Textos mejor valorados de Arturo Robsy publicados por Edu Robsy disponibles | pág. 2

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autor: Arturo Robsy editor: Edu Robsy textos disponibles


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Arte Parietal

Arturo Robsy


Cuento


El Arte Parietal empezó en España pintando bisontes o arqueros con sus atributos al aire. Los franceses, cuando Marcelino de Sautuola publicó su descubrimiento en 1880, no se lo creyeron. Sólo cuando ellos encontraron los grabados de La Mouthe y de Font—de—Gaume, en 1901, y necesitaron presumir, acabaron aceptando que los bisontes de Altamira eran verdaderamente antiguos.

No obstante, estos sabios no supieron librarse de la idea de que el hombre antiguo, además de barbudo, sólo pensaba en la religión y en la comida y decidieron que las pinturas eran elementos de alguna práctica chamánica para propiciar la caza: magia imitativa. Hay que decir en su descargo que a principios de siglo todavía no se pintaba en las paredes.

Han tenido que pasar muchos años hasta que las nuevas costumbres políticas reprodujeran el arquetipo psicológico del pringatapias. Hoy el tal arquetipo, armado con aerosoles, vive su edad de oro dibujando ideogramas de elevado contenido filosófico y moral, pero los especialistas en historia antigua no parecen percibirlo; no son capaces de encontrar concomitancias entre Altamira y una valla de Madrid.

Afortunadamente, una nueva escuela prehistórica, encabezada por el Historiador Fernández, tiene algo más lógico que decir. Así, el mismo Historiador Fernández, en OLD TIME (Oxford, septiembre, 1989), se pregunta: «¿No es posible imaginar cómo debió sentirse el hombre dibujado desnudo, rodeado de mujeres que le contemplaban, según aparece en el abrigo de El Cogul (Lérida)? ¿No estamos ante un intento de ridiculizar la virilidad de alguien, posiblemente un cargo de la administración de la época? Y todas aquellas mujeres mirando hacia abajo y señalando con el dedo...Esta teoría se refuerza por el hecho de que muy cerca, a los pies del jerarca, está dibujado lo que parece un asno.»


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Qué Difícil Es Ser Dios

Arturo Robsy


Cuento


Sólo los que se aferran a la vida más de lo reglamentario creen que se les puede hacer una biopsia de puro trámite cuando se quejan de que un catarro no se les cura. Y, cuando en vez de una aspirina, les recetan veinte sesiones bajo el acelerador lineal, sólo los de piel de rinoceronte siguen creyendo que las cosas marchan bien.

Eduardo Libre, que soportaba desde niño las desventajas de un espíritu burlón, sonrió, de cara al médico:

—¿Y, a pesar de esto, cree que me curaré?

—Naturalmente.

Libre, que era de otra escuela de pensamiento más propensa a la acción, salió directamente hacia el banco y pidió un cartucho de monedas de cincuenta pesetas. Lo pagó y, con él en el puño, dio un formidable golpe en el mentón del guardia se seguridad de aquella desventurada sucursal. Ya tenía pistola y un total de veinticinco balas.

Cuando, además de cáncer, se tiene un arma de fuego con alguna munición, sobreviene un momento de optimismo. Aguzando el oído se oyen cánticos de aves. Quizá es pasajero, pero alivia la tensión.

De haberse enterado su médico, hombre de escasa psicología y de nómina profunda, hubiera pensado que los últimos manejos perseguían el fin de dotar a Eduardo de un pasaporte a la eternidad: rápido aunque ruidoso. Por eso se hubiera extrañado al ver como su cliente, lejos de perforarse el cráneo, se acomodaba en el escritorio e invertía su valioso tiempo en sumirse en los recuerdos.

Aspiraba a escribir en un blanco papel los nombres de quienes le hubieran perjudicado gravemente, para remitirlos al más allá como avanzadilla. Tenía la impresión de que su cáncer no era más que el resultado del cúmulo de injusticias sufridas y, católico ligeramente heterodoxo, pensaba hacer de Dios durante unos días, decidiendo sobre el destino de ciertos elementos perjudiciales para la salud.

