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autor: Arturo Robsy editor: Edu Robsy textos disponibles


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No Era Amistad

Arturo Robsy


Cuento


Al pescador le faltaba un dedo y al perro, el rabo. El rabo que le cortaron para mejor cazar cuando era un cachorro, mucho antes de que se descubriera su incapacidad para el rastreo.

El perro era de un viejo predio, y todo el mundo sabe que en esos lugares no se alimenta a los inútiles, de modo que, al año de su nacimiento, se encontró siguiendo una carretera y bebiendo en los charcos de la cuneta. Seguramente no acababa de comprender su postura y caminaba perplejo, entre dolido y triste.

Antes de esto, sus amos le llevaron, en un coche, muy lejos; kilómetros y kilómetros tomando curvas y salvando baches; y él, infeliz, ladraba con su hocico pegado al parabrisas, convencido de que se aproximaba una gran cacería.

Así quedó abandonado la primera vez, pero achacó a un descuido de sus queridos "humanos", madre y padre en una misma persona que le alimentaba y le acariciaba y, también (ay) le golpeaba.

Y volvió. Cruzó la fronda, se rasgó la piel en los aulagares, esquivó automóviles, pero volvió.

Se lo llevaron. Volvió.

La tercera vez hubo una pequeña discusión en la casa: el perro era un problema y ellos no podían perder el tiempo alejándolo y alejándolo.

El payés dijo que le iba a pegar un tiro. Madona se encogió filosóficamente de hombros pensando, quizá, en la cosecha de pimientos, y él, ajeno, movía el rabo satisfecho de estar de nuevo en su hogar, y hurgaba con el hocico entre los desperdicios de la cocina.

Luego, el hijo, un muchacho torpón y sucio, sintió algo parecido a la piedad y la ejecución quedó aplazada. "Si regresa la próxima vez" —dijeron, y se lo llevaron al mar, a la distancia más larga. Allí se quedó. Allí estaba, caminando por la carretera y bebiendo el agua de sus charcos, preguntándonos lo que sucedía.


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Publicado el 28 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Picasso y las Ranas

Arturo Robsy


Cuento


La soledad tiene un feo nombre: aburrimiento.

—Klag Underwood

I. Picasso

Murió Picasso. Todo un tiempo ha muerto.

Era un ensayo de eternidad. Un andaluz universal cocinado a la francesa con salsas catalanas.

Un viso, quizá, su muerte. Un aviso para todos los que nos habíamos acostumbrado al siempre de Picasso. Cuando yo nací él era ya viejo. Cuando nació mi padre había superado el cubismo. Cuando nació mi abuelo Picasso tenía una mención honorífica en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid con "Ciencia y Caridad". Así pues, Picasso era eterno; de ahí el dolor de verle desaparecer llevándose entre sus manos yertas noventa y un años, cinco meses y dieciocho días de arte, recuerdos y enormidad.

No dicen ahora que Picasso era español. Ya lo sabíamos. Hasta él lo supo de siempre. Lástima que España se interesa por el hombre hecho, no por el que se hace y en este sentido, Picasso seguirá del otro lado de la frontera porque si bien se le acabó el metabolismo, su obra continúa en movimiento, repitiendo una y otra vez el volubre genio creador del malagueño éste que se nos ha muerto en Mougins.

Con mi homenaje, la anécdota (sólo que la muerte jamás debiera ser ocasión de aplausos).

Sonaba la televisión en un bar cualquiera. En las mesas cercanas hombres jóvenes jugaban al dominó. Bebían café y coñac y hasta cerveza, según los gustos. El camarero iba y venía por entre el estruendo iba y venía por entre el estruendo de las fichas, golpeando de plano en las mesas, los gritos y las expresiones de júbilo con que los ciudadanos victoriosos celebraban su habilidad.


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Publicado el 11 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Observación Directa de la Naturaleza

Arturo Robsy


Cuento


El niño

Está sentado en la alfombra y el último juego ha dejado de interesarle. Entre sus piernas, los soldaditos de goma yacen congelados en sus rígidas posturas, ya sin la elasticidad que la imaginación del niño les daba. El televisor calla, pues no es hora de programa, y el niño se aburre lentamente, a golpes que le hunden más y más en la conciencia de estar sentado y no hacer nada.

—Mamá —cuando la seguridad de que se aburre es bastante fuerte—: cuéntame un cuento.

La madre, que terminó de fregar los platos hace poco, cose sobre la mesa: se arregla los largos de una falda pasada de moda. No está de humor para cuentos ahora, pero el niño insiste.

—Cuéntame uno.

