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autor: Arturo Robsy etiqueta: Cuento textos disponibles


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Mayoría Popular

Arturo Robsy


Cuento, Crónica, Política


Mayoría popular: ¡Por fin España votó a derechas!


Este era el titular, zumbón pero descriptivo, de aquella mañana: en las páginas interiores, la información detallada de lo que todos vieron por la tele. Los ordenadores habían sufrido el colapso de costumbre y, luego, otro mayor al contemplar el fuerte color verde de la cara del vicepresidente al ver, por primera vez, los avances del escrutinio.

Miraba los papeles. El saber leer como cualquier intelectual no le facilitaba las cosas. Lo que los ojos le decían no lo asimilaba el alado espíritu. ¡Por la estilográfica de Machado y el patio con limonero adjunto! La mayoría se le había desmandado: los pobres y los descamisados mordían la mano que tanto los atornilló.

Verde que te quiero verde, sacó el coraje de su estuche y desenroscó la lengua: con un cuarenta y siete por ciento de los votos escrutados, el PP tendría 213 escaños, 82 el PSOE...

Se volvió. Creía haber oído risitas a su espalda.


* * *


Chiqui Benegas, especialista en excusas, llevaba tres horas pensando a cinco atmósferas. Descubrir el "Efecto Segunda Vuelta" de Melilla sólo le había costado una, pero no siempre las explicaciones oficiales redondas acudían, ligeras, a su mente progresista. Su yo más íntimo, en los descuidos, parecía opinar que los diferentes "Casos Guerra" ilustraban sobradamente el revolcón.

—El Socialismo —dijo cuando estuvo convencido de que casi todo cuela— ha conservado su cuota de votos. La derecha se ha unido, viéndose favorecida por la Ley d'Hondt. Culmina así un proceso de acoso pero no de derribo. Por otro lado, ha actuado el "Síndrome del Este".

Los múltiples secretarios usaron los teléfonos para advertir a todos los que aguardaban a la versión oficial para hacer declaraciones:

—Consigna: todos contra el Psoe, ya podrán. Y, "Síndrome del Este".


* * *


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Publicado el 1 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Luisa

Arturo Robsy


Cuento


Luisa (Luchy, a fin de cuentas) era una muchacha guapa, terriblemente guapa y, también terriblemente aburrida. Bien poco se podría decir sobre su historia salvo el hecho de que, un día, despertó y se encontró haciendo cuarto de bachillerato.

A continuación, como todas las mocosillas de su edad, empezó a mirarse en el espejo y a vigilar su pecho, ansiosa de que creciera; ansiosa, en su suma de ser una mujer (¿con toda la barba?).

Los veranos los pasaba extendida en una playa y esquivando las tareas que su madre le imponía. De esta forma descubrió que no hay languidez mayor que la de los atardeceres, ni gloria tan perecedera como los helados de fresa que uno toma después de comer. Además aprovechó para tener el primer amor, esa cosa indefinida sin la que una jovencita no se decide a sentirse mujer. De manera que eligió con cuidado y, luego amó tanto como pudo a un joven británico que al principio no reparaba en ella.

La cosa fue de maravilla y Luisa (Luchy, después de todo) estuvo alternativamente feliz y desgraciada, y saboreó muchos polos de peseta. ¡Aquel tiempo feliz en compañía del ingresito de su alma!

Además, daban largos paseos por los roquedales o tomaban el fresco al pie de un árbol raquítico. Y, así, un día se tomaron de la mano y otro se las apretaron.

Después, alguien pronunció la palabra mágica: Amor, y decidieron que tanto Romeo como Julieta como Calixto y Melibea fueron unos chiquillos a su lado. En consecuencia se besaron. Y fue un beso rápido, vergonzoso, donde todo fue dicho a través del sonrojo que les entró a ambos. Aún así, la escena quedó largamente anclada en sus memorias y, a pesar de que no se repitió, Luisa, diez años después, todavía pensaba en aquel inglesito amado y en aquella tarde en que, torpemente, se dieron los labios.


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Publicado el 23 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Los Neanderthales

Arturo Robsy


Cuento


Los neanderthales se movían inquietos, frotándose repetidamente sus caídos mentones. La cosa merecía la pena, ya que los neanderthales se reúnen exclusivamente por motivos importantes.

—¿Y bien? —dijo uno— ¿Hay que esperar aún más?

Los otros miraron impacientes hacia la entrada de la caverna.

—Creo —gruñó otro— que estamos aquí todos.

—Y si falta alguno —comentó un gracioso— que se espabile y aprenda a ser puntual.