—Juan Valls. —escribió.


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Publicado el 12 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Diosa de la Tierra

Arturo Robsy


Cuento


El sol temprano, limpio y reluciente, bajó en un vuelo rasante por la calle de Alcalá, pasó por los ojos de la puerta neoclásica y se detuvo sobre la cabeza de La Cibeles.

La vieja diosa de piedra seguía saludando desde su carro pero, sobre su corona, sucedía algo insólito: en difícil equilibrio, un hombre se mantenía allí con los brazos abiertos y un gesto adusto.

Mucho después, cuando Madrid había puesto en circulación a su humanidad motorizada y a su pueblo de infantería, la gente empezó a reparar en el tipo de los brazos abiertos. Vestía de negro y procuraba no caerse al agua de la fuente.

—¡Eh! —dijo, por fin, un guardia. Lo hizo con timidez porque no había pedido permiso a la superioridad e ignoraba si el equilibrista incumplía alguna ordenanza o si disponía de permiso para saltársela.

—¡Eh! —insistió. Pero el hombre aquel era como Rubén Darío cuando quería volverse piedra dichosa «porque esa ya no siente» ni el dolor de ser vivo ni la pesadumbre de estar consciente. Posiblemente ese era el caso.

La policía nacional llegó después y también probó suerte:

—¡Eh!

El interesado, corona inmóvil de la diosa, siguió mirando obstinadamente a levante, a oriente. Quizá a Belén, quizá a La Meca: a distancia ni se le apreciaba la raza ni la religión, y sólo se podía sospechar que se trataba de un presunto loco o de un artista famoso decidido a promocionar su obra.

—¡Eh! —insistió la policía nacional , más perseverante que la municipal.

El tipo miró en torno y, poco satisfecho, decidió que necesitaba algún ruido supletorio:

—Llamen —dijo— a los bomberos.

Poco discretos, éstos llegaron con sus sirenas y sus luces y, entonces, una mínima multitud se congregó en torno a la fuente y en las esquinas del Banco de España y de Correos.


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Publicado el 11 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Buen Hambre

Arturo Robsy


Cuento


El Times, admirado, le concedió su portada: Alberto, en toda su extensión de cinco años, con un polo en la mano. Debajo, la leyenda: El superniño que aprendió inglés en tres días.

En el interior, los profesores de la escuela Future para superdotados, explicaban lo que habían dicho ya todas las cadenas de televisión: La Electronics Investment lo había descubierto en España (Europa) y lo trajo al mundo real, a América.

Alberto había hablado a los cuatro meses y medio. A los seis, leía. A los doce escribía. Luego ya nadie había sido capaz de suministrarle suficiente información. Devoraba todo. Entendía todo. Los habituales test de inteligencia no servían con él. Se quedaban cortos.

Electronics Investment, al saberlo, sostuvo una conversación con el padre, hombre normal a quien su hijo preocupaba:

—¿No querrá usted que se malogre su talento?

—Lo que yo quiero no es posible. —dijo el padre, campesino que no fue arrastrado por la emigración a las ciudades.— Alberto no será feliz.

—¿Por qué no? Nosotros le daremos estudios. Será un gran hombre.

—¿Y creen que no comprenderá en qué mundo ha venido a nacer?

—Claro. —respondió Electronics, que no era sutil.— Y será un gran físico o un gran químico. O ambas cosas.

Electronics ignoraba la profundidad del alma castellana. Quizá porque, en descampado, se tapaba con una boina y se expresaba a través de hombres mal afeitados.

—A usted —añadió Electronics, interpretando mal el silencio del padre— también le pagaremos. Vendrá a vivir con Alberto a «Iusei».