A ver... ¿Cuál? Están el de Blancanieves, el de Caperucita, el del Flautista... pero es que no tiene ganas de hablar. Por eso, quizá, recuerda lo que su padre le contaba en las mismas circunstancias:

—Érase —dice— un Rey que tenía tres hijas; las metió en tres botijas y las tapó con pez. ¿Quieres que te lo cuente otra vez?

El niño no sabe muy bien lo que ha oído. Desconfía. Si aquello es un cuento, no se siente nada satisfecho.

—¿Qué? —pregunta un poco furioso.

—Érase —responde la madre— un Rey que tenía tres hijas; las metió en tres botijas y las tapó con pez. ¿Quieres que te lo cuente otra vez?

El niño reflexiona y comprende que la madre ha olvidado la substancia del asunto. Conteniendo el enfado, decide ayudarla en la medida de lo posible:

—¿Quieres decir que el Rey mató a sus dos hijas?

—No —la madre no desea dar malos ejemplos en sus historias.

—Pero las hijas se morirían si les echó pez encima.

La mujer suspira: por quererse quitar a su hijo de encima en lugar de contarle un cuento de verdad, ahora va a purgar su culpa en forma de interminables explicaciones a pie de texto.


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Publicado el 9 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Mayoría Popular

Arturo Robsy


Cuento, Crónica, Política


Mayoría popular: ¡Por fin España votó a derechas!


Este era el titular, zumbón pero descriptivo, de aquella mañana: en las páginas interiores, la información detallada de lo que todos vieron por la tele. Los ordenadores habían sufrido el colapso de costumbre y, luego, otro mayor al contemplar el fuerte color verde de la cara del vicepresidente al ver, por primera vez, los avances del escrutinio.

Miraba los papeles. El saber leer como cualquier intelectual no le facilitaba las cosas. Lo que los ojos le decían no lo asimilaba el alado espíritu. ¡Por la estilográfica de Machado y el patio con limonero adjunto! La mayoría se le había desmandado: los pobres y los descamisados mordían la mano que tanto los atornilló.

Verde que te quiero verde, sacó el coraje de su estuche y desenroscó la lengua: con un cuarenta y siete por ciento de los votos escrutados, el PP tendría 213 escaños, 82 el PSOE...

Se volvió. Creía haber oído risitas a su espalda.


* * *


Chiqui Benegas, especialista en excusas, llevaba tres horas pensando a cinco atmósferas. Descubrir el "Efecto Segunda Vuelta" de Melilla sólo le había costado una, pero no siempre las explicaciones oficiales redondas acudían, ligeras, a su mente progresista. Su yo más íntimo, en los descuidos, parecía opinar que los diferentes "Casos Guerra" ilustraban sobradamente el revolcón.

—El Socialismo —dijo cuando estuvo convencido de que casi todo cuela— ha conservado su cuota de votos. La derecha se ha unido, viéndose favorecida por la Ley d'Hondt. Culmina así un proceso de acoso pero no de derribo. Por otro lado, ha actuado el "Síndrome del Este".

Los múltiples secretarios usaron los teléfonos para advertir a todos los que aguardaban a la versión oficial para hacer declaraciones:

—Consigna: todos contra el Psoe, ya podrán. Y, "Síndrome del Este".


* * *


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Publicado el 1 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Peripecias

Arturo Robsy


Cuento


Uno de los ultimos domingos del verano, seis amigos decidimos salir de excursión, una excursión a la antigua, a base de transportar cada uno parte del condumio, juntarlo todo una vez llegados al lugar y deglutirlo mezclado con reparador vinillo.

Seis éramos, seis. Seis tipos jóvenes, no excesivamente atolondrados ni absolutamente cuerdos. Seis muchachos y un utilitario que debería soportarnos durante algunos quilómetros (pues pensábamos ir a Cala Blanca desde Mahón).

Uno era el encargado del pan. Otro el del vino. Otro llevaría el aceite, el vinagre y la sal; otro más la leche, el tomate y la cebolla para la ensalada. El quinto el fuego y los cacharros de cocina, y el sexto, yo, la comida propiamente dicha. Los huevos y la carne y alguna lata para el aperitivo.

Salimos, por fin, con el retraso previsto. Enfilamos la carretera canturreando sin demasiado éxito. Las canciones entre seis muchachos ni excesivamente atolondrados ni absolutamente cuerdos, pronto degeneran y se vuelven groseras más que picantes. Por ejemplo, aquella que empieza:


"La vaca,
chunda-chún,
del Eleuterio,
chunda-chún,
ha sido sorprendida
en adulterio,
chunda-chún."


No es que nuestros pulcros oídos nos impidiesen escuchar este tipo de canciones, ni que virginal rubor nos invadiera al oírlas. No, qué va. Pero como todos conocíamos muy bien sus argumentos, resultaban un entretenimiento bastante flojo a aquellas alturas.