—Es necesario —siguió el que había hablado en primer lugar— que sometamos a votación la nueva ley de caza. Los privilegios que obtendremos de ella os aseguro que compensan con mucho las desventajas que supone...

—¿Y no podríamos cazar cada uno a su aire, como hasta ahora? —dijo un inconformista—. No veo la necesidad de hacer votaciones por esto.

En la cueva estalló un griterío y cada cual quiso dar su opinión sin oír la de los demás. El orden tardó en restablecerse y el jefe-presidente tuvo que golpear, durante mucho tiempo, un bastón de hueso sobre el cráneo perforado de un enemigo.

—Comportémonos como neanderthales civilizados —gritó al fin. Y, luego, con talento más alegre, continuó—. La democracia es la más alta realización social a que podamos aspirar, la cumbre misma de la evolución que nos separa de los demás animales. Por la democracia afirmamos la igualdad de todos los neanderthales y el inalienable derecho a participar en la vida de la comunidad.

—Pues a mí la comunidad me da muchas pataditas en cierto sitio —dijo un muchachote, todavía con poca barba en las mandíbulas.

De nuevo estalló el alboroto y muchos se mostraron indignados por la osadía del jovenzuelo, mientras otros, los más inteligentes, aullaban sus pareceres:

—Mientras estamos aquí discutiendo, los animales se escapan: a esto le llamo yo democracia.


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Publicado el 16 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Los Confines del Cosmos

Arturo Robsy


Cuento


I

—Te digo que es verdad —el demudado rostro del que hablaba expresaba, a la vez que la impaciencia y la fatiga por no ser creído, la extraña agitación que le embargaba y le hacía temblar.

—¡Quita, hombre! Eso que cuentas es más difícil de creer que hacerle pantalones a un pulpo.

—¿Tanto te cuesta admitir que yo he oído voces en la cueva y que no ha sido una sola vez, sino muchas y a diferentes horas?

—Puede ser una cabra que ande por allí perdida. Puede ser una pareja de enamorados...

—Total: que tiene que ser algo distinto de lo que yo te digo, ¿no?

—Es que creer que por allí dentro vive gente es creer mucho, Pedro.

El otro se levantó airado. Dejó unas monedas encima de la mesa para pagar la consumición que habían hecho. Luego contempló meditativamente a su compañero como pensando si aquel zagalón fornido y bizarro podía comprender algo tan hondo y misterioso como lo que él le había contado.

—Bueno —dijo—, yo ya me voy. Pero, si quieres, vente conmigo hasta la cueva, sólo para demostrarme que la cabeza te sirve para algo más que para ponerte fijapelo y brillantina.

—Iré. ¡Vaya que si iré! Y si oigo esas voces que dices y me dan la impresión de ser de hombres que vivan allí dentro, me bajo y te traigo por el pescuezo al que las dé.


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Publicado el 15 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Cazadores de Osos

Arturo Robsy


Cuento


Menorca, la bien arbolada, era una isla demasiado boscosa para el gusto de muchos campesinos que, poco a poco, la fueron talando para conseguir nuevas tierras de cultivo. Era Menorca tan pequeña que un palmo de terreno era indispensable para sembrar en él el trigo que los hombres se comerían vuelto pan, o el forraje que los hombres guisarían vuelto vaca.

Con esto fueron menguando los bosques, pero todavía eran formidables y espesos, porque el campesino se conforma con lo necesario y sólo mata en último extremo. Además, los labradores comprendían que aquellos árboles, casi azules, algodonosos, les sujetaban la tierra y les protegían los cultivos del díscolo Viento del Norte que, desde que la Isla fue Menorca, se había obstinado en arrancarla de su lugar a fuerza de grávidos soplidos.

Pero los hombres que durante tanto tiempo habían temido al bravucón Mediterráneo, aprendieron por fin la forma de dominarle por completo y se hicieron marineros. Y, por el mar, descubrieron el comercio, y, por el comercio, la riqueza y por la riqueza, volvieron sus ojos contra el bosque y decidieron que él se la proporcionaría toda de golpe.

Así comenzaron las grandes talas. Las cuadrillas empezaban al amanecer afilando las segures con sus piedras rojas, y, hasta la noche, en el bosque no se oía más que el ruido de las hachas cayendo contra las indefensos troncos rugosos, las voces "¡madera!" y el desgarrarse y troncharse de los árboles que caían abatidos.


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Dominio público
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Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Los Bienaventurados

Arturo Robsy


Cuento


No dejéis a los niños sin justicia ni sin pan. —Proverbio francés.