El hombre se encogió de hombros. Miró la llanura y pensó, fugazmente, que ella era la única capaz de estar cerca y lejos a la vez. Miró luego al hijo superdotado.

—Tú, ¿qué piensas? —le preguntó

—Quiero saberlo todo. —respondió el niño. No usaba adornos en la lengua. Iba derecho.


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Publicado el 11 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Hoy es Siempre

Arturo Robsy


Cuento


Yo soy el único que tiene el mérito. Sólo yo hice las cosas, así que mi nombre tiene que pasar a la historia y quedarse allí hasta que el mundo reviente del todo, que no será pasado mañana. Y gracias a mí. Así que procuren escribir bien mi nombre: Agapito. A-ga-pi-to.

No me haga preguntas. Deje que lo explique a mi aire, que todos se enterarán igual, así que no intente presumir a mi costa, locutor. Le diré, por ejemplo, si sabe que la gente es tonta. Pues lo es. Sin duda, sin duda.

La gente no mira, ¿sabe usted? La gente corretea por la calle con la cabeza llena de sus asuntos, y no se fija. Pregunte usted a alguien si se acaba de cruzar con un hombre o con una mujer y verá. No se fija nadie. Nadie mira, pero todos se quejan de no ver la luz. Todos dicen que están desorientados, que no saben dónde está la verdad ni dónde la felicidad, pero no miran. Al menos no miran hacia el mundo, sino hacia el televisor y los escaparates. Y así nos va.

Hace falta un tipo especial de persona. Sí, claro: soy un pardo, yo. ¿cree que por eso ando de aquí para allá sin preocupaciones? No. Lo que sucede es que yo veo las cosas. Un hombre que no ve, pero que no es ciego, no es otra cosa que un estúpido, y usted tómeselo como prefiera.

En cambio, yo soy un poeta. Miro las nubes y les busco formas caprichosas, exactamente igual que hacen los niños, y, por supuesto, se las encuentro. Al andar procuro no "pisar raya", y a veces cojo mariquitas por el placer de verlas andar tan tranquilas por mis manos, hasta que aciertan a subir por un dedo y levantan el vuelo.

Ya sé que hay otros poetas que hacen versos, pero son puros disfraces los versos. Siendo un poeta auténtico, ¿para qué ser otra cosa? ¿Qué falta hace? Si yo hiciera un verso me perdería el suspiro del tiempo, la única luz de ése instante, el sueño perfecto de ser la cosa misma que sientes.


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Publicado el 9 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Estás un Poco Loco, ¿No?

Arturo Robsy


Cuento


Toc, toc... Llaman a la puerta, pero se diría que es la puerta misma la que te reclama. Creías que había terminado el día, o la jornada, que es palabra que describe mejor tus horas de esclavo. Sin embargo, ahí tienes como alguien te reclama, como alguien aguarda tras la hoja de madera, un amigo quizá o, quizá, un desconocido.

Tú sabes que por dentro eres un hombre pequeño, un hombre encerrado en carne cobarde y, quizá, cansada. Unos días vivir es una llama y, otros, algo demasiado largo que te coge por el cuello. La monotonía es, quizá, la que te ahoga, y la soledad, que siempre desemboca en miedo. ¿Cuántas veces te has hecho el propósito de cambiar? Desde mañana, esto. Desde mañana, lo otro. Pero ni los ricos lo consiguen, aunque a ti te da la sensación de que ellos sí podrían.

Hay un mundo maravilloso por ahí. Se vislumbra en las películas y se roza en algunos libros, ¿verdad? Están las aventuras tremendas en las que tú puedes sonreír porque sabes que llegarás salvo hasta el final, hasta los brazos de la chica. Y las islas de cocoteros, donde el sol es una joya y el cielo tan azul como el de los anuncios. Y también hay lealtad y alegría y amor... Pero tú tienes un trabajo, que no es malo, desde luego, pero es un trabajo: no sólo vendes tu tiempo y tu inteligencia, sino que estacionas tu vida, la dejas en la entrada cada mañana y la recoges después, como a un abrigo que se va haciendo viejo.