Terminamos la que estaba empezada:


"Y con eso,
chunda-chún,
de las vacas disipadas,
chunda-chún,
andan los toros a cornadas..."


Entonces voy y propongo que cada uno cuente una historia divertida mientras llegamos. Somo seis y el coche va cargado, pero sabe correr: basta con dejarle floja la rienda y despreocuparse. De esta manera tendremos tiempo de sobra en el camino para contar cada uno nuestro chiste.


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Publicado el 18 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Los Neanderthales

Arturo Robsy


Cuento


Los neanderthales se movían inquietos, frotándose repetidamente sus caídos mentones. La cosa merecía la pena, ya que los neanderthales se reúnen exclusivamente por motivos importantes.

—¿Y bien? —dijo uno— ¿Hay que esperar aún más?

Los otros miraron impacientes hacia la entrada de la caverna.

—Creo —gruñó otro— que estamos aquí todos.

—Y si falta alguno —comentó un gracioso— que se espabile y aprenda a ser puntual.

—Es necesario —siguió el que había hablado en primer lugar— que sometamos a votación la nueva ley de caza. Los privilegios que obtendremos de ella os aseguro que compensan con mucho las desventajas que supone...

—¿Y no podríamos cazar cada uno a su aire, como hasta ahora? —dijo un inconformista—. No veo la necesidad de hacer votaciones por esto.

En la cueva estalló un griterío y cada cual quiso dar su opinión sin oír la de los demás. El orden tardó en restablecerse y el jefe-presidente tuvo que golpear, durante mucho tiempo, un bastón de hueso sobre el cráneo perforado de un enemigo.

—Comportémonos como neanderthales civilizados —gritó al fin. Y, luego, con talento más alegre, continuó—. La democracia es la más alta realización social a que podamos aspirar, la cumbre misma de la evolución que nos separa de los demás animales. Por la democracia afirmamos la igualdad de todos los neanderthales y el inalienable derecho a participar en la vida de la comunidad.

—Pues a mí la comunidad me da muchas pataditas en cierto sitio —dijo un muchachote, todavía con poca barba en las mandíbulas.

De nuevo estalló el alboroto y muchos se mostraron indignados por la osadía del jovenzuelo, mientras otros, los más inteligentes, aullaban sus pareceres:

—Mientras estamos aquí discutiendo, los animales se escapan: a esto le llamo yo democracia.


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Publicado el 16 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Mil Cien Dólares

Arturo Robsy


Cuento


Antonio era un hombre crédulo, profundo y respetuoso admirador de la letra escrita: para él por ejemplo el problema de la existencia de Dios no tenía objeto: los papeles (al menos, los que Antonio pudo leer en su día) decían claramente que sí, luego Dios existía. Por los mismos motivos creían en los impuestos directos, en la caridad cristiana, en la incorruptibilidad de los hombres públicos y en trescientos veintiún (321) detergentes que, cada uno por su lado, lavaban más blanco y más limpio que nadie.

Antonio era crédulo: esta afirmación no necesita de más demostraciones: usaba la viaja y rancia "fe del carbonero"; fe del dependiente, en su caso, pues quince de sus treinta años los había pasado tras el mostrador de una pañería sonriendo a la mujer que buscaba un retalito para falda de verano o a la que necesitaba unas cortinas de colores realmente sólidos.

Antonio era hombre sumamente frugal, sencillo de gustos, dueño de un caprichoso y ulceroso duodeno que le incapacitaba para cualquier tipo de excesos. Gracias a estas especiales circunstancia no se veía obligado, a finales de mes, a hacer extraños equilibrios (y drásticas reducciones) con su presupuesto. Es más, conseguía ahorrar el 19 % del total, cantidad que los primeros sábados de cada mes depositaba en un banco del que había leído en el periódico era "la más sólida garantía del ahorro familiar".


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Publicado el 19 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Noctambulario de un Filósofo Pequeño

Arturo Robsy


Cuento


(Nótese que Azorín habló del "Pequeño Filósofo", pero que jamás hizo mención a los filósofos pequeños).


Martes, 25. La libre competencia

Si me viese en la necesidad de resumir el último siglo en un hecho esencial, no pensaría seguramente en las dos guerras europeas, ni en la española, ni en la bomba atómica, ni en Albertí (que sí es un "hecho esencial"). Simplemente contestaría: la Competencia.

Antes —y me refiero a un antes que no he vivido— no estábamos civilizados, ya que no conocíamos el cepillo de dientes, y suponíamos que el comprador, por el sólo hecho de pagar, tenía derecho a elegir calidad y a cerciorarse de la misma antes de soltar las macarias. ¿Verdad que es cómico?