Desde el Paraíso la Tierra se ve con una extraña y reconfortante forma de manzana, que hace olvidar a los bienaventurados que, allá abajo, continúan todavía los problemas de su época. En ocasiones, gustan de elucubrar sobre el destino del mundo si tal o cual cosa no hubiese sucedido.

—Si Ciro no hubiese nacido...

—Si Alejandro no hubiese muerto...

—Si César no hubiese pasado el Rubicón...

—¿Quién me iba a decir a mí que las ideas de aquel teniente de artillería tardarían tanto en apagarse? Si Napoleón no hubiese...

Eran distracciones de las buenas gentes, que, pese a ser inmensamente felices, pensaban todavía en la Tierra y se sentían, a veces, dominadas por la nostalgia. Por eso el Buen Dios que todo lo comprendía, les dio la facultad de contemplar de cerca a los mortales y, en ocasiones, hasta captaban retazos de sus conversaciones. Lo que invariablemente sí llegaba hasta sus oídos era el fragor de los tiroteos o el estallido de las enormes bombas, y ellos, meneando tristemente la cabeza, murmuraban:

—Siguen todavía. Siguen todavía.

Pero incluso en su queja había una sagrada inconsciencia, una falta de miedo por el destino de la humanidad, ya que morir, ¿qué significaba en un lugar como el paraíso? ¿Acaso no habían muerto ellos? Deploraban que los hombres diesen tanta importancia a cosas evidentemente secundarias, como la vida y la muerte. Un aspecto peor del mismo problema era que se atentase contra la vida de los genios o se condenara al ostracismo al eminente físico que no quiso hacer, por ejemplo, una nueva bomba. Y, también, sufrían por la falta de fe de los hombres, y por sus vicios... hubieran querido encontrar un modo de convencer a toda la humanidad para que abandonase sus errores.


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Publicado el 13 de mayo de 2022 por Edu Robsy.

Libertad

Arturo Robsy


Cuento


Generalito Romero era delgado y nervioso y recordaba vagamente al gallo de pelea. Tenía ojos fieros y tras ellos ardía el amor a la Patria. A veces, cuando tomaba de más, el amor se le escapaba por la boca y proclamaba sus deseos de hacer un mundo mejor siguiendo unos planos urdidos por él en noches de claro en claro.

La Sociologic Research, benéfica empresa gringa, oyó aquellos cánticos patrióticos y fue a ver a Generalito Romero en su cuartel. Si él quería una Patria mejor y más moderna, la Sociologic Research también, pero con condiciones: le permitirían hacer tantas encuestas como quisiera.

Generalito Romeo, hombre del pueblo pero no para el pueblo, disponía de la División de Carros. ¿Qué tenía la Sociologic? Dinero y la seguridad de que no habría un boicot internacional, porque algo debía ajustarse antes de seguir hablando: Romero y Sociologic iban a hacer una verdadera democracia. En aquella tierra de dos millones de almas todos serían ricos y felices.

—¿Ricos? —dijo Generalito, que consideraba que la riqueza corrompe las sanas costumbres del pueblo.

—Es un decir: con una mano se lo daremos y con la otra se lo tomaremos. Pagarán más impuestos y comprarán las cosas más caras, pero serán ricos.

El objetivo de la Sociologic Research era crear la réplica de un típico Estado de la Unión: el mismo nivel de vida, las mismas costumbres, idéntica comida, empaquetada en plástico, semejantes películas y canales de televisión. También habría que meter la famosa religión electrónica por TV.

Generalito Romero, como futuro benefactor de la humanidad, no aprobaba el cambio de credo. Los curas se le alborotarían.

—Bah, bah. —dijo la Sociologic con calma— Se les enseña a desear más dinero, a cantar en las iglesias y todo lo demás sirve. Ellos se seguirán llamando católicos, pero serán protestantes.

—Si es así...


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Leyenda Marítima

Arturo Robsy


Cuento


Para Elisa Pons, en mutuo recuerdo de Neruda.
 

Al Juanón se le despertó el hambre de mar y cuando no pudo llevarla más bajo el pecho, se echó a los caminos. Los andaba con el corazón saltándole por las acequias y la cabeza imaginándole desconocidos espectáculos. Tenía hambre de mar: una enfermedad que los médicos no curan ni siquiera distinguen en sus laboriosos análisis, y que no acusan ni los leucocitos ni los eosinófilos.

Tenía hambre de mar: algo tan común que por ella vino al mundo América, o nacieron mitos tan enormes como el de la Atlántida. Juanón, claro, no sabía los antecedentes de su mal, y se limitaba a seguir el camino cantando poquito a poco las canciones de su repertorio para que, así, le durasen más y estar acompañado.