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Publicado el 20 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Hágase la Llama

Arturo Robsy


Cuento


— ¡Máquinas y máquinas! — dijo el hombre lanzando un martillo al fondo del cobertizo. — Apuesto a que no has visto una bendita herrería en tu vida.

El pueblo, blanco, se extendía a lo lejos en la luminosa calma mediterránea y el hombre lo vigilaba con ojos airados y tan encendidos como los tizones de su fragua.

— Ni siquiera debes de saber qué cosa es un herrero. — dijo, mirándome de mal humor — Nadie lo sabe. Pero yo te lo diré: los herreros somos los conquistadores del mundo, los que decidimos, hace milenios, llevar al hombre a las estrellas. Los Señores del Fuego.

De todas formas aquellas palabras no sonaban a herrero ni mucho menos. Atendí mejor a los rasgos en busca de la señal de la cultura en el rostro, de la huella del pensamiento en las manos, pero aquel era un diablo malhumorado y algo cojo, que se meneaba pisoteando la tierra cenicienta debajo de su emparrado verde.

— No hay herreros — resumió — de modo que nadie puede entender el mundo. No me extraña que haya tanta delincuencia.

Yo, para la historia y para el mundo, había ido a una ferretería a comprar una rejilla y unos morillos para mi chimenea y, aunque julio, me hacía ilusión colocarlos inmediatamente y, sobre ellos, tres o cuatro artísticos leños de encina.

Desgraciadamente, las medidas de mi chimenea no estaban homologadas, estandarizadas o como quiera que se diga, de modo que ninguna de las piezas fabricadas en serie encajaba en ella, y así fue como me encaminaron a las afueras, al herrero, advirtiéndome de que estaba medio loco y que me haría o no el trabajo, según.

— ¿Según, qué?

— Según el viento, por ejemplo. Cuando sopla el mediodía es cosa sabida que tira piedras. El poniente sólo le hace maldecir. El norte es el más favorable. Hay quien dice que con norte se le ha visto sonreír, pero son exageraciones.


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Publicado el 21 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

A Vida y Muerte

Arturo Robsy


Cuento


Miguel de los Santos tenía una mujer muy bella y unos celos muy feos que le llevaron a convertir su casa en comisaría. Paseaba por ella reparando en los detalles y practicando interrogatorios:

—¿Qué hace este hilo verde en el respaldo? —preguntaba.

—Será de cuando ayer cosí.

—¿Por qué está la toalla en el dormitorio?

—Al salir de la regadera y vestirme la olvidé, seguramente.

Miguel de los Santos miraba a su bella mujer y sospechaba. Unas veces en silencio y otras, no. Ella era la muleta en la que apoyaba el peso de sus miedos secretos.

—Tú me quieres, ¿verdad?

Y le quería. Sintieron un amor que reventaba en el pecho; un ansia desconocida. Pero amar y vivir son cosas distintas y las continuas sospechas de Miguel de los Santos no podían menos que provocar tentaciones y ensueños.

Por fin hubo otro hombre. Si Miguel sospechaba sin razón, sospecharía de igual modo con ella, como así fue hasta que en una discusión los ánimos subieron a gritos y los gritos a las verdades que no deberían serlo:

—¡Claro que te engaño! —dijo Amalia como una furia.— Con un hombre mejor que tú. ¿Y qué?

Nada. Miguel de los Santos quedó mudo y frío. Había pensado demasiado en la posibilidad para tener alguna duda. Así pasó al plan B, que era la pistola. Sin una palabra de despedida, sin un reproche, le disparó bajo el seno izquierdo y ella le siguió mirando con furia hasta que comprendió lo que pasaba en el momento que la muerte la pilló por los cabellos.

Miguel de los Santos la llevó al lecho y dispuso el cuerpo con cariño. Lo lavó, recordando toda la vida que llegó a haber en cada parte. Lo besó, sintiéndose tan herido en el corazón como ella.