El fabricante, el vendedor que no ofrecía calidad, ya podía ir encomendándose a Santa Bárbara y, en todo caso, haciendo las maletas para una instructiva y fructífera emigración a la Argentina o a Argel.

La gran lucha de los últimos cien años ha sido ésa, la de la Libre Competencia; la de arrebatar al consumidor sus caprichos y enseñarle a comprar lo que debe y no lo que quiere. A lo sumo, a enseñarle a querer los productos que el fabricante tiene en el mercado.

Muchos de mis lectores recordarán a aquellos magníficos viejos que se ataban los machos antes de hacer una compra y miraban y remiraban el artículo, le daban vueltas en la mano, preguntaban todas sus características al dependiente y, en la mayoría de los casos, exigían una demostración práctica.

¡Qué vergüenza si nosotros, en 1973, hiciéramos lo mismo! Hasta es posible que nos echaran del comercio y nos llamasen agarrados. Porque hoy es de buen tono entrar, coger la cosa a por la que vamos sin sacarla del embalaje de la fábrica y pagarla religiosamente.

No importa que, luego, la "cosa" en cuestión salga defectuosa o no sea de nuestro gusto: esto es la Libre Competencia.


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Publicado el 17 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Poemas para Siempre

Arturo Robsy


Poesía


De mi canción nacen escuadras

Esta es una breve antología de romances sobre nuestros sentimientos de siempre cuando consideramos España, la Vida y la Muerte.

Falangistas

¿Quiénes son esos muchachos
que son soldados y estatuas,
que cuando los miro pienso
en la libertad de España?

¿Quienes son esos muchachos,
azules de cielo y agua,
que miran como no miran
no siquiera las estatuas?

Vienen de lejos y lejos
van volando con sus alas;
amigos del sol y el viento,
miran, sonríen y avanzan.
Hierro llevan en el gesto
y en la bandera una garra.

Algo que no es de este mundo,
algo que no usa palabras,
les empuja, les arrulla,
les ilusiona y les lava.
El agua de lluvia limpia,
el agua de lluvia clara,
les roza los pensamientos.
Y la luz de la mañana,
como un pájaro secreto,
anida en sus frentes altas.

¿Quiénes son esos soldados,
que son soldados y estatuas
y sonríen sin sonrisa
y aun sin palabras nos hablan?
No necesitan hablar;
no necesitan ya nada:
Son algo más que soldados:
Son la semilla de España.

Escuadras

Como la mies que madura,
aguardando ya la siega,
se ponen en pie los hombres
de nuestra Falange eterna.

Como el árbol que se crece,
como el sol que se levanta
y como se hinchan las velas
marcharán mis camaradas.

Una voz corre los campos,
un viento azul que los rasga,
una bandera que grita,
una promesa que arrastra;
los hombres, al escucharla,
son semillas en el aire,
luces corriendo distancias,
manos que todo lo juntan,
gestos que a todos nos atan.

Como sonrisas perfectas
a la boca suben almas
y a los ojos ilusiones
y voces a las gargantas.


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13 págs. / 23 minutos / 82 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2022 por Edu Robsy.

Los Cazadores de Osos

Arturo Robsy


Cuento


Menorca, la bien arbolada, era una isla demasiado boscosa para el gusto de muchos campesinos que, poco a poco, la fueron talando para conseguir nuevas tierras de cultivo. Era Menorca tan pequeña que un palmo de terreno era indispensable para sembrar en él el trigo que los hombres se comerían vuelto pan, o el forraje que los hombres guisarían vuelto vaca.

Con esto fueron menguando los bosques, pero todavía eran formidables y espesos, porque el campesino se conforma con lo necesario y sólo mata en último extremo. Además, los labradores comprendían que aquellos árboles, casi azules, algodonosos, les sujetaban la tierra y les protegían los cultivos del díscolo Viento del Norte que, desde que la Isla fue Menorca, se había obstinado en arrancarla de su lugar a fuerza de grávidos soplidos.

Pero los hombres que durante tanto tiempo habían temido al bravucón Mediterráneo, aprendieron por fin la forma de dominarle por completo y se hicieron marineros. Y, por el mar, descubrieron el comercio, y, por el comercio, la riqueza y por la riqueza, volvieron sus ojos contra el bosque y decidieron que él se la proporcionaría toda de golpe.

Así comenzaron las grandes talas. Las cuadrillas empezaban al amanecer afilando las segures con sus piedras rojas, y, hasta la noche, en el bosque no se oía más que el ruido de las hachas cayendo contra las indefensos troncos rugosos, las voces "¡madera!" y el desgarrarse y troncharse de los árboles que caían abatidos.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 39 visitas.

Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

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