La Hora
Arturo Robsy
Cuento
—La tierra es dura
—Al hombre le toca hacerla blanda.
—Lo era. Y no lo es ya por su culpa.
—Jean Cocteau, Bachus.
Es la hora. Se pretende que apagues la luz. Se pretende que dejes
penetrar la noche hasta tu cuerpo... En fin: se pretende que seas nada
porque la noche todavía es dueña del miedo, encubridora del amor y
víctima de los explotadores que comercian en su centro. Del día vive
todo el mundo; la noche, muy pocos: los que vigilan y los que burlan la
vigilancia; los que tienen largas conversaciones con las copas vacías y
los que se las llenan de nuevo; también los que sueñan como tú...
El sueño te sube por las piernas como una tibia cosquilla y sienten que el pecho se te funde con el cuello, y el cuello con la cara, y la cara con el peo hasta ser, por fin, uno sólo contigo.
Regresas, por ejemplo, al astronauta que subió hasta el cielo con su cohete y le oyes hablar de las estrellas. Usa para esto palabras completamente blancas: ¿creerías que las estrellas son de hielo? Pues sí; hielo antiguo y sabio que sonríe y salta en la bóveda del firmamento. Al pasar, saludan alegremente.
—¿Adónde vas, astronauta?
—A la luna.
—¿Tan cerquita? Si es aquí mismo.
Tú, claro, piensas que es cierto y te da vergüenza no ir más allá. Las estrellas, entonces, bailan y te dan a beber su luz tan larga, tan larga:
—¿Por qué no te vienes más lejos?
—¿Adónde?
—Por ahí, al sitio donde se cobran los recibos del rayo, a la fiesta de los cometas vagabundos, o...
—¿Y al cielo? —preguntas.
—También al cielo, astronauta. Pero, para eso...
—¿Qué?
—Para eso has de contar los años de una estrella.
—¿Sí? Veamos.— entonces piensas un poco y sientes el frío del firmamento, por donde muy pocos hombres pasean. —El primer año... ¡Alegría!
—¿Y después? —dicen las estrellas.
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Publicado el 13 de julio de 2021 por Edu Robsy.