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Publicado el 28 de enero de 2018 por Edu Robsy.

...Y Compadece al Delincuente

Arturo Robsy


Cuento


El Alcalde, que era un hombre activo, predió la mecha y el cohete, tras subir al cielo, inauguró las fiestas de verano, obligando a miles de muy jóvenes, en camiseta, a echarse a la calle y reclamar bebida.

Los vendedores de vinos y licores los aguardaban frotando el zinc con las bayetas. Días antes habían acudido en comisión al Ayuntamiento. Ellos, que estaban a favor de la cultura y de las tradiciones por igual, ayudarían a emborracharse a la juventud para que gritara a su gusto, pero como, en aquella situación, la juventud tendía a morder la mano que la ayudaba, pedían permiso para usar vasos de plástico, subir los precios autorizados en la hoja sellada y, sobre todo, cerrar los lavabos.

— Bien. — dijo el alcalde, también tradicional.

— Pero la ley dice que cualquier establecimiento abierto al público ha de tener servicios. — advirtió el secretario, un maldito leguleyo.

— Y los tienen, ¿no? ¿Dice la ley que no pueden estar cerrados?

Así fue como cientos de espirituosos metros cúbicos corrieron las botellas a las gargantas y, desde éstas, tras darse un rápido paseo por las venas y fatigarse, se dejaban caer sobre los riñones que, cuidadosos, los bajaban al depósito que las naturalezas tenían dispuesto.

Mientras sucedían estos silenciosos procesos, tiempo hubo para abuchear a las autoridades que iban a las completas y para tirar huevos a los municipales que les escoltaban. También consiguieron irrumpir en la entrada del Ayuntamiento y derribar a la Giganta, que había paseado hasta media hora antes, perseguida por la chiquillería.

Otros más rodearon a la banda de música y, en rápido movimiento de tenaza, vertieron por los pabellones de los instrumentos de viento el contenido de varias litronas.


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Publicado el 4 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

El Esclavo

Arturo Robsy


Cuento


Cuando aquel hombre llegó parecía asustado de veras. Todos nosotros teníamos pintada la alegría en el rostro, por eso lo mustio de su expresión adquirió un tono grave y burlesco por la comparación. Todo era extraño en él menos los ojos. Estos brillaban a intervalos, eso sí, pero contraponían una santa gota de calma a la nota crispada de su cara.

Dos de nosotros, que jugaban enfrascados a los naipes, completaron la ilusión exclamando algo sobre una jugada.

Luego todos callamos.

Don Martín advirtiendo el raro efecto que nos había causado su insólita aparición, vino hasta la mesa y se sentó aparentando una perfecta normalidad. Durante unos segundo se oyeron los ruidos del silencio y después fueron reanudándose las conversaciones, primero con graves todos, que fueron tornándose en las timbradas voces de todos conocíamos.

Entonces, sólo entonces, don Martín habló:

—¿Qué les ha sucedido cuando me han visto entrar? Parecía como si algo les hubiese detenido la lengua.—se detuvo y sacó rápidamente un espejito que reflejó su imagen. Sonrió. —Comprendo ahora que mi figura no acabe de ser del todo natural. Sin embargo, ¿es eso bastante para hacer callar a toda la tertulia?

Nadie contestó. Notábamos como si efectivamente "algo" nos impusiera su presencia. Callamos. ¿Qué otra cosa podíamos hacer?

—¿No comprenden? —continuó transfigurado Don Martín— ¡Tienen que ayudarme! Es necesario que ustedes me convenzan de la realidad de lo que vivimos en estos momentos. Es necesario que yo pueda separar el sueño y el mundo, y el mundo de mí mismo.

En efecto no comprendíamos aquello. Sólo dedujimos que Don Martín estaba terriblemente excitado, casi al borde de una crisis nerviosa.


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Publicado el 15 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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