un golpe, llevándose su vida en una aleta.

Tuvo un primer pujo de ira al comprender que le acababan de asesinar. Sus nuevos sentidos, más penetrantes, le dijeron que el conductor llevaba un medio pedalete y mucho miedo por lo que acababa de suceder.

Pero la ira se desvaneció al descubrir Tony que no le importaba lo sucedido. Su parte astral flotaba en la brisa nocturna y se encontraba cómoda y relajada. Las volutas de humo, seguramente, se sienten bien y olvidan el fuego que les hizo arder. Las almas, lo mismo.

Además, la suya todavía conservaba una notable dosis de ron con cocacola que le ayudaba a contemplar la eternidad con una sonrisa. Incluso sospechaba que podía tratarse de un sueño.

Con curiosidad de fantasma, se quedó por allí contemplando el panorama. Lo que había sido un cuerpo aparentaba un lamentable estado. Pero su moto estaba peor: no sólo la llanta delantera se había plegado, sino que el depósito aparecía definitivamente roto. Calculando por lo bajo, la reparación pasaría de los doscientas mil pesetas, por no hablar de los gastos del entierro.

Estaba todavía entretenido con estos cálculos cuando el alba —de rosados dedos, notó el espíritu liberado— alargó la mano por occidente y empezó a distribuir los colores.

Tras el alba, muy de cerca, llegó una camioneta de albañiles. Se detuvieron e inspeccionaron el lugar de autos, como se bautizó después. No tocaron el cadáver: eran partidarios de otros métodos:


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Radical

Arturo Robsy


Cuento


Aunque es penoso decirlo, cuando Remigio descubrió que su mujer "también era adúltera" y que, encima, aquello no era motivo para divorciarse y que, si se divorciaba a pesar de todo, la otra pedía la mitad de cualquier cosa de Remigio, incluida la finca heredada de sus padres, se encontró en la tesitura de ser un permanente cornudo o destruir elmundo.

Puede que usted, que lee esta historia, piensa que hay otras opciones intermedias, de centro como quien dice, pero eso tendría que explicárselo a Remigio, cuyo remedio a mitad de camino no era otro que pegarle un tiro a la susodicha y pasarse entre quince y treinta años de huésped del Estado, salvo amnistías.

Así que el riesgo de perder quince o más años de su vida justificaba, para Remigio, la necesidad de destruir el mundo para quedar en paz con la zorra de su mujer y, de paso, cobrarse unos cuantos piquillos que le debían todos los seres humanos a coro.

Claro que entre tomar la decisión de destruir el mundo y estar en situación de hacerlo, hay un largo camino que tiene que andarse con imaginación o, como diría algún lapidario, "con la vvista puesta en lo grande y la confianza, en Dios."

Naturalmente que Remigio tenía sus dudas acerca de lo que Dios opinaría de este asunto. A fin de cuentas el Buen Dios había hecho el mundo, y, por bueno que fuese no era imaginable que se lo tomara como una broma inocente. Destruir una ciudad era cosa más que gorda ya, pero había sucedido. Y hasta naciones enteras perecieron por la espada o por el hambre, pero todo un mundo... Para eso haría falta un archicriminal — y Remigio no lo era — o un manitas.


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Publicado el 23 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Radio "La Mar"

Arturo Robsy


Cuento


Ni mentir ni dejar que mientan

Emisiones electorales de la famosa Radio La Mar. Vote después de haber reído.

Experimento sociológico sobre la negación de la realidad. Papeles de Trapisonda.

Estas historias de Radio La Mar, puro diálogo e impuro despropósito, se basan en dos hechos fundamentales:

El Primero, que la Constitución nos reconoce el derecho a recibir información veraz y, por lo tanto, prohíbe que se nos mienta como método. Nada dice la engolada «Ley de Leyes» sobre intenciones que puedan ser excusa para la mentira; o sea que desear ganar unas Elecciones o vender un perfume, no justifican el intento de engañarnos. Pero nos engañan todos los días desde todos los medios, porque la modernidad es cosa de propaganda y es fundamental que el dominado siga satisfecho con su situación. Además, no hay juez Garzón que se atreva con los mentirosos: no es tan valiente. Libertad de Expresión, sí. Pero no libertad de mentira.

El Segundo, que no hay cosa más inútil que una que esté partida, y los Partidos son y aspiran a ser trozos de sociedad, fragmentos de convivencia. Es necesario vigilar y limitar el Poder, pero con leyes y no con grupos particulares, si puede expresarse así.

De ahí se crea, en esta ficción disparatada, el Partido Entero, que quizá busca la unidad de lo fundamental, pero no de lo accesorio. Por ejemplo, nadie se arremolina porque el euro sea la unidad en lo dinerario: el dinero, aunque necesario, es el accesorio de los acesorios.

Por eso —si sigue leyendo— verá que el ficticio Partido Entero, puesto en la necesidad de ofrecer un programa electoral, lo resuma en “No mentir ni permitir que otros mientan”.


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Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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