Antes, cuando estaban en su casa, fue un muchacho normal hasta que llegó un hombre al pueblo hablando del mar. Traía los ojos claros de tanto mirarlo, y las manos grises, con brillos, que es el efecto del agua salada; y el cabello lanzado hacia el cielo, espeso y profundo, que es como, según cuentan, se pone el cabello a las orillas. Decía que el mar era lo más grande y lo más azul de la creación. Decía que los peces curiosos se asomaban a la superficie para hablar con los pescadores y que era raro encontrar algunos que conocían tu idioma.


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Publicado el 15 de julio de 2019 por Edu Robsy.

Las Siete Mujeres Feas

Arturo Robsy


Cuento


Fábula del país de los Cretinos


Siete mujeres feas estaban paradas en la calle, quejándose de su desgracia y lamentando la ausencia de un amor en sus vidas. Como la belleza produce egoísmo, así la fealdad da lugar a angustias de extensa sintomatología. Pasó por allí una octava, guapetona, cara—de—ángel, culirredonda y pechienhiesta.

—¿Por qué os quejáis? —les preguntó.

—Porque somos feas.

—¡Ah! Antiguas es lo que sois, porque hoy todo tiene remedio.

—¿Sí? ¿Podremos ser guapas? ¿Tanto como lo eres tú?

—Naturalmente. ¿Veis que elástico y levantado tengo el pecho? Pues es gracias al Cruzado Mágico Tetín, el mejor. Su peculiar diseño hace de la ubre más flácida el seno más clásico, erguido y turgente. Usad el Cruzado Mágico Tetín y veréis lo que es canela en rama.

Y las siete mujeres feas corrieron a comprarse el cruzado ése. Se lo calzaron y, al momento, sus pechos fueron idénticos a los de la mujer guapa. Pero quedaba algo más y lo descubrieron al mirarse al espejo: tenían barriguita y el culo fondón y, en la cabecera de los muslos, dos copos de grasa que hacían muy feo al llevar pantalones.

De manera que, decepcionadas, se pusieron a llorar otra vez en mitad de la calle, y su desesperación era mucho mayor que antes, porque los hermosos senos hacían resaltar mucho más sus otros defectos.

Otra mujer guapa, que pasaba por allí, se apiadó de ellas:

—¿Qué os sucede?

—¿No lo ves? Que tenemos un hermoso busto, pero nuestras caderas son feas y nuestros muslos y nuestros traseros... ¿Qué será de nosotras ahora? ¿Cómo podrán los hombres enamorarse de nosotras y tomarnos en serio?

—¿Sólo es eso? Fijaos en mí.


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Publicado el 30 de abril de 2022 por Edu Robsy.

Las Escaleras

Arturo Robsy


Cuento


El niño, ligeramente amoscado, repasa todavía los rincones de la nueva casa. Llegaron por la mñana, mientras los de las mudanzas daban los últimos toques a la faena y mamá decía que bien, que sí, pero que todo quedaba manga por hombro pese a la buena voluntad de los hombres que trajinaban los muebles.

Luego comieron en la cocina. Mamá dice siempre que la cocina es el lugar donde se debe comer: «Lo otro —explica—, el comedor, no es más qeu una reminiscencia del feudalismo, cuando eran muchos los que se sentaban a la mesa.» Y papá, aburrido, comenta que la culpa de todo esto la tienen las películas americanas y los fabricantes españoles de quemadores de gas. En niño, sin embargo, está acostumbrado a semejantes teorías y, mientras la comida, ha preferido mirar una vez más el rabo de lagartija, primer trofeo adquirido en el jardín.

Con los postres, cuando mamá afirmaba que el alicatado de la cocina le daba ambiente de cuarto de baño (y papá, impasible, se rebuscaba a la caza de su mechero de oro), el niño ha pensado seriamente en su futuro: ¿qué porvenir le aguarda desde esta alejada casa? El, que hasta un día antes dudaba entre trabajar en una oficina (como papá) o tener un avión de mayor, se siente ahora frustrado en este campo donde, a buen seguro, sólo podrá ser jardinero, y, ¡valiente cosa es pasarse toda una vida sacando lustre a las hojas! Sin embargo, con el último bocado de manzana, ha descubierto nuevas posibilidades al oficio: los gusanos, los escarabajos, las hormigas y cosas así... Tal vez los jardineros puedan dedicar parte de su tiempo a la cacería de tan notables ejemplares. Luego quizá pueda guardar esos bichos en tarros de cristal y hasta formar el más completo museo de arañas de jardín, limazas y saltamontes.


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Publicado el 16 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

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